Continuando con el ciclo dedicado
a los reyes de Castilla y León, hoy le toca el turno a Juan II. No confundirlo
con Juan II de Aragón, aunque luego veremos que tuvieron cierta relación.
Este monarca nació en 1405 en la
localidad de Toro, Zamora. Sus padres fueron
Enrique III y Catalina de Lancaster.
Curiosamente, en este chico se
daba la coincidencia de ser, a la vez, bisnieto de Pedro I el cruel y de su
hermanastro y asesino, Enrique II el de las mercedes. Tal y como había sido
previsto, para acabar de una vez con las reivindicaciones de los herederos del
rey Pedro.
Lamentablemente, su padre falleció cuando ni siquiera había cumplido los dos años de edad. Esta vez, la regencia,
la formaron su madre y su tío, Fernando el de Antequera, que, como ya vimos en
otro artículo, posteriormente, fue el
primer rey de la dinastía Trastámara en Aragón.
Curiosamente algunos nobles
castellanos se mostraron partidarios de que Fernando fuera el nuevo rey de Castilla,
en lugar de su sobrino, a lo que él siempre se negó, aceptando la voluntad de
su difunto hermano.
Siguiendo las instrucciones del
fallecido Enrique III, también formaron parte de ese consejo otros miembros,
que gozaron siempre de la confianza del soberano. Se trataba de Diego López de
Estúñiga o Zúñiga, Juan Fernández de Velasco y Ruy López Dávalos. Algunos
autores también citan como consejero a Sancho de Rojas, arzobispo de Toledo.
Según parece, desde un principio,
surgieron diferencias entre los dos regentes.
Así que, en 1407, durante las
Cortes de Segovia se dividieron el reino.
Catalina gobernaría sobre
Castilla y León. Mientras tanto, Fernando, que era partidario de continuar la Reconquista,
lo haría sobre las zonas más fronterizas, como Toledo, Extremadura, Murcia y la parte de Andalucía que ya se hallaba en manos cristianas.
Así que, una vez hecho el
reparto, enseguida se puso manos a la
obra. Esta vez, comenzó la ofensiva castellana con un ataque de su flota contra
la tunecina, al objeto de cortar la vía marítima de suministros, que tenían los
granadinos.
Ese mismo año, las tropas de
Fernando, atacaron y tomaron Zahara y Setenil, firmando una tregua hasta el año
siguiente.
En 1409, las tropas
castellanas concentraron su ataque en la
estratégica plaza de Antequera, la cual consiguieron tomar al año siguiente. Esto
fue posible, porque los granadinos no consiguieron socorrerla. De ahí vino el
apodo por el que siempre se ha conocido al
futuro rey Fernando I de Aragón, el
de Antequera.
En 1410, murió sin descendencia
el rey de Aragón, Martin I el Humano. Varios fueron los candidatos que se
presentaron para ocupar ese trono. Uno de ellos fue Fernando.
En 1412, tras muchas
deliberaciones, los representantes de los diversos territorios de Aragón,
firmaron el llamado Compromiso de Caspe, por el que nombraron a Fernando como
nuevo monarca de ese reino. No olvidemos que su madre fue Leonor de Aragón y de
Sicilia, hija del rey de Aragón Pedro IV el Ceremonioso. Así que estaba bastante
legitimado para suceder en el trono al anterior monarca.
Curiosamente, el nuevo rey de
Aragón y su esposa, eran los mayores
terratenientes del reino de Castilla y gozaban de una fortuna inmensa. A lo
mejor, por eso mismo, votaron a su favor los representantes de Cataluña, aunque,
en un principio, les gustó más otro de los candidatos.
No hará falta decir que Catalina
de Lancaster, estaba encantada de perderlo de vista, porque nunca se habían
llevado demasiado bien.
Sin embargo, no le hizo tanta
gracia cuando se enteró que Fernando no quiso renunciar a ser regente de
Castilla y, en su lugar, colocó a varios consejeros afines a él.
Desgraciadamente, en 1416, murió
Fernando y en 1418, le siguió a la tumba Catalina. Parece ser que de esta
última siempre se ha dicho que era demasiado aficionada a la bebida, como
muchos de los actuales ciudadanos del Reino Unido.
En 1419, el consejo de regencia,
ya dominado por los delegados enviados por Fernando, venidos desde Aragón,
decidió que había que declarar la mayoría de edad del rey, aunque éste sólo
tuviera 14 años. Se reunieron unas cortes en Madrid para celebrar ese acto.
Incluso, le buscaron una novia.
Se trataría de su prima, María de Aragón, hija de su tío Fernando I el de
Antequera. La boda tuvo lugar en octubre de 1418 en Medina del Campo,
Valladolid.
El matrimonio llegó a tener tres
hijas: Catalina, Leonor y María. Desgraciadamente, las tres fallecieron en la
infancia. Sin embargo, también tuvieron un hijo, llamado Enrique, el cual
reinaría, posteriormente, con el nombre de Enrique IV.
