ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

domingo, 29 de mayo de 2016

OLYMPE DE GOUGES, UNA HEROÍNA OLVIDADA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA



Nuestros vecinos, los franceses, siempre han sido unos maestros para acordarse de lo que quieren y olvidar lo que no les interesa. Sobre eso, nos podrían dar muchas lecciones a los españoles.
En la época de la famosa y sangrienta Revolución Francesa, ocurrieron muchas más cosas de las que, habitualmente, suelen aparecer en los libros de Historia. Por eso, me parece que es de Justicia que alguien, como yo, ponga su granito de arena para arreglar este asunto.
Nuestro personaje de hoy se llamaba realmente Marie Gouze. Nació en la ciudad de Montauban, en 1748. Por si a alguno le suena de algo esta ciudad, allí nació el gran pintor Ingres. También murió en ella Manuel Azaña, presidente de la II República española.
Fue registrada como hija de Pierre Gouze, carnicero, y de Anne Olympe Mouiset, hija de un pequeño fabricante de ropa.
No obstante, siempre se rumoreó que, en realidad,  su padre era Jean-Jacques Lefranc de Caix, marqués de Pompignan y un autor de teatro, que disfrutaba de cierta fama, en aquel momento.
Según dicen, no tuvo una buena educación y el único idioma que realmente dominó fue el occitano, que era el que se solía utilizar en el sur de Francia. Antes de que los revolucionarios casi consiguieran dejarlo en una lengua muerta.
En 1765, con sólo 17 años, seguramente, la obligaron a casarse con un hombre, mayor que ella,  llamado Louis-Yves Aubry, que, ni siquiera lo calificaba como un buen partido.

Tuvieron un sólo hijo, Pierre, y enviudó muy pronto, a los 18 años. Acabó muy defraudada con su matrimonio. Así que no le quedaron más ganas de casarse.
Parece ser que  Montauban, donde vivían, sufrió una gran inundación y, tras ella, aparecieron las fiebres que mataron a muchos de sus habitantes. Entre ellos, a su esposo.
Tuvo siempre muy mala opinión acerca del matrimonio. Lo definía como “la tumba del amor y de la confianza”. Se mostró siempre partidaria del amor libre. Siempre se negó a llevar el apellido de su marido.
En 1770, se fue a París, pero, antes, se cambió su nombre. Llamándose, a partir de entonces, Olympe, como su madre. Modificó ligeramente su apellido y antepuso la partícula “de”, para intentar dar a entender que procedía de la clase noble.
No fue sola, en su viaje a la capital, sino que la acompañó un antiguo amigo y protector llamado Jacques Biétrix de Rozières, que se convirtió en su amante,  y su hijo, al que siempre procuró darle una buena educación. Parece ser que su amigo había obtenido un buen puesto en la Corte de Versalles.
Allí, procuró vivir en la forma habitual en que lo hacían los
burgueses. O sea, vistiendo bien, acudiendo a los salones, donde se debatían todos los temas y se podía conocer a mucha gente, etc. Uno de ellos, al que solía acudir con mayor asiduidad era el de la marquesa de Montesson, esposa del duque de Orleans.
El reinado de Luis XVI comenzó bien, pero, a causa de una de esas frecuentes crisis económicas, la cosa se torció.
Por ello, a la gente ya no le hacía tanta gracia que la reina se gastara una fortuna en sus caprichos, sin mirar que la gente se moría de hambre por las calles. Por ello, la llamaron Madamme Déficit.
No sé si será cierta esta frase, pero dicen que, cuando una manifestación llegó a las puertas del palacio real, la reina preguntó qué ocurría a sus damas de la Corte.
Le contestaron que la gente se manifestaba, porque no tenían pan para comer
Sin embargo, ella les dijo: “Pues, que coman pasteles”. Y se quedó tan pancha, porque desconocía lo que ocurría fuera de su lujoso palacio o le importaba un rábano.
Mientras tanto, Olympe, ya había llegado a ser muy conocida en los salones, gracias a su belleza y a su ingenio.
