Seguramente, todos habréis tenido
cierta experiencia laboral. Supongo que os habréis dado cuenta que, en muchos
sitios, lo que más agrada a los jefes no es que sus subordinados trabajen mucho
y bien.
Realmente, no es así. Lo que de
verdad les gusta es tener una especie de “siervos”, que les hagan
constantemente la pelota y, sobre todo, que no hagan nada, si no se lo han ordenado
antes.
Aunque parezca mentira, el
Ejército francés, es, por tradición, uno de los que exigen una mayor disciplina a sus miembros. De
hecho, se comenta que en las dos guerras mundiales y, sobre todo, en la primera
de ellas, era algo en lo que incidían mucho sus mandos.
Parece ser que había una especie de
ley no escrita, que decía que un soldado francés tenía que temer más a sus mandos
que al propio enemigo. A lo mejor, por eso mismo, los oficiales franceses
fusilaron a muchos de sus propios soldados.
En esta ocasión, voy a hablar de
un personaje, que, por lo que se ve, tenía que pedir permiso a su jefe hasta
para ir al baño.
Emmanuel de Grouchy nació en
París en 1766, en el seno de una familia noble de origen normando. Su padre fue
el primer marqués de Grouchy.
Curiosamente, las malas lenguas
decían que, como su abuela fue amante de Luis XV, es muy posible que su padre
fuera hijo ilegítimo de ese monarca.
Parece ser que su madre, Gilberte
Freteau de Peny le daba un aporte intelectual a la familia. Tenía en su casa
uno de esos salones, donde se reunía la gente que tuviera alguna inquietud cultural.
Posiblemente, por eso, su hermana
Sophie, que llegó a ser una gran pensadora feminista, se casó con el famoso
matemático, filósofo y político, Nicolás de Condorcet. Mientras que su otra
hermana, Charlotte, lo hizo con el médico y político Pierre Cabanis.
Sin embargo, en el caso de
nuestro personaje, no creo que todo eso le valiera para nada. Así que ingresó
muy jovencito en el Ejército.
Con sólo 13 años ingresó en un
regimiento de Artillería, sito en Estrasburgo. Dos años después, fue trasladado
a la Caballería, donde ya militaría toda su vida.
Cuando cumplió 20 años, ya era
capitán e ingresó en una unidad de caballería escocesa, perteneciente a la
Guardia Real de Francia. Al entrar en ese cuerpo, fue ascendido a teniente coronel.
Evidentemente, para estar en esa
unidad había que ser un noble. Sin embargo, como, en 1789, confesó sus
preferencias por el régimen republicano, fue trasladado a otra unidad, lejos de
los monarcas.Supongo que ese amor a la República, cuando llegó ésta, le valió otro ascenso a coronel y el mando de unidades de caballería en la zona sur del país, durante las Guerras de la Convención, estando a las órdenes del famoso general La Fayette.
También hizo un buen papel en la
defensa de Nantes, durante la guerra de la Vendée, de la cual ya escribí hace
tiempo en otro artículo. Ahí estuvo bajo el mando del general Hoche.
No obstante, como Robespierre y
sus seguidores, veían traidores por todas partes, Grouchy, al formar parte de
la nobleza, fue expulsado del Ejército. Así que tuvo que esperar a la caída del
“Insobornable”, en 1794, para volver a la vida militar.
Posteriormente, también luchó
durante el episodio del desembarco de los monárquicos exiliados en la playa de
Quiberon. Hace tiempo, escribí otro artículo
sobre este hecho.
Como general, intervino en las
guerras de Italia y fue herido en varias ocasiones, siendo condecorado por
ello.
Incluso, en 1799, luchó en la
batalla de Novi, en el Piamonte, contra austriacos y rusos. Allí, los franceses,
resultaron derrotados y Grouchy, fue capturado
por los rusos. Llegando a estar casi un año en poder de éstos.
No estuvo conforme con el golpe
de Estado que dio Napoleón, en Brumario, para quedarse como cónsul único. Sin
embargo, más tarde, Napoleón le exigió que le jurara lealtad y lo hizo. Desde
entonces, siempre le fue fiel. Este es un dato que retrata a este personaje.
