De entrada, quiero aclarar que
este título nada tiene que ver con el Imperio Romano, sino con algo mucho más
actual, como es el Vaticano.
A lo largo de varios siglos, tras la caída del Imperio Romano, los Papas gobernaron sobre una buena parte de lo que hoy es Italia. Todo ello, con el visto bueno de los emperadores del Sacro Imperio Romano-Germánico.
La Iglesia católica lo explica
afirmando que, en el 756 d. de C., el rey de los francos, Pipino el breve, donó
de forma eterna, al Papa Esteban II, los territorios que formaban la Pentápolis
y el Exarcado de Rávena. Donación
confirmada por su hijo, Carlomagno. Con esos territorios formaron el llamado
Patrimonio de San Pedro.
Sin embargo, los tiempos cambian,
aunque en el Vaticano parecen no querer darse cuenta de ello.
En 1849, se produjo una sublevación
en Roma, que dio lugar a la proclamación de la República Romana. Parece ser que
una de las causas de ésta fue la negativa del Papa a apoyar la guerra contra
Austria, pues decía que no podía apoyar la guerra contra un país católico.
Milán y Venecia se habían sublevado contra el dominio del Imperio Austro-Húngaro y eso hizo que otros estados italianos, como el reino de Cerdeña o el de las Dos Sicilias apoyaran a las ciudades sublevadas.
Tras la proclamación de la
República en Roma, el Papa huyó a Gaeta y pidió la ayuda de países católicos.
Francia y España enviaron tropas con las que derrotaron y expulsaron a los republicanos
de Roma.
En 1861, con la llegada de la
unificación italiana, se proclamó el Reino de Italia. El primer parlamento de
este nuevo reino, reunido en Turín, decidió que su capital estaría en Roma. Sin
embargo, esa ciudad pertenecía a los Estados Pontificios.
En un principio, la idea del nuevo estado italiano no era conquistar esa ciudad de una manera violenta, sino que el Pontífice se aviniera a pactar con ellos. Sin embargo, dieron con un hombre bastante terco. Su nombre era Pío IX y decía que no quería ser algo parecido a un simple “capellán del rey de Italia”.
A éste no se le ocurrió otra cosa
que pedir, otra vez, ayuda a las naciones católicas, como Francia, el Imperio
Austro-Húngaro o España.
Napoleón III, que quería hacer
valer el poderío militar de Francia, fue el único que le envió algunas tropas.
Sin embargo, en 1870, tuvo que
reclamarlas para que se incorporasen a la guerra franco-prusiana. Su derrota en
ese conflicto dio lugar a su abdicación y exilio.
Ese fue el momento elegido por el
Ejército italiano para asediar la ciudad de Roma, que todavía estaba en manos
papales.
Como, tanto en Italia como en el Vaticano siempre han sido unos maestros de la diplomacia, las tropas esperaron la decisión de sus gobernantes. Sin embargo, como Pío IX no se apeaba de su postura, decidieron conquistar Roma. Incluso, fue entonces cuando el a proclamó la infalibilidad papal. Aunque ahora nos parezca mentira, nunca había existido ese dogma.
No obstante, el Papa veía la
situación tan desesperada que llegó a contactar con los gobiernos alemán y
británico para ver si, llegado el caso, le podrían conceder asilo en sus
respectivos países.
Dado que las murallas de Roma no
estaban preparadas para un largo asedio, ni para los disparos de la Artillería,
en sólo 3 horas, lograron abrir una brecha y penetrar en la ciudad. Tampoco se
produjeron muchas bajas, 49 por parte italiana y 19 del lado vaticano.
Evidentemente, esto no gustó nada
al Papa, el cual decretó el luto y se declaró prisionero en el Vaticano. Se
colgaron banderas con crespones negros y ni siquiera se subieron las persianas
de los edificios papales.
Por eso se llama la nobleza negra
a los nobles vaticanos, pues, por orden del Papa, todos ellos estaban de luto.
A partir de entonces, todas las ceremonias se desarrollaron en el interior de los edificios vaticanos. Incluso, la proclamación de los Papas sucesores de Pío IX. Ni siquiera daban su tradicional bendición desde los balcones que dan a la Plaza de San Pedro.
Aparte de ello, el Papa excomulgó
al rey Víctor Manuel II y el Gobierno italiano le respondió negándose a
reconocer los matrimonios realizados por la Iglesia. Lo cual causó estupor en
muchos pueblos de Italia. Incluso, desde el Vaticano, se opusieron a que los
italianos participasen en cualquier tipo de elecciones en Italia.
Ciertamente, lo que proponía el
Gobierno italiano era dar una especie de autonomía al Vaticano y no tratarlo
como si fuera otro país. Como lo es en la actualidad.
Así que León XIII, sucesor de Pío
IX, continuó con la misma política, aunque también se opuso al avance de
ciertas ideologías, como el socialismo, el imperialismo, etc.
