Hoy voy a narrar la biografía de
un personaje del que parece haber muchos datos, sin embargo, creo que la
mayoría de ellos no son muy fiables.
Su familia parecía muy acomodada.
Su padre era un ingeniero italiano, mientras que su madre era una persona que
siempre buscó dar la mejor formación a sus 5 hijos supervivientes de los 8
habidos en el matrimonio.
Antonio realizó sus estudios en
el famoso ICAI. Un prestigioso centro educativo regentado por los jesuitas y
situado en Madrid.
Sin embargo, parece ser que no le
gustaba mucho la disciplina propia de ese colegio y no terminó allí sus
estudios de Ingeniería. Según parece, se graduó como ingeniero mecánico en
París.
Por lo visto, tampoco se llevaba
muy bien con su padre, porque era muy conservador y muy estricto y, como
respuesta, adoptó una ideología anarquista.
En 1931, conoció en la Cárcel
Modelo de Madrid al líder anarquista Cipriano Mera, el cual había sido
encarcelado por motivos políticos. Concretamente, por ser uno de los organizadores
de una huelga general en el sector de la construcción, en plena época
republicana.
Ciertamente, en esa época, había
presos políticos en España, pero ahora no. Aunque los indepes catalanes opinen
lo contrario.
Precisamente, ahí nació una gran
amistad entre ambos personajes, la cual le fue muy valiosa a Antonio para
superar muchos obstáculos en su vida.
También coincidió en esa prisión
con el famoso financiero Juan March, al que el Gobierno republicano pretendía
arrebatarle toda su fortuna.
No sé si Verardini se dio cuenta
de ello, pero lo cierto es que provocó una anécdota que suena a chiste, pero
que ocurrió en realidad.
Unos días antes de las Navidades,
el restaurante Lhardy, de Madrid (aunque también hay otra versión que dice que
fue el Hotel Palace, también en Madrid), recibió una carta que decía:
“Muy señores míos:
Les agradeceré que envíen el
próximo día 24 a D. Antonio Verardini, en la prisión celular (nº 875, 5ª
galería), una cena para dos personas, remitiéndome a mi domicilio la factura.
No le manden vinos, pues no lo
permite el reglamento de la prisión, pero mándenle con la cena algunos cigarros
habanos.
Firmado: Juan March.”
El caso es que, al día siguiente,
se presentó una furgoneta de ese lujoso restaurante en la puerta de la Cárcel
Modelo de Madrid.
March quedó muy sorprendido y más
cuando le mostraron la carta que habían recibido en su restaurante. Desde
luego, él mismo reconoció que la firma era igual que la suya, sin embargo, él
no había firmado eso.
Así que se lo tomó con
deportividad, porque, a pesar del precio de la factura, no suponía mucho para
su enorme fortuna. Incluso, dado que el pedido era demasiado para dos, lo
compartió con varios presos.
Para el que tenga curiosidad, he
de decirle que March no consiguió escapar de esa prisión. Sin embargo, en 1933,
fue trasladado a la cárcel de Alcalá de Henares. Allí logró comprar a uno de
los funcionarios y salir, tranquilamente, por la puerta principal camino del exilio.
Como en muchos otros casos, la
guerra civil, fue un acontecimiento que aprovechó Verardini para dar rienda
suelta a su imaginación y donde prosperó mucho.
No está muy claro, pero, según
dicen, Verardini había sido cabo en la Legión española. Así que conocía muy
bien el manejo de las armas.
Volviendo a los días de la Cárcel
Modelo de Madrid, allí coincidió con otro preso, llamado Alfonso López de
Letona, que también había sido condenado por estafa. Así que, como es natural,
se hicieron muy amigos. Como dice el refrán: Dios los cría y ellos se juntan.
Unos días después, salió de allí
al ver que los milicianos habían conseguido detener a las tropas nacionales en
el frente.
Posteriormente, Verardini, fue
nombrado responsable de los servicios especiales del Ministerio de la Guerra y
se acordó de su amigo Alfonso a fin de llevarlo consigo.
Por lo visto, sus actividades se
centraban en buscar y detener a los miembros de la Quinta Columna, a los
desertores y a los derrotistas.
Parece ser que fue Verardini el
que tuvo la brillante idea de atraer a los quintacolumnistas escondidos por
todo Madrid, creando una falsa embajada, donde acudieran todos, pensando que
estarían seguros allí.
A Alfonso se le ocurrió que, para
ello, podrían utilizar el edificio de un hotel, situado en Juan Bravo, 12 de
Madrid. Este hotel le había sido requisado por la CNT al padre de un cuñado de
Alfonso.
Antes de hacer correr la voz para
que los quintacolumnistas se refugiaran en la “Embajada de Siam”, que es como
la habían llamado, inventándose un país inexistente, instalaron micrófonos en
todas las habitaciones de ese edificio.
En aquella “embajada” trabajarían
el propio Verardini, que se hacía llamar Dr. Gerard Koplovitz y que decía ser
el secretario general de la misma. Por debajo de él estaban varios agentes. Uno
que hacía de administrativo, otro de chófer y una mujer, que hacía de cocinera.
Lógicamente, todos ellos eran de la CNT.
