Nuestro personaje sigue siendo muy
controvertido al día de hoy. Por eso mismo, unos lo siguen viendo como héroe,
mientras que otros lo ven como un traidor.
Phillippe Pétain nació en 1856, en
la pequeña localidad de Cauchy-à-la-Tour, cercana al famoso puerto de Calais.
Ingresó en la prestigiosa
academia militar de Saint Cyr y, en 1870, mientras estudiaba en ese centro,
tuvo lugar la humillante derrota militar de Francia ante Alemania.
Pasó toda su vida de cuartel en cuartel.
En aburridos destinos por toda Francia. Por ello, sólo pudo ascender a coronel
cuando ya había cumplido los 57 años.
Sin embargo, en 1914, con la llegada
de la I Guerra Mundial, cambió radicalmente su vida. Pasó de ser un militar
casi desconocido a ser “el salvador de Francia”.
Dicen que: “No hay feria mala.
Donde unos pierden, otros ganan”. Eso ocurrió con este personaje, la llegada de
la Gran Guerra fue toda una bendición para él, aunque para la mayoría de la
gente fuera lo más parecido al Infierno.
Tras una serie de pequeñas
victorias, que le valieron el ascenso al generalato, de repente, le tocó lidiar
con el problema de Verdún.
Esta plaza era un sitio muy
estratégico, y eso lo sabían tanto los franceses como los alemanes. Era el
centro neurálgico de la defensa francesa y la llave para llegar a París. Por
eso mismo, estaba bien dotado de fortificaciones, armamento y personal
suficiente para aguantar una típica embestida de las fuerzas alemanas, pero no para
hacer frente a una
buena parte del total del Ejército alemán.
La batalla se dio entre febrero y
diciembre de 1916. Las dos partes echaron el resto y llegaron a combatir 1.000.000
de soldados en cada bando. Se calcula que, en total, se produjeron unas 700.000
bajas. Entre muertos y heridos.
Se podría decir que esta batalla
quedó “en tablas”, pues los alemanes no consiguieron avanzar más dentro del
territorio francés. Sin embargo, los franceses, tampoco progresaron dentro del
territorio alemán.
La gran virtud de Pétain fue contagiar
su optimismo a unos soldados franceses, que se hallaban completamente desmoralizados,
después de una serie de derrotas consecutivas.
Unos dicen que se ganó el aprecio
de sus soldados, con su famosa frase: “On les aurà!” (Les tendremos). Por el contrario,
otros dicen que fue demasiado cruel con los que pretendieron retirarse, huir o
rendirse.
Parece ser que, en toda la I
Guerra Mundial, se tiene constancia de que el Ejército francés fusiló a 825 de
sus miembros. La mayoría de los casos fue por amotinamiento. Argumentaban que,
con ello, pretendían influir en la moral de la tropa. Parece ser que, al día de
hoy, los sucesivos gobiernos de Francia, se han negado a rehabilitar la memoria
de estas víctimas. Por lo visto, algunos de ellos eran menores de edad.
Como siempre ocurre en estos
casos, las medallas se las suele llevar el que no combate en las batallas. En
este caso, todos los parabienes fueron para Pétain, el cual fue nombrado,
sucesivamente, jefe de un Cuerpo de Ejército, jefe del Estado Mayor de Francia
y, por fin, jefe de todo el Ejército francés, con el rango de mariscal de
campo.
Así que, en la posguerra, en
lugar de pensar en retirarse, siguió recibiendo todo tipo de honores. Tales
como los de vicepresidente del Consejo Supremo de la Guerra, Inspector general
del Ejército o comisionado francés para colaborar con el Ejército español en la
Guerra de África.
Con 78 años, llegó a ser ministro
de la Guerra y, 5 años más tarde, fue nombrado embajador de Francia en España,
tras la victoria franquista.
