domingo, 27 de enero de 2019

EL MARISCAL PETAIN, DE HÉROE A TRAIDOR


Nuestro personaje sigue siendo muy controvertido al día de hoy. Por eso mismo, unos lo siguen viendo como héroe, mientras que otros lo ven como un traidor.
Phillippe Pétain nació en 1856, en la pequeña localidad de Cauchy-à-la-Tour, cercana al famoso puerto de Calais.
Ingresó en la prestigiosa academia militar de Saint Cyr y, en 1870, mientras estudiaba en ese centro, tuvo lugar la humillante derrota militar de Francia ante Alemania.
Pasó toda su vida de cuartel en cuartel. En aburridos destinos por toda Francia. Por ello, sólo pudo ascender a coronel cuando ya había cumplido los 57 años.
Sin embargo, en 1914, con la llegada de la I Guerra Mundial, cambió radicalmente su vida. Pasó de ser un militar casi desconocido a ser “el salvador de Francia”.
Dicen que: “No hay feria mala. Donde unos pierden, otros ganan”. Eso ocurrió con este personaje, la llegada de la Gran Guerra fue toda una bendición para él, aunque para la mayoría de la gente fuera lo más parecido al Infierno.
Tras una serie de pequeñas victorias, que le valieron el ascenso al generalato, de repente, le tocó lidiar con el problema de Verdún.
Esta plaza era un sitio muy estratégico, y eso lo sabían tanto los franceses como los alemanes. Era el centro neurálgico de la defensa francesa y la llave para llegar a París. Por eso mismo, estaba bien dotado de fortificaciones, armamento y personal suficiente para aguantar una típica embestida de las fuerzas alemanas, pero no para hacer frente a una
buena parte del total del Ejército alemán.
La batalla se dio entre febrero y diciembre de 1916. Las dos partes echaron el resto y llegaron a combatir 1.000.000 de soldados en cada bando. Se calcula que, en total, se produjeron unas 700.000 bajas. Entre muertos y heridos.
Se podría decir que esta batalla quedó “en tablas”, pues los alemanes no consiguieron avanzar más dentro del territorio francés. Sin embargo, los franceses, tampoco progresaron dentro del territorio alemán.
La gran virtud de Pétain fue contagiar su optimismo a unos soldados franceses, que se hallaban completamente desmoralizados, después de una serie de derrotas consecutivas.
Unos dicen que se ganó el aprecio de sus soldados, con su famosa frase: “On les aurà!” (Les tendremos). Por el contrario, otros dicen que fue demasiado cruel con los que pretendieron retirarse, huir o rendirse.
Parece ser que, en toda la I Guerra Mundial, se tiene constancia de que el Ejército francés fusiló a 825 de sus miembros. La mayoría de los casos fue por amotinamiento. Argumentaban que, con ello, pretendían influir en la moral de la tropa. Parece ser que, al día de hoy, los sucesivos gobiernos de Francia, se han negado a rehabilitar la memoria de estas víctimas. Por lo visto, algunos de ellos eran menores de edad.
Como siempre ocurre en estos casos, las medallas se las suele llevar el que no combate en las batallas. En este caso, todos los parabienes fueron para Pétain, el cual fue nombrado, sucesivamente, jefe de un Cuerpo de Ejército, jefe del Estado Mayor de Francia y, por fin, jefe de todo el Ejército francés, con el rango de mariscal de campo.
Así que, en la posguerra, en lugar de pensar en retirarse, siguió recibiendo todo tipo de honores. Tales como los de vicepresidente del Consejo Supremo de la Guerra, Inspector general del Ejército o comisionado francés para colaborar con el Ejército español en la Guerra de África.
Con 78 años, llegó a ser ministro de la Guerra y, 5 años más tarde, fue nombrado embajador de Francia en España, tras la victoria franquista.
La verdad es que a nosotros nos vino muy bien que este hombre hiciera amistad con Franco, porque, como ya conté en otro de mis artículos, esa amistad sirvió para que recuperáramos algunos objetos artísticos muy valiosos, como la Dama de Elche, que estaban depositados en Francia, debido a un intercambio cultural entre ambos países.
