Tenemos tendencia a pensar que lo que ocurre a varios miles de kilómetros de donde vivimos no nos va a afectar en absoluto. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que todos habitamos el mismo planeta y eso es algo que nos lo suele demostrar, muy a menudo, la propia naturaleza.
Hoy me voy a remontar a 1853.
Rusia, que siempre ha sido un país muy imperialista, vio la ocasión de
apoderarse de algunos territorios del decadente Imperio Otomano. Al que algunos
denominaban “el hombre enfermo de Europa”.
De hecho, ya les habían
arrebatado, a finales del XVIII, algunos territorios al norte del Mar Negro,
como la famosa y estratégica península de Crimea.
Así que lo primero que hicieron
fue expulsar a los tártaros musulmanes, que habitaban en esa zona y repoblarla
con colonos cristianos, venidos de Alemania, Polonia y Serbia. Incluso,
atrajeron colonos ortodoxos, procedentes del Imperio Otomano.
Posteriormente, animaron a los
ortodoxos, que habitaban en los Santos Lugares a rebelarse tanto contra los
turcos, como contra los católicos. Con la intención de ser los únicos que
custodiaran esos territorios.
El gran historiador francés Jules
Michelet calificó a Rusia como “un gigante frío y famélico, cuya boca se abre
hacia el rico Occidente. Rusia es el cólera y el Imperio de la mentira”.
Como Grecia había obtenido su independencia del Imperio Otomano en 1832 y siempre se han llevado muy mal con los turcos, aparte de que, como también son ortodoxos, pues se aliaron con los rusos.
El otro bando lo formaron el
Reino Unido, Francia, el Imperio Otomano y el Reino de Cerdeña. Éste último no
sé qué pintaba ahí, pero ahí estuvo.
Ciertamente, no es que esos
países fueran muy fervorosos cristianos. Lo que no querían era que Rusia ampliase
su poder en Europa y Oriente Próximo a costa de los turcos.
Incluso, los británicos, miraban
de reojo la expansión del Imperio Ruso, porque se les veía la intención de
querer arrebatarles la India. Por eso mismo, fundaron Afganistán, como un
Estado tapón entre ambos Imperios.
Así que la mayoría de los combates,
que comenzaron en 1853, tuvieron lugar en el mismo sitio, donde hoy se está
produciendo la guerra de Ucrania. O sea, en Crimea.
Incluso, entre el Ejército
británico, que se suponía que era el más moderno, alrededor del 80% de los
muertos se debían a la deficiente asistencia sanitaria.
Así que, en 1854, el secretario
británico de Guerra, que conocía a Florence Nightingale y sus buenos resultados
en el campo de la enfermería, le propuso desplazarse a ese frente.
Se encontraron con un auténtico
drama. Los médicos no daban abasto para curar a tantos heridos y a los mandos
militares no parecía que le importase mucho esto. No hay que olvidar que,
tradicionalmente, los oficiales británicos eran todos nobles, mientras que los
soldados no lo eran. Por ello, Florence, informó al Gobierno británico, el cual
les suministró más medios.
Así que Florence y sus enfermeras
tuvieron mucha faena para intentar bajar esa mortandad, que se debía, más que a
las heridas del frente, a tifus, fiebre tifoidea, cólera y disentería. Al fin,
lo lograron, en 1855, a base de una muy estricta limpieza y una adecuada
ventilación de los hospitales de campaña.
Se considera que ésta fue una guerra moderna, porque en ellas se emplearon nuevos medios, como los barcos de vapor, ferrocarriles, el telégrafo y la fotografía (tanto a nivel del suelo, como desde globos cautivos).
Incluso, parece ser que el
Gobierno británico le encargó a un fotógrafo, llamado Roger Fenton, hacer
múltiples fotografías, mostrando, exclusivamente, la cara más amable de ese
conflicto. Como podéis comprobar, lo de la desinformación no es algo propio de
nuestra época. Ahí dicen que fue cuando nació el fotoperiodismo de guerra.
Realmente, con ello quisieron
contrarrestar la mala opinión que estaban teniendo los británicos sobre esa
guerra, pues ya había provocado unas 20.000 muertes de un total de 98.000
soldados enviados a ese conflicto.
No obstante, se calcula que en el
bando ruso combatieron alrededor de 1.200.000 soldados y murieron unos 450.000.
De ellos, sólo unos 100.000 en combate y el resto a causa de diversas
enfermedades.
Sin embargo, como en aquella época todavía existía la prensa independiente, el corresponsal del afamado periódico británico The Times, William Howard Russell, se dedicó a contar, con toda crudeza, la realidad de lo que allí ocurría y eso alarmó a muchos británicos.
Los franceses también enviaron a
otro fotógrafo, aunque, realmente, era arquitecto, y también era un ferviente
seguidor de Napoleón III, que era el que reinaba en ese momento. Su nombre era
Léon Eugène Méhédin.
Llegados a este punto, más de uno
se preguntará ¿qué tendrá que ver todo este rollo con lo que ocurría, por
entonces, en España? Pues mucho y ahora lo voy a narrar.
Los británicos solían importar el cereal de Rusia, pero, como estaban en guerra con ese país, pues dejaron de hacerlo. Así que dirigieron su mirada hacia España,
que, incluso, les pillaba más cerca y, por tanto, los fletes les saldrían más baratos.Lógicamente, si estos británicos
les pagaban a los cerealistas un importe mucho más elevado por su grano, pues
estaba muy claro a quién se lo iban a vender. El problema es que el Gobierno,
encabezado por el general Espartero, quiso ser tan liberal, que no se le
ocurrió controlar esas exportaciones. De esa manera, quedó totalmente
desabastecido el mercado nacional. Más o menos, lo mismo que ocurrió en 1917.
