ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

viernes, 25 de septiembre de 2015

FRANÇOIS RAVAILLAC, EL ASESINO DE ENRIQUE IV DE FRANCIA



Realmente, poco se sabe acerca del criminal llamado François Ravaillac, nacido en la conocida ciudad de Angulema en 1578.
Se supone que su familia tendría cierta cultura y posición social en esa ciudad, pues un abuelo, que tenía su mismo nombre, fue fiscal y dos de sus tíos maternos fueron canónigos de
esa catedral.
El caso de su padre fue diferente, pues siempre fue un hombre violento y alcohólico, que se metió en constantes peleas, las cuales le acarrearon muchos problemas con la Justicia. En cambio, su madre, fue una mujer típica de la época, muy piadosa, al igual que sus dos hermanos canónigos.
Aquel era un enclave católico, que se mantenía como tal contra viento y marea, a pesar de estar rodeados por varias localidades con mayoría de hugonotes, o sea, los protestantes franceses.
Durante las guerras de religión en Francia, se cometieron todo tipo de desmanes y asesinatos en los dos bandos.
Eso hizo que la familia de Ravaillac se arruinase y no le quedase a él más remedio que ponerse a pedir por la calle. Es posible que esto lo trastornara y de ahí vendría su desenfrenado odio hacia los hugonotes.
También afirman algunos autores que el padre de Ravaillac estuvo metido en un complot para asesinar al duque de Epernon, al cual le acusaban de querer entregar su ciudad a los hugonotes. El complot fue descubierto y la familia perdió todos sus bienes.
Con 19 años se trasladó a París para probar suerte allí. Incluso, ingresó en un convento, pero lo echaron al poco tiempo. Unos dicen que fue por no querer aguantar la disciplina de esa orden y otros, porque decía tener visiones de diverso tipo. También intentó hacerse jesuita, sin embargo,  lo expulsaron a causa de sus visiones.

Volvió de nuevo a su tierra, donde trabajó como maestro de escuela, para poder vivir y ayudar a su madre, que se había quedado sola y desamparada.
Como volvió a tener nuevas visiones, donde se le decía que debía de ir a convencer al rey para que aplastara militarmente a los hugonotes, pues regresó a París.
La verdad es que esto de las visiones me recuerda mucho a la gran heroína Juana de Arco, que pretendió hacer lo mismo que él y llegó a tener éxito.
Por otro lado, tenemos aquí la gran figura de Enrique IV. Uno de los reyes más queridos por los franceses.
Enrique nació en 1553, fruto de la unión de Antonio de Borbón, duque de Vendôme, uno de los miembros de la Casa Real francesa, y de Juana Albret, reina de Navarra en el exilio.
No olvidemos que, cuando Fernando el Católico, que era un rey con un magnífico olfato político, se dio cuenta de que los franceses ambicionaban Navarra, dio orden de invadirla en 1512 y anexionarla a Castilla.
Enrique siempre fue un buen candidato para el trono, pues era nieto de Margarita de Angulema, hermana de Francisco I.
La repentina muerte de Enrique II, sufrida durante un torneo medieval, y poco más tarde las de sus 3 hijos: Francisco II, Carlos IX y Enrique III, provocaron que se le ofreciera la corona de Francia.
Enrique llegó a ser el jefe del bando hugonote, durante esas crueles guerras civiles. Precisamente, fue durante su matrimonio con Margot, cuando tuvo lugar la espantosa matanza de la Noche de San Bartolomé, de la que hablaré en otro artículo.
Su predecesor, Enrique III, también fue asesinado. Concretamente, por la mano de un clérigo, que estaba como una cabra.
Antes de morir, dejó a su primo Enrique, nuestro personaje, como su único heredero, con la única condición de que se hiciera católico.
Esto no fue bien acogido por la mayoría católica. Tampoco por el Papa, ni por el poderoso Felipe II de España, el cual llegó a proponer a su hija Isabel Clara Eugenia para ese trono, pues era hija de Isabel de Valois.
Tras varios años de sanguinarios combates entre los dos bandos no se llegó a ninguna parte. Por eso, una serie de prohombres, miembros de las dos facciones llegaron a la conclusión de que sería mejor intentar convivir a base de firmar ambos bandos una serie de concesiones y comprometerse a cumplirlas.
A los miembros de esta tercera vía les llamaron popularmente “politiques”. Éstos, consiguieron convencer a Enrique de que la forma más rápida de llegar al trono sería abjurando de su fe protestante y ser bautizado como católico. Como era una persona muy pragmática no lo dudó, pues ya era la tercera vez que lo hacía. Parece ser que pronunció aquella famosa frase de “París bien vale una misa”. Su abjuración tuvo lugar en la Real Abadía de Saint-Denis, panteón de los reyes de Francia.
Así que fue coronado, como todos los reyes franceses, no en la catedral de Reims, que se hallaba en poder de su rival, el duque de Guisa, sino en la catedral de Chartres el 27/02/1594. Tras este acto, el Papa llegó a perdonarlo al año siguiente.
La reina Margot no fue a la coronación, porque llevaba unos años encarcelada por orden de Enrique III, a causa de sus escandalosas infidelidades, y porque su marido quería divorciarse de ella, por falta de descendencia. Cosa que consiguió en 1599. Lo cierto es que él siempre fue tan infiel como ella.
Una vez en el trono, promulgó el Edicto de Nantes (1598), documento muy importante, donde se reconoce la libertad religiosa de todos los franceses, aunque la religión oficial seguiría siendo la católica.
Ese mismo año, firmó con España el Tratado de Vervins, por el que nuestro país hubo de devolverle a Francia todas las plazas que había ocupado durante la guerra.
Dado que Francia había pasado por las manos de unos cuantos reyes a cual más inútil, la gestión de este rey, apoyada por su amigo el duque de Sully, fue tremendamente eficaz. Se decantó por la clásica forma de gobierno de las monarquías absolutas. Muy en boga, por entonces.
Su política económica fue muy brillante. Decía que su objetivo era que todos los franceses pudieran cocinar una gallina cada domingo. Algo que ni siquiera ocurría en la, por entonces, primera potencia mundial, o sea, España.
Consiguió que todos los franceses se unieran para sacar adelante su país y se buscó un enemigo, en la persona de Felipe II de España, como país rival del suyo.
Su política económica se basó en las obras públicas, como la construcción y reparación de caminos y la de canales entre ríos próximos,  y en poner las bases de una industria propia, comenzando por el sector textil.

