Esta vez he conseguido reunir dos
asuntos misteriosos en un solo artículo. Así que espero que os guste.
Desde hace unos 20 años, se viene
sospechando que el famoso Jack el destripador pudiera haber sido un tipo
llamado James Maybrick.
Parece ser que los que están a
favor de ello alegan que en 1991 un chatarrero de Liverpool recibió un extraño regalo
de un amigo suyo. Consistía en un diario que el otro había encontrado al hacer
obras de reforma en una antigua casa.
En el citado diario, escrito a
mano por James Maybrick, éste decía haber sido el famoso asesino en serie.
Evidentemente, el diario, tras haber
pasado por una serie de pruebas, tiene partidarios y detractores. Unos dicen que es una prueba que ha sido
“fabricada” recientemente, por el mismo chatarrero, llamado Michael Barret.
Curiosamente, su esposa, cuando estaba soltera se apellida Chandler. Es un dato
que es muy importante, aunque ahora no lo parezca. El caso es que, en otra
ocasión, su esposa, afirmó que ese diario siempre había pertenecido a su
familia.
Por el contrario, otros
argumentan que se sabe que Maybrick se hallaba en Londres, cuando sucedieron
esos asesinatos y, casualmente, dejaron de producirse a la muerte de este
hombre.
Incluso, en el diario se cita un
detalle que no fue publicado por la prensa. Una de las víctimas de Jack fue
hallada con una caja metálica en la mano, la cual se encontraba vacía. Ese dato
figura con todo detalle en el diario.
No obstante, creo que debemos
dejar a los investigadores que prosigan su tarea, hasta que nos ofrezcan
algunas pruebas más fehacientes de la culpabilidad de Maybrick. Ya habréis
visto que cada año aparece una nueva teoría sobre quién fue el verdadero Jack
el destripador.
Por cierto, cuando consultamos la
biografía de este personaje, nos encontramos con que murió envenenado a los 50
años. A partir de ahí, he supuesto que iba a encontrar una historia muy interesante
y os voy a contar lo que he encontrado.
James Maybrick nació en 1838 en
Liverpool (Reino Unido), en el seno de una familia más o menos burguesa. Tuvo
tres hermanos más. Uno de ellos, Michael, fue un conocido compositor y cantante
de música clásica. Los otros dos se dedicaron al comercio, al igual que James.
Nuestro personaje se dedicó al comercio textil, concretamente, era corredor en la
compra-venta de algodón, y solía viajar
mucho a donde hubiera plantaciones de este tipo.
Parece ser que en uno de esos
viajes contrajo la malaria y, aunque hoy nos pueda causar sorpresa, le
recetaron un medicamento a base de arsénico y estricnina. Así que se convirtió
en un verdadero adicto a estos dos
peligrosos compuestos. No obstante, llegó a
hacerse rico, aunque su estado de salud nunca fue muy bueno.
Ahora os voy a presentar al
personaje más importante de esta historia. Se llamaba Florence Maybrick, porque
fue su esposa, pero de soltera se llamaba Chandler. Supongo que ya os suena ese
apellido de algo.
Nació en 1862 en una localidad de
Alabama (USA). En plena Guerra Civil o Guerra de Secesión USA (1861-65). Era
hija de un banquero local, el cual murió al poco tiempo de nacer ella. Así que
su madre y ella se fueron a otro Estado, huyendo de la guerra.
En 1880, James volvía a
Liverpool, navegando en el crucero Baltic de la célebre compañía White Star, la
misma a la que perteneció el famoso Titanic. Esta nave hacía la ruta entre
Nueva York y Liverpool.
Casualmente, en ese mismo crucero
también viajaba una joven que sólo tenía 17 años, junto con su madre y un
hermano pequeño. Se trataba de Florence. Así que allí se conocieron y
estuvieron casi todo el tiempo juntos, durante los 8 días que duraba este
viaje.
Como parece que congeniaban tan
bien a pesar de que él ya había cumplido los 42 años, su madre dio su permiso y
pocos meses después se casaron discretamente en la iglesia de Saint James, en
Piccadilly, Londres.
No sé si se casaron de esa forma
tan discreta, porque a los 8 meses ya tuvieron su primer hijo, al que llamaron
James, como su padre.
Al principio, pasaron unos años
viajando entre Liverpool y Norfolk (Virginia), por motivo de negocios. Precisamente, el mismo Estado
donde se encuentra Richmond, la que fue capital de los Estados Confederados de
América.
En 1884, se compraron una casa
enorme en Liverpool, para residir habitualmente en ella. La llamaron
Battlecrease. Tenía tres pisos y nada menos que 20 habitaciones. Así que
contrataron a 5 personas para el servicio doméstico.
