Casi siempre, hemos oído que la
mujer no tuvo un papel muy directo en la I Guerra Mundial. No obstante, poco a
poco, se van conociendo una serie de casos que desmienten esa creencia
generalizada.
Nuestro personaje de hoy se
llamaba Flora Sandes. Nació en 1876, en un pequeño pueblo perteneciente a la
región de North Yorkshire. Cerca del límite entre Inglaterra y Escocia.
Su padre fue un clérigo de origen
irlandés, perteneciente a la Iglesia Anglicana y su madre era ama de casa. Ella
era la menor de una familia numerosa, formada por el matrimonio y 8 hijos.
Tuvo la típica educación que se
les daba en esa época a las niñas de la clase media. Incluso, llegó a tener
varias institutrices. Conoció varios lugares de Inglaterra a causa de los cambios
de destino de su padre.
Sin embargo, parece ser que a
ella nunca le gustó ese tipo de vida que le tenían preparada. Así que se
aficionó a montar a caballo, aprendió a usar armas de fuego y hasta aprendió a conducir
en un viejo coche de carreras.
Empezó trabajando, en Londres,
como secretaria y, en sus ratos libres, se apuntó a un curso de enfermería.
Algo que le sería muy útil unos años después.
Parece ser que uno de sus tíos le
dejó en herencia una importante cantidad de dinero. Así que su naturaleza
aventurera le llevó a viajar por Egipto y residió un tiempo en Canadá y en USA.
En ese país, se dice que llegó a matar a un hombre en defensa propia.
Al inicio de la I Guerra Mundial,
ella vivía en Londres, junto a su padre y uno de sus sobrinos. Intentó alistarse como enfermera militar,
dentro del Ejército británico, pero fue rechazada por no haber hecho las
suficientes prácticas.
Así que, como no quería perderse
la guerra, consiguió ser aceptada como conductora de una ambulancia dentro de
una institución sanitaria de USA.
Por ese motivo, fue destinada al
frente de Serbia, donde luchaban contra el Ejército Austro-Húngaro.
Trabajó para la Cruz Roja de Serbia
y tuvo que acompañar al Ejército de ese país, en su retirada a través de
Albania, durante todo el frío invierno de 1915.
Al quedarse separada de su unidad
sanitaria, no se le ocurrió otra cosa que alistarse en el Ejército serbio,
donde sí admitían mujeres y, de hecho, se conocen muchos casos de mujeres
serbias que lucharon en ese conflicto.
Llegó a participar en diversos combates
cuerpo a cuerpo y en uno de ellos, fue gravemente herida, a causa de la
explosión de una granada, durante la batalla de Bitola, también llamada de
Monastir, librada contra las tropas búlgaras. Por ello, fue ascendida y
condecorada con la medalla más importante de ese país.
Parece ser que algunos soldados
se jugaron sus vidas por evacuarla del campo de batalla. Los heridos serbios
que no fueron evacuados fueron, posteriormente, asesinados por las tropas
búlgaras.
Más tarde, fue ingresada en un
hospital militar británico, situado en Tesalónica, donde consiguieron extraerle
los muchos fragmentos de metralla, que se habían introducido en su cuerpo. Allí
también fueron ingresados los soldados serbios que habían resultado heridos en
la misma batalla.
En 1916, llegó a escribir sus
memorias de guerra, cuya recaudación fue a parar a un fondo para ayudar a los
soldados y prisioneros serbios. Eso la dio mucha fama en su país.
Parece ser que coincidió en
Serbia con otra británica, la conocida líder sufragista Evelina Haverfield, que
también colaboraba como enfermera. Sin embargo, ésta fue evacuada cuando las
tropas serbias tuvieron que huir hacia Albania huyendo del enemigo.
No obstante, juntas crearon un
fondo internacional, cuya recaudación sirvió para mejorar las condiciones de vida
de los soldados y prisioneros serbios.
Incluso, ya en la posguerra, sirvió
para atender a los miles de niños serbios que habían quedado huérfanos.
Volviendo a nuestro personaje de
hoy, fue la única mujer británica que combatió en un frente de batalla durante
la I Guerra Mundial.
Se hizo muy popular entre sus compañeros,
porque compartía sus mismas aficion es, como fumar, beber y jugar a las cartas.
Incluso,
la tenían como un talismán, pues, después de haber participado en varios combates,
no había recibido ni un sólo rasguño.
No obstante, parece ser que la explosión de la
granada le afectó todo el lado derecho de su cuerpo. Desde el hombro hasta la
rodilla. Rompiéndole, también, por varios sitios, el brazo derecho.
Posteriormente, fue retirada del
frente a causa del empeoramiento de las heridas recibidas en combate. Así que
fue puesta al mando de un hospital militar. Incluso, fue la primera mujer
oficial del Ejército serbio. Acabando ese conflicto con el grado de capitán y
obteniendo un total de siete condecoraciones.
Incluso, llegó a sobrevivir a la
infame epidemia, conocida popularmente como “Gripe española”, que mató a
millones de personas por todo el mundo.
Durante el período de
entreguerras, se casó con un antiguo oficial zarista, llamado Yuri Yudenitch, 12
años menor que ella, que había estado a sus órdenes en el frente. La pareja se
quedó residiendo en Belgrado. Allí ella se ganó la vida como taxista.
Él la acompañó en su labor de
impartir conferencias por todo el mundo, dando a conocer sus experiencias
durante la guerra.
Curiosamente, en esas
conferencias, ella siempre se presentaba vestida con su uniforme de oficial del
Ejército serbio.
Cuando los alemanes invadieron la
antigua Yugoslavia, la pareja se presentó enseguida para ser movilizada. A
pesar de que ella ya había cumplido los 65 años. Sin embargo, la famosa “guerra
relámpago”, provocó que Yugoslavia fuera derrotada en sólo 11 días e impidió
que muchas tropas pudieran marchar al frente.
Así que fueron apresados, pero
enseguida fueron puestos en libertad. No obstante, Yuri, enfermó y, tras su
ingreso en un hospital, murió allí en septiembre de 1941 a causa de un fallo
cardiaco.
Durante la posguerra, retomó su
afición por los viajes en los que fue acompañada por Dick, su sobrino favorito.
En ese período, viajaron a Jerusalén, Sudáfrica y al actual Zimbabwe.
Posteriormente, ella volvió a su
país, viviendo en la casa de su familia en Suffolk, donde murió en 1956.
Curiosamente, aunque ya había
cumplido los 80 años, acababa de renovar su pasaporte, pues tenía intenciones
de seguir viajando a pesar de su ya longeva edad y de que había quedado
inválida y sólo podía moverse con la ayuda de una silla de ruedas.
En Serbia, siempre la han visto
como a una heroína. De hecho, le han dedicado calles y plazas y hasta emisiones
de sellos de correos conmemorativos.