Tras la ignominiosa derrota de Dunkerque, fue llamado por el presidente francés, Paul Reynaud, para formar parte de su Gobierno. Con el fin de que elevara la moral de sus tropas.
Sin embargo, como siempre, los alemanes les tomaron la delantera y, en sólo una semana, derrotaron al Ejército francés, abriéndose paso hacia París.
Por aquella época, el famoso general De Gaulle, era un miembro secundario del Gobierno. Fue uno de los más firmes partidarios de un plan con el que se pretendía evacuar a la mayoría de las tropas francesas hasta sus colonias del norte de África. Todo ello, acompañados de abundantes recursos financieros, como todas las reservas de oro depositadas en el Banco de Francia.
Sin embargo, Pétain y el inútil del general Weygand se opusieron a ello, alegando que esa retirada comprometería a las tropas y a los civiles que se quedaran en Francia.
Parece ser que, a mediados de junio, Churchill, se reunió con el Gobierno francés. Los galos le pidieron que trasladara el grueso del Ejército británico a Francia, pero Winston se negó a ello. En cambio, les propuso que dispersaran los restos del Ejército francés y lo utilizaran en una guerra de guerrillas. Algo que tampoco gustó mucho a los galos.
Tampoco les gustó nada otra propuesta de los británicos. Les pidieron evacuar la flota francesa hacia los puertos de Gran Bretaña.
Por último, en un alarde de imaginación o de ingenuidad, Churchill, les propuso hacer de Francia y el Reino Unido un solo país, cuya capital estaría en Londres. Como es lógico, esto no les hizo ninguna gracia a los gobernantes franceses. Así que ambas partes se retiraron sin llegar a ningún acuerdo.
Después de esto, dimitieron la mayoría de los miembros del Gobierno francés y se impuso la idea de Pétain, que era la de quedarse en Francia, argumentando que así podrían hacer más llevadera la ocupación alemana.
Sin embargo, el primer ministro, Reynaud, no estuvo conforme y dimitió. De esa forma, Pétain, fue nombrado nuevo presidente del Gobierno por Albert Lebrun, presidente de la III República Francesa.
Lo primero que hizo Pétain fue pedir, el 17 de junio, el armisticio a los alemanes. No olvidemos que estos habían ocupado París 3 días antes y el Gobierno francés había sido evacuado a Burdeos.
Ese fue el comienzo del desencuentro entre nuestro personaje y el general De Gaulle, que se exilió en Londres para encabezar lo que él denominó la “Francia libre”.
Antes de seguir, he de decir que, aunque el Ejército francés estaba considerado como el más numeroso de Europa, después del soviético, y el mejor preparado, sucumbió de una forma humillante ante los invasores alemanes.
Debo confesar que Marc Bloch es uno de mis autores favoritos. Fue un gran historiador francés, que se dedicó, principalmente, a la época medieval.
Sin embargo, como combatió en la I Guerra Mundial y era oficial en la reserva, su gran patriotismo le llevó a presentarse como voluntario para luchar de nuevo contra los alemanes. A pesar de haber superado los 50 años.
Parece ser que esta abrumadora derrota le llenó de interrogantes, cuya meditación dio lugar a muchas conclusiones, que plasmó en su famoso libro “La extraña derrota”.
Seguro que su lectura levantó ampollas en la piel de más de uno. Él achacó esta derrota a la incapacidad de los mandos, encabezados por unos generales ya ancianos, y por una burocracia militar, que se mostró de una forma absolutamente incompetente.
También es verdad que el pueblo francés nunca quiso meterse en una guerra de tal calibre, pues todavía se estaba curando las heridas de la pasada guerra mundial, que se había
llevado por delante a varias generaciones de franceses.
Desde luego, la derecha, no estaba por luchar, sino por pactar. Además, parecían no ver en los alemanes a unos enemigos, sino a unos colaboradores en la lucha contra los movimientos obreros. No olvidemos que en Francia también existían, como en España, un Frente Nacional y otro Popular.
Por otra parte, los comunistas, siempre dispuestos a acatar las órdenes venidas desde Moscú, en un principio, tampoco se quisieron enfrentar a los alemanes, pues, en ese momento, todavía eran aliados de los soviéticos. De eso no quieren acordarse, pero lo cierto es que no movieron un dedo contra ellos hasta que estos se decidieron a invadir la URSS.
