Hoy, rebuscando entre revistas
antiguas, me ha llamado la atención un
artículo sobre este cura republicano. Así que he estado buscando más
información sobre él. La verdad es que hubo muy pocos dentro de las filas
republicanas, salvo los del País Vasco, porque el Gobierno de esa Comunidad
Autónoma fue atraído a última hora por el de la II República y ellos fueron
destinados como capellanes de sus combatientes.
Este no es el caso de nuestro
personaje. Nunca estuvo en el frente, sin embargo, cometió un “pecado horrendo”
para los ojos de la Iglesia de esa época, fue diputado en las Cortes
republicanas por el Partido Radical Socialista.
Bueno, como siempre, empecemos
por el principio. Nació en Oviedo en 1885. Su padre era un médico asturiano y
su madre era originaria de Vinaroz.
Su padre murió muy pronto y la
familia le envió a Granada, pues un hermano de su madre había sido nombrado
arzobispo de Granada.
Bajo la protección de su tío,
hizo estudios eclesiásticos y fue ordenado sacerdote en 1908, siendo nombrado
canónigo de su catedral.
Se permitió viajar por varios
países, donde pudo conocer su cultura y sus idiomas, aparte de especializarse
en Sociología.
Posteriormente, se doctora en esa
rama y fue profesor de la misma en la Universidad de Granada. También gozó de
gran fama como orador, impartiendo múltiples conferencias.
Se aficionó al escultismo, o sea,
el movimiento de los “Boys Scouts” y fue uno de los fundadores de esta organización
en España. Llevándola a Granada en 1913. Por ello, recibió muchas
felicitaciones, como la del rey Alfonso XIII, siéndole otorgada la medalla de
oro al mérito escultista, tanto a él como a su tío, el arzobispo.
También organizó centros obreros
y periódicos para los mismos y fomentó otras cosas para ellos, como la
construcción de casas baratas.
La vida le sonreía hasta que, en
1920, murió su tío y le sustituyó en el cargo el obispo de Almería, Vicente Casanova, el cual, desde entonces, le prohibió todas sus iniciativas. Hasta el
punto de tener que trasladar los boys scouts a otra sede, pues el arzobispo no
los quería en una que fuera propiedad de la Iglesia.
En 1922, el arzobispo Casanova, remató la faena, pues a nuestro personaje, que
era consejero delegado del periódico religioso “La Gaceta del Sur”, apoyó la
huelga de los obreros del gas y animó a los trabajadores del periódico para que
la apoyaran. Esa fue la gota que colmó el vaso.
No obstante, todavía le debían de
quedar amistades, pues permaneció en su puesto de Deán en la catedral, por
indicación del duque de San Pedro, uno de los principales prohombres de la
Granada de entonces.
Conoció a Manuel Azaña y éste le
invitó a entrar en el mundo de la política. Lo hizo dentro del Partido Republicano
Radical Socialista, cuyo líder era el catalán Marcelino Domingo. Para más INRI,
el emblema del partido se parecía mucho a los de las logias masónicas.
Evidentemente, tras ser elegido
en las primeras Cortes republicanas de 1931, se comportó como cualquier
diputado, o sea, obedeciendo las consignas de su partido.
Aparte de ello, dio muestras de
su ideología, faltando muchas veces al coro o también oponiéndose a las
manifestaciones públicas de tipo religiosos, como la tradicional procesión del
Corpus.
Por otra parte, hay que aclarar
que no fue el único sacerdote que fue elegido diputado para esas Cortes. Sin embargo,
los demás representaron a los partidos de la derecha y gozaron de todo tipo de
apoyos por parte de la jerarquía eclesiástica.
Cuando se votó el artículo 3 de
la Constitución, relativo a la separación entre la Iglesia y el Estado, votó a
favor de la moción, explicando que España está compuesta por gentes que son
católicas y otras que no lo son. Por tanto, el Estado ha de permanecer neutral para
no tener que imponer a nadie unas creencias religiosas. Lógicamente, todo esto
desató un escándalo en los círculos católicos de su ciudad.
Quizás, por ese motivo, el obispo
Lino Rodrigo, le mandó un “llamamiento paternal”, o sea, un primer aviso, para
que fuera tomando nota.
No contento con su “hazaña”
anterior, nuestro personaje votó, posteriormente, a favor del artículo 41,
relativo al divorcio, alegando que el Estado debe respetar las creencias de los
ciudadanos y no es competente para obligar a nadie a obrar contra el dictado de
su conciencia.
No obstante, aclara que él
respeta todas las opiniones sobre la indisolubilidad del matrimonio, pero que
sería un gran mal no aceptar la posibilidad del divorcio, regulado por una prudente
ley. Sería un paso más en la igualdad entre los sexos.
