Hoy le voy a dedicar este artículo a todo un santo. Sin embargo, no es santo cualquiera. Si alguno ha ido a buscarlo al santoral o al martirologio, verá que no aparece por ninguna parte entre los más de 7.000 nombres beatificados o canonizados por la Iglesia. No obstante, durante varios siglos, fue venerado por muchas generaciones como tal.
Esta vez, retrataré a mi
personaje de hoy de una forma poco usual, porque no es igual que los demás.
Para conocer su historia,
tendremos que retrotraernos a la primera mitad del siglo XIII. Nos la contó un
inquisidor francés, llamado Étienne de Bourbon, en la obra “De supersticione”,
publicada en 1250.
Por lo visto, Guinefort, era un
perro galgo de esos que suelen dedicarse a la caza. Pertenecía a un señor
medieval, cuyo castillo estaba en la actual región francesa de
Auvernia-Ródano-Alpes. No muy lejos de la frontera con Suiza y relativamente
cerca de Lyon.
Un día, el caballero se fue de caza y dejó a su bebé al cuidado de su perro.
Al regresar, se encontró con una escena espeluznante.Su hijo había desaparecido de la
cuna, ésta se hallaba volcada en el suelo y el niño no aparecía. Al rato, llegó
el perro con la boca manchada de sangre. Así que el caballero dedujo que el
perro habría matado y también, seguramente, se habría comido al niño.
Se encolerizó, desenvainó su
espada y decapitó al perro. Acto seguido, lanzó su cadáver a un pozo.
Aunque en esa época no existían
los análisis de sangre, ni las pruebas forenses, dedujeron que la sangre, que
tenía el perro en la boca, no era del niño, sino de la serpiente.
El hombre se mostró muy
arrepentido por haber matado a su fiel perro, así que se le ocurrió darle un
entierro digno, rellenando el pozo con piedras y plantando árboles a su
alrededor.
Lógicamente, la noticia de estos
hechos corrió como la pólvora, aunque entonces todavía no se conociera en Europa
ese explosivo.
Como era una época en la que los niños sufrían muchas enfermedades y la mayoría de ellos no llegaban a la edad adulta, sus padres empezaron a peregrinar hasta la tumba de Guinefort, atraídos por su fama de protector de la infancia.
Incluso, llevaban también a niños
sanos para que obtuvieran la protección de este animal que se mostró tan fiel.
Evidentemente, esto no le gustó
nada a la Iglesia y menos en este caso, que no se trataba de una persona, sino
de un perro. Así que enviaron a ese inquisidor dominico francés para que
investigase este asunto.
También hubo quien vio todo un
negocio en este asunto. Como el caso de una anciana, que aseguraba curar a los
niños que le llevaran allí.
Por lo visto, solía recibir ofrendas de sal, algo muy caro en esa época, y a cambio realizaba una serie de ritos.
Parece ser que desnudaba a los
bebés y colocaba sus ropas sobre unas zarzas. Luego, los metía, ya desnudos,
dentro de unos árboles huecos, donde decía conjurar a los malos espíritus para
que no les hicieran daño a los pequeños.
Posteriormente, las madres tenían
que encender unas velas alrededor de sus hijos y dejarles así toda la noche. A
la mañana siguiente, tenían que bañarlos 9 veces en un río cercano y,
supuestamente, ya estarían inmunizados contra todas las enfermedades.
No es el único caso de una
leyenda de un perro fiel que muere protegiendo a un bebé. En Gales, existe otra
parecida, pero el perro se llamaba Gelert.
Curiosamente, esta tradición
debió de estar muy extendida, pues parece ser que duró hasta mediados del siglo
XX.
Igual, a más de uno, le podría
parecer esto muy extraño en un país como Francia, donde presumen de tener una
gran cultura. Sin embargo, he de deciros que, en ese mismo país, solía ir la
gente a ver al rey, porque creían que sanarían si eran tocados por las manos
del monarca de turno y esa costumbre pervivió hasta Luis XVI, que reinó en el
XVIII, el denominado “siglo de las luces”.
En la Edad Media, que era una
época muy insegura, la gente le rezaba a todo lo que se le ocurriera, porque
estaban expuestos a todo tipo de desgracias, como las guerras o las
enfermedades.
Sin embargo, a los clérigos, eso
de que la gente venerase a un perro, pues no les gustaba nada, porque la
Iglesia defiende que sólo los humanos tenemos un alma inmortal.
De hecho, con el paso del tiempo, la Iglesia tomó cartas en el asunto y se dedicó a multar a todos los que vieran realizando cualquier rito en ese lugar.
Es más, en este caso, los protestantes llegaron a estar de acuerdo con los católicos y también castigaron a los que vieron rezando en esa zona.En 1870, las autoridades
gubernamentales, dieron la orden de destruir el famoso pozo. Aun así, la gente
siguió peregrinando allí hasta mediados del siglo XX.
Incluso, se han llegado a
publicar cuentos para niños, donde aparece Guinefort dándoles algunos consejos.
Así que, a pesar de haber
transcurrido varios siglos, desde que tuvo lugar este incidente, la historia de
este perro sigue siendo muy popular en esa zona de Francia.
Seguro que más de uno habrá oído
la célebre frase: “Mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”.
Una frase que se le suele atribuir al famoso poeta lord Byron. Aunque también
hay quien dice que la solía pronunciar Diógenes, aquel filósofo griego del
siglo V a. de C., que vivía dentro de un barril acompañado siempre por su
perro.
Algunos dicen que fue uno de los
llamados cinocéfalos, porque tenían cabeza de perro y habitaban en las zonas
próximas al mar de Mármara, donde fue capturado por los legionarios romanos.
Tras su conversión, su cabeza se convirtió en humana.
Sin embargo, otros lo explican de
una manera que parece más razonable. Parece ser que en la Antigüedad era muy normal
definir a los que se habían apartado de la gente como bestias y los dibujaban
como animales. Esa idea pasó a formar parte de la iconografía cristiana.
Posteriormente, se le representó
siempre llevando al niño Jesús. De hecho, su nombre está compuesto por Christos
y phorein. O sea, el portador de Cristo.
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Buenas noches D. Juan.
ResponderEliminarGracias de nuevo por compartir sus magníficas píldoras de historia.
Este relato lo leí en Calila y Dimna, una recopilación de relatos hindú de algunos siglos antes de Cristo, si mal no recuerdo. Muchos de ellos fueron argumento de otros relatos posteriores, ejemplo de ello es El Libro de Buen Amor, que se nutre de varios de ellos.
La forma en la que se encadenan muchos relatos de Calila y Dimna es en cascada, unos dentaos de otros, como cuando en un cuento uno de los personajes cuenta una historia o una fábula, muy típico. Pues, si mal no recuerdo, en uno de estos intrarrelatos se cuenta la misma historia del perro, pero con una comadreja de protagonista. No sería de extrañar que de un relato se crease una leyenda popular. O que ocurriese allí eso mismo, quién sabe.
Calila y Dimna fue introducida en Europa gracias a Alfonso X el sabio, que la tradujo del árabe.
Gracias por mantener el blog. Lo disfruto mucho.
Un abrazo.
Ciertamente, he leído que hay unos relatos parecidos en otros países, pero no quise mencionarlos para no alargar más el artículo, ya que algunos se quejan de que a veces son muy largos.
EliminarA ver si se anima y se hace seguidor del blog.
Muchas gracias por su comentario y saludos.