Hay gente a las que se le hace pequeño
el entorno de su ciudad y sus amistades y necesitan viajar constantemente y
descubrir nuevos sitios, aunque tengan que pasar infinidad de penurias por el
camino. Eso es lo que se llama tener espíritu aventurero.
Nuestro personaje de hoy, Freya
Stark, nació en París a finales de enero de 1893. Su padre era un pintor
inglés, natural de Devon, procedente de una familia acomodada, y su madre era
una italiana de ascendencia alemana.
Ambos habían ido a residir a
París para conocer las nuevas escuelas artísticas, que estaban surgiendo en
Francia en ese período.
El matrimonio duró poco tiempo. Algunos
dicen que la causa fueron las continuas infidelidades de ambos. Así que su padre
se volvió a Inglaterra, mientras que su madre se llevó a ella y a su hermana a
Italia.
Durante su infancia, desgraciadamente,
no pudo tener una buena educación, a causa de la mala situación económica de su
familia. No obstante, se apasionó, por
la literatura fantástica y de viajes, como “Las mil y una noches”. También fue
muy aficionada a leer las obras de los dos Alejandro Dumas, padre e hijo.
Como la fortuna no sonreía en la
casa familiar, su madre invirtió en una fábrica en Italia. Allí, en una
ocasión, tuvo un accidente, cuando su larga melena se enganchó en las piezas de
una máquina. Ello le provoco que le arrancara gran cantidad de pelo y hasta de cuero cabelludo y le dejó su rostro
desfigurado. A causa de ello, tuvo que estar ingresada varios meses en un
hospital para recuperarse.
Más tarde, consiguió ir a Londres
y allí estudió árabe y persa en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos. Un
centro de la Universidad de Londres donde se han formado muchos funcionarios,
políticos y hasta espías británicos.
Algunos nombres conocidos, que se
han formado en ese centro son Mette-Marit, princesa de Noruega, y Aung San Suu
Kyi, líder de la oposición en Birmania y Premio Nobel de la Paz.
Durante la I Guerra Mundial, se
enroló en una unidad de ambulancias de la Cruz Roja británica, que tenía su
base en Udine, Italia.
En 1927 reunió el dinero
suficiente y marchó hacia Beirut, acompañada de una amiga. Querían explorar la
llamada “Montaña de los drusos”. En aquel momento, esa zona se hallaba bajo el
control militar francés y no se permitía el paso a los civiles.
Como cruzaron, por su cuenta,
hacia su objetivo, fueron detenidas, pero las soltaron enseguida al ver que no
parecían gente peligrosa.
Allí conocieron de la existencia
de la llamada “Secta de los Asesinos”, que en los siglos XI y XII infundieron
el terror en toda esa zona, al cometer asesinatos de todo tipo. Es posible que
su jefe, conocido como “El Viejo de la Montaña” drogara a sus seguidores para
que cometieran esos actos, pues el nombre de la secta procede de la palabra “hachís”.
Su fortaleza, llamada Alamut,
aparece descrita en los viajes del aventurero medieval veneciano Marco Polo. Así,
que, con el texto de Polo en la mano, se aventuró por esas tierras para
dirigirse hasta esa fortaleza.
Tras ello, narró sus aventuras en
un informe, que presentó ante la Royal Geographical Society, de Londres, donde
fue muy bien recibido.
Evidentemente, esto no era
suficiente para una hábil exploradora como ella. Así que, cuando se enteró que
había dos castillos de esta secta que habían resistido la invasión de los
mongoles y es posible que aún vivieran ahí sus sucesores, estaba muy claro cuál
tenía que ser su siguiente objetivo.
En 1931, encontró la fortaleza de
Lamiaser, siendo la primera mujer europea que había llegado hasta allí.
Publicando, en 1934, su obra “Los valles
de los Asesinos”, que le dio fama internacional y reconocimiento entre los científicos.
Posteriormente, escribiría muchos
más libros y artículos, pero éste fue el que le dio mayor fama en toda su
carrera.
Poco después, intentó marchar
hacia Shabwa, un centro comercial en la ruta que atravesaba la península
Arábiga y donde decían que había un gran tesoro. Desgraciadamente, no pudo
llegar hasta allí, porque se lo impidió una angina de pecho.
Hubo mucha competencia por llegar
hasta allí. El fotógrafo alemán Hans Helfritz sólo pudo llegar hasta el
exterior de la ciudad, sin embargo, el que consiguió penetrar en su interior
fue el explorador británico Harry Saint John Philby, más conocido como Jack
Philby. Éste, aparte de ser un explorador, también fue agente del servicio de
Inteligencia británico.
Seguro que nos es más conocido su
hijo, Kim Philby, famoso por dedicarse al periodismo y al espionaje a favor de
la URSS.
