A lo mejor, este título, así, de
pronto, no os dice nada, pero ya veréis cómo la Historia se repite una y otra
vez y así comprobaremos que no somos tan diferentes de nuestros antepasados,
como podría parecer a primera vista.
Tommasio Aniello d’Amalfi, que
así es como se llamaba realmente nuestro personaje de hoy, nació en 1620, en
una villa cercana a Nápoles, aunque hay mucha discusión sobre ese particular. Luego,
vivió toda su vida en el barrio del Mercado, en Nápoles.
Su familia era modesta, pero no
demasiado pobre, gracias a que su padre era pescador y también comerciante. Tenía otros dos hermanos y una
hermana. Todos menores que él.
Hay que destacar que, por
entonces, la ciudad de Nápoles era una de las más pobladas de Europa, con más
de 250.000 habitantes y pertenecía a la Corona española, desde su conquista, en
1504, por el reino de Aragón.
En aquellos años, del siglo XVII,
España se enfrentaba en varios conflictos a la vez a sus enemigos tradicionales,
por lo que, como es lógico, pero no ético, tuvo que aumentar mucho los impuestos.
Masaniello siempre fue un
pescador más y se vestía como tal. O sea, con una camisa y un pantalón de
algodón, una gorra e iba siempre descalzo.
Su aspecto, habitual era el de un
hombre curtido por el sol, de estatura normal, piel morena y pelo y bigote de
color castaño. El pelo solía sujetarlo con una coleta, como era habitual entre
las personas dedicadas a ese oficio.
En algunas ocasiones, se dedicó
al contrabando, para sortear los altos impuestos que había en ese virreinato y
fue encarcelado varias veces por ello.
Parece ser que uno de los motivos
que le enfrentaron al Gobierno fue que su mujer fue detenida y le impusieron
una fuerte multa para que lograra salir de la cárcel. Así que tuvo que
endeudarse mucho para poder sacarla.
Según dicen, Masaniello, conoció
en la cárcel a varios personajes que cambiarían su vida. Uno de ellos fue el
abogado Marco Vitale, que le puso en contacto con otros miembros de la
emergente y descontenta burguesía napolitana, y también el sacerdote y abogado
Giulio Genoino, que fue quién le influyó en mayor medida y, además, fue el
ideólogo de su futura insurrección.
Como lo que ocurrió más adelante
en Francia, en Nápoles, los individuos del Tercer Estado, concretamente, la
burguesía, pugnaban, por entonces, por tener un papel
más significativo en el
Gobierno de su territorio. Sobre todo, porque, al ser los que tenían una mayor
fortuna, eran los que pagaban los mayores impuestos.
Tras el intento de Genoino, en
1620, de ser escuchado por el duque de Osuna, entonces, virrey de Nápoles, fracasó y fue encarcelado.
En 1639 fue puesto en libertad, volviendo
a su ciudad para fomentar la rebelión contra el poder del virrey. Se formó una
camarilla a su alrededor, compuesta por Francesco Antonio Arpaja, Fray Savino
Boccardo, Marcos Vitale y algunos más.
Si una pequeña guerra genera
grandes gastos, podremos imaginarnos lo que costó la famosa Guerra de los 30 años,
que duró entre 1618-1648.
Evidentemente, los gobernantes no
tuvieron ningún problema para presionar más a sus súbditos, subiendo los
impuestos de una forma desmedida, para seguir con su fastuoso tren de vida. Sin
importarles para nada, que se pudieran morir de hambre.
Este descontento fue aprovechado
por los revolucionarios habituales para sublevar a un pueblo muy descontento
con sus gobernantes.
La rebelión comenzó en Palermo (Sicilia)
en 1647 y luego se propagó al cercano virreinato de Nápoles. La causa esgrimida
fue la creación de un fuerte impuesto sobre la fruta, que era lo poco que les
dejaban comer a los pobres.
El 07/07/1647, se registró el primer
enfrentamiento a las puertas de la ciudad de Nápoles, entre los vendedores de
frutas y los aduaneros del virrey. Ante la violencia ejercida por los fruteros,
los aduaneros tuvieron que salir huyendo, mientras que el puesto de aduanas fue
quemado por los manifestantes.
Posteriormente, marcharon sobre
la ciudad y llegaron al palacio del virrey, entonces el duque de Arcos, el cual
tuvo que huir a varios sitios, perseguido de cerca por la multitud.