La verdad es que a nosotros nos
vino muy bien que este hombre hiciera amistad con Franco, porque, como ya conté
en otro de mis artículos, esa amistad sirvió para que recuperáramos algunos
objetos artísticos muy valiosos, como la Dama de Elche, que estaban depositados
en Francia, debido a un intercambio cultural entre ambos países.
Tras la ignominiosa derrota de
Dunkerque, fue llamado por el presidente francés, Paul Reynaud, para formar
parte de su Gobierno. Con el fin de que elevara la moral de sus tropas.
Sin embargo, como siempre, los
alemanes les tomaron la delantera y, en sólo una semana, derrotaron al Ejército
francés, abriéndose paso hacia París.
Por aquella época, el famoso
general De Gaulle, era un miembro secundario del Gobierno. Fue uno de los más
firmes partidarios de un plan con el que se pretendía evacuar a la mayoría de
las tropas francesas hasta sus colonias del norte de África. Todo ello,
acompañados de abundantes recursos financieros, como todas las reservas de oro
depositadas en el Banco de Francia.
Sin embargo, Pétain y el inútil
del general Weygand se opusieron a ello, alegando que esa retirada
comprometería a las tropas y a los civiles que se quedaran en Francia.
Parece ser que, a mediados de
junio, Churchill, se reunió con el Gobierno francés. Los galos le pidieron que
trasladara el grueso del Ejército británico a Francia, pero Winston se negó a
ello. En cambio, les propuso que dispersaran los restos del Ejército francés y
lo utilizaran en una guerra de guerrillas. Algo que tampoco gustó mucho a los
galos.
Tampoco les gustó nada otra
propuesta de los británicos. Les pidieron evacuar la flota francesa hacia los
puertos de Gran Bretaña.
Por último, en un alarde de
imaginación o de ingenuidad, Churchill, les propuso hacer de Francia y el Reino
Unido un solo país, cuya capital estaría en Londres. Como es lógico, esto no
les hizo ninguna gracia a los gobernantes franceses. Así que ambas partes se
retiraron sin llegar a ningún acuerdo.
Después de esto, dimitieron la mayoría
de los miembros del Gobierno francés y se impuso la idea de Pétain, que era la de quedarse en Francia, argumentando que así podrían hacer más llevadera la
ocupación alemana.
Sin embargo, el primer ministro,
Reynaud, no estuvo conforme y dimitió. De esa forma, Pétain, fue nombrado nuevo
presidente del Gobierno por Albert Lebrun, presidente de la III República
Francesa.
Lo primero que hizo Pétain fue
pedir, el 17 de junio, el armisticio a los alemanes. No olvidemos que estos
habían ocupado París 3 días antes y el Gobierno francés había sido evacuado a
Burdeos.
Ese fue el comienzo del
desencuentro entre nuestro personaje y el general De Gaulle, que se exilió en
Londres para encabezar lo que él denominó la “Francia libre”.
Antes de seguir, he de decir que,
aunque el Ejército francés estaba considerado como el más numeroso de Europa,
después del soviético, y el mejor preparado, sucumbió de una forma humillante
ante los invasores alemanes.
Debo confesar que Marc Bloch es
uno de mis autores favoritos. Fue un gran historiador francés, que se dedicó,
principalmente, a la época medieval.
Sin embargo, como combatió en la
I Guerra Mundial y era oficial en la reserva, su gran patriotismo le llevó a
presentarse como voluntario para luchar de nuevo contra los alemanes. A pesar
de haber superado los 50 años.
Parece ser que esta abrumadora
derrota le llenó de interrogantes, cuya meditación dio lugar a muchas
conclusiones, que plasmó en su famoso libro “La extraña derrota”.
Seguro que su lectura levantó
ampollas en la piel de más de uno. Él achacó esta derrota a la incapacidad de
los mandos, encabezados por unos generales ya ancianos, y por una burocracia
militar, que se mostró de una forma absolutamente incompetente.