Sin embargo, en el caso de Bloch, siguió luchando en la Resistencia, pero tuvo la mala fortuna de ser detenido y torturado cruelmente por la Gestapo.  Fue fusilado por los alemanes a mediados de junio de 1944. A pesar de que los judíos fueron perseguidos en Francia y él era uno de ellos, su testamento, finaliza con estas palabras: “…me he sentido toda la vida, ante todo, simplemente francés”. Toda una lección para muchos que, hoy en día, aun siendo españoles, dicen que no quieren serlo.
Lo cierto es que el Ejército francés sufrió una de sus mayores derrotas. En sólo 5 semanas de combates habían sufrido 92.000 muertos, 250.000 heridos y nada menos que 2.000.000 de prisioneros. La mitad de ellos, continuaron, durante toda la guerra, custodiados, en calidad de rehenes, por los alemanes.
El armisticio se firmó en el famoso vagón de tren, situado en Compiègne, donde también se había firmado, en 1918, la capitulación alemana.
Tras ese acto, Francia, se dividió en dos. La zona norte y toda la costa del Atlántico hasta los Pirineos, quedó en poder de los alemanes. El resto, la llamada Francia no ocupada, quedó bajo el Gobierno colaboracionista de Pétain, el cual eligió la ciudad balnearia de Vichy, como sede central del nuevo Estado.
Curiosamente, el nuevo régimen adoptó una serie de medidas, que daba plenos poderes a Pétain. Sin embargo, jamás disolvió las dos cámaras del parlamento, cuyos representantes siguieron cobrando, aunque nunca se reunieron. No obstante, ninguno protestó por ello.
Nuestro personaje siempre gobernó a base de decretos. Prohibió los partidos y los sindicatos y organizó una Policía política, que le permitió tener atenazada a la oposición.
También es verdad que Pétain se reunió con Hitler en octubre de 1940. El canciller alemán le pidió que uniera sus tropas a las del III Reich en la futura lucha contra el Reino Unido. Sin embargo, Pétain, le contestó que Francia no quería meterse en otra guerra y Hitler no consiguió convencerle de lo contrario.
Según parece, esta postura de Pétain vino dada, porque ya había pactado con Churchill a fin de que no volviera a atacar las colonias francesas en África. Tal y como ya publiqué hace unos años en este mismo blog.
A decir verdad, la mayoría de los franceses, aprobó de una manera expresa o tácita su política, porque, durante los primeros años, no les molestaron demasiado los alemanes.
Lo cierto es que hubo muchos miles de colaboracionistas en Francia. No voy a decir que lo fuera, pero, aunque parezca mentira, el famoso escritor y filósofo francés, Jean Paul Sartre, escribió en 1945: “Nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana” (La República del silencio). Supongo que él sabría por qué lo dijo.
Lógicamente, en 1941, tras la invasión de la antigua URSS, los comunistas franceses, volvieron a obedecer las consignas de Moscú e ingresaron en la Resistencia. Así que, a partir de entonces, empeoraron las relaciones entre invadidos e invasores.
Posteriormente, en el otoño de 1942, tras producirse el desembarco de los aliados en las posesiones francesas del norte de África, Hitler ordenó la ocupación de todo el territorio de la Francia metropolitana.
Aparte de ello, los alemanes, presionaron y consiguieron que aumentara exponencialmente el número de trabajadores franceses forzados, cuyo destino eran las fábricas alemanas.
Incluso, se creó la Milicia Francesa, integrada por fascistas de ese país, cuya misión era reprimir duramente a los miembros de la Resistencia, causándoles miles de bajas.
No sé si sería para congraciarse con los alemanes. Lo cierto es que, en aquel momento, había unos 70.000 presos en las cárceles francesas y los jueces ordenaron la ejecución de 10.000 de ellos. Incluso, los mismos ocupantes, exigieron el fusilamiento de 10 presos por cada soldado alemán que muriera a manos de la Resistencia.
Al mismo tiempo, el Gobierno francés, ordenó la deportación de unos 150.000 judíos a los campos de Alemania, de los que sólo regresaron alrededor del 10% de los mismos. En cambio, cedieron a miles de familias cercanas al régimen, los bienes que habían sido confiscados a los judíos. Parece ser que hasta la misma compañía ferroviaria francesa (SNCF) cobró una fuerte suma, pagada por Alemania, por realizar esos traslados.