Algunos dicen que también formó parte de una Logia masónica. Es posible, porque, en aquel tiempo, era una forma muy útil y rápida de poder conocer a gente importante. Parece ser que  Mozart se hizo masón con ese mismo objetivo.
Tras esta formación intensiva, nuestro personaje vio claro que su vocación era ser escritora. El problema es que se calcula que, en aquella época,  sólo un 5% de los franceses sabía leer y le gustaba la lectura. Así que se decidió por el teatro, como forma más rápida de hacer llegar sus obras al pueblo.
En 1784, se estrenó en Paris “Las bodas de Fígaro”, de Beaumarchais.
Esta obra le causó tan honda impresión, que, poco después, ella escribió “Los amores de Querubin”, que estaría muy influenciada por la anterior, pues el famoso autor la denunció por plagio.
Parece ser que a ella no le importó demasiado, pues presumía de tener mucha facilidad para componer nuevas obras. De hecho, solía afirmar que esa primera obra la compuso en un sólo día.
Su forma de trabajar era muy curiosa, pues ella no solía escribir. Se limitaba a dictar los párrafos a sus secretarias y ellas eran las encargadas de escribirlas. Sin importarle
en absoluto que tuvieran faltas, ni el estilo ni nada de eso. Para ella, lo prioritario era el fondo de la cuestión.
Después de escribir varias obras más, las cuales fueron representadas con más o menos éxito, a partir de 1785, tuvo otro sonoro enfrentamiento.
Esta vez, escribió un drama llamado “Zamore y Mirza o el feliz naufragio”. Era un alegato contra la esclavitud. De hecho, el protagonista de la misma era un esclavo negro. Puede ser que la escribiera, porque se había afiliado al Club de los amigos de los negros.
Se podría decir que se trataba de un experimento muy peligroso, pues, hasta ese momento, nadie había escrito en Francia nada sobre este tema y podría ir a parar a la cárcel.
Incluso, la propia Comedie Française, estaba financiada por la Corte, la cual estaba repleta de gente que se estaba haciendo muy rica gracias a ese cruel negocio.
Lo cierto es que, a pesar de que montaron toda una campaña en su contra, tuvieron que dar su brazo a torcer ante la valentía de esta mujer y la obra se estrenó en 1792 en la Comedie
.
Dicen que algunos de los actores no hicieron bien su papel, al objeto de que la obra fracasara cuanto antes. Algo de lo que ella se quejó muy a menudo, escribiendo cartas a todo el mundo.
Esta obra fue un duro golpe contra la sociedad francesa del momento, pues, más de la mitad de la riqueza del país procedía de las colonias.
Así que, como se suponía, antes de estrenarse la obra, le llegó una orden para ser encerrada en la Bastilla. Afortunadamente, permaneció allí poco tiempo, pues tenía varios amigos muy influyentes.
Es posible que, entre ellos, estuviera el célebre abate Grégoire, al que ya dediqué, hace tiempo, otro de mis artículos.
Parece ser que el motivo que se buscaron para encerrarla fue que insultó a varios de los actores y que, incluso, retó a uno de ellos a un duelo a espada.
No obstante, antes de la Revolución, se permitió escribir dos obras más sobre el tema de la esclavitud.
También poco antes del comienzo del proceso revolucionario, escribió algunos folletos políticos. En uno de ellos, llamado “Carta al pueblo”, proponía que se fundara un impuesto patriótico, donde cada ciudadano diera lo que pudiera y se confeccionaran unas listas, en las cuales figurarían los nombres de los plebeyos, junto a los de los nobles. Según ella, así podría reducirse fácilmente la Deuda Pública.
También, en otros de sus folletos políticos, pidió que se hicieran una serie de centros, donde las mujeres pudieran dar a luz sin dolor. Fundar casas para huérfanos, ancianos y viudas con hijos. Crear talleres para parados y hacer una gran reforma agraria para sacarles de esa situación.
Los temas de sus escritos eran múltiples, pues también era partidaria de legalizar el divorcio. Defendía la alfabetización de toda la población y también el reconocimiento de los hijos naturales por sus padres biológicos, etc.
Curiosamente, era partidaria de la Monarquía, pero odiaba a María Antonieta, por ser una derrochadora, como pensaban la inmensa mayoría de los franceses.
