ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

sábado, 12 de marzo de 2022

LA GUERRA DE CRIMEA Y LOS MOTINES DEL PAN

 

Tenemos tendencia a pensar que lo que ocurre a varios miles de kilómetros de donde vivimos no nos va a afectar en absoluto. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que todos habitamos el mismo planeta y eso es algo que nos lo suele demostrar, muy a menudo, la propia naturaleza.

Hoy me voy a remontar a 1853. Rusia, que siempre ha sido un país muy imperialista, vio la ocasión de apoderarse de algunos territorios del decadente Imperio Otomano. Al que algunos denominaban “el hombre enfermo de Europa”.

De hecho, ya les habían arrebatado, a finales del XVIII, algunos territorios al norte del Mar Negro, como la famosa y estratégica península de Crimea.

Así que lo primero que hicieron fue expulsar a los tártaros musulmanes, que habitaban en esa zona y repoblarla con colonos cristianos, venidos de Alemania, Polonia y Serbia. Incluso, atrajeron colonos ortodoxos, procedentes del Imperio Otomano.

Dado que en la corte zarista siempre aspiraron a ser la tercera Roma, la primera excusa que encontraron fue que tenían que proteger a las minorías ortodoxas, que vivían en los territorios administrados por Turquía. Seguro que eso de la protección de las minorías os suena ahora de algo.

Posteriormente, animaron a los ortodoxos, que habitaban en los Santos Lugares a rebelarse tanto contra los turcos, como contra los católicos. Con la intención de ser los únicos que custodiaran esos territorios.

El gran historiador francés Jules Michelet calificó a Rusia como “un gigante frío y famélico, cuya boca se abre hacia el rico Occidente. Rusia es el cólera y el Imperio de la mentira”.

Como Grecia había obtenido su independencia del Imperio Otomano en 1832 y siempre se han llevado muy mal con los turcos, aparte de que, como también son ortodoxos, pues se aliaron con los rusos.

El otro bando lo formaron el Reino Unido, Francia, el Imperio Otomano y el Reino de Cerdeña. Éste último no sé qué pintaba ahí, pero ahí estuvo.

Ciertamente, no es que esos países fueran muy fervorosos cristianos. Lo que no querían era que Rusia ampliase su poder en Europa y Oriente Próximo a costa de los turcos.

Incluso, los británicos, miraban de reojo la expansión del Imperio Ruso, porque se les veía la intención de querer arrebatarles la India. Por eso mismo, fundaron Afganistán, como un Estado tapón entre ambos Imperios.

Así que la mayoría de los combates, que comenzaron en 1853, tuvieron lugar en el mismo sitio, donde hoy se está produciendo la guerra de Ucrania. O sea, en Crimea.

Al final, los rusos tuvieron que desistir por la gran cantidad de bajas que tuvieron. Aunque se dice que muchas de esas bajas no se debieron a las balas enemigas, sino al frío, el hambre y las enfermedades.

Incluso, entre el Ejército británico, que se suponía que era el más moderno, alrededor del 80% de los muertos se debían a la deficiente asistencia sanitaria.

Así que, en 1854, el secretario británico de Guerra, que conocía a Florence Nightingale y sus buenos resultados en el campo de la enfermería, le propuso desplazarse a ese frente.

Efectivamente, allí fue, acompañada de 38 enfermeras para hacerse cargo de los cuidados sanitarios.

Se encontraron con un auténtico drama. Los médicos no daban abasto para curar a tantos heridos y a los mandos militares no parecía que le importase mucho esto. No hay que olvidar que, tradicionalmente, los oficiales británicos eran todos nobles, mientras que los soldados no lo eran. Por ello, Florence, informó al Gobierno británico, el cual les suministró más medios.

Así que Florence y sus enfermeras tuvieron mucha faena para intentar bajar esa mortandad, que se debía, más que a las heridas del frente, a tifus, fiebre tifoidea, cólera y disentería. Al fin, lo lograron, en 1855, a base de una muy estricta limpieza y una adecuada ventilación de los hospitales de campaña.

