Se me ha ocurrido hacer un nuevo
artículo sobre el Reino de León, más que otra cosa, para que se entendiera bien
el contexto de esas Cortes de 1188.
Como ya dije en mi anterior
artículo, Alfonso IX, que nació en Zamora en 1171, fue hijo de Fernando II de
León y de su primera esposa Urraca de Portugal. Esta fue hija de Alfonso I
Enríquez, primer rey del nuevo reino de Portugal, y de Mafalda de Saboya.
Parece un nombre de un conocido cómic, sin embargo, fue el nombre de varias
reinas italianas e infantas españolas en diferentes épocas.
También, en el caso de los padres
de Alfonso IX, se dio un problema que se repitió mucho durante la Edad Media.
Parece ser que sus padres, que eran primos segundos, no habían pedido el
oportuno permiso papal para la boda y no pasaron por caja, lógicamente. Así que
el Papa Alejandro III anuló ese matrimonio y obligó al rey a tener que repudiar
a su esposa, en 1170, ya que no existía, por entonces, el divorcio, ni nada por
el estilo.
Como era habitual en la época, la
esposa repudiada, tuvo que irse a vivir a un convento, a pesar de que el rey le
había donado varias villas, para que gozara de suficientes ingresos para
subsistir.
Posteriormente, en 1177, el rey Fernando
II de León, se casó con Teresa Fernández de Traba, hija ilegítima de su tutor,
el gallego Fernando Pérez de Traba. Desgraciadamente, este matrimonio sólo duró
hasta 1180, pues su esposa murió cuando iba a dar a luz a su segundo hijo, que
también murió en el parto. Lamentablemente, algo muy habitual en esa época.
En 1187, Fernando II, decidió
casarse con su amante, Urraca López de Haro, hija del señor de Vizcaya. Con
ella, ya había tenido un hijo el año anterior, Sancho Fernández de León, el
cual fue legitimado tras el matrimonio de ambos. También tuvo, anteriormente,
otros dos más, pero murieron a los pocos años de su nacimiento.
Como esta última esposa debía de
ser bastante liante y el rey ya era muy anciano, pues no se le ocurrió otra
cosa que asegurarle el camino al trono a su hijo Sancho, intentando desplazar
del mismo al legítimo heredero, que era Alfonso.
Curiosamente, el rey Fernando II,
durante su matrimonio con Teresa Fernández de Traba, tuvo a su primer hijo,
también llamado Fernando. Éste nació en 1178 y murió cuando sólo tenía 9 años,
o sea, en 1187, que fue, justamente, el mismo año en que el rey decidió casarse
con su amante. Digo que es curiosa la cosa, porque, durante la Guerra de la Independencia, las tropas francesas decidieron usar el famoso Panteón de los Reyes de San Isidoro de León, donde estaba enterrado él, entre otros muchos, para convertirlo en establo y sacaron los cuerpos de sus tumbas, haciendo un montón con todos ellos.
Los canónigos de la Colegiata los
recogieron y los llevaron a la Iglesia de Santa Marina de la misma ciudad.
En 1997, se realizó un estudio de
estos cadáveres y se pudo comprobar que el de este niño se hallaba incorrupto,
lo cual me hace sospechar que hubo algo raro antes de su muerte.
La madrastra, argumentó que Alfonso
era ilegítimo, pues procedía de un matrimonio anulado por el Papa, mientras que
el suyo era totalmente legítimo. Incluso, intentó sin éxito, que su hermano,
que era el nuevo señor de Vizcaya, se rebelase contra su rey.
Como Alfonso vio peligrar su
vida, si seguía permaneciendo en su reino, se fue a Portugal, para gozar de la
protección de su abuelo, el rey Alfonso I Enríquez.
Nada más enterarse del fallecimiento
de su padre, regresó a toda prisa a su reino, para ser reconocido por los
magnates del mismo, antes de que se le adelantara su hermanastro. Precisamente,
su madre, Urraca, salió de su convento para asistir a la coronación de su hijo.
Evidentemente, al llegar el nuevo
rey, su madrastra, no se quedó allí para verlo. Así que salió zumbando y se
refugió en el vecino reino de Castilla, poniéndose bajo la protección de
Alfonso VIII, el eterno rival de nuestro personaje.