Tras el célebre Desembarco de Normandía, en junio de 1944, el Gobierno francés, pretendió ir desembarazándose de los alemanes. Sin embargo, no lo consiguieron y fueron trasladados a Alemania. No obstante, Pétain, consiguió llegar a Suiza.
Sin embargo, en una decisión muy poco acertada, volvió a Francia, para someterse al proceso contra el anterior Gobierno de Francia, iniciado en el Tribunal Supremo.
Parece ser que no fue un juicio muy imparcial, pues, como en Nürenberg, en el tribunal sólo se sentaron miembros del bando vencedor, mientras en el banquillo sólo figuraban los vencidos.
La vista duró desde finales de julio hasta mediados de agosto. Sólo al final de la misma, Pétain, accedió a defenderse, argumentando que se había quedado en su país para atenuar los sufrimientos de los franceses ante la ocupación alemana. Terminó su alocución diciendo: “…durante toda una vida, ya larga, y llegado por mi edad, al umbral de la muerte, puedo afirmar que jamás he tenido otra ambición que servir a Francia”.
Su sentencia se conoció a las 4 de la madrugada del 15/08/1945. El peso de la condena radicaba en que había accedido al poder con el único objetivo de firmar el armisticio. Eso lo calificaron como traición.
A la vista de ello, los jueces, que le habían condenado a muerte, también solicitaban que se conmutara su pena por la de cadena perpetua. Aparte de ello, le fueron confiscados todos sus bienes, recompensas y también fue expulsado del Ejército.
En un principio, y a pesar de haberse convertido en un civil, y ya con 89 años, fue encerrado en la prisión militar del Portalet, en la zona pirenaica. Posteriormente, fue trasladado a la prisión militar de la isla de Yeu, en pleno Atlántico, a pocos kilómetros de la ciudad de Nantes.
Allí estuvo hasta que falleció en julio de 1951, a los 95 años de edad. Parece ser que acudieron a su entierro varios millares de personas venidas de toda Francia.
Aunque su deseo hubiera sido ser enterrado en uno de los cementerios para las víctimas de la batalla de Verdún, todos los gobiernos franceses se han negado a ello y su cuerpo permanece sepultado en el pequeño cementerio de esta isla. Sin embargo, no le negaron poder ser enterrado con su uniforme militar.

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miércoles, 16 de enero de 2019

ANATOLI LUNACHARSKI Y EL JUICIO DE DIOS


Nuestro personaje de hoy fue un curioso intelectual marxista, que llegó a ser famoso, no por sus obras, sino por una de sus curiosas ocurrencias. No obstante, no conviene adelantar acontecimientos.
Su nombre completo fue Anatoli Vasilievich Lunacharski. Nació en 1875, en la ciudad de Poltava, situada, actualmente, en el centro de Ucrania.
Parece ser que nació del fruto de las relaciones extra-matrimoniales del consejero de Estado Alexander Ivánovich Antónov con Alexandra Yakovlevna Rostovtseva.
Posteriormente, su madre se casó con Vasili Fyodorovich Lunacharski, el cual, al adoptarlo, le dio sus apellidos. Supongo que sería de origen polaco, porque es un apellido con una terminación propia de ese idioma.
Por lo visto, su infancia no fue muy feliz a causa de las malas relaciones entre su madre y su padrastro, el cual siempre se opuso a firmar el divorcio.
Parece ser que éste era un alto funcionario, pues, a pesar de haber sido también un bastardo, su padre fue un noble, que se ocupó de darle una buena posición social.
Anatoli estudió en el llamado Primer Gimnasio, en Kiev. Lo que en España se llama un instituto de Enseñanza Secundaria. Parece ser que fue un comunista muy precoz, pues, cuando se hallaba en quinto curso, ya militaba en organizaciones revolucionarias.
A la salida de esa institución, seguramente, debió de estar ya fichado por la Ojrana, o sea, la policía zarista. Así que no fue aceptado por la mayoría de las universidades del Imperio Ruso.
Sin embargo, en 1895, convenció a su madre para que le dejara ir a estudiar Filosofía en la Universidad de Zurich.