Sin embargo, de este rey no puedo
decir lo mismo que dije de su padre. Juan II fue siempre un ser abúlico. Nunca
estuvo interesado en la Reconquista, ni siquiera en las tareas de gobierno, que
son propias de un monarca. Por el contrario, dedicó su tiempo a estar
entretenido en la corte por medio de poetas, bufones y músicos.
Sin embargo, sus parientes, los
hijos de Fernando I el de Antequera, aunque eran aragoneses, estaban más
interesados en los asuntos castellanos que en los de su propio reino y se dedicaron
a influir en las decisiones de Juan II. De hecho, su padre les había ordenado
que vigilaran muy de cerca al gobierno de Castilla y a sus inmensas posesiones
en dicho reino.
Estos eran Enrique, que se casó
con Catalina, una hermana de Juan II, y,
por ello, fue nombrado duque de Villena.
Aparte de ser también Gran Maestre de la Orden de Santiago. Fue nombrado para
este último cargo cuando sólo tenía 9 años. Juan, duque de Peñafiel, que luego sería,
primeramente, rey de Navarra, por estar casado con la heredera, Blanca de
Navarra. Posteriormente, reinaría también en Aragón con el nombre de Juan II. Por
último, Pedro, que fue conde de Alburquerque.
Lo cierto es que estos primos del
rey, desde un principio, formaron parte de su consejo privado y, debido a la
gran ambición de éstos, pronto quisieron rivalizar en dinero y poder con el
soberano. Así que, durante su reinado le dieron algún que otro disgusto.
Incluso, la propia reina María, se puso a veces de parte de sus hermanos los
infantes de Aragón.
Por otro lado, el joven Juan II,
desde su infancia, había hecho amistad con otro chico de la misma edad, de
origen aragonés, cuyo nombre fue Álvaro de Luna. Siempre estuvieron muy unidos
y llegó a ser el hombre de máxima confianza del rey.
Hay que precisar que éste no era
un cualquiera, sino que se trataba de un segundón perteneciente a una gran familia. Era sobrino de Pedro de
Luna, arzobispo de Toledo, el cual, a su vez, era sobrino del famoso Papa Luna,
Benedicto XIII.
En 1418, falleció la reina
Catalina de Lancaster. Así que el rey, que era un simple adolescente, se quedó
solo y en manos de sus más cercanos preceptores, el arzobispo de Toledo y el
obispo de Sigüenza.
Volviendo a los infantes de
Aragón, hay que decir que la ambición y la rivalidad entre ellos llegaron a tal
extremo que, en cierto momento, quisieron suplantar el poder del propio rey de
Castilla.
El 14/06/1420 se dio un
acontecimiento que se ha conocido popularmente como “El golpe o atraco de
Tordesillas”.
Aprovechando el infante Enrique
que su hermano Juan había viajado para casarse con Blanca de Navarra y sabiendo
que el rey no estaría bien protegido, no se le ocurrió otra cosa que raptarlo.
Su excusa para realizar esta acción fue que la política del canciller Juan
Hurtado de Mendoza no era la adecuada para Castilla y que él lo podría hacer
mejor.
Así que, para esta acción, se
reunieron muy temprano el infante Enrique, Ruy López Dávalos, Pedro Manrique,
Pedro de Velasco y Pedro Niño. Todos ellos iban acompañados de una fuerte
escolta, que consiguió romper las puertas de palacio, apresar a Hurtado de
Mendoza y llegar hasta el rey, que todavía se hallaba en la cama.
De esa forma, el infante Enrique,
llegó a manejar durante unos meses el “timón” del Estado, teniendo secuestrado
al propio rey.
Sin embargo, Álvaro de Luna,
junto con otros nobles segundones, como él, consiguieron, a finales de
noviembre del mismo año, liberar al rey de su secuestro.
Parece ser que, durante una
visita real a Talavera de la Reina, Álvaro de Luna, consiguió salir huyendo con
el rey hasta el castillo de la Puebla de Montalbán. Hasta allí les siguieron
las tropas del infante Enrique, pero tuvieron que levantar el asedio, porque
llegaron refuerzos, capitaneados por el infante Juan, para auxiliar a los sitiados. Así que los
sitiadores tuvieron que salir huyendo de allí.
Esta acción fue premiada por el
monarca con el título de conde de Santiesteban de Gormaz a favor de don Álvaro
de Luna. Primero de una larga serie de títulos y honores que fue acaparando
durante toda su vida.
Tras este incidente, varios de
los miembros del partido aragonesista dieron con sus huesos en prisión.
Incluso, al propio infante Enrique le retiraron algunos títulos, como el
de
marqués de Villena.
Parece ser que Álvaro de Luna se
cebó, especialmente, con Ruy López Dávalos, condestable de
Castilla. Consiguió que le quitaran todos los títulos y honores, muriendo en el
exilio en Aragón. Precisamente, su título de condestable de Castilla fue a
parar a don Álvaro de Luna.
Lógicamente, esto puso sobre
aviso tanto a los infantes de Aragón, que intentaron declararle la guerra a
Castilla, como al resto de los nobles castellanos, pues Luna logró acaparar muchos
de los títulos y honores a los que ellos siempre habían aspirado. De hecho, el
rey nunca supo qué hacer sin él.