No obstante, como la madrastra y
sus partidarios no cejaron en su empeño por quitarle la corona, Alfonso IX,
tuvo que reunir a toda prisa las famosas Cortes de León de 1188, donde por
primera vez en Europa, se admitió a los miembros de la plebe para discutir los
asuntos de gobie
rno del reino con los representantes de la nobleza y el clero. El
nuevo rey necesitaba todos los apoyos posibles para gobernar.Aun así, Alfonso IX, tuvo que luchar durante 7 largos años contra los partidarios de su madrastra, a pesar de que le dio a su hermanastro, Sancho, una serie de cargos, para que pudiera vivir cómodamente de los mismos.
No obstante, Sancho, traicionó a
su hermano, organizando un ejército, al que prometió guerrear contra Marruecos.
Sin embargo, sus tropas, al ver que todo era un engaño, lo dejaron tirado en la
villa de Cañamero (Cáceres). Allí vivió un tiempo, hasta que murió en un
accidente de caza. Dicen que por el ataque de un oso. No había oído yo nunca
que hubieran existido alguna vez osos en esa localidad cacereña, donde, por
cierto, se hace muy buen vino.
Como Alfonso IX era aún muy
joven, ni siquiera había sido nombrado caballero, cosa muy importante en esa
época. Así que se desplazó a Castilla, donde ya reinaba su primo Alfonso VIII. Éste
le trató, de un modo muy humillante, a su modo de ver. Le obligó a rendirle
vasallaje y tuvo que arrodillarse y besarle la mano, públicamente. Todo ello,
posiblemente, para conseguir firmar una alianza contra el rey de Portugal.
Parece ser que en este acto
radica el origen del odio mutuo, que hubo toda su vida, entre estos dos reyes .
Como, seguramente, no vería muy
factible la protección de Alfonso VIII de Castilla, decidió que lo mejor sería
casarse con la hija del rey de Portugal, Sancho I, sin importarle el grado de
parentesco mutuo.
Efectivamente, Teresa, era prima
hermana suya, pues la madre de
Alfonso IX, Urraca, era hermana de Sancho I de Portugal.
Así que, una vez más, se
repetiría la historia de sus padres. Se casaron, inmediatamente, en 1191, en la
ciudad portuguesa de Guimarães, antigua capital de Portugal, pues Lisboa, aún
se hallaba en poder de los moros.
Seguramente, no pidieron el
oportuno permiso antes de la boda y tuvieron la mala fortuna de dar con un Papa
muy intransigente.
Posiblemente, una de las
prioridades del nuevo rey, aparte de aumentar sus ingresos, porque las arcas
del Tesoro estaban casi vacías, fue la de firmar treguas con sus belicosos vecinos.
Seguramente, por ello, firmó con los almohades una tregua por 5 años, pues la
frontera leonesa estaba situada en la ciudad cacereña de Coria.
Por otra parte, era habitual que,
en el microcosmos conformado por los reinos de la Península Ibérica, si uno de
ellos destacaba, los otros intentaran hundirlo, porque entendían que ese
ascenso era muy peligroso para ellos.
Así que, a propuesta de Sancho I
de Portugal, se reunieron, en 1191, para firmar el llamado Pacto de Huesca, los
soberanos de Aragón, Navarra y León. Este pacto también fue llamado la Liga de
Huesca.
Según lo firmado, ninguno de sus
miembros declararía la guerra o la paz con Castilla, sin previo acuerdo de
todos ellos.
No obstante, muy pronto, este
tratado fue papel mojado, pues cada uno de los miembros hizo lo que más le
interesó en cada momento y no se atuvo a lo pactado.
Mientras tanto, en 1194, el Papa
Calixto III, anuló su matrimonio con Teresa, hija del rey de Portugal, al
considerarlo incestuoso, aunque ya tenían 3 hijos.
Supongo que esa sería una excusa,
porque, como en el caso anterior, no se les habría ocurrido, previamente, pasar
por la caja del Vaticano y llenar las arcas del Papa. Así que, muy a su pesar,
Teresa, hubo de regresar a Portugal, para vivir el resto de su vida recluida en
el convento de Lorvaon, en Coímbra.
