A veces ocurre que un solo
personaje tiene mucha influencia en la Historia Mundial. Esta vez traigo al blog uno de ellos que, a mi
parecer, influyó con sus ideas y acciones tanto en la I Guerra Mundial como en
el estallido de la Segunda.
El caso es que fue muy curioso, porque
cuando desarrolló mayor energía en su faceta política fue cuando ya había cumplido
los 76 años. Seguro que más de un responsable de RRHH, de esos que se quitan
del medio a la gente que ha pasado de los cincuenta, se estará riendo de mí, pero lo cierto es que
fue así.
Bueno, pues, vayamos al grano.
Georges Clemenceau, que así se llamaba nuestro personaje, nació en 1841 en
un pequeño pueblo de una región francesa
llamada la Vendée.
Si hacemos un poco de memoria podremos
recordar que en esa región hubo una gran resistencia a la Revolución Francesa
y, por ello, al ser derrotados, la represión del Estado francés contra ellos
fue muy sangrienta. El mismo Napoleón, cuando llegó al poder, diseñó una
política para que esta región se fuera acercando más al resto de Francia.
No obstante, la familia de nuestro
personaje siempre fue muy republicana. Como su padre era médico, él optó por
seguir la misma carrera, estudiando en Nantes y luego en París.
Más tarde, tuvo que exiliarse en
USA por mostrar públicamente en una revista su oposición a la política
emperador Napoleón III.
En América tuvo que dedicarse a
la enseñanza, siendo profesor en un instituto. Como era un admirador de la política
anglosajona, tuvo que leer libros
británicos y eso le había obligado a estudiar inglés, algo muy extraño para un
francés de esa época, así que le vino muy bien en el exilio.
Parece ser que se llevó para el
camino un libro de John Stuart Mill, publicado en inglés, y titulado “Auguste
Comte y el Positivismo”. Estaba muy claro que su vocación no iba ir por el
camino de la Medicina, sino por el de la política.
No obstante, no perdió el
contacto con su país, pues se dedicó a escribir artículos sobre sus
experiencias en USA, los cuales fueron publicados por el diario Le Temps.
Incluso, llegó a casarse con una
de sus alumnos, pero el matrimonio no duró muchos años. Posiblemente, a causa
del carácter irascible del francés.
En 1870, tras caer el Imperio y
llegar la III República, pudo volver a Francia. Fue elegido alcalde del
distrito XVIII de París. Como anécdota, para que podamos comprobar el carácter
del personaje, puedo comentar que alguien de la oposición en su distrito le
acusó de no haber cumplido lo prometido y, ni corto ni perezoso, le retó a un
duelo. Esto tuvo como efectos para nuestro amigo Georges el pago de una multa y
15 días en la cárcel.
Al año siguiente, fue elegido
diputado en la Asamblea Nacional por el departamento del Sena, o sea, su mismo
distrito de Montmartre.
Por si alguno todavía no lo ha
adivinado, él se veía a sí mismo como de la extrema izquierda, pero no de la
marxista, tan de moda en ese momento, sino de la jacobina, más propia de la
Revolución Francesa. Era profundamente antimonárquico y anticlerical.
También estuvo a favor de
amnistiar a los prisioneros a causa de la insurrección de la Comuna y en contra
de la política colonial de Francia, que había iniciado Napoleón III.
Aunque siempre fue un gran
orador, todavía fue mejor escritor. En 1880 fundó el periódico “La Justicia”,
desde el que se lanzó a airear todo tipo de escándalos.
El primero que pilló consistía en
que había descubierto que el yerno del presidente de la República se dedicaba a
la venta de la condecoración de mayor prestigio de Francia: la Legión de Honor.
Como el escándalo fue mayúsculo, provocó la inmediata dimisión del presidente Grevy.
Luego le va a tocar lidiar con un
asunto mucho más complicado. Se trata del famoso caso del general Boulanger.
Para el que no lo conozca, se
puede resumir en lo siguiente: Se trataba de un general que llegó a ser
ministro de Defensa con el apoyo del propio Clemenceau. Allí hizo una labor muy
importante y los militares estaban muy contentos con él, pero, conforme se veía
con mayor poder, se dedicó a movilizar a la opinión pública para iniciar una
campaña de insultos contra Alemania, por haberles quitado Alsacia y Lorena, y
contra los demás políticos, por no hacer nada por recobrarlas.
Se creó hasta un movimiento popular
llamado Boulangisme, el cual no hizo ninguna gracia a los demás políticos. Incluso,
sus partidarios, le exigieron que diera un golpe de Estado, para instaurarse en
el poder y llevar a cabo sus ideas políticas. Llegado a este punto, no se
decidió y tuvo que exiliarse con su amante en Bélgica y ahí se acabó todo.