Se considera que ésta fue una guerra moderna, porque en ellas se emplearon nuevos medios, como los barcos de vapor, ferrocarriles, el telégrafo y la fotografía (tanto a nivel del suelo, como desde globos cautivos).

Incluso, parece ser que el Gobierno británico le encargó a un fotógrafo, llamado Roger Fenton, hacer múltiples fotografías, mostrando, exclusivamente, la cara más amable de ese conflicto. Como podéis comprobar, lo de la desinformación no es algo propio de nuestra época. Ahí dicen que fue cuando nació el fotoperiodismo de guerra.

Realmente, con ello quisieron contrarrestar la mala opinión que estaban teniendo los británicos sobre esa guerra, pues ya había provocado unas 20.000 muertes de un total de 98.000 soldados enviados a ese conflicto.

No obstante, se calcula que en el bando ruso combatieron alrededor de 1.200.000 soldados y murieron unos 450.000. De ellos, sólo unos 100.000 en combate y el resto a causa de diversas enfermedades.

Sin embargo, como en aquella época todavía existía la prensa independiente, el corresponsal del afamado periódico británico The Times, William Howard Russell, se dedicó a contar, con toda crudeza, la realidad de lo que allí ocurría y eso alarmó a muchos británicos.

Los franceses también enviaron a otro fotógrafo, aunque, realmente, era arquitecto, y también era un ferviente seguidor de Napoleón III, que era el que reinaba en ese momento. Su nombre era Léon Eugène Méhédin.

Llegados a este punto, más de uno se preguntará ¿qué tendrá que ver todo este rollo con lo que ocurría, por entonces, en España? Pues mucho y ahora lo voy a narrar.

Los británicos solían importar el cereal de Rusia, pero, como estaban en guerra con ese país, pues dejaron de hacerlo. Así que dirigieron su mirada hacia España, 

que, incluso, les pillaba más cerca y, por tanto, los fletes les saldrían más baratos.

Lógicamente, si estos británicos les pagaban a los cerealistas un importe mucho más elevado por su grano, pues estaba muy claro a quién se lo iban a vender. El problema es que el Gobierno, encabezado por el general Espartero, quiso ser tan liberal, que no se le ocurrió controlar esas exportaciones. De esa manera, quedó totalmente desabastecido el mercado nacional. Más o menos, lo mismo que ocurrió en 1917.

Por ello, entre que se multiplicó, en España, el precio de los cereales y el aumento de impuestos, que ya había proyectado el Gobierno, pues estallaron los motines en muchos lugares de España.

Eso de que suban los precios y el Gobierno se niegue a bajar los impuestos que los gravan es lo mismo que está ocurriendo ahora en España con el gas y la electricidad.

Curiosamente, en 1856, fue cuando acabó la guerra de Crimea. Así que cayeron los precios de los cereales, pero no los precios a los consumidores españoles, porque la cosecha fue muy mala, a causa de las inundaciones, y el pan era casi lo único que comía la gente más modesta.

Así que el 22 de junio de 1856 empezaron los motines en Valladolid y los amotinados comenzaron atacando las fábricas de harinas, ya que culpaban a sus propietarios del aumento de los precios. También asaltaron algunos almacenes y viviendas de ciertos empresarios de ese ramo.

Parece ser que el capitán general de esa región presionó al gobernador civil de Valladolid para que declarara el estado de guerra. Algo que se podía hacer en aquella época, sin necesidad de que lo hiciera el Gobierno central.

Por lo visto, existía una gran rivalidad entre ambos. El gobernador civil, Domingo Saavedra, pretendía acabar con el motín con métodos pacíficos, mientras que el militar lo quería hacer por la fuerza.

No obstante, los amotinados consiguieron que los motines se multiplicaran en otras provincias y también incendiaron varias fábricas de harina. Por lo visto, el gobernador civil, intentó pararlos, pero fue herido y arrojado al Canal de Castilla, donde estaban la mayoría de las harineras.

Parece ser que a estos amotinados se unieron varios miembros de la Milicia Nacional. Algo que no gustó nada al ministro de la guerra, que era el general Leopoldo O’Donnell. A éste no se le ocurrió otra cosa que movilizar al Ejército y ordenarle que reprimiera esos motines a tiro limpio.