En Liverpool, él siguió dedicándose a sus negocios y ella a administrar
la casa y cuidar de sus hijos, porque luego tuvieron también una niña. Por
supuesto, también se dedicó a hacer vida social con otras damas de las familias
más importantes de esa ciudad.
Según parece, un día se enteró
Florence que su marido llevaba varios años teniendo relaciones con otra mujer,
incluso, desde antes de casarse y seguía teniéndolas después.
Es más, de esa relación habían
nacido nada menos que 5 hijos, los cuales, desgraciadamente, vivieron pocos años.
Así que se montó una discusión
bastante fuerte entre los dos cónyuges, la cual fue escuchada por todos sus
empleados. Incluso, parece ser que Florence amenazó con irse y su marido le
dijo que, si iba, ya no volviera por allí. Así que se quedó, pero las cosas ya
no fueron igual que antes.
Unos meses más tarde, pasó por su
casa otro rico comerciante de tejidos, como James, sólo que éste era mucho más
joven. Su nombre era Alfred Brierley. Ahí empezó una relación entre Florence y
Alfred, que les llevó a verse a solas en algunos hoteles.
Incluso, unos meses más tarde,
con motivo de la visita a las famosas carreras del Grand National, en el
hipódromo de Aintree, el matrimonio coincidió allí con Brierley, que se hallaba
con otros amigos. Florence y éste consiguieron escaparse entre la muchedumbre y
estar solos en un lugar del hipódromo. Parece ser que alguien se lo contó a
James y, cuando regresaron a casa, éste
le dijo a su esposa que este tema iba a llegar a los oídos de la gente y se convertiría
en todo un escándalo. Lógicamente, esto le sentó muy mal a Florence, la cual
pasó varios días en cama.
Está visto que en esa rígida sociedad victoriana no se
contemplaba de igual manera el adulterio del hombre que el de la mujer. Eso ya
no ocurría en USA.
A mediados de abril, Florence,
fue a su farmacia habitual y compró una serie de hojas de papel con
mata-moscas, que eran muy populares por entonces, las cuales contenían cierta
cantidad de arsénico. Parece ser que algunas jóvenes de la época, también las usaban
para suavizar la cara.
Un dato muy importante fue que,
al llegar a su cuarto, Florence, metió
estas hojas en una palangana con agua. Ese era un método que se utilizaba para
extraer el arsénico de esas hojas de papel.
A finales de abril, James volvió
de un viaje a Londres y parecía tener muy buena salud y estar muy animado.
Sin embargo, al día siguiente,
James, se despertó enfermo y no paraba de vomitar. Incluso, dijo que no sentía
las piernas.
Parece ser que había tomado una
sobredosis de su peligroso medicamento y, cuando llegó el médico, su mujer le
informó de lo que solía tomar su marido.
Posteriormente, mejoró su estado de salud y al día siguiente
acudió a su oficina. Incluso, siguió echando esos polvillos en su plato. Cosa
que llamaba mucho la atención a los que comían con él.
Por alguna extraña razón, Florence
fue de nuevo a la farmacia, para comprar más hojas de papel mata-moscas.
A primeros de mayo, James, se
encontraba tan mal que tuvo que guardar cama en casa y contrataron a una
enfermera. El médico le diagnosticó dispepsia crónica.
En tanto que la niñera, Alice
Yapp, se dedicó a seguir continuamente a Florence y llegó a la conclusión de
que estaba envenenando a su marido. Así se lo dijo a la enfermera.
Es más, un día en que iba a salir
a pasear con los niños, Florence, le entregó una carta para que la echara al
correo. Iba dirigida a Brierley. Así que lo único que se le ocurrió a la niñera
fue decir que se le había caído en un charco y la tinta de la dirección no se
veía muy bien. Por lo que compró otro sobre nuevo.
No hará falta decir que se sirvió
de esa argucia infantil para leer la carta. Parece ser que en la misma,
Florence, le decía a su amante que su marido “estaba enfermo de muerte”. Algo
que, más tarde, fue utilizado en contra
de Florence.
Dado que tanto la enfermera como
el médico tenían ciertas sospechas, éste analizó unas muestras de heces del enfermo
y no encontró nada raro. Sin embargo, al día siguiente, analizó el contenido de
una botella de caldo de carne, que estaba junto al enfermo, y encontró en su
interior restos de arsénico.
Llegó tarde, porque esa misma
noche del 11 de mayo de 1889 murió James. Por entonces, Florence tenía 26 años
y su marido ya había cumplido los 50.
Los hermanos de James, que
también habían sido advertidos por la niñera, consiguieron que Florence fuera
encerrada en su cuarto. Luego, acompañados del servicio, registraron la casa,
encontrando varios recipientes con un veneno para gatos, hecho a base de
arsénico.