En ese centro, estudió con el profesor Richard Avenarius, donde conoció a fondo las obras de Marx y Engels. También tuvo como condiscípulos a destacados marxistas, como Plejanov.
Curiosamente, Avenarius, estaba emparentado con el célebre compositor Richard Wagner. El músico favorito de Adolf Hitler.
En 1898, volvió a Rusia, donde retomó su actividad revolucionaria. Por ello, fue detenido en varias ocasiones. Sufriendo diversas penas de cárcel y destierro.
En 1903, se produjo el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, cuyas sesiones tuvieron lugar en Londres y en Bruselas. Allí, entre otras, se tomó la medida de dividir ese partido en dos facciones. Una fue la de los mencheviques y la otra la de los bolcheviques. Nuestro personaje tomó partido por estos últimos.
Parece ser que, al año siguiente, se trasladó a Ginebra, donde tomó contacto con Lenin y otros líderes de su partido, exiliados en Suiza. De esa manera, él también pasó a ser uno de los líderes principales de su partido.
Por lo visto, a partir de 1910, Lunacharski se fue radicalizando y tuvo varios enfrentamientos dialécticos con el propio Lenin. A pesar de que siempre habían sido muy buenos amigos. Eso le costó salir de la cúpula del partido.
Más adelante, sus ideas evolucionaron hasta defender que el comunismo era una nueva religión para el hombre y se basaba en la solidaridad mutua entre todos. Eso tampoco gustó nada a Lenin, porque nuestro personaje proponía integrar algunos dogmas católicos dentro del comunismo, para así atraerse a los creyentes. Sin embargo, Lenin decía que “la religión es sólo una fantasía nociva con la que los hombres se autoengañan”
En esa época, Anatoli, trabajó como periodista, escritor y crítico literario. Aparte de ejercer como orador en las reuniones de su partido. Era una persona muy preparada. Hablaba 6 idiomas modernos y dos lenguas clásicas.
Es más, propuso que el ruso abandonara su escritura tradicional, en caracteres cirílicos, y empezara a utilizar los caracteres latinos. Parece que no le hicieron mucho caso.
Posteriormente, tras la Revolución Rusa y el triunfo de los bolcheviques, fue nombrado comisario popular de Educación en el primer gobierno de la URSS.
Según parece, Lenin buscaba mostrar, en la persona de Lunacharski, la cara amable del comunismo, para así poder atraerse a los intelectuales y académicos rusos. Precisamente, la mayoría de los profesores eran de ideología liberal y opuestos al comunismo. Seguramente, por eso mismo, en el Gobierno optaron por mantener esa cierta autonomía que tenían los centros educativos.
En 1918, Anatoli, se plegó a las exigencias de Lenin para llenar la URSS de propaganda política del nuevo régimen. Así que se dedicó a animar a los artistas a realizar carteles para ensalzar al nuevo régimen.
No obstante, nunca exigió que los artistas utilizaran un único estilo oficial. Tal y como ocurrió, posteriormente, tras la llegada al poder de Stalin, que prohibió el arte de vanguardia, sustituyéndolo por el denominado “realismo socialista”.
Paradójicamente, ese nuevo estilo era demasiado conservador para un Gobierno soviético que siempre presumió de progresista.
Curiosamente, siempre fue un gran defensor del legado arquitectónico heredado de la antigua Rusia. Consideraba que era fundamental conservarlo, dada la importancia histórica del mismo.
Algo que era muy difícil, pues las masas identificaban esos palacios con los nobles que los habían habitado y que siempre les habían hecho la vida imposible.
No obstante, consiguió que las masas obreras llegaran a respetar la cultura y, además, que muchos de esos antiguos palacios no fueran demolidos, para así convertirlos en centros educativos, hospitales, etc.
Por lo visto, a finales de 1917, alguien le dijo que la catedral de San Basilio acababa de ser demolida a causa de las revueltas populares. Así que montó un gran escándalo y hasta dimitió de su cargo. Luego, volvió a retornar su puesto, tras enterarse de que esa información era totalmente falsa. Esto le dio mucha popularidad en aquel momento.
Sin embargo, por lo que más se recuerda a este personaje fue por un hecho realizado en enero de 1918.