Visto esto, me estoy imaginando
las caras que estarían poniendo sus colegas del clero, al leer sus
declaraciones en la prensa, católica, por supuesto.
Lógicamente, no hubo que esperar
mucho para que el arzobispo de Granada, Casanova, le mandara un escrito, que
fue publicado en el diario El Debate (dirigido por Herrera Oria) y luego en
otros muchos periódicos católicos más, donde se le daba un plazo de 3 días para
que nuestro personaje diera una pública y cumplida satisfacción a los creyentes
católicos, los cuales estaban muy escandalizados a causa de sus declaraciones. En
el caso de no producirse esa satisfacción, sería suspendido “a divinis”, sin
perjuicio de otras penas a nivel canónico.
Para “arreglar” más el asunto, un
diario republicano granadino lo defendió afirmando que siempre había sido un
hombre de clara tendencia liberal y se honraba con su amistad.
Como no se produjo la
retractación de nuestro personaje, el obispo firmó el decreto de suspensión a
divinis con fecha 14/11/1931.
En las mismas Cortes se suscitó
un amplio debate sobre si la Iglesia podía sancionar a un diputado.
Al llegar a las Cortes el asunto
de la expulsión de los jesuitas de España, nuestro personaje también votó a
favor. Incluso, explica que está a favor, porque el Parlamento tiene que
obedecer el artículo 26 de la Constitución, relativo a la prohibición de la
enseñanza por parte de los religiosos. Además, está en contra de que en esa
Cámara e debatan asuntos entre partidarios y enemigos de la Iglesia, porque perjudican
a España.
Un año después de su sanción, el
obispo la convierte en definitiva y decreta la excomunión y la privación de
beneficio de Deán para nuestro personaje.
En este momento, el mismísimo
ministro de Justicia, Álvaro de Albornoz, que pertenece a su mismo partido, afirma que
la medida es una tentado del poder eclesiástico en la actividad de un
representante del pueblo.
El diario “El Defensor de Granada”,
en marzo de 1933, informa del decreto y afirma que el sacerdote siempre estuvo
del lado del liberalismo y del progreso. También dice que fue perseguido
durante la dictadura de Primo de Rivera y ahora lo es por la Iglesia.
Nuestro personaje declaró que no
tenía nada que reprocharse y que su conciencia estaba bien tranquila. No obstante,
acepta como creyente la condena de la Santa Sede, pero cree que no ha atacado
ni al dogma ni a la moral católica.
Para rizar más el rizo, se le
ofrecieron a nuestro personaje varios banquetes en Granada y en Madrid, donde
tuvo ocasión de declarar que siempre le ha guiado su ideal democrático,
siguiendo la doctrina del Evangelio y esto le obliga a tener cordialidad y
respeto al resto de los hombres.
También informó que se había
afiliado a ese partido, porque vio en él los ideales de solidaridad humana,
como él los podía entender.
Además, requirió al obispo para
que publicara todas las cartas que le envió en todo ese tiempo, para dar a conocer toda la verdad.
Por su condición de gran orador,
participó en muchos mítines junto a Azaña, afirmando ser republicano, porque la
II República defendía la libertad en el orden religioso y la justicia en el orden social. Aparte de eso,
en una de sus intervenciones dijo que “contra la República se han levantado dos
formidables diques: el capitalismo y el clericalismo”. Me parece que no se
equivocaba.
Al finalizar esa legislatura de
las Cortes, en 1933, se quedó sin trabajo, pues había perdido todos los que
tenía, por su antigua condición de sacerdote. Así que tuvo que opositar para
una plaza como maestro en la Escuela Normal de Granada.
Ganó esa plaza y allí conoció a otra
maestra, Josefina Roca-Fava, con la que, como ya no era sacerdote, se casó.
No me extraña que se fuera camino
del exilio, porque la Iglesia lo tendría a este hombre bien fichado y seguro
que no se iba a contentar simplemente con fusilarlo.
Así que, al final de la guerra,
su amigo el antiguo ministro Fernando de los Ríos, se lo llevó desde Valencia
hacia Francia, para acabar en México.
Hay que precisar que, durante su
estancia en Francia, fue nombrado cónsul honorario en la localidad fronteriza
de Perpiñán y desde allí pudo ayudar a muchos españoles.
En ese país, se reunió con otros
exiliados republicanos y pudo ganarse la vida dando clases de Humanidades en
varios centros, como el colegio “Madrid”, para los hijos de estos españoles.
Falleció en 1962 y fue enterrado
en México, pues no le permitieron regresar a España, a pesar de que ya le
habían quitado sus sanciones canónicas.
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