A éste le sucedió Pío X, el cual ya quiso recuperar algunas relaciones con el Gobierno italiano. De hecho, apoyó a los italianos que votaban a favor de partidos liberales, pero se opuso a los anticlericales, socialistas y demás, porque consideraba que así se defenderían mejor los intereses de la Iglesia Católica.
Pío X también fue el Pontífice al
que el tocó la I Guerra Mundial, desarrollando una importante labor diplomática
entre ambos bandos enfrentados.
En 1915, empezó a cambiar la
política vaticana con la llegada de Benedicto XV. Animó a los italianos a
participar en la política de su país y apoyó la creación del Partido Popular
Italiano, de tendencia democristiana. En
1919, participó en sus primeras elecciones y fue el segundo partido más votado,
detrás del socialista.
El año 1922 fue crucial para la
resolución de este conflicto. Ese año se produjo la muerte de Benedicto XV,
siendo sucedido por Pío XI. Éste comenzó unas negociaciones diplomáticas con el
nuevo Gobierno italiano, entonces presidido por Benito Mussolini.
Ciertamente, no había cambiado
mucho la opinión del Gobierno italiano hacia el Papado, ya que los liberales
eran laicos, mientras que los fascistas eran anticlericales. Sin embargo, se
produjo un cambio muy importante: el Estado italiano reconocía al Vaticano como
un Estado independiente, al mismo nivel que Italia.
También fue una forma de que la Iglesia Católica, aunque no lo apoyara, tampoco se opusiera al régimen fascista italiano.
Así llegamos, el 11/02/1929, a la
firma de los famosos pactos de Letrán, suscritos por el cardenal Gasparri, en
nombre del Vaticano, y el propio Mussolini, en nombre del Gobierno italiano.
Fueron llamados así, porque se firmaron en el Palacio de Letrán, en Roma.
La importancia de esos pactos es
que, con ellos, se creó el Estado del Vaticano, y también se firmó el primer
concordato, para definir con exactitud las relaciones entre ambos.
Aparte de ello, el Estado
italiano se comprometió a indemnizar al Vaticano por los territorios invadidos durante
la unificación de Italia y el reconocimiento internacional de ciertos edificios
y palacios propiedad del Vaticano.
Por lo demás, también se acordó
que los obispos jurasen lealtad a Italia y que todos los clérigos estuvieran
exentos de realizar el servicio militar, aunque volvería a haber capellanes
castrenses.
También se puede mencionar que esto dio lugar al reconocimiento del
catolicismo como religión oficial de Italia y a su enseñanza obligatoria en las escuelas. Al mismo tiempo, hizo que los matrimonios eclesiásticos también tuvieran validez civil.Esto estuvo vigente hasta 1984,
cuando el Parlamento italiano decidió que el catolicismo ya no fuera la
religión oficial de Italia.
Incluso, el Estado italiano,
reflotó el Banco de Roma, propiedad del Vaticano, que, en aquel momento, se
hallaba muy endeudado.
El cambio fue tan profundo que un
convencido anticlerical, como era Mussolini, se decidió por casarse por la
Iglesia con su esposa, bautizar a sus hijos y hacer que estos hicieran la
Primera Comunión.
Igual es que habría leído aquella
famosa frase del rey Enrique IV de Francia: “París bien vale una misa”.
A partir de entonces, ambas partes se fueron ayudando
mutuamente.Incluso, cuando, tras el escándalo del asesinato de Matteotti, al que dediqué otro de mis artículos, el sacerdote Luigi Sturzo, fundador del Partido Popular, quiso aliarse con el Partido Socialista para expulsar del Gobierno a los fascistas, le llegó una orden del Vaticano para que dimitiera de su cargo.
No obstante, el Vaticano fundó
otro partido denominado Acción Católica e invitó a todos los feligreses a afiliarse
a él. Por otro lado, Mussolini ilegalizó el Partido Popular.
Aun así, siguió habiendo ciertas
tiranteces, como cuando, en 1938, el Papa Pío XII publicó su famosa encíclica
“Con ardiente preocupación” para criticar lo que estaba ocurriendo en la
Alemania gobernada por Hitler.
No obstante, también el Gobierno
alemán, presidido por Hitler, firmó, en 1933, otro Concordato con el Vaticano.
Se ve que esta gente conocía muy
bien la influencia que tenía y aún tiene la Iglesia católica en el mundo.
Por el contrario, se cuenta que,
en cierta ocasión, en medio de la invasión de la URSS, le aconsejaron a Stalin
que hiciera una política de acercamiento al Vaticano. Él sólo respondió:
“¿cuántas divisiones tiene el Papa?”.
Es curioso que desconociera la
influencia de la Iglesia alguien que, en su infancia, había pertenecido a un
coro eclesiástico. Incluso, como tenía muy buena voz, le quisieron pagar sus
estudios, pero él no lo aceptó.
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