Fue uno de los más implicados en la persecución a la Iglesia. Solía decir: “La religión es como un clavo. Cuanto más se le golpea en la cabeza, más penetra”. Así que no se le ocurrió otra cosa que dar un golpe de efecto.
El 16 de enero de ese año, dio comienzo a un célebre proceso contra Dios, cuyo tribunal fue presidido por nuestro personaje. Nada menos que le acusaron de crímenes contra la Humanidad y el tribunal se declaró competente para procesarlo y enjuiciarlo.
Los fiscales presentes tardaron casi 5 horas en realizar la lectura de los cargos de los que acusaban a Dios y, además, decían hacerlo en representación de toda la Humanidad. Para personificar, de alguna manera, en la sala, la figura de Dios, colocaron un ejemplar de la Biblia en el banquillo de los acusados.
En esta mascarada de juicio, los abogados, nombrados por el Estado soviético, basaron su estrategia de defensa en que el acusado padecía “una grave demencia y trastornos psíquicos”. Por lo tanto, no se le podría achacar una responsabilidad penal por sus actos.
Tras haber oído a los fiscales, los abogados defensores y los testigos de las dos partes, el tribunal, sentenció que el acusado era culpable de los delitos que se le imputaban.
Precisamente, fue el propio Lunacharski, como presidente de ese tribunal, el encargado de leer la sentencia. Condenó a muerte a Dios y fijó la ejecución de la sentencia para las primeras horas del día siguiente. Sin opciones a recursos, ni aplazamientos de ningún tipo. Algo muy normal en la “justicia” soviética.
Para concluir esta mascarada, al día siguiente, se reunió a un pelotón de soldados, al mando de un oficial, el cual, ante la orden de fuego, efectuaron cinco descargas con ametralladoras hacia el cielo de Moscú.
Curiosamente, en aquel momento, los bolcheviques, sólo controlaban Moscú, San Petersburgo y la zona central de Rusia. Estaban en plena guerra civil, la cual no acabaría hasta 1922.
Sólo llevaban 3 meses gobernando y ni siquiera habían empezado a asesinar clérigos, como hicieron poco después. Se calcula que, mientras gobernó Lenin, fueron encarcelados unos 25.000 clérigos. De ellos, unos 16.000 fueron ejecutados. Desgraciadamente, con la llegada de Stalin, esas cifras crecieron exponencialmente.
Posteriormente, se hicieron muchos actos anticlericales. Como representaciones teatrales para mofarse de todas las religiones, las cuales se realizaban delante de las iglesias.
También, en las Navidades de 1923, se realizaron unos carnavales, donde, al final de los mismos, se quemaron figuras religiosas.
En 1924, tras la muerte de Lenin, parece que el nuevo Gobierno soviético se paró a pensar cómo podría solucionar el tema religioso. Ese año se detuvieron a unos 7.000 clérigos, pero no se ejecutó a ninguno.
Por lo visto, buscaban contrarrestar la influencia de la Iglesia utilizando una serie de argumentos pseudocientíficos con los que pretendían dejar en evidencia a los clérigos. A fin de no tener a las masas populares en contra.
No obstante, pronto se dieron cuenta de que habían fracasado, porque los funcionarios del Gobierno no sabían contrarrestar los sermones de los clérigos, ya que estos últimos apelaban a los sentimientos de la gente, mientras que los primeros no supieron hacerlo.
Así que el Gobierno soviético no se lo pensó más y volvió la persecución contra los religiosos. Durante el período 1929-31, fueron arrestadas casi 60.000 personas vinculadas a la Iglesia ortodoxa. Siendo asesinadas 5.000 de ellas. Parece ser que no hay datos sobre las detenciones y asesinatos de miembros de otras religiones.
Hasta llegaron a eliminar la semana de 7 días para que no existiera el domingo. Así, colocaron en cada semana un día festivo, que no siempre era el mismo. Eso duró 11 años.
Dado que, en el censo de 1937, descubrieron, que todavía existían muchos millones de creyentes en el territorio de la
URSS, decidieron aumentar la sangría. Entre ese año y el siguiente, se produjeron nada menos que 100.000 asesinatos y 200.000 deportaciones a los campos de concentración. El llamado “Archipiélago Gulag”. Esto sólo acabó cuando Hitler invadió ese país y Stalin necesitó de todos para defenderse de los alemanes.
