El marquesado de Pickman fue un
título otorgado, en 1873, por vez
primera por el rey Amadeo I de Saboya al industrial y comerciante británico,
Charles Pickman Jones.
Este
industrial había llegado de muy joven a Sevilla y, tras la desamortización de
Mendizábal, alquiló el antiguo convento de
cartujos de Santa María de las Cuevas, instalando en él una fábrica de
cerámica. Así continuaba con la misma actividad que había iniciado su padre en
Londres.
Esta
fábrica de cerámica llegó a hacerse muy famosa y hoy en día todos la conocemos
como “La Cartuja de Sevilla”.
Como
el negocio fue viento en popa, llegó a exportar sus productos a muchos países y
a ser muy bien recibido en varias cortes europeas. Llegando a ser elegido vicepresidente
de la Academia nacional agrícola, manufacturera y comercial de París.
De
su matrimonio con su prima, María Josefa Pickman y Martínez de la Vega, nació
una única hija, Enriqueta Pickman y Pickman, la cual heredó el título.
Enriqueta
casó con un cordobés de familia aristocrática venida a menos, Rafael de León y
Primo de Rivera. A este personaje de apellido tan conocido le voy a dedicar
esta entrada.
El
marqués consorte gozaba de muchas amistades en Sevilla, pues era muy dado a las
continuas fiestas y a gastar sin límites. También, según parece, era muy
generoso con sus amigos. Así, en algunas ocasiones, había pasado ciertos apuros
económicos, a pesar de poder disponer de la gran fortuna que había heredado su esposa.
Aunque
parezca mentira, parece ser que el noble pidió un préstamo a un capitán de la
Guardia Civil, llamado Vicente García de Paredes. Éste fue diciendo por ahí que
se iba a cobrar la deuda teniendo relaciones sexuales con la marquesa, y eso,
lógicamente, llegó a oídos de su marido.
Así
que, una tarde, el marqués fue a buscarlo y lo encontró en el teatro Cervantes
de Sevilla, y allí le dio una bofetada delante de todos los presentes.
En aquella época,
eso era algo que no se podía consentir,
y menos para un militar, así que, inmediatamente, el capitán se buscó sus padrinos. A
esto, el marqués respondió nombrando los suyos.
Sus representantes
buscaron la forma de evitar el duelo, intentando llegar a un acuerdo pacífico,
pero no pudo ser.
El duelo se
concretó en la llamada “Hacienda del Rosario”, el 10 de octubre de 1904. A una
hora tan extraña para un duelo, como las 4 de la tarde, comenzaron a llegar los
duelistas y sus padrinos. Como los duelos estaban severamente prohibidos por la
Ley y por la Iglesia, solían realizarse al amanecer o al anochecer, para que no
hubiera testigos del hecho, ni problemas con la fuerza pública.
Se menciona en
la prensa de la época, algo muy poco habitual, pues no se comentaban directamente
estos hechos, que los padrinos del marqués fueron los señores Goyena y Cagigas,
mientras que los del capitán fueron el comandante de infantería Sr. Perales y
el de su mismo cuerpo, Sr. Vivar. Ambos acudieron con sus médicos respectivos. Todo
se hizo respetando las normas del famoso manual del marqués de Cabriñana.
Se había
pactado que la distancia máxima entre los dos duelistas sería de 25 pasos, pero
ellos optaron por distanciarse sólo a 15 pasos, con lo cual, se aseguraban mucho
más la puntería.
La primera
tirada acabó con los dos duelistas ilesos y se dio paso a una segunda, donde, a
pesar de que el marqués disparó pocos segundos antes que su oponente, fue
alcanzado por el militar, cayendo al suelo, ya cadáver.
Los médicos lo
encontraron tumbado entre los surcos del suelo, con los brazos en cruz y
echando abundante sangre por la boca.
Los padrinos
del marqués tuvieron que ir al Juzgado de Guardia, para dar parte del hecho y
el juez se presentó al caer la tarde, para realizar el acto de levantamiento
del cadáver. El forense pudo comprobar que la bala le había entrada por la axila
derecha en dirección al corazón.
En aquella
época era muy común que los duelistas llevaran en su bolsillo una carta,
indicando que la razón de su muerte era el suicidio, para exculpar de su muerte
a su contrincante.
Como siempre
fue muy popular, su cadáver fue velado en su domicilio y en su entierro
participó una gran multitud. Incluso, muchos comercios permanecieron cerrados
en señal de duelo.
