Hoy traigo al blog a una mujer
que derrochó mucho valor durante toda su vida y que al final de la misma provocó,
con su actitud, la envidia de muchos hombres.
Como siempre, empezaremos esta
historia por el principio. Nació en Granada en una casa de la carrera del
Darro, el año 1804, en una época muy conflictiva para la Historia de España.
Su padre fue Mariano de Pineda y
Ramírez, marino militar, perteneciente a la nobleza, nacido en Guatemala y
caballero de una orden militar. Por el contrario, su madre, María de los
Dolores Muñoz y Bueno, que era mucho más joven que él, pertenecía a la clase
modesta y la pareja nunca pudo casarse por culpa de los convencionalismos
sociales de la época.
A causa de una grave enfermedad
del padre, éste le dio una buena cantidad de dinero a la madre, para que
cuidara a la niña, pero luego se arrepintió y la denunció, acusándola de
haberle robado. Así, la niña se quedó con el padre y la madre desapareció de la
escena.
Al poco tiempo, falleció su padre
y la niña quedó bajo la custodia de un hermano de su padre, José de Pineda, que
era ciego. Allí estuvo muy bien cuidada, pero, cuando a éste se le ocurrió
casarse, su esposa, Tomasa Guiral, no
aceptó tener la custodia de la niña, por lo cual, su tío, la entregó a un matrimonio
amigo suyo, que vivía muy cerca de su casa y tenían una confitería, o sea, un
paraíso para un niño.
Parece ser que la esposa de su
tío era una prima suya, cuyo matrimonio fue organizado por la madre de ella,
Tomasa Salazar, para paliar la mala
situación económica de su familia.
A pesar de ser una hija ilegítima,
Mariana, poseía una buena fortuna, lo cual no impidió que su futuro marido
pusiera alguna pega por casarse con una mujer de esa condición social. Ya vemos
que en la España de esa época, la gente tenía mucho miedo a las habladurías y
todavía se lleva
ba eso de la “limpieza de sangre”. No obstante, algunos autores dicen que ella estuvo toda su vida pleiteando contra la familia de su tío, pues les denunció porque afirmaba que se habían quedado con buena parte de la herencia que le había dejado su padre.
ba eso de la “limpieza de sangre”. No obstante, algunos autores dicen que ella estuvo toda su vida pleiteando contra la familia de su tío, pues les denunció porque afirmaba que se habían quedado con buena parte de la herencia que le había dejado su padre.
La boda se celebró en 1819,
cuando ella sólo tenía 15 años y su marido, Manuel de Peralta y Valte, ya había cumplido los 26. Además, se realizó
sin mucha publicidad a causa de los prejuicios del marido, aunque, según parece,
estaba arruinado. También esa rapidez por realizar la boda pudo ser debida a
que ella se hallaba embarazada, pues a los 5 meses nació su primer hijo.
Varios de sus contemporáneos
hablan de ella alabando su hermosura, dotada de una piel muy blanca, con cabellos
rubios y ojos azules. Tuvo muchos admiradores a los que ella casi nunca hizo
caso, como el futuro marqués de Salamanca.
Una vez casada, en su domicilio
tuvieron lugar muchas reuniones entre conspiradores liberales, ya que su marido
era uno de ellos, aunque también había sido militar, y además pertenecía a una
Logia masónica. Con esto, ya vemos que los liberales eran liberales para unas cosas,
sin embargo, para otras eran muy conservadores. De ese matrimonio, nacieron sus
dos primeros hijos.
Aunque su marido falleció sólo 3 años
después, ella siguió frecuentando los ambientes liberales del conde de Teba. En
ese momento, ella tenía sólo 18 años y dos hijos. No obstante, en aquella
época, a las viudas se las consideraba como si fueran cabezas de familia y
tenían una consideración social más respetuosa, parecida a la del marido.
Por si a alguno no le suena este
título, el conde de Teba que ostentaba el título en esta época fue el padre de
la emperatriz de Francia Eugenia de Montijo, que, posteriormente, heredó
también ese condado, y de otra hija, María Francisca, que se casó con el duque
de Alba.
