Nuestro personaje de hoy fue una
mujer formada durante el siglo XIX, donde, por lo que se ve, a las mujeres les
daban un papel secundario en la sociedad. Sin embargo, el caso que traigo hoy
al blog, a primera vista, podría parecer
el de la ocultación de una escritora, llevado hasta un límite poco creíble. No obstante,
ya os digo que fue absolutamente real y, por eso mismo, totalmente
injusto.
María de la O Lejárraga García,
que así es cómo se llamaba, nació en diciembre de 1874, en el municipio riojano
de San Millán de la Cogolla. Un sitio muy adecuado para un escritor, pues en el
Monasterio de San Millán de esa localidad, fue donde se descubrieron las
famosas Glosas Emilianenses, datadas de finales del siglo X, que, aunque ahora
está en discusión ese tema, durante muchos años se han considerado como la
muestra más antigua del idioma castellano.
La importancia de esta Glosas
radica en que al margen de algunas de esas páginas, alguien escribió, en plena
Edad Media, lo que se ha calificado como la primera muestra escrita del
castellano, aunque ahora se crea que podría estar escrito en el lenguaje
navarro-aragonés, que se hablaba en esa zona en aquel período de la Historia.
Ella nació y creció en el seno de
una familia culta, pues su padre era un cirujano. Más tarde, se trasladó con su
familia a Madrid, donde su padre siguió ejerciendo su profesión. A su llegada a
la capital, vivieron en el barrio de Carabanchel.
María realizó sus estudios en la
llamada Asociación para la Enseñanza de la Mujer, un organismo fundado por
Fernando de Castro y Pajares. Se trataba de una institución dedicada a formar a
las mujeres procedentes de la clase media. Algo parecido a la Institución Libre
de la Enseñanza. Las dos tenían una ideología tomada del krausismo, mediante la
cual se intentaba formar a la gente para transformar la sociedad desde dentro,
sin tener que recurrir a ninguna revolución ni nada por el estilo. La
diferencia estaba en que en la Institución parece que ingresaban personas de
una clase más alta que en la Asociación.
Fernando de Castro no era ningún
desconocido en el ámbito intelectual. Era catedrático de Derecho y llegó a ser
rector de la antigua Universidad Central de Madrid. Hoy en día, llamada
Universidad Complutense.
Precisamente, durante su mandato,
fomentó las llamadas “conferencias dominicales”, que se daban en ese centro, con
entrada libre y gratuita. O sea, igualito que ahora.
Esta Asociación, que tuvo su sede
en varios lugares de Madrid, acabó radicándose, definitivamente, en la calle de
San Mateo, 15. Justo al lado de donde ahora se halla el Museo del Romanticismo.
En aquella época, el problema de
las niñas de las clases medias es que, por un lado, sus familias no podían
contratar una institutriz, como se solía hacer entre las clases altas. Por
otro, tampoco deseaban ir a los colegios públicos, donde la enseñanza sólo era,
más o menos, obligatoria entre los 6 y los 9 años y donde sólo recibían una
formación muy básica. Así que muchas de ellas solían formarse en un centro
religioso, donde sólo las preparaban para ser unas buenas amas de casa a partir
de los 15 años, que era cuando sus familias les empezaban a buscar un marido.
Todo esto, es posible que lo
desarrolle, posteriormente, en otro de mis artículos, para no alargarme
demasiado con éste.
Lo cierto es que María salió de
ese centro convertida en maestra y, durante un tiempo, ejerció el Magisterio.
Incluso, comenzó a escribir, pero no pudo publicar nada, pues vivía en una
sociedad donde aún no se apreciaba el papel de la mujer en ese ámbito.
En 1900, se casó con Gregorio
Martínez Sierra, un joven escritor madrileño al que había conocido poco antes y
que era 7 años más joven que ella. Algo poco habitual en esa época.
En un principio, éste se dedicó a
editar revistas culturales, aparte de escribir poesía. Más tarde, es cuando se
decide por escribir obras de teatro. De esa época data la revista
“Renacimiento”. Por sus páginas pasaron reseñas de obras de autores
modernistas, tanto españoles como extranjeros. Desgraciadamente, no llegó a
durar ni un año.
Parece ser que tuvieron más éxito
con la editorial Renacimiento, la cual duró 10 años, y en la que se publicaron
obras de los autores más importantes de esa época. Tanto nacionales, como
extranjeros.
A partir de ese momento, no
sabemos si esas obras de teatro fueron escritas sólo por él, por ella o por
ambos a la vez. Aunque sólo figuraba Gregorio como autor de las mismas.