En 1422, el rey, por indicación
del valido, mandó que encerraran a su
primo, el infante Enrique de Aragón, acusado de estar en tratos con el rey de
Granada.
Esto hizo que muchos nobles
movieran sus hilos. Así el propio Alfonso V de Aragón, hermano del prisionero,
amenazó con atacar Castilla, si no era liberado, inmediatamente, el infante. Incluso, llegaron a convencer al
rey de que reinaría mejor solo, porque la influencia de Luna era negativa para
él. Así que, en 1427, consiguieron que el rey desterrara al condestable a sus
tierras en el pueblo de Ayllón, en Segovia.
En 1428, el rey, al ver la deriva
que estaba tomando su reino, mandó que el
condestable regresara de su exilio. Obviamente, volvió con sus poderes
reforzados.
Alfonso V volvió a amenazar con
invadir Castilla. Sin embargo, esta vez, el condestable se le adelantó. Invadió
las tierras de Navarra, para que no pudieran utilizar los aragoneses ese
terreno, más favorable para una invasión. Así que el rey de Aragón, cuando intentó
invadir Castilla, cruzando el río Jalón, fracasó.
Todo esto dio lugar, en 1430, a
la firma de una tregua entre los reyes de Castilla, Navarra y Aragón y la
expulsión de los 3 infantes del territorio castellano.
En 1431, después de esto,
librados ya de los problemas con los reinos vecinos, Castilla se decidió por continuar la
Reconquista, obteniendo una importante victoria en la batalla de Higueruela.
Sin embargo, no supieron aprovechar este éxito y no fueron más allá.
Precisamente, existe una pintura al fresco dedicada a este hecho en la Sala de las batallas del
Monasterio de El Escorial.
En 1438, los infantes de Aragón
volvieron a Castilla. Sólo dos de ellos, porque Pedro había muerto en una
batalla en Nápoles.
Las intrigas palaciegas dieron
lugar a que el valido fuera enviado de nuevo al exilio de Ayllon, mientras los
infantes siguieron medrando en la corte castellana.
Sin embargo, en 1444, Álvaro de
Luna consiguió volver para recuperar la confianza del rey, que por cierto,
nunca había perdido.
Ante esta situación, en 1445, no
se les ocurrió otra cosa, a los infantes y sus secuaces, que guerrear contra el
rey. Los dos bandos se encontraron en Olmedo. Los infantes perdieron esa
batalla y tuvieron que huir a toda prisa hacia Aragón y Navarra.
Ese mismo año, murió la reina
María, así que el valido pensó en buscarle al rey una nueva esposa a la que
pudiera manejar más fácilmente. Su elegida sería Isabel de Portugal. El monarca
no se opuso a ese matrimonio, el cual se celebró en Madrigal de las altas torres, en 1447.
La verdad es que esta vez, el
valido, no acertó con su jugada. La razón está en que la reina se hizo dueña de
la débil voluntad del rey y la utilizó contra el condestable.
Los habituales intrigantes de
palacio convencieron a la reina de que la voluntad de su marido estaba
bloqueada por el poder del condestable. Así que ésta consiguió convencer al rey
para que llevara al valido ante los tribunales de Justicia. Fue acusado de
robar las rentas de la Corona y reinar en lugar del monarca, suministrándole
hechizos para que perdiera su voluntad.
Como los jueces habían sido muy
bien seleccionados y todos eran enemigos
del valido, fue muy fácil para ellos condenarle a muerte. Siendo ejecutado en
Valladolid, en junio de 1453.
Lógicamente, todo esto provocó
una gran depresión en el monarca, cuando, verdaderamente, se dio cuenta de lo
que había hecho. Así que se abandonó totalmente. Ni siquiera quería comer a pesar
de que siempre se había destacado por su glotonería.
Incluso, dejó los asuntos de
gobierno en manos de su hijo, el futuro Enrique IV, y en los del valido de
éste, Juan Pacheco, marqués de Villena.
Juan II ya
no quiso saber nada de nadie. Se encerró en sus habitaciones y hasta prohibió
la entrada de la reina.
Todo ello,
le llevó a la muerte. La cual se produjo en 1454, cuando se hallaba en
Valladolid. Hasta sus últimos momentos, estuvo maldiciendo el haber sido rey de
Castilla.
No sé si
esto tendría algo que ver en el estado mental de la reina, pues, tras quedarse
viuda, se fue a vivir a Arévalo y allí dio amplias muestras de locura.
Por eso
mismo, más tarde, encerraron a la reina Juana la loca, pensando que habría
heredado la locura que padeció su abuela.
Curiosamente,
los padres de los famosos Reyes Católicos fueron Juan II de Castilla y Juan II
de Aragón.
Por favor, me gustaría tener informaciones artísticas sobre el cuadro de Juan II que aparece indicado en esta página y contiene el siguiente texto: "Juanns II Rex". Tales como autor, fecha o al menos institución donde se encuentra. Si usted me lo diera, me quedaría inmensamente agradecido. E. Motta (endmotta@gmail.com)
ResponderEliminarLa verdad es que no sé dónde está. Es una pregunta muy interesante. Así que estoy investigando a ver si la localizo.
EliminarSaludos.