Nuestro personaje estaba a favor de ponerse de acuerdo con los nobles y no de enfrentarse con ellos o exterminarlos, como pedían muchos radicales.
Precisamente, asistió en Versalles a la reunión de los Estados Generales, que no se reunían desde 1614. Allí publicó un panfleto llamado “Grito de los sabios, hecho por una mujer”, donde apelaba al entendimiento entre la clase noble y el Tercer Estado.
Conviene recordar que  el llamado Tercer Estado representaba nada menos que al 97% de la población de Francia.
De hecho, presumía de no ser de ningún partido y de que sólo le interesaba el bienestar de Francia y sus conciudadanos. Ello le restó muchas amistades, durante la Revolución.
Curiosamente, confiaba tanto en su forma de convencer a la gente, por medio de su palabra, que, tras la detención de la familia real, cuando huían hacia Austria, se presentó voluntariamente para defender al rey.
Tras la Revolución, las mujeres, pudieron alcanzar unas metas muy importantes para ellas. No obstante, esos mismos revolucionarios procuraron siempre dejarlas en un segundo plano.
La Convención decretó que “las mujeres no estaban facultadas para asistir a asamblea política alguna”. Para ello, se basaron en la famosa obra “El contrato social”, de Rousseau, donde se dice que los hombres son seres racionales, mientras que las mujeres sólo lo son emocionales.
Evidentemente, esa declaración no le hizo ninguna gracia a Olympe y en 1791 publicó la famosa “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana” y se la dedicó a la reina.
En su prefacio, se dirige a los lectores de esta manera: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta.
Esta declaración tuvo un  precedente en la obra de Nicolás de Condorcet, “Sobre la admisión de las mujeres al derecho ciudadano”, publicada en 1790.
La verdad es que este texto podría ser calificado de demasiado revolucionario en aquel tiempo. Aunque, hoy en día, lo veríamos como lo más normal del mundo. No obstante, muchas de las cosas que pedía ella en ese texto han tardado siglos en reconocérsele a la mujer.
Es muy curioso que, a pesar de que la Revolución Francesa fuera llevada a cabo, en buena medida, gracias al papel de la mujer, después las apartaran de la misma y no les quisieron reconocer los mismos derechos que al hombre. Ni siquiera les reconocieron el derecho al voto.
Olympe, siempre quiso tener una postura imparcial y a la vez, beligerante. Me parece que en esa época se exigía tomar partido por alguno de los bandos o tendrías a los dos contra ti.
Fruto de ese espíritu imparcial, se permitió escribir un panfleto titulado “Las tres urnas o la salud de la Patria”.
En él, defendía que cada departamento pudiera votar si optaba por un gobierno republicano centralista, federal o monárquico. Aunque no firmó el texto, alguien la denunció.
Antes de eso, había defendido la política de los girondinos, antes de que cayeran en desgracia. Curiosamente, este grupo había hecho una campaña contra ella a causa de su feminismo.
También se mostró en contra de la condena a muerte contra el rey, Luis XVI. Todo eso no pasó desapercibido para el brutal Robespierre y sus esbirros.
Así, como era de esperar, fue detenida el 20 de julio de  1793 y  llevada a la, desgraciadamente, famosa cárcel de la Conciergerie en París.
Parece ser que consiguió, a base de sobornar a sus carceleros, que se le enviase a una especie de hospital para curar unas heridas infectadas.
También aprovechó el tiempo para escribir nuevos panfletos a los que tituló “Olympe de Gouges en el Tribunal Revolucionario” y “Una patriota perseguida”.
En ellos, cargó las tintas contra los jacobinos, y, especialmente, contra Robespierre y Marat. Diciendo de él: “…me ha parecido siempre ambicioso, sin genio, totalmente dispuesto a sacrificar a la nación entera para llegar a la dictadura”. Era una forma de decir que estaba hundiendo las luces de la Revolución en el Terror. Toda una traición a los principios de la Ilustración.
Así y todo, la nueva República, quitó el estatus de ciudadana a las mujeres el 30/10/1793.