Posteriormente, combatió
heroicamente en la actual Alemania. Siendo herido de gravedad en la batalla de Eylau.
También estuvo en otros frentes,
como Austria, Prusia, Polonia, Italia, España. Siempre al mando de unidades de
caballería.
Precisamente, le pilló el Dos de
Mayo de 1808 en Madrid.Estaba alojado en la casa de un noble, en la plaza del Ángel, muy cerca de la Puerta del Sol, cuando se produjo la mayor refriega entre los franceses y los españoles.
Posteriormente, fue nombrado gobernador de Madrid y tuvo que reprimir esas revueltas populares.
En la campaña de Rusia fue
nombrado jefe del III Cuerpo de Caballería y, ya en Moscú, le fue encomendada
la jefatura de la escolta de Napoleón, llamada, popularmente, “El escuadrón
sagrado” compuesta, exclusivamente, por
oficiales de alta graduación. Está muy claro que el emperador conocía quiénes
eran sus militares más leales.
Lógicamente, también participó en
la dramática retirada de las fuerzas napoleónicas del territorio ruso.
Con el regreso de la monarquía,
en la persona de Luis XVIII, no se le perdonó que hubiera apoyado a Napoleón, a
pesar de su origen noble. Así que tuvo que abandonar el Ejército.
Tras el regreso del emperador de
la isla de Elba, volvió al servicio activo, dentro de las fuerzas imperiales.
Se le encomendó el mando de las fuerzas de reserva de Caballería y derrotó en
el sur de Francia a las tropas del duque de Angulema.
Posteriormente, se unió a las
tropas de Napoleón, para enfrentarse a las fuerzas de la Séptima Coalición, que
se había formado urgentemente, a petición del Congreso de Viena.
Fue todo tan
rápido que el mismo general Wellington tuvo que abandonar un baile en Bruselas,
para ponerse al frente de sus tropas.
Uno de los brazos de la misma
estaba al mando del mariscal Ney y el otro, al mando de Grouchy.
Antes de que comenzara la batalla
de Waterloo, Napoleón, vio muy claro que la clave de la victoria estaba en que
no se unieran las fuerzas aliadas de los británicos con las de los prusianos.
Así que le dio una orden muy clara a Grouchy, tenía que perseguir a las fuerzas
del general prusiano von Blücher para desviarlos del lugar del enfrentamiento a
fin de que no intervinieran en la batalla.
Entre el 18 y el 19 de junio de
1815, los franceses y los prusianos jugaron a perseguirse, como un gato y un
ratón.
Antes del comienzo de la batalla
de Waterloo, las fuerzas de Grouchy se enfrentaron a tropas prusianas en Ligny,
venciendo los galos.
Sin embargo, Wellington, vio
claro que iba a necesitar muy pronto esas fuerzas prusianas. Así que pidió que
volvieran con refuerzos. Hasta entonces, se dedicó a defenderse de los ataques
franceses. Este general británico se hizo famoso por lo bien que sabía
defenderse, porque casi nunca tomaba la iniciativa a la hora de atacar.
Además, tuvo la habilidad de
elegir las mejores posiciones para la batalla. Parece ser que ya había
explorado ese terreno, anteriormente.
Lo que hizo von Blücher fue
encargar al general von Thielmann que distrajera a las fuerzas francesas,
mientras él llevaba el grueso del ejército para socorrer a Wellington.
Pronto, los franceses, comenzaron
a escuchar el ruido de los cañonazos en la lejanía. Estaba muy claro que la
gran batalla había comenzado.
Varios de sus oficiales fueron a
hablar con Grouchy y allí se dieron cuenta de que su jefe era un hombre
tremendamente disciplinado, pero que carecía de iniciativa.
Ciertamente, era un tipo
valiente, pero nunca fue un temerario, como Murat, ni un inconsciente, como Ney.
No obstante, había recibido 19 heridas a lo largo de su vida militar.
Napoleón le había estado enviando
correos en los que le pedía que no perdiera de vista a los prusianos y los
mantuviera alejados de la batalla. No obstante, cuando perdió el contacto con
el emperador, no se le ocurrió obrar por su cuenta, sino que siguió haciendo lo
mismo.
Habría que decir, en su descargo,
que el emperador, le había enviado algunas órdenes claramente contradictorias.