López de Letona, que procedía de
una buena y reconocida familia, tenía muchas amistades entre el empresariado y
la nobleza. Así que no le costó mucho convencer a varias decenas de personas
para que se refugiaran en ese edificio. Haciéndoles ver que estarían más
seguros en una “embajada” extranjera. Como tantos otros miles, que se habían
refugiado en varias embajadas de las que había en Madrid.
Sin embargo, a primeros de
diciembre de 1936, el general Miaja, se enteró de lo que estaba ocurriendo allí
y la idea de montar una falsa embajada no le gustó absolutamente nada. Así que
Manuel Salgado Moreira, el jefe de Verardini, le dio la orden de clausurarla.
No se les ocurrió cosa mejor que
montar una especie de asalto a la “embajada”. Así, alrededor de las 21.00 del
08/12/1936, se presentaron dos camiones repletos de milicianos anarquistas, los
cuales penetraron, sin ninguna oposición, en el interior del edificio.
Lo cierto es que detuvieron a
todos los allí congregados y, según parece, los fueron fusilando en los días
siguientes, porque sus cadáveres fueron apareciendo en diversos lugares de
Madrid. Parece ser que esta gente solía asesinar a sus víctimas en la carretera
de Hortaleza o en la zona de El Pardo.
Por lo visto, algunas de estas
embajadas y consulados se encontraban sin su personal habitual y se habían
hecho cargo de ellas algunos españoles, que eran trabajadores de las mismas.
Parece ser que todo era un negocio. Esos trabajadores les exigían una cuota a
los refugiados y luego pagaban a los jefes de los milicianos para que no las
asaltaran. Evidentemente, cuando ya no podían pagar más, las asaltaban.
Algo parecido a lo que ocurría
con los reinos cristianos y los de taifas, durante la Edad Media en España.
Parece ser que las actividades de
esa “embajada” ya fueron conocidas durante la guerra. A finales de 1937 y
comienzos de 1938, un juzgado especial de la zona republicana, inició un proceso
por unos casos de espionaje y fueron llamados a declarar Manuel Salgado y
Verardini.
Curiosamente, varios miembros de
la Quinta Columna declararon, en la posguerra, que Manuel Salgado, que fue uno de
los jefes del contraespionaje republicano, protegió a varios conocidos personajes
de derechas y siempre los llevaba consigo a donde quiera que lo destinaran.
Obviamente, estaba preparando tener una coartada para salvarse en la posguerra.
No obstante, se exilió, por si acaso.
Como ya dije, a Verardini, también le rindió sus frutos su amistad carcelaria con Cipriano Mera. Cuando éste fue nombrado jefe del IV Ejército republicano, se llevó a Verardini como jefe de su Estado Mayor. Es el que aparece a la izquierda de la foto, con las piernas abiertas.
En aquel Madrid tan incierto,
donde una vida humana no valía absolutamente nada, conoció a una guapa joven,
llamada Antonia Bronchalo Lopesino. Seguramente que, ese nombre no os dirá
nada, pero ya veréis cómo luego fue un personaje muy conocido a nivel mundial.
Según algunos autores, la pareja
llegó a casarse en octubre de 1937, aunque ya sabemos que aquellos matrimonios,
que se realizaron durante el período republicano, no fueron luego reconocidos
por el franquismo.
Parece ser que el evento tuvo
lugar en la sede del cuartel general de la 33 División del Ejército republicano y al mismo asistieron algunos personajes muy conocidos, como el general Miaja o
Cipriano Mera. También algunos de aquellos asesores soviéticos, que estaban por
todas partes. Aparte de ello, también fueron a la boda el resto de sus
compañeros en el Estado Mayor.
Así que el propio Cipriano Mera,
al mando de varias decenas de milicianos, tuvo que presentarse en la Consejería
de Orden Público para conseguir que dejaran en libertad a Verardini. Llamó a
Miaja y éste dio la orden para que se le pusiera en libertad.
Parece ser que, al final de la
guerra, la pareja ya no se llevaba demasiado bien y se separaron. Antonia se
quedó en Madrid, mientras que Verardini fue uno de los afortunados que
consiguió escapar hasta Argelia, donde fue recluido en un campo de
concentración de los franceses. De allí salió para alistarse en la Legión
extranjera, participando en la II Guerra Mundial.
Al término de la misma, se fue a
vivir a París, donde trabajó como ingeniero. No olvidemos que hablaba francés
perfectamente. Parece ser que murió a mediados de los años 80, cuando se
hallaba ingresado en una residencia de ancianos.
En la posguerra, Antonia
Bronchalo, intentó dedicarse al cine y, de hecho, trabajó en algunas películas.
Para ello, utilizó el nombre artístico de Lupe Sino, que seguro que ya les
sonará a algunos.
Efectivamente, fue la novia del
famoso torero cordobés, Manuel Rodríguez Manolete, al que siguió en sus giras
por América, aunque nunca llegaron a casarse. Algo muy mal visto en aquella
época.
Parece ser que ella nunca fue muy
apreciada por algunas personas muy influyentes, como la mujer de Franco. Así
que optó por emigrar a México, donde se casó con un millonario.
Años después, regresó a España.
Murió en Madrid, en 1959, unos días después de haber sufrido un grave accidente
de tráfico. Parece ser que conducía el vehículo el famoso actor Arturo
Fernández.
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