Es posible
que, más de uno, al leer el título de esta entrada, quizá piense que los temas
de la Iglesia no le atraigan demasiado. No obstante, yo os invito a conocer a este
personaje, que es uno mis favoritos. Fue, en su época, lo que ahora se llama un
auténtico “crack”. Leedlo, os aseguro que no os defraudará su historia.
Empecemos
por el principio. Nació en 1161, en Anagni, en aquel momento, parte de los
Territorios Pontificios. Su nombre real fue Lotario.
Su
padre fue el conde Trasimundo de Segni, miembro de la respetada y nobiliaria
familia Conti. Por ello, recibió una educación esmerada, iniciada en Roma y culminando
su formación con estudios de Teología en París y Derecho Canónico en la famosa
universidad de Bolonia. En fin, todo un lujo en aquella época.
Se
convirtió en una autoridad académica y
fue nombrado cardenal por el Papa Clemente III, que era su tío. Además, nadie
puso reparos, porque su familia era benefactora de la Iglesia.
Tras
la muerte del mencionado Papa y de su sucesor, Celestino III, que era de la
familia Orsini, enemiga de la suya, fue elegido como nuevo Papa sin haber
cumplido los 37 años. Lo cual, incluso, entonces, era muy inusual.
Parece
ser que eligió el nombre de Inocencio por recomendación de un amigo suyo, pues
era “un nombre que conjura la desunión”. Los dos Papas que llevaron
anteriormente ese nombre fueron muy ejemplares. El más conocido fue Inocencio
I, que se enfrentó nada menos que a Alarico, cuando saqueó Roma, y consiguió
conservar unida a la Iglesia.
Gracias
a haber llegado tan joven al Papado, tuvo un reinado muy fructífero. Por
ejemplo, gracias a sus dotes diplomáticas, supo anexionar muchos territorios al
Papado.
También
convocó el IV Concilio de Letrán, en 1215, en el cual se organizaron las bases
de la Inquisición Papal, que, hasta entonces, no existía.
Reinó
en unos tiempos muy convulsos, aunque este adjetivo ya se suele dar a todos los
tiempos, pero, lo cierto, es que en su época fueron muy complicados y ahora
veremos por qué.
Tuvo
que lidiar con los problemas de los burgueses de las ciudades, que se querían
ir pareciendo a los nobles y desbancarles del poder político. No olvidemos que
él era un noble feudal.
También
tuvo que luchar contra Francia e Inglaterra, las dos potencias europeas del
momento, las cuales querían un Papa a la medida de cada uno.
En
Oriente, tenemos nada menos que a Saladino, el cual consiguió derrotar a los
mejores estrategas militares occidentales.
En
Occidente, tenemos ya algunos movimientos que, posteriormente, fueron
calificados como herejías. La más
importante fue la de los cátaros o
albigenses.Siempre basó sus intervenciones en la política en que en las Escrituras se da al Vicario de Cristo, como él quería que le llamaran, la plena potestad sobre la Cristiandad y así se metió en todos los “berenjenales”.
Para
empezar, tras la muerte del emperador Enrique VI (el que encerró a Ricardo
Corazón de León), afirmó que el nombramiento del nuevo emperador del Sacro
Imperio, el cual era elegido por unos cuantos príncipes alemanes, debía ser
ratificado por el Papa. Así terminaría con las luchas entre el Papado y el
Imperio.
Por
eso, como no le gustó la elección, para emperador, de Felipe de Suabia,
promovió a Otón de Brunswick, el cual llegó al trono. Una vez asentado, discutió
con nuestro Papa y a éste no se le ocurrió otra cosa que promover como
candidato a Felipe, rey de Sicilia. Con la ayuda de Felipe Augusto de Francia
(a lo mejor os suena este rey en el caso de los cátaros), pues consiguió que
Felipe fuera el nuevo emperador, aunque murió muy pronto.