No sé si ya se vería perdida, porque vería que no la iban a llevar ante un tribunal ordinario, sino ante uno en el que no se podría defender. Así escribió: “tu aliento contamina el aire que respiramos actualmente. Tu párpado vacilante expresa, a pesar tuyo, toda la infamia de tu alma y cada uno de tus cabellos lleva un crimen”. En una palabra, que se despachó muy a gusto contra Robespierre.
El 02/11/1793 fue llevada ante el Tribunal Revolucionario, sin poder disponer ni siquiera de un abogado. Allí, se defendió como pudo, utilizando, como siempre, su dominio de la retórica.
En su defensa, argumentó haber sido siempre una buena ciudadana y no haber intentado nunca organizar un complot contra el régimen republicano. Sin embargo, se la condenó a muerte por defender los principios federales, como los girondinos.
Al día siguiente, fue guillotinada por el célebre verdugo, Henri Sanson, al que también dediqué, anteriormente,  otro de mis artículos.

Fue la segunda mujer guillotinada en Francia. La primera fue su odiada reina María Antonieta. Ejecutada unas dos semanas antes que ella.
De esa forma, se cumplió otra de sus ideas. La de que, si una mujer tiene el derecho a subir al cadalso, también debería poder subir a una tribuna política.
Ante ello, las publicaciones de los revolucionarios, paradójicamente, defendían que el puesto de la mujer estaba en la casa y no en la política.
A su muerte, quizás por miedo, nadie quiso defenderla. Incluso, su único hijo, Pierre, se mostró en contra de defender su memoria y de intentar vengar la muerte de su madre. Más tarde, se arrepintió de ello.
De todas formas, a su muerte, surgieron otras feministas que publicaron los llamados “Cuadernos de la injusticia”, donde argumentaban su malestar por el papel que había asignado el nuevo Gobierno a la mujer.
De lo que no hay ninguna duda es de que fue una mujer muy feminista y muy avanzada a su tiempo. Rompió con todos los tabúes de la época, que atenazaban a las mujeres y puso en un compromiso a los gobernantes de la nueva república.
Quizás, por ello, su obra literaria y política cayó en el olvido, pues era una persona muy molesta para los gobernantes.
Incluso, durante el siglo XIX, algunos argumentaron que sus obras no podían ser suyas, porque pensaban que era completamente analfabeta, mientras que otros la tachaban directamente de enferma mental.
Tras la II Guerra Mundial, un movimiento de intelectuales recuperó a este personaje y se le colocó a la misma altura que otros personajes masculinos ya reconocidos de la Revolución Francesa.
En 1981, Olivier Blanc, investigó a fondo sobre este personaje y escribió una biografía de la misma.
Ya en 1989, con motivo del bicentenario de la Revolución, se volvieron a representar de nuevo sus obras.
Ese mismo año, se dirigieron varias peticiones al presidente Chirac, al objeto de que su nombre figurara en el célebre Panteón de París. Sin embargo, la idea no fue aceptada por éste.
Parece ser que su asesor, el historiador Alain Decaux, le indicó que no era bueno llevar el nombre de una monárquica a ese lugar, considerado como  sagrado por el republicanismo.
No obstante, muchos municipios franceses la han homenajeado, poniendo su nombre a algunas de sus calles y centros educativos.
En 2007, Ségolène Royal, fue candidata al puesto de presidente de la República Francesa. Una de las cosas que prometió, durante su campaña electoral, fue que trasladaría las cenizas de Olympe al Panteón de París.
Esta decisión no se pudo llevar a efecto, porque el vencedor de esas elecciones, Sarkozy, no la tuvo en cuenta.
Así que en la fachada del Panteón sigue figurando el agradecimiento de Francia sólo a los grandes hombres de ese país.
Es muy curioso que, todavía, hoy en día, he podido leer algún artículo de una escritora francesa, que se muestra contraria a las ideas de nuestro personaje. En fin, nadie es profeta en su tierra.

sábado, 14 de mayo de 2016

ALI BEY, EL ESPÍA DE GODOY



Bueno, después de un tiempo en el que no he podido  escribir, ni publicar por ciertos motivos de salud, voy a intentar  realizar nuevos artículos a un ritmo parecido al que lo hacía antes.