Evidentemente, la labor de nuestro
personaje fue descubrir las intenciones golpistas de su antiguo amigo, pues con
su conducta hacia Alemania, había llegado a poner a los dos países casi al
borde una guerra. Ya sabemos que antes se montaba una guerra por cualquier
cosa, menos mal que ahora se lo piensan más antes de iniciar estos conflictos.
Tampoco deberíamos de olvidar
que, más o menos, así llegó Napoleón III al Gobierno, para luego coronarse a sí
mismo como emperador. Eso todavía estaba bien grabado en la memoria de los
franceses.
Parece ser que le pilló de
refilón el famoso Escándalo de Panamá, que salpicó a muchos políticos, los cuales
fueron sobornados para que dieran a la compañía francesa que estaba
construyendo el Canal, préstamos de gran
importe, con la garantía del Estado. Eso
hizo que muchos particulares, al decidirse a invertir en la obra, les llevara a
la ruina. Se cree que fue el mayor escándalo financiero del siglo XIX.
Ya hemos visto que el espíritu de
nuestro personaje era claramente jacobino y, además, totalmente intransigente. De
hecho, fundó un periódico con ese nombre.
Cuando se enteró que, en la época
anterior a la I GM, Francia estaba buscando la alianza con la Rusia zarista, para
frenar la política agresiva del káiser Guillermo II de Alemania, pues,
lógicamente, se opuso radicalmente a esa idea. Eso le costó perder su escaño de
diputado y estar durante 9 años condenado al ostracismo político.
Como sus colegas políticas le
hicieron un inmenso favor dejándole tiempo libre en abundancia, éste, por
supuesto, lo aprovechó.
En ese momento tuvo lugar nada menos que el famosísimo Asunto Dreyfuss, el cual no voy a explicar, porque es
de sobra conocido y porque se haría muy larga esta entrada. Lo cierto es que en
este asunto confluyeron 3 personajes: el mismo capitán Dreyfuss, el novelista
Emile Zola y nuestro personaje.
Como director del periódico L’Aurore
publicó en 1898 la conocida carta firmada por Emile Zola, sobre este asunto,
titulada J’Accuse, donde acusaba a todos los implicados en este caso de haber
encarcelado a un inocente, en la persona del capitán Dreyfuss. Este caso hizo
dimitir gobiernos, llevó las discusiones entre los franceses, incluso, hasta el
nivel familiar. En una palabra, causó un gran impacto en Francia.
En 1902 volvió a la política activa,
siendo elegido senador. Desde su puesto, siguió defendiendo una clara
separación Iglesia-Estado y apoyando la política anticlerical de Combes.
En 1906, tras la caída del
Gobierno, Sarrien lo “fichó” como ministro del Interior. Posiblemente, para contrarrestar
el peso de Aristide Briand, que estaba apoyado por los católicos.
No tardó en imponer su imagen. “El
tigre”, como se le llamaba popularmente, no se cortó un pelo a la hora de
reprimir unas fuertes protestas obreras a base de utilizar para ello unidades
militares.
Posiblemente, por esa imagen de
extrema dureza, fue nombrado presidente, al caer el Gobierno donde él estaba
como ministro. Allí estuvo durante 3 años y se cuenta que su gestión fue buena,
no exenta de problemas de todo tipo.
Una de las anécdotas que se
cuentan de ese período es que, en una ocasión, se presentó un prefecto de una
provincia para ser recibido por él.
Como no tenía cita, el ujier le
respondió que el presidente estaba muy ocupado. El visitante insistió en verlo
y le dijo que sólo le diría una palabra. Nuestro personaje, en su más puro
estilo, le contestó que sólo le iba a admitir una palabra y que si decía dos le
echaría. Así que el prefecto se presentó ante él y el presidente le dijo “una
palabra”. A lo que el otro le contestó “pasta”. Le entendió perfectamente y no tuvo
más remedio que atenderle.
Fue un firme partidario de
estrechar los lazos con el Reino Unido para construir la Entente Cordiale. Algo
que interesaba a ambos países. No obstante, tuvo que dimitir de la presidencia
a causa de las acusaciones de la oposición por el mal estado de la Marina de
Guerra. Fue sucedido por Aristide Briand, que era un hombre más pacífico, pero
no el más indicado para, en caso de guerra, llevar al país a la victoria.
Clemenceau se dedica ahora más a
la prensa y funda el diario L’Homme libre. Desde esa tribuna se dedica a pedir vivamente
el rearme de Francia para prepararse para un conflicto que se ve venir y que
puede empezar en cualquier momento.
Nada más comenzar la I GM,
su periódico es cerrado por la censura. Sin preocuparse lo más mínimo, fundó L’Homme
enchainé, con mayor éxito aún que el anterior. La gente confiaba más en él que
en el mismo presidente de la República, Poincaré.