Una vez restablecida, Freda, organizó,
en 1937, una nueva expedición. Esta vez iría a la zona llamada Hadramaut, en el
sur de esa península. Consiguió ayuda financiera de Lord Wakefield y esta vez
se llevó consigo a dos expertas: una arqueóloga llamada Gertrude Caton-Thompson
y una geóloga, Elinor Wight Gardner.
Sobre el papel, iba a ser un
viaje muy bien organizado, pero pronto surgieron los problemas. Parece ser que
no se llevaron muy bien desde el principio y a pesar de que hicieron juntas
multitud de hallazgos importantes, nunca congeniaron.
Más tarde, Freda, invitó a sus
colaboradoras a continuar viaje hacia el sur a la búsqueda de la antigua ciudad
de Caná, pero ellas declinaron esta invitación.
Así que tuvo que seguir el camino
sola, pero consiguió llegar hasta esa ciudad y su antiguo puerto, donde
llegaban los cargamentos de incienso, un sitio donde nunca habían llegado los
occidentales. En la llamada tierra de los Reyes Magos.
En 1938, volvió a su casa en
Asolo, Italia, por donde hacía ya varios años
que no pasaba. No obstante, no se
quedó mucho tiempo por allí, al ver que los fascistas habían tomado el poder y gobernaban
a su antojo.
Así que, rápidamente, hizo las maletas para dirigirse de nuevo a la
zona de los castillos de la secta de los Asesinos.
Una vez iniciada la II Guerra
Mundial, recibió una llamada del Ministerio de Información británico. Ella, aunque
no era británica, aceptó inmediatamente la propuesta.
Su misión era la de viajar hacia
Yemen, estudiar la influencia italiana en esa zona y organizar un grupo para
inclinar a los árabes hacia el lado británico o, al menos, hacer que se
mantuvieran neutrales en ese conflicto. Algo parecido a lo que había hecho
Lawrence de Arabia, durante la I Guerra Mundial.
Parece ser que llevó consigo una
serie de películas, donde se mostraba el poderío militar británico. Algo que
convenció al imán de Yemen para mantener su neutralidad en el conflicto.
La misión fue realizada como gran
éxito. Así que sus mandos le dejaron desarrollar nuevas ideas para otras zonas
de influencia árabe. De ese modo, organizó un grupo llamado la “Hermandad de la
Libertad”. Se trataba de un grupo árabe, bajo la influencia de Londres, formado
por individuos de todos los grupos religiosos, que promoviesen, en la
posguerra, un sistema político democrático de tipo laico.
Parece ser que tuvo mucho éxito
y, en Egipto, estuvo vigente hasta 1952, cuando triunfó el golpe de Estado del
coronel Nasser.
Siempre estuvo acomplejada por las
secuelas de su accidente en la fábrica, el cual se llevó por delante parte de
su oreja y de la piel de la sien, en el lado derecho de su cara. Por eso,
habitualmente, se peinaba de una forma que no se vieran esos defectos. Incluso,
ya con 41 años se puso en manos de un cirujano estético.
En 1947, ya con 54 años, decidió casarse
con Stewart Perowne, administrador británico y también historiador. Este matrimonio
sólo duró 5 años. Es posible que el divorcio lo causara la homosexualidad del
marido.
Aunque sufrió varias enfermedades
graves, su cuerpo aún le pedía viajar, a pesar de haber cumplido ya los 60
años.
Esta vez, se interesó por
Turquía. Aprendió su idioma y su historia y se encaminó hacia allí. Este país
la influyó tanto que pasó allí toda la década de los cincuenta. Sobre él,
publicó varios de sus libros.
Incluso, se permitió realizar el
mismo trayecto que había hecho en la Antigüedad el gran Alejandro Magno.
En su ancianidad todavía le
quedaban fuerzas para seguir viajando. Increíblemente,
cuando ya había cumplido los 70 años se dedicó a explorar China y Camboya.
Cuando cumplió los 80, a una edad
que ni soñaban cumplir muchos de sus contemporáneos, aún le quedaron fuerzas para viajar a una
zona considerada totalmente inaccesible de Afganistán.
Como prueba de que a esta mujer
le iba la marcha, se puede mencionar que a los 84 se atrevió a descender en una
balsa el río Éufrates, en el actual Irak, y con 89 subió parte del Himalaya.
Por supuesto, seguía escribiendo,
de forma incansable, multitud de relatos sobre todos esos curiosos viajes.También fue condecorada como Dama del Imperio Británico.
A la que no gustó tanto esa decisión
suya de cumplir años, fue a su entidad bancaria, con la que había suscrito una
pensión vitalicia. Todos los años le enviaban una persona para comprobar que aún
seguía viva.
Con 100 años murió esta gran
aventurera en su casa de Asolo (Italia), que, seguro que a todos, al conocer su
vida, nos ha dado mucha envidia. Por lo menos, en mi caso, debo confesar que
así ha sido.
Espero que os haya gustado, aunque
me he enrollado un poco, pero habréis de reconocer que este personaje se lo
merecía.