Posteriormente, siguieron
buscando y encontraron cientos de medicamentos y una cantidad de arsénico
suficiente para matar a más de 100 personas.
Ciertamente, como dijo su abogado
durante el juicio, si Florence hubiera sabido que su marido tenía esa cantidad
de arsénico en su casa ¿para qué iba a ir a comprar esas tiras mata-moscas en
la farmacia?
Incluso, si ella hubiera sido
culpable de su muerte, lo normal es que se hubiera deshecho de esas pruebas,
antes de que la acusaran de ello.
Tres días después del
fallecimiento de James, la Policía detuvo a Florence y se la llevó a una
prisión, como sospechosa de la muerte de su marido.
Tras la exhumación del cadáver,
se comprobó que había restos de arsé nico en su cuerpo, pero en una cantidad muy inferior
de la que le podría haber causado la muerte. No obstante, el 6 de
junio, Florence, fue procesada por asesinato.
Curiosamente, durante la
autopsia, sólo se encontraron restos de arsénico en el hígado, los intestinos y
el bazo. Sin embargo, no hallaron ese compuesto en el corazón, los pulmones o
el estómago.
También hallaron en su cuerpo, pequeños
restos de otros compuestos, pero, seguramente, procedían de otros medicamentos
que había tomado, pues siempre había sido muy hipocondriaco y le gustaba mucho
automedicarse. De hecho, decía que los polvos blancos de arsénico “le daban la
vida”.
Tampoco hay que desdeñar la
influencia de la madre de Florence. Parece ser que, en solo un año, perdió a
dos maridos. William Chandler, el padre de Florence, que no tenía antecedentes
de padecer ninguna enfermedad, un día se encontró muy mal. Su esposa se quedó
varios días junto a él, sin dejar que entrase nadie en la habitación. Lo cierto
es que a los pocos días murió, con sólo 32 años. Parece ser que hubo muchas conjeturas sobre esa
muerte. No obstante, la madre junto con sus hijos, se trasladaron a vivir a otro
Estado.
Unos meses después, su madre,
Caroline, se volvió a casar con un oficial de la Armada Confederada, llamado Franklin
Bache du Barry. Éste también murió mientras navegaba en su barco con su esposa.
Ella se negó a que se llevara su cadáver a tierra y exigió que se le lanzara al
mar, como es habitual entre los marinos. Así que no se le pudo realizar la autopsia.
En 1872, se volvió a casar. Esta
vez el elegido fue un oficial prusiano de Caballería. El matrimonio nunca fue
muy bien y acabaron separándose. No obstante, ella siguió utilizando el aristocrático
apellido de su ex marido, von Roques.
Volviendo a Florence, su juicio
comenzó el 31/07/1889. Era la primera vez que una ciudadana USA iba a ser
juzgada por un tribunal británico y eso no le gustó nada al Gobierno de
Washington.
El juicio estaba presidido por un
anciano juez, llamado Stephen. El jurado estaba compuesto, exclusivamente, por
12 hombres, traídos desde Lancashire. Ninguno de ellos era de Liverpool.
El fiscal era John Addison. Mientras
que el abogado defensor, que había sido contratado por la madre de Florence,
era uno de los mejores del Reino Unido. Se trataba de sir Charles Russell.
El fiscal comenzó su disertación
refiriéndose a la relación entre Florence y su amante Brierley. Donde más cargó
las tintas fue en la frase “mi marido está enfermo de muerte”, que había
escrito ella en la carta interceptada por la niñera. El abogado defensor
demostró que esa frase era muy utilizada en USA, de donde procedía Florence,
pero no en el Reino Unido.
El principal testigo aportado por
el fiscal, fue Michael, el músico hermano de James. Al abogado defensor no le
costó demasiado rebatir su declaración. Sobre todo, cuando le preguntó si sabía
que hubo adulterio por ambas partes. Él contestó afirmativamente. Eso era muy
importante, porque ella podría haber pedido el divorcio y no le hubiera hecho
falta asesinarle.
Tampoco le costó demasiado al
abogado hacer descender de “su pedestal” a la niñera. Conforme llegó le
preguntó si cuando vio lo que estaba haciendo Florence en su cuarto con las
hojas mata-moscas es porque ella tenía que hacer algo allí o, simplemente, la
estaba vigilando. Así que la convirtió en una especie de espía, cuyo testimonio
carecía de validez, por tener animadversión a su señora. También le echó en
cara que hubiera leído una carta de Florence dirigida a otra persona.
