Hoy pensaba hablar sólo de Teresa
Cabarrús, pero lo voy a hacer también de su padre, el cual, a mi parecer,
también tuvo una vida digna de aparecer en este mismo artículo.
Francisco Cabarrús nació en 1752 en Bayona
(Francia), hijo de un comerciante de ese país, que tenía su establecimiento en
la citada ciudad.
Con 18 años, su padre, lo envió a España para que se formara en ese gremio, lo
cual parece un poco extraño, salvo que su padre tuviera muchas relaciones comerciales
con nuestro país.
Vivió en varias ciudades, como
Zaragoza y Valencia, y, en esta última ciudad, se enamoró de la hija del dueño
de la casa en la que estaba residiendo y se casaron.
Parece ser que esto le acarreó
problemas legales en Francia y no pudo ejercer el comercio en su país. Así que
se quedó en España.
La familia residió durante un
tiempo en lo que, por entonces, era la villa de Carabanchel Alto. Ahora, un
barrio más de Madrid.
Su dominio del comercio y las
finanzas atrajo la atención de muchos y pronto conoció a personajes muy
importantes, como Jovellanos, Campomanes y Floridablanca.
Fue asesor de todos esos
ministros y les dio buenos consejos, como el de emitir vales reales para
financiar los gastos que nos estaba reportando nuestra intervención en la
guerra de la independencia de los futuros USA. Algo que nunca nos han
agradecido, al contrario del buen trato que le ha dado siempre USA a Francia.
En 1782 ideó la creación del Banco
de San Carlos, antecedente del Banco de España, para emitir, por primera vez en
España, papel moneda.
En 1789, el rey Carlos IV,
agradecido por sus intervenciones le otorgó el título de conde de Cabarrús.
También creó la Real Compañía de Filipinas
e inició lo que luego sería el Canal de Isabel II. Al mismo tiempo, planeó una
vía navegable desde el centro de España hacia el
Atlántico. Un viejo proyecto
que se ha ido desempolvando a través de los siglos, desde la época de Felipe II.
Como siempre ocurre en España,
tuvo que soportar la envidia de otros. Así, fue denunciado por sus ideas liberales
y por una especie de fraude.
En 1790, fue encarcelado por
ello, pasando 2 años entre rejas. No obstante, nada más salir, volvió a ocupar
altos cargos, durante los reinados de Carlos IV y José Bonaparte.
No sé si se le podría calificar
de “afrancesado”, porque él ya era francés. Lo cierto es que tuvo muy buenas
relaciones con José I, el cual le otorgó varias condecoraciones.
Murió en 1810, siendo ministro de
Finanzas de José I. Como ya sabéis que en España no dejan en paz ni a los
muertos, en 1814, una vez acabada la guerra de la Independencia, se extrajeron los
restos de su sepultura, depositados en
una capilla de la catedral de Sevilla, y se enterraron en una fosa común, donde
solían enterrar los cadáveres de los ejecutados.
Tuvo dos hijos: Teresa, de la que
hablaré más adelante, y Domingo, que siguió los pasos de su padre en el
Gobierno, pero tuvo que exiliarse, por ser afrancesado, aunque luego regresó.
Un nieto de nuestro personaje
casó con una tía de la futura emperatriz Eugenia de Montijo y de la duquesa de
Alba.
Ahora le toca el turno a nuestro
otro personaje de hoy. Teresa Cabarrús nació en la casa familiar, sita en Carabanchel
Alto, en 1773.
En 1785, su padre, decidió que la
chica debía formarse en Francia y allí la envió, junto con su madre y hermanos.
A su madre no le gustó nada de
aquello, pues en París ya se respiraba una situación prerrevolucionaria. Así que
regresó, dejándola al cuidado de unos amigos de la familia.
Como, según parece, siempre fue
una mujer muy guapa, con el pelo moreno, a juego con sus grandes ojos negros,
en contraste con una piel muy blanca, pues enseguida le surgieron los pretendientes.
Ya con 14 años se enamoró del
hijo del marqués de Laborde, pero al padre del chico, que era de la vieja escuela,
le pareció mal que su hijo tuviera relaciones con una simple burguesa.
Después apareció el marqués de
Fontenay, consejero del Parlamento y se casaron en 1788. No es que él fuera muy
mayor, pues tenía 26 años, pero es que ella sólo tenía 14 años.
A continuación, abrió uno de los
famosos salones, que menudeaban por todo París, donde se reunía la gente bien
para hablar y, sobre todo, para conocerse. Así llegó a triunfar en la sociedad
parisina, gracias a su belleza y a su simpatía.
En el revolucionario año de 1789,
Teresa tuvo su primer hijo. La situación iba cada vez peor. Incluso, había afectado
a las relaciones entre ella y su marido.
A Luis XVI no se le ocurrió otra cosa
que reunir a los Estados Generales, que era el verdadero parlamento francés. No
se reunían desde 1614.
Lógicamente, lo hizo para
pedirles pasta, que es para lo que lo hacían, habitualmente, los monarcas absolutos. Igual que le había
ocurrido antes el monarca inglés, Carlos I.
Incluso, los salones, tan de moda
anteriormente, se habían convertido en una especie de clubs políticos.
La situación coincidió con la prisión
de su padre en España. Así que ella estaba aterrada y convenció a su marido
para huir de Francia.
En 1793, los revolucionarios llevaron
a Luis XVI ante un tribunal, acusado de traicionar a su patria por pedir ayuda a los países vecinos para que le
reinstauraran en el trono. Los magistrados le juzgaron y le sentenciaron a
muerte. Ejecutándole unos días después.
Esto le llenó de amargura, pues
no se ponía de acuerdo con su marido, con respecto al lugar hacia dónde
tendrían de huir. Fueron a Burdeos y allí se metieron en un buen lío.
Resulta que esta ciudad era más
bien monárquica y la Convención envió allí a dos hombres, para hacerles volver
al redil. Uno de ellos fue el famoso Tallien.
Teresa estaba en el punto de mira
de los revolucionarios, por varios motivos. Uno de ellos, era haber huido de
París; otro, el haberse instalado en la rebelde Burdeos y otra por ser la
antigua marquesa de Fontenay, aunque ya se había divorciado.
Así que los revolucionarios se
basaron en esos motivos, y algunos más, para encarcelarla inmediatamente. Como ya
conocía a Tallien, enseguida fue puesta
en libertad.
Desde ese momento, comenzó su
romance con este político. Incluso, como ella era conocida por mucha gente de
la nobleza, que lo estaba pasando muy mal, recibió, durante su estancia en
Burdeos, múltiples peticiones para intentar salvar la vida de más de un
condenado a muerte. Hay que decir que, en muchos casos, consiguió lo que se
proponía.
En París, los revolucionarios se
alarmaron por esta falta de ejecuciones en Burdeos y hacia la capital fue
Tallien, para justificar que había pacificado esa ciudad, sin apenas verter
sangre francesa.
Parece que logró convencerles, así
que le nombraron presidente de la Convención. Con lo cual, él se quedó ya en
París y ella se quedó sola en Burdeos.
Eso no le hizo a ella ninguna
gracia, pues, como la situación cada día se radicalizaba más y más, se veía en
peligro. Huyó primero a su finca en un pueblo apartado y luego a Versalles, donde
fue detenida y encarcelada.
Desde allí, le envió una
compungida carta a su amado, donde le llamó “cobarde”, por no atreverse a
eliminar al gran Robespierre.
Al recibir esa misiva, como Tallien
ya tenía organizado un complot contra Robespierre, se apresuró a adelantar la
fecha del mismo, logrando detener a los dos hermanos Robespierre y a Saint
Just, para ejecutarlos inmediatamente, claro está.
De esta manera tan epistolar,
Teresa, consiguió salvar su vida y la de otros muchos ciudadanos que estaban
esperando su ejecución. Por ello, algunos la llamaron Nuestra Señora de
Termidor.
Tras su liberación, se reunió con
su pareja, se casaron en 1794 y se fueron a
vivir a una casa en París, junto a los
Campos Elíseos, donde volvió a abrir otro salón, como el que tuvo en su
momento.
Unos años más tarde, le llovió a
Tallien una de las acusaciones más graves que se podían hacer en ese momento, o
sea, llamarle monárquico. Parece ser que le acusaron de haber apoyado una
expedición de exiliados franceses, que pretendieron invadir Francia, para
reinstaurar la monarquía. Ahí se acabó
su carrera política.
Con la llegada del Directorio, tuvo
que conformarse con ser un simple diputado del Consejo de los 500.
A lo mejor, para recuperar su
prestigio perdido, se enroló en la expedición de Bonaparte a Egipto, pero no tuvo
mucho éxito y le mandaron de regreso a Francia.
Incluso, en el viaje de vuelta,
su nave fue interceptada por los británicos, que lo enviaron a Londres, donde
hizo algunas amistades.
Mientras tanto, Teresa ya se
había buscado otro amante y no quiso saber nada más de él. Así que, tras su
vuelta, vivió en la pobreza e, increíblemente, murió en Francia a causa de la lepra, nada menos que en 1820.
Teresa, como ya he dicho antes,
se había buscado una nueva compañía. Esta vez se trataba de otro personaje
conocido, Paul Barras.
Ella seguía siendo la gran
anfitriona de fiestas y salones de todo tipo. Parece ser que no estuvo muy
acertada, cuando rechazó una proposición matrimonial de un joven general
llamado Napoleón Bonaparte, el cual, luego, se casó con una amiga de ella,
Josefina.
Como Teresa cada vez tenía gustos
más caros, dejó a Barras y encontró una nueva pareja en la persona del banquero
Ouvrard, con el que tuvo varios hijos.
Tras el apresamiento de Barras,
ordenado por el Directorio, intentó acercarse al despechado Napoleón, pero éste
ya no le hizo ningún caso.
Al final, consiguió que el gran
militar se entrevistara con ella, pero le dijo, simplemente, que su momento ya
había pasado y que la veía como alguien de otra época.
En 1805 casó de nuevo. Esta vez
el afortunado sería el conde José de Caramán, el cual, más tarde, gozaría también
del título de príncipe de Chimay, adquirido mediante herencia.
Con la llegada de la nueva
monarquía en la persona de Luis XVIII, Teresa, fue acusada de bigamia, pues se
derogó el divorcio y se anularon todos los otorgados hasta esa fecha. Menos mal
que su antiguo marido Fontenay murió al poco tiempo y su boda con Tallien únicamente
fue realizada a la manera civil.
Parece ser que, a esas alturas,
andaba muy harta de la sociedad
parisina. Así que se retiró al castillo de su marido,
situado en Bélgica, pero muy cerca de la frontera francesa. Allí también
recibió a algunos destacados artistas.
En 1830 hizo un viaje a París, pero
la encontró muy cambiada y no le gustó nada. Así que se volvió a su castillo-
palacio, donde vivió hasta el final de sus días, falleciendo en 1835.
Teresa perteneció a un grupo de
mujeres llamadas las “maravillosas”. A él pertenecieron Madame Recamier, la
futura emperatriz Josefina y ella misma. Fueron las más bellas y elegantes de esa
época y atrajeron con sus encantos a los personajes más importantes de Francia.
Gozando, por ello, de mucha influencia en la sociedad parisina.
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