Sus oficiales, entre ellos, el
famoso mariscal Gerard, fueron a pedirle que les dejara ir a la batalla. Sin
embargo, Grouchy, se negó a ello, argumentando que no había recibido ninguna
contraorden del emperador y seguiría persiguiendo a los prusianos.
Curiosamente, Napoleón, era un
militar que siempre había fomentado que sus mandos utilizaran la iniciativa
propia para solventar estos problemas, durante el combate. Lo cierto es que
esta vez no disponía de sus mejores generales. Muchos de ellos estaban ya
jubilados o no quisieron unirse a sus tropas.
Sin embargo, los prusianos, consiguieron
darle esquinazo a
Grouchy. Dieron la vuelta y, cuando Napoleón, ya veía la batalla
como ganada, se presentaron en la misma.Al mismo tiempo, el bueno de Grouchy, que se hallaba a pocos kilómetros del lugar de la batalla, ni siquiera se le ocurrió acercarse a la misma, porque nadie se lo había ordenado. Continuó buscando por todas partes a los prusianos, sin sospechar que ya habían acudido a la batalla.
Napoleón siempre tuvo muy claro que, si Grouchy hubiera acudido con sus tropas, la victoria hubiera estado del lado francés, pero, según dijo no se presentó allí “no porque él haya tenido la intención de traicionarme, sino porque le faltaba energía”.
Parece ser que Napoleón era un tipo que sabía mover muy bien a sus tropas.
A pesar de que la mayoría de sus fuerzas siempre habían estado compuestas por franceses, para quedar bien con ellos, en muchas batallas, no dudó en desplegar en la vanguardia a los voluntarios extranjeros que se había unido a sus tropas.
En la campaña de Rusia, de las
300.000 bajas que tuvo su ejército,
sólo un 10% de ellos eran franceses.
Supongo que era una forma de quedar bien con sus conciudadanos y de ganarse su
apoyo. Además, parece ser que nunca se fio demasiado de los voluntarios
extranjeros.
Precisamente, alguno de los generales
extranjeros, que habían estado bajo su mando, ahora estaban en el bando de Wellington.
Volviendo a nuestro personaje de
hoy, hay que decir que los prusianos se enfrentaron con una fuerza de unos
17.000 hombres contra las tropas de Grouchy, que les doblaban en número.
El enfrentamiento,
llamado, posteriormente, batalla de Wavre, quedó en tablas, pero duró el tiempo
suficiente para que el grueso de las fuerzas prusianas se pudiera incorporar a
Waterloo.
Cuando Grouchy, a la mañana siguiente,
se enteró de su tremendo error, sólo
hizo una cosa correcta, retirarse ordenadamente y conducir sus tropas hacia
París. Fue toda una hazaña, pues consiguió zafarse de todas las tropas enemigas
y no perdió ni un solo hombre.
Napoleón se presentó al mando de
sus tropas en un estado físico deplorable. Padecía cistitis y hemorroides, que
se habían agravado al cabalgar durante varias horas y no le habían dejado
dormir.
No era muy mayor, pues sólo tenía
46 años. Unos meses más que su oponente, Wellington. Sin embargo, en el caso de
von Blücher, ya había cumplido los 72, aunque poseía un envidiable buen estado
físico y no le importaba combatir junto a sus tropas.
El mariscal Ney, viendo que
Napoleón no estaba en plena forma, quiso pensar por su cuenta. Así que, como le
pareció que Wellington había ordenado retroceder a sus tropas, no se le ocurrió
otra cosa que ordenar una carga con todas las unidades de caballería. Al llegar
a la cima de la colina, estos miles de jinetes, se encontraron con los
británicos, que habían formado en cuadros, matando a muchos franceses y dejando
a Bonaparte sin caballería.
Incluso, un militar británico, el
teniente general Thomas Picton, que había perdido su equipaje, fue al combate,
encabezando sus tropas de infantería, vestido de civil y “armado” con un
ridículo paraguas, en lugar del correspondiente sable. No hará falta decir que
se lo cargaron a la primera. No obstante, algunas malas lenguas dicen que
podría haber recibido un disparo de sus propias tropas, pues era muy odiado por
sus soldados.