En 1823, tras la invasión de los
Cien Mil Hijos de San Luis, conjunto de tropas enviadas a España para que
Fernando VII volviera a reinar como un monarca absoluto, comenzó un decenio en
el cual el rey se dedicó a eliminar todo lo que oliera a liberal. Así que la
represión fue feroz por todas partes.
A Mariana se le encomendaron, al
principio, tareas menores, como las de mantener correspondencia con los liberales
exiliados en Gibraltar. También visitaba a diario a los presos en la cárcel de
Granada.
Otro de sus amores fue Casimiro
Brodett, otro militar relacionado con la causa liberal. Se sabe que dirigió una
instancia para pedir permiso para contraer matrimonio con ella (algo muy normal
entre los militares), pero no se le concedió, no se sabe bien por qué. Pudiera
ser a causa de sus ideas liberales.
En 1825, el rey nombró alcalde
del crimen de la Real Chancillería de Granada a un personaje muy importante en
esta historia. Su nombre era Ramón Pedrosa Andrade y era natural de un pueblo
de Lugo. Es curioso, porque este mismo cargo lo había ostentado anteriormente un
abuelo de Mariana.
Lo cierto es que a Pedrosa le
otorgan plenos poderes y, nada más llegar, asume los cargos de subdelegado de
la policía, presidente de la comisión depuradora para los delitos de carácter
político y alcalde de casa y corte.
Enseguida, su nombre infundió el
terror entre los granadinos, pues, como era lo que se llama ahora un trepa, se
tomó su puesto demasiado en serio y, como se suele decir, se pasó diez pueblos.
No obstante, antes de la llegada
de Pedrosa, ya habían sido procesados Mariana y un criado suyo a causa de una
denuncia de un preso liberal, que se hallaba encarcelado en Málaga. La acusó de
prestar grandes servicios a la causa liberal. Además, ese criado suyo había
luchado a las órdenes del general Riego.
Seguramente, como su familia era
de las más conocidas de Granada, el proceso no siguió su curso y fue archivado
por falta de pruebas.
No obstante, cuando llega
Pedrosa, intenta reactivar ese proceso y somete a vigilancia la casa de
Mariana.
Por otra parte, no es la única de
su familia que lucha por la llegada de los liberales al poder, también están en
la cárcel un tío suyo, que además es sacerdote, y un primo lejano, que es
militar.
Algunos autores dicen que también
estuvo enamorada de ese primo, Fernando Álvarez de Sotomayor, el cual fue
condenado a muerte por el mencionado Pedrosa.
El caso es que Mariana, que iba
todos los días a la cárcel a visitar a los presos liberales, se dio cuenta de
que, cuando se aproximaba una ejecución, aquello se llenaba de frailes de todo
tipo, para dar consuelo a los presos y nadie les controlaba. Así que no se le
ocurrió otra cosa que encargar un disfraz de fraile capuchino y una barba para
su primo.
Lo llevó disimuladamente a la
cárcel y así éste pudo escapar tranquilamente por la puerta principal.
Evidentemente, esto no gustó nada a Pedrosa, el cual, tras destituir al alcaide
de la cárcel, mandó vigilar todos los caminos y sometió a registros continuos
los domicilios de todos los sospechosos de ser adeptos a la causa liberal.
Parece ser que Pedrosa pensó en
primer lugar en Mariana, así que mandó registrar inmediatamente su domicilio.
No se confundió, porque allí estaba él, pero le dio tiempo a escapar por una
puerta trasera.
Por otra parte, como estaba en
camino un levantamiento de los liberales, Mariana, encargó la confección de una
bandera a unas bordadoras. El problema es que el levantamiento no llegó a
producirse y ella dio orden de que se parara la confección de esa bandera.
Parece ser que los canales
habituales de soplones de los que se “alimentaba” Pedrosa solían ser los confesionarios
o las queridas de los liberales. Esta vez no fue así.