Seguramente, por eso mismo, los soviéticos que enviaron a España, durante la Guerra Civil, animaron a los comunistas locales para que perpetraran varios miles de asesinatos y se cebaran con los clérigos.
En España, hasta se atrevieron a fusilar la estatua del Corazón de Jesús, que está situada en el Cerro de los Ángeles, situado en el término municipal de Getafe y considerado el centro geográfico de la Península Ibérica.
No obstante, nuestro personaje, luchó, junto a la esposa de Lenin, por dotar a los niños de una formación integral, donde se conjugaran los intereses del mundo laboral, que pedía el Estado soviético, con una buena educación humanística. Aunque también hay que decir que utilizó las escuelas para lo que él llamó “la lucha sin cuartel contra toda oscuridad, como herencia del pasado”. O sea, contra todas las religiones.
Por ese motivo, también declaró que “tener maestros creyentes en la escuela soviética es una burda contradicción” y animaba a los directores de las delegaciones provinciales a sustituir a esos maestros.
Incluso, dio las órdenes oportunas para que las escuelas permanecieran abiertas durante la Pascua, para que los niños no acudieran a los ritos en las iglesias. Ofreciendo actividades que fueran atractivas para ellos.
En 1929, dimitió definitivamente de su puesto en el Gobierno soviético, ya que no le permitieron realizar sus proyectos, pues los intereses del Estado, en lugar de formar intelectuales, más bien, preferían formar nuevos obreros para las fábricas.
Es preciso decir que tampoco dotaron de muchos fondos a su ministerio, porque, en esos momentos, su país se hallaba en plena guerra civil y la mayoría de los recursos eran destinados a fines militares.
No obstante, también hay que mencionar que muchos de los maestros tenían una ideología totalmente opuesta al comunismo. Por otra parte, los mismos bolcheviques, nunca fueron amantes de la cultura.
También experimentaron con nuevas colonias infantiles. En ellas, se abolieron los castigos, se fomentaban las actividades teatrales y el acercamiento entre los profesores y los alumnos. Aparte de que aportaban comida y ropa a los alumnos.
Esto gustó más a Lenin, pues ayudaría a crear generaciones enteras con una nueva mentalidad comunista. Así que les fue dotando de una mayor cantidad de fondos. No obstante, también les envió varios ayudantes que, desgraciadamente, no tenían esa forma de actuar tan tolerante hacia los alumnos.
En 1929, tras su salida del ministerio, fue enviado a París, como embajador de la URSS en Francia.
Supongo que también lo aceptaría para estar fuera del alcance de Stalin, el cual solía hacer, periódicamente, purgas entre sus colaboradores.
Aunque se demostró en más de una ocasión, que nadie estaba lejos de sus garras, tal y como he mencionado en algunos de mis anteriores artículos.
Aparte de ello, también fue nombrado director de un comité en la Academia de Ciencias de la URSS.
También estuvo en Suiza, como jefe-adjunto de la Delegación Soviética, durante la conferencia de desarme, desarrollada en la sede de la Sociedad de Naciones, en Ginebra.
En 1933, fue nombrado nuevo embajador de la URSS ante la II República Española. Hay que recordar que España, como muchos otros países del mundo, había roto sus relaciones diplomáticas con Rusia, tras el asesinato de los zares. Así que éste era el primer embajador soviético, que llegaba a Madrid, desde la creación de la URSS.
Desgraciadamente, nunca pudo llegar a su destino. Cuando viajaba hacia España, el 26/12/1933, sufrió una angina de pecho, que le llevó a la muerte, con sólo 58 años.
El suceso tuvo lugar en la localidad francesa de Menton. Una ciudad ubicada en plena Costa Azul.
Es posible que ese nombramiento estuviera motivado por el interés que siempre demostró Lunacharski por la cultura española. Concretamente, escribió una obra de teatro titulada “El Quijote libertado”, que fue publicada en España después de su muerte.
Fue enterrado en el cementerio reservado a las grandes personalidades soviéticas y situado en el muro del Kremlin. Sus cenizas reposan en una tumba colocada en el lado derecho del mismo.

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