Esta vez os voy a contar la historia de un aventurero español muy notable. Como tantos otros españoles, hoy en día, es mucho más conocido en otros países que en España.
Seguro que todos habéis tenido alguna vez muchas ganas de dejar vuestros rutinarios oficios y embarcaros en alguna aventura, para olvidar esa vida tan anodina.
Esto es algo que me recuerda a los famosos cómics de superhéroes. En ellos, siempre se ve a un personaje que lleva una vida gris y es poco apreciado por sus amistades. Sin embargo, tras vestirse de una determinada manera, obtiene unos superpoderes que le permiten enfrentarse a cualquier amenaza y entonces sí que consigue ser admirado por sus conciudadanos.
No voy a divagar más y ya entro en materia. El nombre real de nuestro personaje de hoy era Domingo Badía i Leblich y nació en Barcelona en abril de 1767.
Su padre, Pedro Badía, era un administrador civil del Ejército. Concretamente, trabajaba en la Ciudadela de Barcelona.
Su madre Catherine Leblich, era de origen belga. Por supuesto, en aquella época, aún no existía ese país, sino que era parte del Sacro Imperio. Los llamados Países Bajos Austriacos.
En 1778, su padre fue nombrado contador de guerra y tesorero del partido judicial de Vera, en Almería. Hacía allí se trasladó toda la familia.
Con 14 años, Domingo,  ya empezó a trabajar dentro de la Administración, al igual que su padre. No obstante, siempre fue una persona con muchas inquietudes, alimentadas por su gran afición a la lectura. No le pegaba mucho eso de ser funcionario.
Algunos dicen que, en esa zona, se despertó su interés por el mundo musulmán. No hay que olvidar que los moriscos habían sido expulsados de España solamente un siglo antes, en 1609, y, seguramente, quedaban muchos rastros de ellos por esos pueblos. De hecho, parece ser que allí empezó a estudiar árabe.
En 1791, se casó con María Luisa Burruezo, a la que siempre llamó, en sus cartas, cariñosamente, Mariquita.
Al año siguiente, la pareja se mudó a Córdoba, donde nuestro personaje ocupó el puesto de administrador de las rentas del tabaco.
Allí, influido por los progresos de la Ciencia, construyó un globo, con el que pretendía volar. También es posible que le llegaran estos conocimientos por pertenecer a la Sociedad de Amigos del País. Incluso, llegó a publicar un ensayo sobre estas aeronaves.
Obtuvo el permiso del Consejo de Castilla para intentar sobrevolar la zona con su globo al que llamó Guadalupe. Parece ser que su idea era hacer con este aparato, una serie de observaciones meteorológicas y también comprobar si sería factible dedicarlo al transporte de grano, para abaratar los costes. Desgraciadamente, no lo consiguió, tras haberlo intentado en diversas ocasiones.
Así, su propio suegro, hizo gestiones ante el citado Consejo, para que le retiraran el permiso, cosa que consiguió.
De esa manera, nuestro personaje, se vio de pronto sin poder utilizar su globo y casi arruinado, pues había gastado buena parte de su patrimonio en el invento.
También perdió su trabajo. Así que se trasladó a Madrid, con su esposa, donde trabajó como secretario de un militar y como bibliotecario. Un trabajo idóneo para una persona tan apasionada por la lectura.
En 1801, después de haberse documentado muy bien sobre África, se atrevió a presentarle, al mismísimo Godoy, un plan para visitar el norte de ese continente, a fin de recabar conocimientos sobre él, que no teníamos en España, ni en ningún país de Europa.
Contra todo pronóstico, Godoy, le hizo caso, pero utilizándolo para lograr sus intereses de tipo político y militar.
España atravesaba, por entonces, una gran carestía de cereal. El Gobierno español se puso varias veces en contacto con el sultán de Marruecos a fin de que nos vendiera el grano, pero siempre se negó alegando que España era un país cristiano.
Así que las intenciones de nuestro Gobierno pasaban por adueñarse de Marruecos o bien poner a otro sultán en el trono, que fuera más favorable a los intereses españoles.