El mismo año, a petición de
un legado papal, se reunieron los reyes
de Castilla y de León para firmar el tratado de Tordehunos, por el que el
castellano se comprometía a devolver al leonés las fortalezas que le había
arrebatado unos años antes y así acabar una guerra entre ambos que ya duraba 3
años.
No obstante, quiso ayudar a su primo, Alfonso VIII, en su
lucha contra los peligrosos almohades, sin embargo, éste fue derrotado
clamorosamente en 1195 en la batalla de Alarcos, que casi le cuesta la vida.
La causa de la derrota en esta
batalla fue muy clara. Los almohades tenían un ejército demasiado numeroso,
mientras que a los aliados no les había dado tiempo a reunirse para
organizarse. Sin embargo, Alfonso VIII, pensando que era muy urgente echar de
allí a los moros, no esperó a las tropas de los demás reinos y su ejército fue
destrozado por el de los musulmanes.
A raíz de esta derrota cristiana,
el resto de los reinos hispánicos se apresuró a pactar una tregua con los
musulmanes.
Es más, Alfonso IX, llegó a ser
excomulgado por el Papa a causa de sus pactos con los musulmanes, que incluían
la posibilidad de que se le cedieran tropas moras para invadir Castilla.
En 1196, los leoneses volvieron a
invadir Castilla, para que les devolvieran las plazas perdidas, sin embargo,
Castilla se alió con Portugal para atacar León y Galicia.
Para intentar asegurar la paz con
Castilla no se le ocurrió otra cosa que casarse con su sobrina Berenguela, hija
de Alfonso VIII. O sea, que volvió a casarse con un familiar, pues su padre y
el de Alfonso VIII eran hermanos.
En 1197, tuvo lugar la boda en la
iglesia de Santa María, de Valladolid. Esta vez reinaba otro Papa, igual de
intolerante o aún más que el anterior, nada menos que el célebre Inocencio III,
al que ya dediqué otro de mis artículos.
No valieron de nada los ruegos de
Alfonso IX, ni de la reina Leonor, madre de Berenguela. Así que el Papa no se
cortó un pelo y excomulgó a ambos cónyuges.
En 1203, ya no pudieron más y Berenguela
tuvo que volver a Castilla. No obstante, de este matrimonio ya habían nacido 4
hijos. Uno de ellos sería el futuro Fernando III el Santo el reunificador
definitivo de los dos reinos.
Aparte de los hijos de esos dos
matrimonios, el rey tuvo como amante a Teresa Gil, la cual le dio otros 4 hijos.
También tuvo amoríos con otras damas, con las que tuvo una decena de hijos,
pero no vamos a entrar en detalles.
Tras su boda con la hija del rey
de Castilla, se aseguró, momentáneamente, la paz con este reino, por lo que
ahora se dirigió contra Portugal, para recuperar las plazas que su rey le había
arrebatado.
Tras el divorcio con Berenguela,
surgió de nuevo el conflicto con Castilla, hasta que se acordó que Fernando, el
hijo habido con Berenguela, se quedara con las plazas en conflicto.
Más tarde, Alfonso VIII, estaba
preparando una gran alianza para combatir a los moros e invitó a Alfonso IX a
participar en ella, pero éste declinó la oferta, salvo que se le devolvieran
las plazas en discordia. Por ello, no quiso enviar allí a sus tropas.
Así, en 1212, gracias a las gestiones de Inocencio III, todos los reyes
hispánicos, salvo el leonés y el portugués, consiguieron contra los almohades,
la importantísima victoria de las Navas de Tolosa. No obstante, se sabe que
algunas tropas de voluntarios, procedentes de esos reinos, acudieron por su
cuenta a esta batalla.
A pesar de ello, mientras tenía
lugar esa batalla, el rey leonés dio orden de recuperar las plazas arrebatadas
por Castilla. Sin embargo, él se retiró a pasar el verano en la zona de Babia,
donde había mucha caza. De ahí viene la expresión “estar en Babia”.
No obstante, a la vuelta de
Alfonso VIII, firmó un pacto con el rey leonés para continuar con la lucha
contra los moros.
En 1214, a raíz de la muerte de
Alfonso VIII, nuestro personaje,
intentó entrometerse en los asuntos de
Castilla.