Por ello, entre que se
multiplicó, en España, el precio de los cereales y el aumento de impuestos, que
ya había proyectado el Gobierno, pues estallaron los motines en muchos lugares
de España.
Curiosamente, en 1856, fue cuando
acabó la guerra de Crimea. Así que cayeron los precios de los cereales, pero no
los precios a los consumidores españoles, porque la cosecha fue muy mala, a
causa de las inundaciones, y el pan era casi lo único que comía la gente más
modesta.
Así que el 22 de junio de 1856
empezaron los motines en Valladolid y los amotinados comenzaron atacando las
fábricas de harinas, ya que culpaban a sus propietarios del aumento de los
precios. También asaltaron algunos almacenes y viviendas de ciertos empresarios
de ese ramo.
Por lo visto, existía una gran
rivalidad entre ambos. El gobernador civil, Domingo Saavedra, pretendía acabar
con el motín con métodos pacíficos, mientras que el militar lo quería hacer por
la fuerza.
No obstante, los amotinados consiguieron que los motines se multiplicaran en otras provincias y también incendiaron varias fábricas de harina. Por lo visto, el gobernador civil, intentó pararlos, pero fue herido y arrojado al Canal de Castilla, donde estaban la mayoría de las harineras.
Parece ser que a estos amotinados
se unieron varios miembros de la Milicia Nacional. Algo que no gustó nada al
ministro de la guerra, que era el general Leopoldo O’Donnell. A éste no se le
ocurrió otra cosa que movilizar al Ejército y ordenarle que reprimiera esos
motines a tiro limpio.
Incluso, se produjeron motines en
Burgos. Allí hubo una serie de personas que se enfrentaron a los arrieros, que llevaban
sus carros llenos de grano, camino de Santander, el puerto de Castilla, para
embarcarlo hacia el Reino Unido. Así que se dedicaron a repartirlo entre todas
las personas que acudieron al lugar e incendiaron el sobrante. Posteriormente,
los motines se reprodujeron en las provincias de Palencia y Zamora
El Gobierno progresista
ordenó a Escosura que se desplazara a la zona amotinada para enterarse del
motivo de esas protestas.
Así que esa actitud le enemistó
con el general O’Donnell. Por el contrario, el general Espartero, que era el
presidente del Consejo de Ministros, intentó reconciliarles, pero no hubo
forma. Así que pretendió dar una salida un poco radical a la cuestión. Les
propuso continuar los dos o dimitir los dos.
Esta solución parece que no le
gustó nada a la reina y prefirió cesar a Escosura, conservando a O’Donnell.
Curiosamente, eso tampoco le hizo ninguna gracia a Espartero, así que dimitió
de su cargo.
Por tanto, el Gobierno cayó. El
nuevo presidente era el general O’Donnell y el nuevo ministro de Gobernación
era Ríos Rosas.
Supongo que O´Donnell no querría tener cerca a alguien que le pudiera hacer sombra y le recordara sus actos represivos contra los amotinados. Así que creó un cargo nuevo, nada menos que en Filipinas, y allí envió a Escosura.
Lógicamente, si hubiera habido
colonias en Marte, pues allí lo habría enviado. Con tal de no verle la cara.
Me parece muy normal que el
ministro Escosura se quejara de la represión llevada a cabo por el Ejército,
porque fue brutal.
El responsable de esta dura represión
fue el capitán general de Castilla la Vieja, teniente general Joaquín Armero y
Fernández de Peñaranda. Un tipo bastante cruel, que justificó esa represión,
alegando que se trataba de unos conatos de rebelión organizados por los
carlistas. Lo cual era falso, aunque entre los amotinados figuraran algunos
conocidos carlistas. El Gobierno le condecoró, por estos actos, con la Gran
Cruz del Mérito Militar.
También pretendieron culpar de la
organización de estos motines a los jesuitas. Lo cual, también se demostró que
era falso.
Por lo visto, hubo cientos de detenidos, que fueron llevados ante consejos de guerra. Llegaron a condenar y fusilar a 21 personas, 2 de ellas eran mujeres. Otros 61 murieron en las cárceles, aunque se cree que fueron más, pues las autoridades no permitieron que se inscribieran en los registros civiles.
Parece ser que estos hechos y su
posterior represión fueron publicados en diversos periódicos extranjeros, dando
lugar a una condena internacional hacia el Gobierno de España.
Por lo visto, hasta el clero se
dirigió por carta a la reina para solicitarle que parasen esas ejecuciones, sin
embargo, no les hizo ningún caso.
Parece ser que una reacción ante
las ejecuciones fueron los incendios de fincas de los grandes cerealistas.
Provocaron tantos incendios que las autoridades no daban abasto para apagarlos.
Ciertamente, los alcaldes de
muchas poblaciones pusieron a la venta pan a mitad de precio para calmar los
ánimos e intentar que los motines no llegaran hasta sus municipios. En algunos
de ellos, los alcaldes llegaron a disolver la Milicia.
Como es normal, estos motines se
fueron apagando en cuanto bajó el precio de los cereales y, por tanto, el del pan.
Unos años después, la reina
visitó esas localidades castellanas, donde se habían producido esos motines,
siendo recibida con muestras de cariño. Salvo, como es lógico, por los
carlistas.
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