También es verdad que el pueblo
francés nunca quiso meterse en una guerra de tal calibre, pues todavía se
estaba curando las heridas de la pasada guerra mundial, que se había
llevado por
delante a varias generaciones de franceses.
Desde luego, la derecha, no
estaba por luchar, sino por pactar. Además, parecían no ver en los alemanes a
unos enemigos, sino a unos colaboradores en la lucha contra los movimientos
obreros. No olvidemos que en Francia también existían, como en España, un
Frente Nacional y otro Popular.
Por otra parte, los comunistas, siempre
dispuestos a acatar las órdenes venidas desde Moscú, en un principio, tampoco
se quisieron enfrentar a los alemanes, pues, en ese momento, todavía eran aliados
de los soviéticos. De eso no quieren acordarse, pero lo cierto es que no
movieron un dedo contra ellos hasta que estos se decidieron a invadir la URSS.
Sin embargo, en el caso de Bloch,
siguió luchando en la Resistencia, pero tuvo la mala fortuna de ser detenido y
torturado cruelmente por la Gestapo. Fue
fusilado por los alemanes a mediados de junio de 1944. A pesar de que los
judíos fueron perseguidos en Francia y él era uno de ellos, su testamento,
finaliza con estas palabras: “…me he sentido toda la vida, ante todo,
simplemente francés”. Toda una lección para muchos que, hoy en día, aun siendo
españoles, dicen que no quieren serlo.
Lo cierto es que el Ejército
francés sufrió una de sus mayores derrotas. En sólo 5 semanas de combates
habían sufrido 92.000 muertos, 250.000 heridos y nada menos que 2.000.000 de
prisioneros. La mitad de ellos, continuaron, durante toda la guerra,
custodiados, en calidad de rehenes, por los alemanes.
El armisticio se firmó en el
famoso vagón de tren, situado en Compiègne, donde también se había firmado, en
1918, la capitulación alemana.
Tras ese acto, Francia, se
dividió en dos. La zona norte y toda la costa del Atlántico hasta los Pirineos,
quedó en poder de los alemanes. El resto, la llamada Francia no ocupada, quedó
bajo el Gobierno colaboracionista de Pétain, el cual eligió la ciudad balnearia
de Vichy, como sede central del nuevo Estado.
Curiosamente, el nuevo régimen adoptó
una serie de medidas, que daba plenos poderes a Pétain. Sin embargo, jamás disolvió
las dos cámaras del parlamento, cuyos representantes siguieron cobrando, aunque
nunca se reunieron. No obstante, ninguno protestó por ello.
Nuestro personaje siempre gobernó
a base de decretos. Prohibió los partidos y los sindicatos y organizó una
Policía política, que le permitió tener atenazada a la oposición.
También es verdad que Pétain se
reunió con Hitler en octubre de 1940. El canciller alemán le pidió que uniera
sus tropas a las del III Reich en la futura lucha contra el Reino Unido. Sin
embargo, Pétain, le contestó que Francia no quería meterse en otra guerra y
Hitler no consiguió convencerle de lo contrario.
Según parece, esta postura de
Pétain vino dada, porque ya había pactado con Churchill a fin de que no
volviera a atacar las colonias francesas en África. Tal y como ya publiqué hace
unos años en este mismo blog.
A decir verdad, la mayoría de los
franceses, aprobó de una manera expresa o tácita su política, porque, durante
los primeros años, no les molestaron demasiado los alemanes.
Lo cierto es que hubo muchos
miles de colaboracionistas en Francia. No voy a decir que lo fuera, pero,
aunque parezca mentira, el famoso escritor y filósofo francés, Jean Paul
Sartre, escribió en 1945: “Nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación
alemana” (La República del silencio). Supongo que él sabría por qué lo dijo.