De todas formas, eso debería de
ser normal entre los oficiales británicos,
porque Wellington siempre hablaba
muy mal de las tropas que tenía bajo su mando.
Por el contrario, Napoleón y sus
oficiales mimaban a sus tropas y
siempre ascendían a sus soldados sólo por sus
méritos en combate y no por su cuna. Solía decir que “todo soldado francés
lleva en su mochila el bastón de mariscal”. Era cuestión de ganárselo a pulso.
Curiosamente, el mismo general Cambronne, jefe de la famosa
Guardia Imperial francesa, que no quiso rendirse a los aliados, casó con una dama británica, unos años más
tarde.
Tras el destierro de Napoleón a
Santa Elena, Grouchy, fue mal visto por todos sus antiguos compañeros. Incluso,
se le acusó de traición, para intentar enfrentarle a un consejo de guerra y
condenarle a muerte, pero no se llevó a cabo.
Por si acaso, como otros muchos
bonapartistas, tomó el camino del exilio hacia América, donde vivió varios años.
De hecho, figuraba en la lista de los traidores que elaboró el ministro Fouché
y se la presentó a Luis XVIII.
Con él, viajaron sus dos hijos, Alphonse y Víctor,
que también eran militares. Los tres llegaron a Baltimore a comienzos de 1816. Para no ser reconocido, nuestro
personaje utilizó documentación falsa a nombre de Charles Gauthier.
En 1818, el general Gourgaud, que
había acompañado a Napoleón al exilio en Santa Elena, publicó una obra llamada
“La campaña de 1815”. En ella, su autor, criticaba duramente la actuación de
Grouchy en Waterloo.
Poco más tarde, nuestro personaje
le contestó con otra obra “Observaciones sobre la campaña de 1815”, donde
rebatía todo lo dicho por el anterior. Posteriormente, publicó varios escritos
más, donde intentaba explicar su comportamiento en Waterloo.
En 1821, fue amnistiado y volvió
a Francia, aunque tuvo que seguir aguantando que le consideraran como el
culpable de la derrota en Waterloo.
En 1830, el rey Luis Felipe, le
restauró sus rangos de mariscal y de par de Francia. Algo que no gustó a muchos
de sus antiguos compañeros.
Hasta el propio escritor
austriaco, Stephan Zweig, en su obra “Momentos estelares de la Humanidad”, le
echa toda la culpa a Grouchy de la derrota de Napoleón en Waterloo.
Sin embargo, yo pienso que Ney
también tuvo una gran parte de culpa, al cargar con toda la caballería francesa
contra los cuadros británicos. Fracasó en el intento y, de paso, Napoleón, le
echó una gran bronca, porque, prácticamente, se quedó sin jinetes para oponer a
los de los aliados.
La única posibilidad
que tenían, para poder alcanzar la victoria, era enfrentarse primero a uno y
luego a otro.
Eso lo sabía perfectamente Bonaparte y, por ello, le encargó a su
fiel mariscal Grouchy que alejara a los prusianos de la batalla.
Lo que no llegó a saber nuestro
personaje es que los prusianos dividieron sus fuerzas en dos.Así, dejaron una pequeña parte de las mismas para entretener a Grouchy, mientras que el grueso del Ejército dio la vuelta y se presentó a tiempo en la batalla.
Si Grouchy hubiera dejado de
perseguir a los prusianos, éstos se hubieran presentado, al completo, en la
batalla, y, al ser más que las tropas francesas, también les hubieran vencido.
Aunque parezca mentira, el único
que nunca le culpó de nada fue el propio Napoleón.
Él sabía perfectamente que
Grouchy se había portado de la manera en que él le había enseñado y nunca había
dejado de serle fiel. Es lo que tiene hacer prevalecer la disciplina por encima
de la razón, algo que en España nunca podremos entender.
No se puede exigir a
una persona que deje de pensar por su cuenta y luego echarle en cara que no lo
haya hecho.
Muy a pesar de la gente que pedía
su cabeza, el mariscal Grouchy, murió plácidamente en 1847, a la edad de 80 años,
en una ciudad cercana a los Alpes.
Además, su cadáver fue enterrado en el
famoso cementerio parisino de Père Lachaise.