La idea de Badía era viajar allí, disfrazado de árabe, y usando esa lengua, demostrar su fe musulmana y su conocimiento del Corán.
No obstante, como se iban a dar cuenta de que no tenía los suficientes conocimientos del árabe, la estrategia que utilizó siempre fue ir diciendo que era un príncipe Abassí, nacido en Siria, de padre turco y criado en Europa, desde muy pequeño, por lo que casi había olvidado ese idioma.
Para empezar, se fue a Londres, donde pudo adquirir todo lo necesario para el viaje, incluyendo ropa árabe, instrumentos de todo tipo, regalos para el sultán. Sin olvidar hacerse la circuncisión para que no descubrieran que no era musulmán.
En este viaje le acompañó el conocido botánico Simón de Rojas Clemente, que le enseñó dónde tenía que adquirir todas esas cosas, además del idioma y la cultura árabe.
En 1803, ya se aventuró a entrar en Marruecos. Al llegar, les pareció un tipo raro, pero le dejaron pasar. En sus cuadernos se dedicó a anotar todo lo que veía. Incluyendo, datos históricos, etnográficos, demográficos, conversaciones, etc.
En sus descripciones suele omitir sus impresiones y sólo aporta datos objetivos. Sin embargo, solía escribir cartas cariñosas a su familia. También escribió un diario, donde expuso sus opiniones personales, sobre cada momento y los lugares donde estuvo.
Tras la llegada del sultán de Marruecos a Tánger, se presenta ante él, como si fuera un sabio venido de otro país, concretamente, de Alepo, en Siria,  y le lleva multitud de regalos. Entre ellos, algunas armas de fuego y pólvora, compradas en el Reino Unido.
Parece ser que le cayó bien al sultán y se fue con él a Marraquech, donde le regaló un palacio para vivir cómodamente, aparte de unos cuantos esclavos.
Una de las cosas que mosqueó a los árabes es que no tuviera mujeres. Él se defendió alegando que, primero quería hacer la peregrinación a la Meca, para cultivar su espíritu. Evidentemente, él ya estaba casado en España y tenía varios hijos.
Ya entonces hizo sus primeros contactos con el hermano del sultán, para ver si era posible que, ya que criticaba la política realizada por su hermano, se atreviera a rebelarse contra él y deponerle del trono.
Se sabe que Ali, por si acaso, contactó con el Gobierno español, para que fueran preparando una fuerza de invasión, que estuviera preparada en Ceuta, al objeto de que cruzara la frontera en el momento en que se produjera la rebelión contra el sultán.
Parece ser que el Gobierno envió esas tropas al sur de España, pero no llegaron a cruzar el
Estrecho. Parece ser que el sultán fue alertado por alguien y ordenó que varias unidades de su Ejército se colocaran en la frontera.
Cuando Ali se enteró de este movimiento, escribió inmediatamente al Gobierno español, rogándole que las tropas no desembarcaran en Ceuta, sino en Melilla, donde no había tropas enemigas, aunque fuera un viaje un poco más largo.
Una cosa que ha caracterizado a todos los gobernantes que ha tenido España es su facilidad para cambiar de opinión. Carlos IV no fue ajeno a esta costumbre y, cuando estaba todo pendiente de una orden suya, decidió cambiar de planes y no realizar esa invasión.
No es posible saber por qué lo hizo. Quizás, porque había llegado a algún tipo de acuerdo con el sultán o para prevenir que Francia se interpusiera y estropeara los planes españoles.
Lo cierto es que, seguramente, el sultán se enteró de los planes de Ali y del Gobierno de España. Así que ordenó que nuestro personaje fuera expulsado inmediatamente de su reino.
Su nave partió con destino a Trípoli y, más tarde, hacia Alejandría y la Meca. Lo cierto es que el barco tardó demasiado en llegar a su destino a causa del mal estado del mar. Incluso, recaló durante bastante tiempo en Chipre, antes de dirigirse hacia Alejandría.
Por fin, en 1806, se dirige desde el Cairo hasta Suez para, desde allí, dirigirse hacia la ciudad sagrada de la Meca, vedada para cualquier occidental.
