Hoy, como
siempre, os invito a viajar en el tiempo para conocer un hecho que siempre se
intentó ocultar y, quizás, por ello, murió un montón de gente que podría
haberse curado.
Estamos
en el mes de diciembre de 1943. Los aliados ya han invadido Italia y ahora se
dedican a conquistarla de sur a norte.
Por
su parte, los alemanes, que ya no confían en sus aliados italianos, han
invadido esa península y se defienden en ella como pueden.
A
pesar de tener una fuerza aérea en declive, los alemanes llevaban semanas
preparando un ataque aéreo, para intentar frenar la ofensiva aliada.
Por
ello, en la tarde del 02/12/1943, un Me-210 de reconocimiento, pilotado por un
joven teniente llamado Werner Hahn, sobrevoló, sin ser molestado, el puerto de
la ciudad de Bari.
A
su regreso a la base, informó de la situación del puerto, los 30 barcos que en
él había y la excesiva confianza de los aliados, que ni se molestan en disparar
a las aeronaves enemigas.
A
la vista de su informe, el mariscal von Richthofen, pariente del conocido “Barón
Rojo” y conocido en nuestro país por ser el jefe de la Legión Cóndor, la unidad
de la fuerza aérea alemana que actuó en España, se decidió por atacar el puerto
de Bari.
Había
conseguido reunir unos 105 aviones, la mayoría de guarnición en Italia, pero
otros procedentes de la antigua Yugoslavia.
Con
una maniobra muy estudiada, hizo creer a los aliados que todos procedían de los
Balcanes, al objeto de que no castigaran aún más las bases que tenían en suelo
italiano.
Con
la aprobación del famoso Kesselring, los aviones se dirigieron por el Adriático
hasta enfilar la vertical de ese puerto.
Cuando
llegaron eran ya las 19.20 y todo el mundo estaba muy confiado. Nadie les
esperaba y ni siquiera se molestaron en apagar las luces del puerto.
Los
dos primeros aviones se dedicaron a lanzar unas tiras metálicas para “cegar” a
la pantalla del radarista. Lo que no sabían es que el único radar instalado en
esa zona llevaba bastante tiempo fuera de servicio.
Con
la primera oleada de bombardeos, los explosivos destruyeron un oleoducto e
hicieron que las llamas se propagaran por la ciudad y el puerto. Incluso,
alcanzaron al despacho del mismísimo general Doolittle, que se hallaba allí
preparando nuevas operaciones. Aunque destruyeron su despacho, él consiguió
salir ileso.
Como
el puerto estaba lleno de barcos pendientes de ser descargados, estas
explosiones hicieron que las llamas pasaran de uno a otro, porque estaban todos
muy juntos.
Además,
otra cosa que influyó para aumentar la destrucción es que muchos de ellos
estaban cargados con municiones y explosivos e, in
cluso, había algunos que
transportaban combustible.
Son
todos barcos mercantes, con unas tripulaciones que rondan entre los 40 y los 80
marineros. La mayoría son de la clase Liberty, construidos en USA.
Había
entre ellos un barco llamado John Harvey, dentro del cual sus 77 ocupantes lucharon con energía contra las
llamas, hasta que, de pronto, una explosión destrozó el barco, matándolos a
todos, produciendo una llamarada que alcanzó los 300 metros de altura. De esta
nave hablaré más adelante.
Las
sucesivas ondas expansivas provocadas por estas explosiones dejaron a todo Bari
sin tejas y los restos de las ventanas del c
uartel general del general
Alexander aparecieron a varios kilómetros de allí.
Además
de eso, una ola con agua altamente contaminada empapó a muchos de los supervivientes.
El
ataque, que apenas duró media hora, consiguió plenamente su objetivo. Nada menos
que 17 barcos habían resultado hundidos (5 de USA, 4 británicos, 3 italianos, 3
noruegos y 2 polacos) y otros 8 fueron muy dañados. Otras fuentes hablan de 28 hundidos
y 12 dañados, de diversas nacionalidades. Algo parecido a Pearl Harbor.
Por
el contrario, las escasas defensas antiaéreas sólo consiguieron derribar a uno
de los bombarderos alemanes.
Se
perdieron unas 38.000 Tm. de carga y el puerto tuvo que permanecer casi un mes
cerrado.
En
cuanto al informe de bajas, las fuentes no se ponen de acuerdo. Rondan entre
las 630 y algo más del millar. El número de bajas entre los ciudadanos de Bari
es aún desconocido.
Tras
el ataque comienza una segunda pesadilla. En el Brindisi, buque italiano que ha
ido a socorrerlos, se da una rara epidemia entre los supervivientes.
En
el Bistra, que se dirige a Tarento con muchos heridos, la tripulación va
quedándose ciega poco a poco y llega milagrosamente a su destino.