El padre de un cura liberal, al
que no le gustaba que su hijo tuviera relaciones con una de las bordadoras,
denunció el tema de la bandera. Por ello, Pedrosa, detuvo al cura y, tras
intimidarlo, denunció a Mariana, como la cliente que había encargado la
bandera. Algunos autores también insinúan que este cura estaba enamorado de
Mariana, pero que ella no le había hecho caso.
Parece ser que Pedrosa se inventa
una jugarreta para poder detenerla. Les paga a las bordadoras y les dice que
lleven la bandera a la casa de Mariana. Cosa que ellas hacen. Al poco rato, se
presenta éste, acompañado de una patrulla policial y los miembros del tribunal,
para efectuar un registro en la casa de nuestro personaje. Supongo que tendría
que andarse con pies de plomo, porque Mariana es una persona muy influyente y
pertenece de hecho a la alta sociedad granadina.
Evidentemente, encontraron
enseguida lo que iban buscando, o sea, una bandera de tafetán de color morado y
con un triángulo verde en el centro, en el que se decía “libertad, igualdad y
ley”. Todo ello, a medio bordar.
Además, esta bandera parecía más
un símbolo masónico que liberal, aunque en aquellos momentos, esos dos
conceptos eran casi equivalentes.
Parece ser que no está muy clara
la forma en que llegó la bandera a casa de Mariana, pues los criados afirman
que no la llevó ninguna bordadora. Así que pudo llevarla, incluso, la propia
policía. También varios autores dicen que pudo ser una venganza de Pedrosa,
pues estaba enamorado de ella y no le hizo caso.
La versión que circula por ahí de
que Mariana estaba bordando esa bandera parece ser falsa, porque ella nunca
supo bordar y varios testigos, incluido, años después, su propio hijo, así lo afirmaron.
En un principio, dado que parece que
está enferma y, supongo, que debido a su condición social, tuvieron el detalle
de dejarla en su casa bajo arresto domiciliario.
No obstante, a los pocos días, ella
intentó la fuga disfrazándose con uno de los vestidos de luto de su madrastra.
No está claro cómo la pillaron, pero lo cierto es que, a partir de ese hecho,
la llevaron a un nuevo lugar.
El nuevo sitio se llamaba el
Beaterio de Santa María Egipciaca, famoso por el título de una obra de teatro
de José Martín Recuerda, primero censurada y luego estrenada en España ya en
1977. Allí estaban las llamadas “arrecogías”, las cuales solían ser
prostitutas, alcohólicas y presas que no interesaba que se vieran, como el caso
de Mariana.
Allí estuvo encerrada algún
tiempo, hasta pocos días antes de su ejecución, cuando fue trasladada a la
cárcel. Fue sometida a constantes interrogatorios, pero nunca quiso delatar a sus amigos liberales.
Es posible que Pedrosa no
tuviera, en principio, la intención de condenarla
a muerte y ejecutar la sentencia, sin embargo, los dos se obstinaron. La una en no hablar y
el otro en intentar sacar de ahí un filón. Todo eso les llevó a una situación de
alta tensión, donde el Gobierno de Calomarde y el rey exigieron su ejecución.
Seguramente, el objetivo último de
esta sentencia era demostrar a la nobleza que no le iban a valer de nada sus
privilegios, si se enfrentaban a la figura del rey. A Mariana nunca se la vio,
desde el Gobierno, como una representante del pueblo llano, sino de la nobleza,
que siempre había sostenido a la monarquía.
Incluso, se dice que el propio
Pedrosa amenazó al fiscal de la Chancillería, que, si quería conservar su
puesto, tenía que pedir la pena de muerte para Mariana.
Parece ser que se hizo un juicio
a puerta cerrada, donde no se tuvieron en cuenta para nada las alegaciones del
abogado defensor, José María Escalera, al cual, apenas le dejaron tiempo para
preparar la defensa, y se dictó inmediatamente la pena de muerte. Tampoco le
dejaron a ella asistir a su propio juicio.