Lógicamente, en 1941, tras la
invasión de la antigua URSS, los comunistas franceses, volvieron a obedecer las
consignas de Moscú e ingresaron en la Resistencia. Así que, a partir de
entonces, empeoraron las relaciones entre invadidos e invasores.
Posteriormente, en el otoño de
1942, tras producirse el desembarco de los aliados en las posesiones francesas
del norte de África, Hitler ordenó la ocupación de todo el territorio de la
Francia metropolitana.
Aparte de ello, los alemanes,
presionaron y consiguieron que aumentara exponencialmente el número de
trabajadores franceses forzados, cuyo destino eran las fábricas alemanas.
Incluso, se creó la Milicia
Francesa, integrada por fascistas de ese país, cuya misión era reprimir duramente
a los miembros de la Resistencia, causándoles miles de bajas.
No sé si sería para congraciarse
con los alemanes. Lo cierto es que, en aquel momento, había unos 70.000 presos
en las cárceles francesas y los jueces ordenaron la ejecución de 10.000 de
ellos. Incluso, los mismos ocupantes, exigieron el fusilamiento de 10 presos
por cada soldado alemán que muriera a manos de la Resistencia.
Al mismo tiempo, el Gobierno
francés, ordenó la deportación de unos 150.000 judíos a los campos de Alemania,
de los que sólo regresaron alrededor del 10% de los mismos. En cambio, cedieron
a miles de familias cercanas al régimen, los bienes que habían sido confiscados
a los judíos. Parece ser que hasta la misma compañía ferroviaria francesa
(SNCF) cobró una fuerte suma, pagada por Alemania, por realizar esos traslados.
Tras el célebre Desembarco de
Normandía, en junio de 1944, el Gobierno francés, pretendió ir desembarazándose
de los alemanes. Sin embargo, no lo consiguieron y fueron trasladados a
Alemania. No obstante, Pétain, consiguió llegar a Suiza.
Sin embargo, en una decisión muy
poco acertada, volvió a Francia, para someterse al proceso contra el anterior
Gobierno de Francia, iniciado en el Tribunal Supremo.
Parece ser que no fue un juicio
muy imparcial, pues, como en Nürenberg, en el tribunal sólo se sentaron
miembros del bando vencedor, mientras en el banquillo sólo figuraban los
vencidos.
La vista duró desde finales de julio
hasta mediados de agosto. Sólo al final de la misma, Pétain, accedió a
defenderse, argumentando que se había quedado en su país para atenuar los
sufrimientos de los franceses ante la ocupación alemana. Terminó su alocución
diciendo: “…durante toda una vida, ya larga, y llegado por mi edad, al umbral
de la muerte, puedo afirmar que jamás he tenido otra ambición que servir a
Francia”.
Su sentencia se conoció a las 4
de la madrugada del 15/08/1945. El peso de la condena radicaba en que había accedido
al poder con el único objetivo de firmar el armisticio. Eso lo calificaron como
traición.
A la vista de ello, los jueces, que
le habían condenado a muerte, también solicitaban que se conmutara su pena por
la de cadena perpetua. Aparte de ello, le fueron confiscados todos sus bienes,
recompensas y también fue expulsado del Ejército.
En un principio, y a pesar de
haberse convertido en un civil, y ya con 89 años, fue encerrado en la prisión
militar del Portalet, en la zona pirenaica. Posteriormente, fue trasladado a la
prisión militar de la isla de Yeu, en pleno Atlántico, a pocos kilómetros de la ciudad
de Nantes.
Allí estuvo hasta que falleció en
julio de 1951, a los 95 años de edad. Parece ser que acudieron a su entierro
varios millares de personas venidas de toda Francia.
Aunque su deseo hubiera sido ser
enterrado en uno de los cementerios para las víctimas de la batalla de Verdún,
todos los gobiernos franceses se han negado a ello y su cuerpo permanece
sepultado en el pequeño cementerio de esta isla. Sin embargo, no le negaron
poder ser enterrado con su uniforme militar.
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