También fomentó entre la nobleza la puesta en  cultivo de nuevas tierras, para lo cual hubo que desecar varios pantanos. Eso también eliminó muchas enfermedades que solían padecer los vecinos que habitaban cerca de esas zonas.
Evidentemente, su conversión al catolicismo dejó a los dos bandos estupefactos. Así, a los sectores más radicales de sus antiguos camaradas hugonotes no les gustó nada que su jefe los abandonara. Tampoco gustó a los católicos, pues nunca se fiaron nada de él.
Es posible, que, por ese motivo, sufriera tantos atentados, pero siempre salió ileso de los mismos. Algo realmente llamativo.
Precisamente, el 13 de mayo de 1610, se había congregado una gran multitud en París para recibir a la nueva reina María de Médicis, segunda esposa de Enrique, que acababa de ser coronada. No hubo ningún incidente.
Al día siguiente, el rey había pasado muy mala noche y se despertó muy temprano. Confesó a sus allegados que tenía un gran temor de que podría morir ese día.
Se montó en su carroza para ir a visitar la casa de su viejo amigo el duque de Sully, Maximilien de Béthune, que se hallaba enfermo con gripe. Además, ni siquiera aceptó que le acompañara una escolta a caballo, siendo acompañado tan sólo por unos cuantos guardias de infantería.
Parece ser que su semblante empeoró tras leer un anónimo que alguien había dejado sobre su mesa. En él se podía leer: “Sire, no salgáis esta tarde”.
Durante el viaje, el rey preguntó a sus acompañantes qué día era y cuando el duque de Epernon le dijo que era el 14, le ordenó al cochero: “Sácame rápidamente de aquí”. Parece ser que la fecha coincidía con un presagio que le había dado su astrólogo.
Volviendo a Ravaillac, éste había intentado en varias ocasiones,  infructuosamente, hablar con el rey para que no apoyara con sus tropas a un candidato protestante en los Países Bajos. Así que su locura había decidido que debería matarlo.
Ese día se vistió de verde, color que contrastaba con su largo cabello
pelirrojo, montó en un caballo y siguió a la carroza real, desde su salida del palacio del Louvre. Algunos de los criados reales ya lo conocían por su insistencia en ver al rey, pero no lo deberían de estimar peligroso, porque no se fijaron mucho en él.
Al adentrarse por una calle estrecha, dos carros de mercancías le cortaron el paso. La carroza quedó parada hasta que se quitaron los carros de en medio.
Como la ciudad se estaba adornando para recibir a la reina, Enrique ordenó abrir las cortinas de cuero del carro, para así poder ver los adornos. Eso hizo que mucha gente le reconociera y fuera a saludarle.
Ravaillac aprovechó la parada de la carroza real para saltar de su caballo y, poniéndose de pie sobre una rueda, acuchilló 2 veces al monarca. La segunda cuchillada consiguió cortarle la arteria aorta y la vena cava. Mortal de necesidad y más en esos tiempos.
También dio una tercera cuchillada, pero sólo atravesó la manga del duque de Montbazon, que también acompañaba al monarca.
El rey sólo pudo decir: “No es nada, no es nada”, pero, desgraciadamente, a los pocos segundos falleció.
El asesino ni siquiera quiso escapar, sino que se quedó en la escena del crimen con su largo cuchillo en la mano. Así fue reducido por los guardias.
Epernon se aseguró de que nadie matara a Ravaillac y se enfrentó a algunos ciudadanos que quisieron hacerlo. No quería que ocurriera como en el caso del asesino de Enrique III, que lo lincharon en la misma escena del crimen.
También mintió asegurando que el rey sólo estaba herido, pero lo cierto es que ya había muerto. Así que se lo llevaron rápidamente a palacio.
A Ravaillac lo llevaron primero a un lugar llamado Hotel de Retz, que no tenía nada que ver con un establecimiento hotelero, claro. Allí permaneció encerrado durante 2 días y, curiosamente, pudo hablar con mucha gente. Luego fue llevado a lo que hoy es el Ayuntamiento de París.
Evidentemente, Ravaillac, fue juzgado y condenado a una muerte brutal, que los franceses reservaban a los que cometían magnicidios de ese tipo.
El 27 de mayo fue llevado hasta la actual plaza del Ayuntamiento de París. Aunque hoy nos pueda parecer mentira, esas ejecuciones eran muy populares entre los ciudadanos. Incluso, solían llevar a los niños para que vieran a dónde conduce llevar un mal camino en la vida.