Algunos autores afirman que, al conocer
su sentencia exclamó: “el recuerdo de mi suplicio hará más por nuestra causa
que todas las banderas del mundo.”
Tras su ejecución, no sé quién de
los dos bandos respiraría más aliviado. Si los conservadores, por haber
eliminado a uno de los dirigentes liberales o los mismos liberales, porque se
aseguraban de que ya no podría delatarlos.
De todas formas, está claro que,
si los hubiera delatado, es posible que hubiera peligrado su vida y la de su
familia, porque sus amigos pertenecían a las familias más influyentes de la
zona y Granada era una ciudad de sólo unos 65.000 habitantes, donde todo el mundo
se conocería. Seguro que eso ya lo tuvo ella en cuenta, pero no se sabe que sus
amigos hicieran nada por sacarla de allí.
La
verdad es que tenía que ser una mujer de armas tomar, porque en una de las
reuniones se la oyó decir lo siguiente: “Yo, aunque débil por mi sexo, también empuñaré la espada. Seamos
libres. Los déspotas nos afligen con demasía. Una sola vida tengo, si más
tuviera a la libertad del mundo consagrara”.
De todas formas, hay quién dice que no
quiso hablar, porque uno de los conjurados era otro militar llamado José de la
Peña, padre de su tercer hijo, al que ella misma ingresó en un orfanato. Por lo
visto, para no perder su condición social. Parece ser que esta era la opinión
que tenía García Lorca sobre este caso.
También se dice que, al comunicarle
Pedrosa que estaba facultado para indultarla, si delataba a sus amigos, ella dijo:
“Nunca una palabra indiscreta escapará de mis labios para comprometer a nadie.
Me sobra firmeza de ánimo para arrostrar el trance final. Prefiero sin vacilar
una muerte gloriosa a cubrirme de oprobio delatando a persona viviente”. Bueno,
esta frase parece muy teatral, a mi modo de ver, pero da a entender el carácter
de la condenada.
Lo cierto es que estuvo presa desde el
18 de marzo de 1831 hasta el 26 de mayo del mismo año. Ese día la llevaron
desde la cárcel baja hasta el cadalso, situado en el Campo del triunfo de la
Inmaculada, en Granada. Por lo menos, debido a su origen noble, tuvieron el
detalle de trasladarla en mula hasta ese lugar.
Durante el recorrido, muchas mujeres
lloraron admirando su entereza y las autoridades pidieron refuerzos militares
para prevenir algún posible disturbio. No hubo nada de eso. Nadie movió un dedo
para salvarla.
Fue ejecutada esa mañana mediante el
procedimiento del garrote. Aún no había cumplido los 27 años. Parece ser que
llevaba un vestido de percal azul con flores de azucena, medias grises y
zapatos negros de tafilete. Otros dicen que iba vestida con un sayal negro y un
birrete, más propio de los reos que iban a ejecutar.
El cortejo formado para la ejecución
lo formaba el verdugo que iba tirando de la mula, donde iba ella montada,
precedidos por un pregonero que, de vez en cuando, ordenaba parar para anunciar
la sentencia. Tras ellos iba un piquete de caballería y una unidad de
infantería.
Cuando subió al cadalso, allí la
esperaba un viejo sacerdote, el cual estaba muy apenado, porque había sido el
mismo que la había bautizado en al iglesia de Santa Ana.
Las autoridades ordenaron que fuera enterrada,
si ningún tipo de ceremonia, en una tumba sin nombre, en el cementerio de
Almengor. Esa misma noche, dos sujetos vestidos de negro saltaron la tapia del
cementerio para clavar una cruz en su tumba.
Unos cinco años después de su muerte,
tras haber fallecido también Fernando VII, su
cuerpo fue trasladado desde ese cementerio a una tumba dentro de una
iglesia granadina.
Su figura ha sido objeto de muchos
homenajes y de varias obras literarias y teatrales.