En
los hospitales nadie sabe qué está pasando, pues se están muriendo muchos
pacientes, que no parecían tener nada serio. Incluso, a los sanitarios les está
afectando a la vista.
En
el bando aliado comienzan a sospechar que los alemanes podrían haber utilizado durante
el bombardeo agentes químicos y envían para allá al cirujano general Blesse,
acompañado del teniente coronel Francis Alexander, un médico experto en las
enfermedades producidas por las armas químicas.
Este
realizó un detallado informe, donde, a base de comprobar de qué barcos
procedían las víctimas, llegó a adivinar cuál era el barco que llevaba esa
carga venenosa y lo envió al Alto Mando.
A
las 14,15 del día siguiente, tiene lugar una reunión de 6 oficiales USA y otros
6 británicos, que sí conocen el secreto, donde deciden mantenerlo y no informar
a la comisión médica sobre este asunto. Sólo ordenan que se vierta una tonelada
de lejía para desinfectar una dársena.
Las
sospechas del teniente coronel Alexander de que allí ha actuado el gas mostaza,
aumentadas por las declaraciones de algunos testigos afirmando que habían
percibido un fuerte olor a ajo, característico de este gas, se demuestran tras
recoger del fondo un trozo de un tipo de bomba que utilizan los USA para llevar
este g
as en su interior. En un principio, pensó que los alemanes habían
bombardeado con esa sustancia, pero luego vio claramente lo que había pasado.
Evidentemente,
si los servicios médicos hubieran sido avisados, se hubieran tomado una serie
de medidas para que muchos heridos no murieran, como, simplemente, quitarse
toda la ropa contaminada.
Los
gobiernos de los países aliados siguieron guardando en secreto todo lo relativo
a este tema y las informaciones sobre el mismo fueron inmediatamente
censuradas.
Ya
en marzo de 1944, el general Eisenhower nombró una comisión de investigación,
la cual llegó a la conclusión de que la contaminación procedió de un barco que
he mencionado al principio, John Harvey. Resulta que ese barco había sido
cargado con diverso material y, discretamente, se había almacenado también en
sus bodegas una gran cantidad de bombas cargadas con gas mostaza. Alrededor de unas
100 toneladas de bombas rellenas con este producto.
El
propio general Eisenhower comentó en sus memorias que, durante la II GM,
siempre habían llevado con ellos ciertas cantidades de sustancias químicas, para
poder responder a los alemanes si les daba por utilizarlas. En la misma obra se
abstuvo de mencionar las víctimas producidas por este escape.
Parece
ser que Churchill dio la orden de eliminar de todos los archivos cualquier
referencia a víctimas de este ataque, pues era para él un descrédito que se
hubiera producido en una zona bajo la custodia británica.
También,
algunos autores sostienen que Churchill presionó al resto de gobernantes
aliados para que mantuvieran en secreto este asunto.
Este
episodio fue desclasificado en 1959, sin darle ningún tipo de publicidad a este
asunto.
En
los años 60 y 70 se escribió algún libro sobre el tema, incluso publicó uno el instituto
naval USA.
Ya
en 1986, el Times de Londres publicó que los marineros británicos que fueron
contaminados en Bari recibirían pensiones con carácter retroactivo.
Parece
ser que también en ese año, los USA tomaron las medidas oportunas para
desinfectar plenamente la ciudad de Bari, pues hasta entonces se habían seguido
produciendo muertes entre la población civil debidas a este gas. Es preciso recordar
que Bari en la época de la II GM ya tenía unos 200.000 habitantes.
Como
no hay que olvidar que aún no se había acabado la guerra, los alemanes muy
pronto se dieron cuenta de lo ocurrido y se prepararon para lo peor, pues
pensaban que podrían ser atacados por los aliados con estas armas. Así que
repartieron estos trajes entre sus tropas y aceleraron su formación para este tipo de
guerra.
Incluso,
la propia locutora propagandista, que trabajaba para los alemanes, Alexis
Sally, a la cual le he dedicado hace tiempo otra entrada, decía por su emisora:
“Chicos, veo que os están rociando con vuestro propio gas venenoso”.
Los
alemanes también consiguieron otro de sus objetivos, pues los desembarcos
aliados en la zona de Anzio tuvieron que suspenderse y retirar las tropas por
falta de suministros, aunque oficialmente lo achacaron al mal tiempo reinante
en la zona.
Tampoco
la fuerza aérea del general Doolittle pudo actuar plenamente en esa zona hasta
febrero de 1944.
Lo
único positivo de este asunto es que unos científicos, que estaban investigando
sobre la grave enfermedad de la leucemia, encontraron cierto remedio con el gas
mostaza. Resulta que la leucemia se caracteriza porque multiplica inmediatamente
la cantidad de glóbulos blancos y con este gas, en pequeñas dosis, lo
utilizaron para eliminarlos.
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