En ese reino, por una parte, tenían el problema de la minoría de edad del
príncipe Enrique y, por otra, que un cierto número de nobles, encabezados por Álvaro
Núñez de Lara, habían intentado quitarle la tutela a Berenguela sobre el
heredero. Al mismo tiempo, también intentaron eliminar los derechos de
Fernando, hijo de Alfonso IX, sobre la corona de Castilla.
Incluso, tuvo que presentarse
Fernando al frente de unas tropas leonesas, para auxiliar a su madre que se
hallaba cercada en una villa. Parece ser que esto fue aprovechado por la reina
para que Alfonso IX dejara salir a Fernando del reino León.
Estos dos problemas se
resolvieron con la prematura muerte de Enrique I, a los 13 años, debida a una
pedrada en la cabeza, cuando jugaba con otros chicos de su edad, lo cual provocó que Berenguela fuera la nueva
reina de Castilla.
Contra todo pronóstico, en la
misma ceremonia de coronación, Berenguela, renunció a la misma, para entregar
el reino a su hijo Fernando.
El mismo Alfonso IX quedó asombrado
con este comportamiento y, como siempre había anhelado ceñir la corona de
Castilla, se presentó en ese reino al frente de sus tropas.
No hubo quien le convenciera para
que diera marcha atrás, pero, al llegar a Burgos, allí le esperaba su hijo Fernando,
encabezando una multitud de tropas castellanas. Eso hizo que diera media vuelta
y regresara a León, reconociendo a su hijo como nuevo rey de Castilla.
Incluso, en 1218, los dos reyes
se reunieron en Toro (Zamora) para firmar una paz definitiva entre ambos
reinos.
Esta paz le dio una gran tranquilidad
a Alfonso IX que, a partir de esa fecha, se dedicó casi exclusivamente a
combatir a los musulmanes.
En 1227, conquistó por fin Cáceres,
después de haberlo intentado varias veces. En 1230, caerían Montánchez, Mérida,
Badajoz y algunas plazas que ahora son portuguesas.
Ese mismo año, intentó peregrinar
a Santiago, para dar gracias por las nuevas conquistas, pero murió por el
camino, concretamente, en Sarria. Está enterrado en la catedral de Santiago.
En sus últimos años, no tuvo muy claro
a quién debía de legar la corona de León. Desde luego, nunca quiso unirla a
Castilla.
El heredero natural hubiera sido
su primer hijo, llamado también Fernando, pero había muerto en 1214. Así que
decidió que la heredaran sus hijas Sancha y Dulce, hermanas del fallecido.
En 1230, tras la muerte de Alfonso
IX, hubo un grave problema sucesorio, pues Fernando III, al que había
desheredado su padre, amenazó a sus
hermanas con invadir León, si no le cedían el reino a él.
No obstante, el mismo año, se
reunieron Teresa de Portugal y Berenguela de Castilla, ambas, antiguas esposas
de Alfonso IX, las cuales llegaron a un acuerdo, por el que las herederas
cederían León a Fernando III a cambio de una generosa pensión vitalicia. Ese acuerdo
se llamó la Concordia de Benavente. Así quedaron definitivamente unidos, en la
persona de Fernando III el Santo, los reinos de León y Castilla.
La labor política de Alfonso IX
fue muy interesante, pues concedió fueros tanto a las nuevas villas, como a
algunas de las antiguas, para facilitarles su desarrollo. Incluso, fundó algunas
muy importantes, como La Coruña.
La política económica de este
rey, hizo que aumentara la riqueza de su reino, al favorecer a grandes capas
sociales y así disminuyó el peso de la nobleza en las decisiones políticas.
En 1208, se creó en Castilla la
antigua Universidad o Estudio General de Palencia, inexistente hoy en día, a la
que solían acudir muchos jóvenes leoneses.
El problema es que no les era
fácil ir allí, debido a las frecuentes guerras entre ambos reinos. Así que, en
1218, creó el Estudio General de Salamanca, antecesor de la famosa Universidad
de Salamanca.
Por tanto, se puede decir que, a pesar
de las frecuentes guerras a las que sometió a su reino, su reinado fue muy positivo
y su labor ha sido injustamente olvidada hoy en día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario