Hoy voy a dedicar mi artículo a uno de esos personajes casi desconocidos, hoy en día, pero que consiguieron salvar las vidas de muchos semejantes, poniendo en riesgo la suya, en aquella locura colectiva, que fue la guerra civil española.
Su
nombre completo fue Félix Edouard Schlayer Gratwolh y nació en 1873 en la
ciudad alemana de Reutlingen, actualmente, perteneciente al Estado de
Baden-Wurtemberg.
Ciertamente,
no hay muchos datos sobre su biografía. Por lo que contó, su padre tenía una
fábrica de cueros, pero, desgraciadamente, falleció cuando Félix era muy joven
y no se pudo hacer cargo de la misma.
Parece
ser que era ingeniero, aunque no sé de qué rama de la ingeniería y también que
llegó a España en 1895.
Por
lo visto, empezó residiendo en Barcelona, para, sólo unos pocos años más tarde,
trasladarse a Madrid.
Tenía
su propio negocio, que consistía en importar maquinaria agrícola e, incluso,
llegó a construir un modelo de trilladora.
Debía
tener unas buenas relaciones con Noruega, ya que, en 1910, la Embajada de ese
país en Madrid le otorgó el cargo de cónsul honorario de Noruega, cuyo nombramiento
fue aceptado por el Gobierno de España.
No
obstante, parece ser que se presentó voluntario para luchar en el Ejército
alemán, durante la I Guerra Mundial. Hay alguna foto, donde se le ve llevando
el uniforme de oficial.
No
obstante, una de sus aficiones fue coleccionar obras de arte y se sabe que fue
dueño de una de las pinturas de El Greco. Incluso, algunos dicen que también
poseía una obra de Goya y otra de Murillo.
Fue
uno de los fundadores del Colegio Alemán en Madrid, cuya primera sede estuvo en
el número 53 de la Carrera de San Jerónimo. A lo largo de su historia, esta
institución ha pasado por varias sedes y, actualmente, está en el barrio de
Montecarmelo.
Incluso,
durante muchos años, Schlayer fue el presidente de lo que hoy llamaríamos la
Asociación de padres y madres de alumnos del Colegio Alemán.
También
aportó algunos fondos para dar a conocer y publicar en español las conferencias
impartidas por algunos científicos alemanes de renombre mundial.
No
sé si tampoco le fue muy bien, lo cierto es que, al cabo de un año, regresó a
España y siguió con su negocio de maquinaria agrícola.
Un
año antes del comienzo de la guerra civil, fue nombrado, nuevamente, cónsul
honorario de Noruega.
Félix
se había casado con la barcelonesa Rosa Albages Gallego y de ese matrimonio
nacieron dos hijos mellizos: Clotilde y Carlos.
Aunque su negocio estaba radicado en Madrid, desde 1912, fijó su residencia en el pueblo madrileño de Torrelodones, donde mandó construir una casa con una gran parcela a la que llamó “Villa Rosita”. Un lugar muy bien comunicado, porque se hallaba frente a la estación del ferrocarril.
Parece
ser que también era un gran aficionado a la música clásica y celebró algunos
conciertos en los jardines de su villa a donde solían acudir muchos de sus
compatriotas residentes en Madrid.
También cedía sus jardines a sus convecinos para los bailes anuales, conmemorando la proclamación de la II República española.
Así
que todos los días tenía que ir a Madrid para atender su negocio y también para
cumplir con su tarea como cónsul honorario de Noruega.
Como
todos sabemos, la guerra civil estalló en el mes de julio de 1936. Al ser pleno
verano, mucha gente se hallaba fuera de sus lugares de residencia o, incluso,
en el extranjero.
Eso fue lo que le ocurrió al embajador de Noruega, que se hallaba de vacaciones en su país y no pudo regresar a España. Por ello, a Félix le ordenaron que intentase sacar de España a todos los noruegos residentes en nuestro país. Cosa que consiguió con gran éxito y en muy poco tiempo.
Es
de suponer que, por aquella época, no habría muchos noruegos residiendo en
España. Creo que ahora le hubiera costado mucho más trabajo, porque hay muchos
noruegos residiendo en la costa levantina, huyendo del frío, que suele hacer en
su país.
Acto
seguido, acogió, en varias tandas, a unos 900 refugiados en la residencia
oficial del embajador de Noruega en Madrid, sita en José Abascal, 27.
Actualmente, con el número 47. Consiguió que todos ellos salvaran sus vidas.
En sus memorias, menciona una conversación con la Pasionaria. “Hacia el final le pregunté a la Pasionaria cómo se imaginaba que las dos mitades de España, separadas entre sí por un odio tan abismal, pudieran vivir otra vez como un solo pueblo y soportarse mutuamente. Entonces, estalló todo su apasionamiento: “¡Es simplemente imposible! ¡No cabe más solución que la de que una mitad de España extermine a la otra!”” (Diplomático en el Madrid rojo. Madrid, 2008).
Tuvo
noticias de las sacas de las cárceles y de que se estaban cometiendo las
matanzas en Paracuellos del Jarama y hasta se desplazó a esa localidad para
descubrir dónde estaban las fosas de los fusilados.
Parece
ser que se interesó por este tema, tras la desaparición de Ricardo de la Cierva
Codorníu, un abogado español, que trabajaba para la Embajada de Noruega. Seguro
que nos sonarán sus apellidos, porque era hermano de Juan de la Cierva, el
inventor del autogiro, y padre del famoso historiador, Ricardo de la Cierva.
Por
lo visto, este abogado fue detenido, cuando intentaba viajar desde el
aeropuerto de Barajas, a pesar de llevar un pasaporte diplomático de Noruega.
Así
que todo ello lo denunció ante el Gobierno del Frente Popular, los cuales no le
hicieron mucho caso. Pero también lo dio a conocer al resto del Cuerpo
diplomático, para que se supiera en otros países y pudieran ejercer presión
sobre el Gobierno republicano.
Parece
ser que no perdió el tiempo, ya que se dedicó a realizar múltiples visitas a
cárceles, hospitales y hasta a la temible checa de la calle Fomento, en Madrid,
donde pudo comprobar las malas condiciones en las que tenían a los presos. Al menos,
consiguió que les dieran mejor de comer.
Todo ello dio lugar a que los diplomáticos de varios países aunasen sus esfuerzos para proteger a la mayor cantidad posible de gente perseguida por los milicianos.
Incluso,
el Cuerpo Diplomático, llegó a amenazar al Gobierno republicano con retirarse
todos de Madrid y romper las relaciones diplomáticas con la II República, si no
les dejaban continuar con su labor humanitaria.
Algunos
otros ejemplos de diplomáticos que se jugaron su carrera y su vida para
proteger a estos refugiados fueron el cónsul checo Formanek, el rumano Henry
Helfant, el cubano Pichardo o el argentino Pérez Quesada.
Ciertamente,
esto de divulgar las matanzas de Paracuellos y contárselo al Dr. Henny,
delegado de la Cruz Roja, al que ya mencioné en otro de mis artículos, no gustó
nada al Gobierno republicano y, especialmente, a los ministros Giral y Álvarez
del Vayo. Los cuales solicitaron que fuera cesado por el Gobierno de Noruega,
pero no lo consiguieron.
Por
otro lado, Schlayer propuso realizar canjes de prisioneros entre los dos
bandos, organizados por la Cruz Roja Internacional, pero parece que no tuvo
mucho éxito.
Así
que, cuando él y su familia estaban haciendo los preparativos para salir de
España, alguien les avisó de que los milicianos le estaban buscando para
matarle. Eso dio lugar a que tuvieran que huir esa misma noche hacia Valencia.
Consiguieron
embarcar en un crucero francés. Sin embargo, la policía republicana les obligó
a bajar.
Así
que Schlayer y su familia se fueron a vivir a Alemania, donde escribió
artículos y concedió entrevistas, explicando lo que estaba ocurriendo en
España.
Sin embargo, a finales de 1937, se trasladó a San Sebastián, que ya pertenecía a la zona nacional. Desde allí, aprovechó sus contactos con otros diplomáticos extranjeros en Madrid para organizar la huida de las personas que estaban refugiadas en sus sedes.
Tras
la guerra, regresó a su villa en Torrelodones, donde siguió viviendo con su
familia.
En
1940, fue citado ante los tribunales militares, al objeto de declarar en la
llamada Causa General.
En
los años 40, fue condecorado, en varias ocasiones por el Gobierno español.
Desgraciadamente,
murió en noviembre de 1950 y su cadáver fue enterrado en el Cementerio civil de
Madrid.
Algunos le acusaron de ser pronazi o algo por el estilo. Lo único cierto es que siempre reconoció ser conservador y anticomunista y nunca estuvo afiliado al Partido Nazi.
En
1938, había escrito su famosa obra “Diplomático en el Madrid rojo”, la cual fue
publicada, ese mismo año, pero sólo en Alemania. En España, hubo que esperar
hasta el 2005 para que fuera publicada y tuvo un gran éxito. A partir de
entonces, recibió algún homenaje, pero sólo por parte de los intelectuales de
derechas.
También
publicó otro libro titulado “Un suabo en España”, donde más datos sobre su vida,
pero, desafortunadamente, todavía no ha sido publicado en España.
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Muchas gracias por sacar a la luz del recuerdo a gentes que, por sus obras y valía, no se merecen la oscuridad del olvido.
ResponderEliminarPues sí que es triste y sacaré unos cuantos extranjeros más, que también se jugaron la vida por los españoles. Muchas gracias por su comentario y saludos.
EliminarMuy interesante. Gracias por dar a conocer la labor de este señor Félix Schlayer
ResponderEliminarVoy a intentar escribir sobre otros, que hicieron lo mismo.
EliminarMuy interesante
ResponderEliminarMuchas gracias y saludos.
EliminarNo se gran cosa de este tipo pero todo el mundo que lo conoció y habla de él dicen que era un nazi. Tampoco es algo raro, siendo alemán en aquellos tiempos.
ResponderEliminarNo todos los alemanes fueron nazis. Le recuerdo que, cuando el Partido Nazi fue el más votado, el segundo fue el PC de Alemania.
EliminarMuy interesante articulo y biógrafia de Félix Schlayer
ResponderEliminarLeí su libro sobre las matanzas de Paracuellos
Pero me faltaba saber algo más sobre él, gracias
Tampoco he podido dar más detalles, porque no se conocen. Muchas gracias por su comentario y saludos.
EliminarGracias por tu tiempo, un buen artículo. Siempre va bien recordar nuestra historia, sienpre hay historias por descubrir
ResponderEliminarMe alegra saber que alguien disfruta al leer mis artículos. Muchas gracias por su comentario y saludos.
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