El problema
vino cuando el cuerpo era trasladado al cementerio católico, donde estaba el panteón
familiar. Al llegar allí la comitiva, les comunicaron que el cardenal-arzobispo de
Sevilla, Marcelo Spínola, había prohibido sepultarle en un cementerio católico,
por morir en un duelo, así que tendrían que hacerlo en el cementerio civil,
también llamado de “disidentes”.
Los cerca de
4.000 asistentes al sepelio se mostraron muy indignados por esta decisión. Así,
se montó un buen jaleo y consiguieron entrar al asalto dentro del cementerio, para
depositar el cadáver dentro del panteón familiar. Con lo cual, se formó un gran escándalo en la ciudad.
Esto provocó
que la Iglesia denunciara estos hechos a las autoridades civiles, las cuales
ordenaron, ese mismo día, que los restos del marqués fueran sacados del
camposanto para enterrarlo en el cementerio civil.
A pesar de que
su caso estaba perfectamente indicado en el Código Penal de la época, como se
trataba de un personaje tan importante, este incidente llegó nada menos que a las
Cortes, no olvidemos que había sido diputado anteriormente. El propio ministro
de la Gobernación, Sánchez Guerra, tuvo que intervenir en la discusión.
El juez de
instrucción, muy presionado por la opinión pública, ordenó la detención
inmediata del capitán García de Paredes, el cual compareció voluntariamente
ante el juzgado.
El cardenal
Spínola, que se hallaba de visita en Jerez de la Frontera, volvió, fuertemente
protegido, a su sede de Sevilla.
El Gobierno
defendió la actitud del militar, al aceptar el duelo, a pesar de lo dispuesto
en el Código Penal, por pertenecer a un Cuerpo militar. Es posible que lo
hicieran por temor a la reacción del resto del Ejército, pues las relaciones
entre ambas instituciones, en aquel momento, no eran muy buenas. No olvidemos que,
al año siguiente, tuvo lugar el conocido incidente contra la revista satírica
Cu-cut, donde varios militares asaltaron y destrozaron los locales de esta
publicación. Eso le costó el puesto al presidente del Gobierno, Montero Ríos y, más tarde,
se le otorgó a los tribunales militares la potestad de juzgar a los
civiles por las ofensas realizadas contra sus miembros.
Eran muy
habituales los duelos entre militares, por discusiones en actos de servicio. Muchas
de estas discusiones habían surgido durante las guerras coloniales de Cuba y Filipinas.
También hubo
otros famosos duelos entre civiles y militares. Uno de los más conocidos es el
del ministro de Marina, almirante Beránger, contra el periodista Augusto Suárez
de Figueroa. Para poder participar el duelo, el ministro dimitió previamente de
su cargo.
Otros duelos
acabaron peor, no por las balas cruzadas en el mismo, sino por sus
consecuencias penales.
Quizás, el
duelo más famoso fue el del duque de Montpensier, cuñado de Isabel II por
haberse casado con su hermana, Luisa Fernanda,, y D. Enrique de Borbón, duque
de Sevilla, también cuñado de Isabel II, por ser hermano de su marido,
Francisco de Asís. Fue realizado en el actual barrio de Carabanchel, en Madrid,
en 1870. La muerte del segundo contrincante, hizo que Montpensier perdiera todas
sus esperanzas para poder acceder al trono de España.
Como se
presumía, el sumario contra el capitán García de Paredes fue sobreseído. Seguro que al juez le llegó alguna indicación del Gobierno de entonces.
Esta decisión
trajo también la destitución, por el gobierno de Maura, del gobernador civil de
Sevilla, bajo la acusación de no haber actuado a tiempo, impidiendo ese duelo,
y la posterior dimisión del alcalde de Sevilla.
En España,
desde la época de los Reyes Católicos ya se dictaron normas contra los duelos, pues se producían muchas muertes.
En 1716, el
rey Felipe V dictó una ley expresamente dedicada a prohibir los duelos, la cual
fue confirmada y ampliada por lo siguientes soberanos.
Ya figuró en
el Código Penal de 1805 y en los sucesivos, castigando a los contrincantes con pena
de destierro. Las penas serían de arresto mayor, si del suelo salieran ilesos
ambos contrincantes. Prisión menor, en el caso de que se produjeran lesiones
leves y prisión mayor, si se producía la muerte de uno de ellos. A los
padrinos, se les consideraba cómplices del hecho y se les castigaría con
idénticas penas.
A fines del
siglo XIX se crearon en Europa sociedades o ligas antiduelistas, para intentar
erradicar esta costumbre. Ya en el siglo XX, prácticamente, no se dio casi
ningún duelo, por considerarse una práctica ya anticuada.