Bueno, igual no es tan raro, porque hace un rato estuve leyendo que, durante la Guerra Civil española, en el lugar que se realizaban las ejecuciones en Valladolid, pusieron puestos de café y churros para los espectadores que se acercaban a presenciar estas ejecuciones.
No voy a entrar en detalles, pero la sentencia del juez ordenaba que el reo debería de ser ampliamente torturado, para luego ser desmembrado por 4 caballos y sus restos incinerados hasta no quedar nada de él.
En cuanto a la autoría del asesinato, él siempre afirmó que había actuado completamente solo, pero los jueces nunca le creyeron.
Hoy en día, se sospecha que detrás, como siempre, hubo una trama,
posiblemente dirigida por Epernon, el cual es el que más había insistido para que la reina fuera consagrada el día antes y así se convirtió automáticamente en regente a causa de la minoría de edad del futuro Luis XIII.
Tampoco estarían libres de culpa los espías españoles, para los que el rey francés cada vez se veía como un enemigo más poderoso. Se sabe que algunos franceses se habían ofrecido a los españoles para asesinar al rey.
 Incluso, en algunos sitios se habló de que los espías del Papa no fueron ajenos a este suceso, porque el rey francés iba a ordenar muy pronto la intervención de sus tropas en un principado alemán para luchar a favor de un candidato protestante contra otro católico.
También se dijo que Ravaillac afirmó en los interrogatorios que alguien le había dicho que Enrique IV quería llevarse al Papa de Roma a París.
Lo cierto es que la noticia ya había llegado a varias cortes europeas, incluso antes de haberse producido. Lo cual es altamente sospechoso.
Un tiempo después, una testigo, Jacqueline D’Escoman, informó de una conspiración tramada por el duque de Epernon y la amante del rey la marquesa de Verneuil, Enriqueta d’Entragues, por lo que ambos fueron investigados. Lo que sí es cierto es que la marquesa competía diariamente con la reina y se consideraba como la auténtica reina de Francia.
La acusación no pudo demostrarse, así que ambos salieron en libertad. No obstante, la testigo, dama de compañía de la marquesa, fue condenada por calumnias.
Otro de los posibles sospechosos fue Concino Concini, mano derecha de la reina María de Médicis, pero tampoco se probó nada.
Epernon, o sea, Jean Louis de Nogaret de la Valette,  nunca fue del agrado de Enrique IV, porque había sido el hombre de confianza de su predecesor y era muy católico. Se opuso a la coronación de Enrique IV, pero luego tuvo que rendirle pleitesía.
No se sabe si tendría alguna relación familiar con Guillaume de Nogaret, el famoso jurista del siglo XIII, que dirigió la acusación contra los templarios.
Sin embargo, algunos afirman que  la conocida y fallecida actriz, Audrey Hepburn, fue descendiente directa de  Epernon.
 También abogó siempre ante el rey para dar mayor influencia a los católicos. Incluso, le pidió la vuelta de los jesuitas, los cuales habían sido expulsados en 1595, porque uno de sus alumnos intentó matar al rey. Pero nunca le hizo mucho caso. Por eso, puede ser que algunos afirmen que los jesuitas estuvieran detrás de este hecho, pero no hay ninguna prueba al respecto. Curiosamente, tenía intereses en la misma zona de origen de Ravaillac. De hecho, fue gobernador de Angulema y pidió que, tras su muerte,  su corazón fuera depositado en su catedral.
Otros afirman que el archiduque Alberto pudiera estar en la conspiración. La causa estaba en que, para poder intervenir, Enrique IV, en esos ducados de los Países Bajos, no le quedaría más remedio que atravesar los territorios de este noble a lo cual se había negado tajantemente. Parece ser que el rey francés le había enviado un ultimátum al archiduque, que era aliado de España.
También se ordenó a la familia de Ravaillac que salieran del país y se cambiaran de apellido. Su casa en Angulema fue arrasada por la multitud.
La figura de Ravaillac siempre ha sido muy discutida. Incluso, en pleno siglo XX, los católicos franceses se empeñaron en que se abriera una investigación en el Vaticano para intentar beatificarlo, como si hubiera sido un mártir. Incluso, se le ofrecen misas habitualmente, considerándolo como uno de los defensores de la fe católica en Francia.

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