Como
fue muy habitual en él, se inmiscuyó en el caso de la presunta bigamia del rey
Felipe II de Francia, el cual se había casado con una princesa danesa y, sin
razón aparente, al poco tiempo, la encerró, dando una explicación muy extraña
sobre una consanguinidad incompatible con el matrimonio. Lógicamente, la razón
era que quería casarse con otra y eso a nuestro Papa no le hizo gracia y
excomulgó a todo el reino.
Luego,
el Pontífice, con su maestría diplomática, logró que Felipe se pusiera de su
parte, haciendo que luchara para él contra Otón, como ya he dicho antes, y,
después, pidiéndole que se sumara a la Cruzada contra los cátaros.
En
nuestro territorio, por supuesto, también intervino. Como Alfonso VIII de
Castilla estaba organizando una Cruzada contra los almohades musulmanes, pues
envió al arzobispo de Toledo, para pedirle su colaboración. Gracias al
pontífice, se pudieron sumar a esta lucha las tropas de Navarra y Aragón, que
habían estado enfrentadas con Castilla poco antes, lógicamente, bajo pena de excomunión
si no lo hacían. No pudo llegar a convencer al rey de León por graves
discrepancias con el Papado y con Castilla. Así tuvo lugar la famosa batalla de
Las Navas de Tolosa, donde las huestes cristianas vencieron al Islam e hicieron
bajar la frontera entre los reinos más al sur de Despeñaperros.
Tampoco
se olvidó de otros reinos. En el de León, excomulgó a Alfonso IX, por casarse
con Berenguela, que era una pariente muy cercana y tuvieron que separarse, a
pesar de tener ya varios hijos. Fue el último rey de León, después, su hijo,
Fernando III, unió este reino con Castilla.
En
Portugal, disolvió el matrimonio del heredero, Alfonso, con Urraca, por motivos
parecidos.
En
Aragón, recibió el vasallaje de Pedro II y luego le coronó en 1204. Este fue el
padre de Jaime I el conquistador.
También
arbitró en otros reinos, como Noruega, Suecia o Polonia, sobre las disputas
sobre quién merecía ser el nuevo rey.
Intentó
destruir el Cisma griego y unir así las dos iglesias cristianas en una sola
bajo su mando. Lo consiguió durante poco tiempo.
No
hará falta decir que Juan sin Tierra, en Inglaterra, tampoco estuvo fuera del alcance
de este Papa. En 1205, a la muerte del arzobispo de Canterbury, el rey optó por
un candidato y el Papa por otro, que, encima, era un teólogo muy conocido de la
universidad de París. Como nuestro héroe no solía dar su brazo a torcer, pues
excomulgó en 1209 al rey. Así, Juan, aguantó hasta 1213, año en que cedió a la
voluntad de Inocencio III. Incluso, se reconoció como rey vasallo de la
Iglesia, para que sus territorios no fueran invadidos por los franceses.
No olvidemos
que una excomunión papal era equivalente a anular una coronación real, así que
los monarcas tenían que tener mucho cuidado con esas cosas, porque enseguida
podían surgir candidatos al trono entre los nobles del reino. Quizás, por ello,
el rey tuvo que firmar la famosa Carta Magna, la cual no fue aceptada por
Inocencio III, al indicar que fue
firmada mediante coacción violenta.
En
fin, como ya os dije al principio, este hombre era lo que se llama ahora todo
un “crack”. Es como si el Papa actual pusiera de rodillas ante su presencia a
los dirigentes de USA y Rusia. Su idea siempre fue que “la amenaza para la Cristiandad
no son los musulmanes o infieles, sino la ambición de los príncipes cristianos”.
Como
no se podía estar quieto, esta vez se
fijó en una especie de secta que llevaba tiempo floreciendo en la zona sur de
la actual Francia. Hasta esa fecha, la Iglesia nunca había utilizado la
violencia para enmendar conductas heréticas. Todo lo más, les había enviado
unos misioneros para convencerles y readmitirlos en el seno de la Iglesia.
En
este caso, hicieron lo mismo. Enviaron unos legados, como el futuro santo
Domingo de Guzmán, pero no tuvieron mucho éxito. Además, le dijeron al Papa que
no podían cumplir sus instrucciones, porque no podían hacer, a la vez, predicar
a los herejes y reformar a los clérigos. Pidieron dedicarse exclusivamente a la
predicación y fomentar la pobreza entre los clérigos a imitación de los
clérigos cátaros.
No
obstante, el Papa, ya había pronunciado algunos anatemas contra esos herejes,
equiparándolos a criminales de lesa majestad, o sea, los asesinos de los reyes,
por lo que les amenazó con proscribirlos y confiscar todos sus bienes.
Incluso,
llegó a mandar legados pontificios con plenos poderes para, incluso, cesar a
los obispos de la zona que no combatieran satisfactoriamente la herejía y poner
a otros en su lugar.
En
1208, la cosa se puso más fea, pues el Papa envió a Pierre de Castelnau y éste
fue asesinado. Así que nuestro hombre montó el cólera y se decidió por
organizar nada menos que una Cruzada en Europa.
En
esta empresa le apoyaron el rey de
Francia y Simón de Montfort, importante señor feudal de la zona, emparentado
con las casas reales de Francia y de Inglaterra.
En
el otro lado estuvieron el conde Ramón VI de Tolosa y el rey Pedro II de
Aragón, el cual era el señor de algunos de los territorios donde estaban
asentados los cátaros y estaba obligado a defender a sus súbditos.
En
1213, en la batalla de Muret, murió Pedro II, dejando como sucesor a su hijo,
el futuro Jaime I el conquistador. Como, un año antes de la batalla, su padre
lo había dejado en prenda a Simón para hacer las paces con él, ahora Inocencio
III obligó a Simón a liberar al niño y entregarlo, para su educación, a los templarios.
Esta
Cruzada le dio la oportunidad al rey de Francia de anexionarse todo el sur del
país, que siempre había pertenecido a los condes de Toulouse.
Como
nuestro personaje nunca tenía bastante, aparte de esa cruzada, durante su
reinado se dieron dos más. Una fue la llamada Cruzada de los niños, de la cual
tenemos pocos datos y otra, la Cuarta Cruzada.
Esta
vez no le salió muy bien, pues Venecia, que era la principal financiera de esa
empresa, impuso atacar primero el enclave bizantino de Zara, porque les hacía
la competencia comercial y luego llegaron a saquear dos veces la misma Constantinopla.
De ahí sacaron muchos tesoros, como los famosos caballos de la catedral de
Venecia. Eso hizo que el Papa excomulgara a todos los cruzados por haber luchado
contra los cristianos.En cuanto a su actividad religiosa, se puede destacar el apoyo dado a la fundación de las órdenes dominica, clarisa y franciscana.
También
puso en marcha el IV Concilio de Letrán, donde se dieron unas instrucciones muy
claras sobre los derechos y deberes de los cristianos.
Además,
comenzó la organización de la Quinta
Cruzada, la cual no pudo ver realizada por su repentina muerte.
Otra
de sus obras importantes fue la fundación del Hospital de Santo Espirito en
Saxia (Roma), dedicado a los huérfanos, el cual fue un modelo en su época.
En
la primavera de 1216 se trasladó a Pisa y Génova para fomentar las relaciones políticas
y comerciales.
Murió
de repente en Perugia, en 1216, con
apenas 55 años. Siempre hubo rumores sobre su muerte. Incluso, se conoce
el nombre de su médico personal, cosa poco frecuente en esa época.
Algún
autor de novelas ha escrito que fue envenenado por una antigua amiga suya, pero
me parece que es simplemente una licencia literaria, porque no hay ningún
documento que confirme eso.
Fue
enterrado en la catedral de Perugia, hasta que, en el siglo XIX, León XIII, uno
de sus más fervientes admiradores, ordenó su traslado a Roma
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