Los peritos médicos, presentados
por ambas partes, sólo llegaron a la conclusión de que el fallecido había
muerto a causa de una gastroenteritis. Sin embargo, el que presentó la defensa
dijo que James no presentó casi ninguno de los síntomas de una muerte por
arsénico. Mientras que el presentado por el fiscal afirmó que no todos los
muertos por este tipo de envenenamiento muestran los
mismos síntomas y que, en
su opinión, había muerto por sobredosis de arsénico.
De todas formas, la viuda declaró
que, en cierta ocasión, unos días antes del fallecimiento, le dio unos polvos
de arsénico a su marido, porque así se lo pidió él. No olvidemos que este
hombre los había estado tomando durante toda su vida. Luego dijo ella que le había alejado el envase de los polvos
de la habitación, para que su marido no tomara más.
Tampoco deberíamos de olvidar las
malas relaciones entre Florence y Michael, uno de los hermanos de James. Éste fue
el que la denunció. Es posible que estuviera interesado en administrar la
suculenta herencia del fallecido. Como, después, así sucedió.
El juicio llegó el 6 de agosto a
la fase de conclusiones. Allí se vio que el juez no era imparcial, pues intentó
convencer, durante dos días, al jurado
de la culpabilidad de Florence.
De esa forma, con sólo 45 minutos de deliberación, los
miembros del jurado la declararon culpable y Florence fue condenada a morir en
la horca.
Así de sencillo era, en aquella época,
condenar a una persona a la pena de muerte. Curiosamente, el juez que la
condenó fue ingresado pocos años después en un sanatorio para enfermos mentales
y allí murió.
La ejecución de Florence fue
fijada para 20 días después. Parece ser que hubo miles de personas que estuvieron
en contra del veredicto y escribieron cartas al Gobierno y al palacio Real, para
que fuera indultada.
Hasta los mismos consumidores habituales
de arsénico, que lo solían tomar como afrodisiaco, opinaron que la muerte de James no se debió a
una sobredosis de este producto, sino todo lo contrario.
En el bando contrario, también
había mucha gente que opinaba que Florence había matado a su marido, porque él se quería
divorciar y eso la iba a dejar en la miseria y, posiblemente, sin sus hijos.
Enseguida llegaron más de medio
millón de firmas, entre ellas, las de algunos prestigiosos médicos británicos,
donde se pedía el indulto, pues no estaba claro que el arsénico hubiera sido el
causante de la muerte de James, sino, quizás, la gastroenteritis crónica,
producida por el consumo habitual de diversos productos farmacéuticos.
Incluso, el ministro del Interior
llegó a convocar al juez, el fiscal y el abogado defensor de este juicio, junto
con notorios especialistas científicos en esta materia.
Afortunadamente, este movimiento
consiguió que el 22 de agosto la reina, aconsejada por el ministro del
Interior, firmara la conmutación de esa
condena por la de cadena perpetua. Parece ser que encontraron muchas dudas
razonables sobre su culpabilidad en la muerte de su marido.
Su abogado siguió intentado que
se pusiera en libertad a su defendida. Incluso, en 1895, cuando fue nombrado ministro
de Justicia.
Es más, cuando lord Asquith fue nombrado
nuevo ministro del Interior, recibió l a visita de
la madre de Florence,
acompañada por algunos sirvientes de su hija, junto con un abogado francés. Éste
le mostró un informe de un conocido médico USA, que alababa las virtudes del
arsénico para mejorar la piel de la cara. Aun así, el ministro, se negó a
concederle el indulto.
Por fin, en 1904, tras 15 años de
cárcel, fue puesta en libertad bajo palabra. Poco después, regresó a los USA y
allí se enteró de que su hijo, al que no veía desde que fue arrestada, había
muerto. Nunca más volvió a ver a sus hijos.
El resto de su vida lo dedicó a
dar conferencias sobre la necesidad de una reforma penitenciaria. También escribió
un libro al que tituló “Mis quince años perdidos”.
A partir de 1907 se creó en el Reino Unido una corte de apelaciones, que no existía, cuando se juzgó a esta mujer.
A partir de 1907 se creó en el Reino Unido una corte de apelaciones, que no existía, cuando se juzgó a esta mujer.
Florence Elizabeth Maybrick murió
en 1941, pobre, sola y rodeada de gatos, en una pequeña localidad del Estado de
Connecticut, cuando acababa de cumplir los 79 años.
Parece ser que tras su muerte, se
encontró, entre sus escasas pertenencias, una Biblia, dentro de la cual, se hallaba
una receta escrita a mano, donde se explicaba cómo extraer arsénico para
utilizarlo como maquillaje para la cara.
Se dice que Isabel I de
Inglaterra, también llamada “la reina virgen” solía utilizar muy a menudo el
arsénico para empolvarse la cara.