A mediados de 1807 consiguió llegar a la Meca. Nada menos que 15 meses después de su expulsión de Marruecos.
Fue el primer viajero occidental que pisó esa ciudad. Aportó un montón de datos de la misma. Incluidos varios dibujos que todavía se utilizan hoy en día, pues no se conserva casi nada de la ciudad, tal y como él la vio.
Para no llamar la atención y, como, por entonces, ya estaba muy metido en su papel, se dedicó a hacer lo mismo que el resto de los peregrinos musulmanes.
También allí, el sultán de la zona, reclamó su presencia. Nuestro personaje logró convencerle de que era una especie de príncipe árabe, nacido en Alepo. Tuvo suerte de que no le descubrieran, porque tenían la costumbre de ejecutar a todos los intrusos que pillaban en esa ciudad.
Parece ser que se siguen usando los planos realizados por Ali Bey, para ilustrar algunas ediciones actuales del Corán, porque no tienen otros sobre el templo tal y como estaba antes.
De allí, se fue a Jerusalén. Incluso, llegó a entrar en el templo, donde no podían pisar los occidentales. Su periplo final le llevó hasta Turquía, para emprender el viaje de vuelta a España.
Cuando llegó, se encontró con un país muy cambiado, pues acababa de empezar la Guerra de la Independencia, contra el invasor francés.
Como se suponía que él había trabajado a las órdenes de Carlos IV, fue a verle a su exilio, en Francia, a fin de  entregarle toda la documentación de su misión.
Para su sorpresa, el monarca, no la aceptó y le dijo que eso pertenecía a España. Así que tendría que volver a Madrid para entregarla al nuevo gobierno español, encabezado por José I Bonaparte.
El nuevo monarca agradeció mejor sus servicios y le nombró gobernador de Segovia y luego de Córdoba, aunque no por mucho tiempo, ya que alguien le denunció por una presunta malversación de caudales públicos y lo cesaron de su cargo.
El problema es que, al aceptar esos cargos del rey francés, el pueblo lo vio como un afrancesado más. Así que tuvo que exiliarse, acompañado por el ejército francés en retirada.
Más tarde, en Francia, hizo una serie de gestiones, para que le permitieran regresar, pero se negaron a permitirle la entrada.
Así que, un tiempo después, en 1812, se dedicó a publicar, en ese país,
sus memorias,  las cuales se editaron en varios idiomas y fueron utilizadas por los nuevos viajeros que se atrevieron a visitar esa zona.
En 1818, se atrevió a hacer un nuevo viaje por esos territorios, pero esta vez a las órdenes del Gobierno francés.
Sus planes eran llegar a la Meca. Desde allí, cruzar hacia Egipto y dirigirse hacia el sur, hasta el nacimiento del Nilo. Por último, llegar a la desconocida ciudad de Tombuctú.
Llegó algo enfermo a Damasco. Allí, no encontró a un amigo médico francés con el que se tenía que entrevistar. Así que no le quedó más remedio que dejarse tratar por un médico local.
Parece ser que siempre sospechó de éste, ya que pensaba que, en vez de intentar curarle, le estaba envenenando. Así que mandó a París unas muestras de la medicina recetada, para que le dijeran si era un veneno o no.
Lo cierto es que en París analizaron el medicamento, pero Ali no llegó a conocer la respuesta, pues murió antes. Parece ser que los científicos franceses dijeron que no era un veneno, sino un preparado farmacéutico a base de ruibarbo.
Así que se puede atribuir la muerte de nuestro personaje, con poco más de 50 años,  a causas naturales.
Fue enterrado de acuerdo con el ceremonial musulmán en una zona que se encuentra en la actual Jordania.
Una muerte más de un español, que fue olvidado por su país y que, por lo menos, fue reconocido por Francia.
Incluso, en su época, fue muy admirado por los grandes exploradores von Humboldt y R. Francis Burton.
No se conoció la verdadera identidad de Ali Bey hasta que, en 1836, se tradujo su libro al español. En el prólogo del mismo, se indicaba que su verdadero nombre era Domingo Badía.
Ese mismo año, Manuel Godoy, publica sus Memorias, donde reconoce que este gran aventurero y explorador fue agente suyo.