Por lo que se ve, Masaniello tomó
el mando para calmar los ánimos e impartir Justicia. Algunos revolucionarios que
sólo acudieron a la ciudad para montar más jaleo, fueron condenados y
ejecutados por los rebeldes. Éstos nombraron a Masianello capitán general de
sus fuerzas.
Incluso, a estas alturas, como la
voz se había corrido por las ciudades vecinas, éstas también se rebelaron contra
la autoridad del virrey.
Realmente, la intención de
Masianello no era derribar al virrey, sino trabajar con él para rebajar el poder
de la nobleza en la ciudad. Seguramente, esto se lo había enseñado su maestro,
Genoino, pues era lo que quería la burguesía.
Llegaron a asaltar todos los
arsenales y pusieron en libertad a todos los presos. No obstante, nuestro
personaje, llegó a negociar con el virrey, el cual les dio todo lo que le
pedían.
Una semana después, con la
mediación del arzobispo de Nápoles, el virrey y Masianello firmaron un convenio
por el que todos los rebeldes fueron
indultados, los nuevos impuestos fueron cancelados y todo eso quedó pendiente
de la aprobación por parte del rey, Felipe III de España.
Parecer ser que el virrey quiso
atraerse a Masianello a base de darle grandes honores y condecoraciones. Algunos
dicen, incluso, que fue envenenado por el virrey, porque le cambió rápidamente
su personalidad. Igual sólo fue que se le subieron los honores a la cabeza.
Los nobles de la ciudad se
negaron a perder su poder e intentaron asesinar a
nuestro personaje. No obstante,
el virrey, en una ceremonia donde todo el mundo vistió sus mejores galas,
nombró a Masianello capitán general de la ciudad, sentado en una silla dorada y
en el interior de la catedral.
Aunque la mayoría de la gente
seguía estando a sus órdenes, sus amigos le fueron abandonando poco a poco, al
verse traicionados por él.
Masianello, al fin comprendió, a
finales de 1647, que se había alejado de
la gente y se fue a la iglesia del Carmen, donde el arzobispo estaba celebrando
una misa.
Aprovechando el gentío, se decidió
por dar una arenga a la multitud, insultando a algunos de los ciudadanos. Fue arrestado,
por ello, y, más tarde, asesinado por un grupo de comerciantes de granos.
Su cabeza fue llevada a presencia
del virrey, por si quería darles alguna recompensa, y su cuerpo fue enterrado fuera
de la ciudad, como se hacía habitualmente con los delincuentes que habían sido
ejecutados por la Justicia.
Poco después, al ver la gente que
se volvía a las habituales trampas virreinales, exhumó el cadáver de
Masianello, y lo enterró con un gran ceremonial, reivindicando su memoria. En un
acto donde acudió hasta el mismo virrey a rendirle honores.
La situación revolucionaria no se
apagó con este entierro. El virrey tuvo que negociar con Genoino, pero éste
tampoco pudo apaciguar a la gente y tuvo que exiliarse.
No hay que olvidar que el rey, en
lugar de apaciguar a la gente, tomó una medida habitual en esa época, como fue
la de mandar una flota al mando de Juan José de Austria, para bombardear, desde
el mar, los barrios donde aún se asentaban los revolucionarios.
Bajo el liderazgo del artesano
armero Gennaro Annese, se proclamó una república napolitana, que contaba con la
protección de Francia (¡qué casualidad!), bajo el mando de Enrique de Lorena, duque
de Guisa, el cual tenía ciertos derechos sucesorios sobre la corona del antiguo
Reino de Nápoles.
La nueva república nació con poco
futuro, pues las fuerzas virreinales la rodeaban, sin posibilidad de que le
llegaran suministros por ningún sitio.
Además, el virrey, supo atraerse
a los nobles napolitanos y quizás también a la burguesía, para que actuaran a
su favor como espías o saboteadores. Ahora la rebelión se había convertido en popular y, seguramente,
ya no les servía adecuadamente a sus intereses.
A mediados de abril de 1648 se
produjo la salida de Enrique y la reconquista por parte de las tropas
virreinales.
La flota francesa llegó algo más
tarde y ya no consiguió volver a reconquistar la ciudad. Tuvo que enfrentarse a
una eficaz flota española, que le derrotó en varias ocasiones.
El líder, Genanro Annese, que
había sido encarcelado por el virrey, fue juzgado y condenado a muerte, para ser, más tarde, decapitado en la plaza
del Mercado de Nápoles. Precisamente, el mismo barrio donde vivió Masianello. A lo mejor, lo hicieron, precisamente, por eso.
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