Incluso, se produjeron motines en Burgos. Allí hubo una serie de personas que se enfrentaron a los arrieros, que llevaban sus carros llenos de grano, camino de Santander, el puerto de Castilla, para embarcarlo hacia el Reino Unido. Así que se dedicaron a repartirlo entre todas las personas que acudieron al lugar e incendiaron el sobrante. Posteriormente, los motines se reprodujeron en las provincias de Palencia y Zamora

El Gobierno progresista ordenó a Escosura que se desplazara a la zona amotinada para enterarse del motivo de esas protestas.

Curiosamente, Patricio de la Escosura, que era el ministro de Gobernación y un autor teatral muy famoso en aquella época, redactó un informe donde daba la razón a los amotinados, indicando que lo hacían por hambre, y criticando la actuación del Ejército. De hecho, el hambre también había dado lugar a una epidemia de cólera.

Así que esa actitud le enemistó con el general O’Donnell. Por el contrario, el general Espartero, que era el presidente del Consejo de Ministros, intentó reconciliarles, pero no hubo forma. Así que pretendió dar una salida un poco radical a la cuestión. Les propuso continuar los dos o dimitir los dos.

Esta solución parece que no le gustó nada a la reina y prefirió cesar a Escosura, conservando a O’Donnell. Curiosamente, eso tampoco le hizo ninguna gracia a Espartero, así que dimitió de su cargo.

Por tanto, el Gobierno cayó. El nuevo presidente era el general O’Donnell y el nuevo ministro de Gobernación era Ríos Rosas.

Supongo que O´Donnell no querría tener cerca a alguien que le pudiera hacer sombra y le recordara sus actos represivos contra los amotinados. Así que creó un cargo nuevo, nada menos que en Filipinas, y allí envió a Escosura.

Lógicamente, si hubiera habido colonias en Marte, pues allí lo habría enviado. Con tal de no verle la cara.

Me parece muy normal que el ministro Escosura se quejara de la represión llevada a cabo por el Ejército, porque fue brutal.

El responsable de esta dura represión fue el capitán general de Castilla la Vieja, teniente general Joaquín Armero y Fernández de Peñaranda. Un tipo bastante cruel, que justificó esa represión, alegando que se trataba de unos conatos de rebelión organizados por los carlistas. Lo cual era falso, aunque entre los amotinados figuraran algunos conocidos carlistas. El Gobierno le condecoró, por estos actos, con la Gran Cruz del Mérito Militar.

También pretendieron culpar de la organización de estos motines a los jesuitas. Lo cual, también se demostró que era falso.

Por lo visto, hubo cientos de detenidos, que fueron llevados ante consejos de guerra. Llegaron a condenar y fusilar a 21 personas, 2 de ellas eran mujeres. Otros 61 murieron en las cárceles, aunque se cree que fueron más, pues las autoridades no permitieron que se inscribieran en los registros civiles.

Parece ser que estos hechos y su posterior represión fueron publicados en diversos periódicos extranjeros, dando lugar a una condena internacional hacia el Gobierno de España.

Por lo visto, hasta el clero se dirigió por carta a la reina para solicitarle que parasen esas ejecuciones, sin embargo, no les hizo ningún caso.

Parece ser que una reacción ante las ejecuciones fueron los incendios de fincas de los grandes cerealistas. Provocaron tantos incendios que las autoridades no daban abasto para apagarlos.

Ciertamente, los alcaldes de muchas poblaciones pusieron a la venta pan a mitad de precio para calmar los ánimos e intentar que los motines no llegaran hasta sus municipios. En algunos de ellos, los alcaldes llegaron a disolver la Milicia.

Posteriormente, se dieron algunos pequeños motines en diversas localidades del sur de España. Incluso, resurgió el fenómeno del bandolerismo en los caminos que comunicaban las ciudades.

Como es normal, estos motines se fueron apagando en cuanto bajó el precio de los cereales y, por tanto, el del pan.

Unos años después, la reina visitó esas localidades castellanas, donde se habían producido esos motines, siendo recibida con muestras de cariño. Salvo, como es lógico, por los carlistas.

 

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