Comúnmente se ha dicho que las
mujeres siempre consiguen todo lo que desean. Yo no diría tanto, pero sí que
suelen tener las ideas más claras que los varones y que también tienen más constancia para lograr sus objetivos.
Siguiendo con las historias
optimistas, que me parecen más propias de Navidad que esas películas de
violencia que suelen poner ahora en la TV, esta vez voy a hablar de un grupo de
mujeres, capitaneadas por Helena Weissler, que llegó a conseguir lo que no
había logrado ningún hombre.
Estamos en plena II GM,
concretamente, el 27/02/1943. Aunque parezca mentira, todavía quedaban algunos
judíos nada menos que en la capital del III Reich, Berlín. Ese día, el ministro
de Propaganda, Goebbels (un tipo bajito, moreno y cojo y, sin embargo, muy
ligón), decidió que no quería ver a ningún judío más por allí.
Realmente, la razón de que aún
hubiera judíos en Berlín era porque la mayoría de ellos estaban casados con no
judíos y no podrían perseguirles sin saltarse las Leyes de Nuremberg, dictadas por
los mismos nazis en 1935. Casi todos ellos trabajaban en industrias de guerra y
eran muy apreciados por sus jefes.
Así que, al más puro estilo de las
SS, se destinaron unos cuantos miembros de esa Entidad al trabajo de arrestar a
esos judíos.
No sé si Hitler estaría al tanto
de ello, pues esos SS pertenecían en su totalidad a la unidad que se dedicaba a
protegerlo.
Para hacer esos arrestos se
recurrió a unos camiones cubiertos con lonas y a la colaboración de la Gestapo
y de la Policía Municipal, para localizarlos bien en sus domicilios o en sus centros
de trabajo.
Con esa eficacia que caracteriza
a los alemanes, llegaron a arrestar a unas 5.000 personas, entre las cuales
había unos 1.700 esposos judíos de alemanas.
Poco a poco se fue corriendo el
rumor por la ciudad. Nuestra protagonista, al ver que su marido, Sebastián, no
volvía a mediodía, como siempre, del trabajo, fue al sitio donde decían que los
estaban encerrando. Se trataba de un edificio ubicado en los números 2 y 4 de
la Rosenstrasse, en Berlín.
Realmente, se trataba de un
edificio que había pertenecido anteriormente a una organización de asistencia a
la comunidad judía y que, obviamente, había sido confiscado por el Estado.
Cuando llegó, ya había otras 200
mujeres frente al edificio, sin explicarse qué había ocurrido ese día.
Pronto, resolvieron acudir todas juntas
a otro edificio, en una calle cercana, destinado al Servicio de los Asuntos Judíos
de la Gestapo, para seguir con su protesta.
No las amedrentó ni la presencia
de los fornidos miembros de las SS, ni el bombardeo que estaba sufriendo la
ciudad en ese momento, por parte de la RAF británica.
Tampoco el frío glacial que suele
hacer en febrero en la capital alemana. Ellas estaban dispuestas a seguir allí
indefinidamente.
Tras gritarle en varias ocasiones
“Devuélvannos a nuestros maridos”, incluso, se atrevieron a forcejear e
insultar a los miembros de las SS y de la Gestapo, que acudieron para
reforzarles.
Goebbels tenía la idea de prender
a todos esos judíos y embarcarles enseguida en trenes con destino a los campos
de concentración, que tenían los alemanes en el este, pero no contaba con la resistencia
de estas mujeres.
Como las mujeres siguieron acudiendo
todos los días a esa sede de la Gestapo, en días posteriores, los SS, intentaron desbloquear la calle a base de
utilizar la violencia contra ellas.
Primero, lo intentaron sacándolas
por la fuerza de allí, pero no consiguieron nada. Luego, llevaron nada menos
que un todoterreno, equipado con ametralladoras, con las cuales dispararon
contra las mujeres. Ni aun así consiguieron que se fueran de allí.
Como el Gobierno vio que esta
situación se les estaba yendo de las manos y necesitaban que la población les
apoyara y no ocurriera lo mismo que al final de la I GM, no tuvieron más
remedio que dar marcha atrás.
El mismo Goebbels dio orden de
poner en libertad a todos los que habían sido capturados en esa redada,
alegando que había sido “un error burocrático”.
Es más, exigió que los que habían
sido ya deportados a los campos de exterminio, fueran devueltos inmediatamente a sus domicilios.
Parece ser que, por entonces, se
había dado la derrota alemana en Stalingrado y, como dije antes, el Gobierno necesitaba tener a la opinión pública
de su parte, para que no decayera la moral en la retaguardia.
Algunos autores dicen que con
esta actitud se demostró que el nazismo podría haber sido vencido, si los
alemanes hubieran intentado tomar una actitud más activa contra ese régimen.
En un principio, sólo se trataba
de unas pocas mujeres que demostraron su valentía haciendo frente al poder
nazi, pero, unos días después, llegaron a reunirse allí más de 6.000 personas y
eso no debió de gustar nada al Gobierno.
Sobre estos acontecimientos, la conocida
directora alemana, Margarethe von Trotta, rodó una película llamada “Rosenstrasse”,
la cual fue estrenada en 2003.
En el antiguo Berlín oriental
fueron erigidas unas estatuas en un parque, con las que se conmemoraba este
hecho. En el pie de ellas había una leyenda que decía: “La fuerza de la
desobediencia civil, el vigor del amor supera la violencia de la dictadura,
devolvimos a nuestros hombres, las mujeres están de pie aquí, frene a la
muerte, los hombres judíos fueron liberados”.
La autora de estas esculturas, la artista
alemana Ingeborg Hunzinger, también sufrió en sus carnes la persecución nazi,
por ser judía y haberse casado con un alemán no judío.
En fin, como ya dije al principio, lo que
no puedan las mujeres, no lo puede nadie. Por supuesto, no se trata de una
inocentada, aunque la haya publicado en el Día de los Santos Inocentes.
Por si no vuelvo a publicar nada más antes
de final de año, aprovecho la ocasión para desear a todos mis lectores:
¡¡UN
MUY FELIZ AÑO 2015!!
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