Es posible que esta revista les llevara
a conocer a los intelectuales más importantes de su tiempo. De hecho, cuando
fundaron otra revista, llamada “Helios”, sus otros socios eran nada menos que
Juan Ramón Jiménez, Pedro González Blanco y Ramón Pérez de Ayala y fueron
asesorados por el mismísimo Rubén Darío.
Lo cierto es que se aventuraron a
probar en España el denominado “teatro del arte”, una especie de experiencia de
teatro total, que abarcaría más de un género artístico dentro de las representaciones.
Para ello, contaron con la
colaboración de gente tan famosa como Falla, Conr ado del Campo,
Turina, Rafael
de Penagos, Sigfrido Burman, etc. Por supuesto, también se añadieron al grupo
una serie de actores que ya descollaban en ese momento, como Catalina Bárcena.
Así, un día tan extraño para un
estreno, como fue el de la Nochebuena de 1916, estrenaron “El reino de Dios”,
una obra firmada por Martínez Sierra, de la cual no sabemos quién fue el verdadero
autor de la misma. El local elegido para ello fue el renovado Teatro Eslava,
situado en la calle Arenal, de Madrid.
Parece ser que les fue
francamente bien. En ese teatro llegaron a representar obras escritas tanto por
esta pareja, como por autores nacionales e internacionales. Incluso, el mismo
Falla, presentó allí su célebre “El sombrero de tres picos”, para el que María
había escrito el guion. Al igual que había hecho con “El amor brujo”.
Precisamente, ella llegó a tener
mucha amistad con Falla. En sus cartas, le suele llamar “Don Manué” e incluso,
él llega a firmarlas también con ese apodo o también con el de “Don Manué, er
de las músicas”. Algo llamativo para un hombre que tenía fama de ser muy serio.
El éxito de las representaciones
de este teatro se vio truncado por un acontecimiento totalmente inesperado. A
principios de marzo de 1922, una discusión entre dos autores teatrales noveles enfrentados,
sucedida en el saloncillo del teatro, dio lugar al homicidio de uno de ellos,
causado por un disparo del otro.
Unos dicen que la discusión vino
por un asunto de mujeres y otros porque uno de ellos acusaba al otro de ser el
causante del fracaso de una de sus obras, que había sido estrenada en ese mismo
teatro.
Tras ese altercado, parece ser
que el público ya no quiso acudir a un lugar donde se había cometido un crimen.
Así que la compañía de los Martínez Sierra se fue de allí en busca de otros escenarios
más propicios.
Mientras tanto, nuestra
protagonista no había perdido el tiempo. Se dedicó a escribir guiones y
libretos que le fueron encargados por otros autores famosos, como Marquina,
Arniches o Turina.
Incluso, tuvo tiempo de escribir
una serie de ensayos en la desaparecida revista Blanco y Negro. Curiosamente,
aunque los firmaba con el nombre de Gregorio, estos ensayos tenían un claro
enfoque feminista, donde expresaba sus ideas para intentar erradicar la
desigualdad que sufrían las mujeres.
Por otra parte, parece ser que la
compañía salió ganando, pues fueron acl amados en teatros de
grandes capitales,
como París, Londres o Nueva York. Incluso, varias de sus obras fueron adaptadas
para la realización de películas en Hollywood.
Realmente, a Martínez Sierra
siempre se le ha considerado un buen empresario y director de escena, que le
dio un aire renovador al teatro. Sin embargo, los actores sabían perfectamente
que él no había escrito, muchas de esas obras, que llevaban su autoría.
Curiosamente, en aquel momento, los
críticos literarios, ya le calificaban a él como uno de los autores españoles
consagrados. Al mismo nivel que Muñoz Seca, los hermanos Álvarez Quintero o
Jacinto Benavente.
No obstante, en su época se le tenía
por un listillo. Parece ser que, cuando le quedaban pocos años de vida, firmó
un documento, donde confesaba que las obras habían sido escritas con su mujer,
pero no quería renunciar a sus derechos.
Lo cierto es que esta pareja
llevaba una relación muy extraña. Aunque, desde 1922, ya se había producido la
separación entre ellos, a causa de las infidelidades del marido, ella seguía
escribiendo para él. Parece ser que María conservaba abundantes escritos de su
marido donde le pedía que le enviara más capítulos para tal o cual obra.
Esto es muy llamativo para una
persona como nuestra protagonista, que se tenía por muy feminista. Mientras
tanto, su marido llegó a tener una hija con su primera actriz, Catalina
Bárcena.
Curiosamente, al preguntarle en
una ocasión, a nuestro personaje, sobre
ese tema, ella respondió: “nuestras obras son hijas de un legítimo matrimonio y
tienen bastante con el nombre del padre.”
Lo cierto es que, a causa de la
popularidad de sus obras, no sólo se hizo famoso su marido, sino también la
primera actriz, que era la amante de éste. Mientras que a María no la conocía
casi nadie fuera del mundillo del teatro.
Durante la II República, María se
afilió al PSOE, siendo elegida diputada por Granada y vicepresidenta de la
Comisión de Instrucción Pública de las Cortes.
Parece ser que fue propuesta para
presentarse por esa provincia nada menos que por Fernando de los Ríos, futuro ministro
de Instrucción Pública.
En 1931, fundó la Asociación
Femenina de Educación Cívica, dirigido a las chicas de la clase media, pues
veía a otra institución, llamada el Lyceum Club, fundado anteriormente por
María de Maeztu, y donde ya había estado ella, como a una institución demasiado elitista.
En cambio, ella cree que las
mujeres pueden llegar a alcanzar su propia libertad a base del trabajo, la
educación y la igualdad en la sociedad. A partir de ahí, nuestro personaje, se
dedicó exclusivamente a la política, durante el periodo republicano.
En 1936, formó parte de la
dirección del Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo,
organismo presidido por Dolores Ibarruri, “la Pasionaria”. Más tarde, en
noviembre de ese año, fue enviada por el
Gobierno republicano a Suiza, como agregada comercial de nuestra embajada. Más
tarde, fue destinada a Bélgica, con el fin de organizar la llegada de los niños
españoles, que habían sido evacuados desde nuestro territorio. Allí le pilló el
fin de la Guerra Civil y nunca más regresó a España.
Al comienzo de la II Guerra
Mundial, se trasladó a Francia, donde, posteriormente, tuvo que residir de una
manera clandestina, para no ser capturada por la Gestapo, y donde pasó mucha
hambre.
En 1950, se embarcó hacia Nueva
York, para luego dirigirse hacia México y terminar residiendo en Argentina.
En 1947, se produjo el
fallecimiento de Gregorio Martínez Sierra y su única hija, fruto de su relación
con Catalina Bárcena, quiso reclamar para sí los derechos de autor. Así que
María esgrimió ese documento firmado por su padre ante testigos, en el cual
confesaba que esas obras se habían escrito a medias entre ambos.
Por alguna razón desconocida, a
partir de ese momento, empieza a firmar sus siguientes obras como María
Martínez Sierra. Algo inaudito en España, donde las mujeres no pierden sus
apellidos al casarse.
Es posible que lo hiciera para
aprovechar la fama de los apellidos de su marido y así no tener que empezar
desde cero, porque el nombre de ella no era conocido por el gran público. Es
probable que, por ello, para algunos autores en USA, su nombre estuviera al
mismo nivel que Ibsen, Chejov o Pirandello. Desgraciadamente, me da que, actualmente, no goza de tanta fama en España.
Curiosamente, en una carta
enviada a su hermano, la autora dice que muchas de esas obras son sólo suyas,
pero ella quiere que se crea que son de ambos, porque esa es su voluntad.
Incluso, cuando su marido se fue
de gira por América, y ella se quedó en España, solía escribirle para pedirle
nuevas obras, donde luego sólo aparecía la firma de él. Es preciso decir que ella
escribió alrededor de 100 obras de todo tipo, donde sólo aparecía el nombre de
su marido.
La verdad es que esta mujer nunca
tuvo mucha suerte. Se cuenta que, en cierta ocasión, enviaron un guion a Walt
Disney y éste no les contestó. Sin embargo, poco después, se estrenó “La dama y
el vagabundo”, en la cual, según dicen,
se puede apreciar que está inspirada en el guion anteriormente aportado.
Algunos autores afirman que esta
autora debería de estudiarse dentro de la famosa Generación del 98, sin
embargo, es posible que no se haya hecho debido a su clara militancia política.
Durante su exilio en Argentina
publicó dos de sus obras fundamentales: “Una mujer por los caminos de España”
(1952) y “Gregorio y yo: medio siglo de colaboración” (1953). En ellas, más o
menos, explica su papel en las obras firmadas exclusivamente por su marido.
Desgraciadamente, nunca pudo
volver a España. Murió en junio de 1974, en Buenos Aires, cuando le faltaban
algunos meses para cumplir los 100 años. Está enterrada en el famoso Cementerio de La Chacarita. Una de sus últimas frases fue: “Las
mujeres socialistas debemos enseñar la solidaridad humana”.