Así que el presidente cesó a
Briand y nombró a Clemenceau en su lugar. Lo primero que hizo fue tomar el
cargo de ministro de Defensa, aparte de la presidencia. Se dice que, cuando se
conoció la noticia en el frente, los militares lo celebraron por todo lo alto.
Supo hacer renacer en la
retaguardia el espíritu nacionalista propio de los franceses y en el Ejército
la esperanza por conseguir la victoria. Su enorme vitalidad se la contagió a
todos los franceses. Su lema siempre fue “la guerra hasta el fin”.
Se puede decir que un anciano,
pues ya tenía 77 años, consiguió la victoria para Francia. No se metió en la marcha
de la guerra, pero sí consiguió que la población apoyara unánimemente a sus soldados.
El problema fue que las
negociaciones posteriores las llevaron a cabo dos hombres muy belicistas: el
premier británico Lloyd George y nuestro amigo Georges. Éste, siempre vestido
con trajes grises, presidió la mesa donde se negó a aceptar cualquiera de las
peticiones de Alemania. Es posible que estas negativas le costaran el puesto
que se había ganado con toda justicia. El de presidente de la República.
En las conversaciones de
Versalles exigió a Alemania unas excesivas reparaciones de guerra, la ocupación
de la Renania alemana por Francia, la eliminación de su imperio colonial y
otras medidas tendentes a asfixiar económicamente a Alemania durante varios
lustros. La intervención del presidente USA, Wilson, le hizo desistir de algunas de sus ideas. No obstante,
consiguió que figuraran la mayoría de ellas en la redacción final del tratado, aunque
no quedó muy contento.
Por ello, como comentaba al
inicio de esta entrada, muchos autores le consideran el responsable del mal
cierre que se hizo con el Tratado de Versalles y del rearme posterior de
Alemania, tras la llegada de Hitler.
Como no había dejado que el resto
de los políticos interviniera en las negociaciones para el famoso Tratado de
Versalles, eligieron para la presidencia a un tal Deschanel, del que decían que
tenía mucho futuro.
La verdad es que no supieron
acertar, porque el nuevo presidente se volvió loco y cometió algunos actos que
le restaron popularidad. Por ejemplo, en una ocasión, saltó en pijama del tren
presidencial y fue encontrado por un campesino que lo llevó hasta la estación más
cercana.
En otra ocasión, abandonó un
consejo de ministros para introducirse vestido en un lago. Al final, tuvo que
renunciar para ser ingresado en un manicomio.
Para terminar, nuestro amigo
Georges falleció en 1929 y pidió ser enterrado en su región natal de la Vendée,
al oeste de Francia.
Aliado, siento no haber comentado antes tu entrada. Ya sabes que me apasiona el tema de la Primera Guerra Mundial y lo que tiene que ver con él.
ResponderEliminarPara empezar, yo también opino que se debería aprender más de la gente mayor, aunque también hay que saber elegir de quién. Está claro que para llevar a buen puerto a un país que va a la guerra, hace falta alguien con fuerza para llevar el timón, pero ¿la guerra hasta el fin? ¿Hasta el fin de qué o de quién? Como se nota que no era él quien fue al frente, no como hizo Winston Churchill, por lo menos en algún momento. Yo creo que está clarísimo que ese carácter tan poco amable fue una de las claves del estallido de la Primera Guerra Mundial, y a lo mejor sin ese carácter Francia no se hubiera salvado, pero también creo que una salvación de ese tipo fue pan para hoy y hambre para mañana, o dicho de otra forma, si Clemenceau hubiera tenido más interés en las cosas de otra manera, si no hubiera hecho pagar a Alemania la humillación que sufrió Francia en la guerra franco-prusiana, igual Alemania no se hubiera rearmado como lo hizo y no hubiera pasado lo que pasó después. Yo estoy con esos autores sobre la responsabilidad de Clemenceau en el rearme de Alemania, y no fue porque no se les reprimió lo suficiente a los alemanes: su falta de objetividad no ayudó nada.
No me ha gustado saber que utilizó fuerzas militares para la represión pero, con ese carácter, no sé de qué me sorprendo con el precedente de Thiers. Por cierto, ¿eso de pasta se refiere a…?
Bueno, Aliado, magnífico post. Muchas gracias.
Por eso digo al principio de la entrada que tuvo mucho que ver, bajo mi punto de vista, con la marcha de los alemanes hacia la II GM.
EliminarEstá claro que hay que saber hacer la guerra y también hacer la paz. Él supo aunar voluntades para lo primero, pero no para lo segundo. Le pasó lo mismo que, más tarde, a Churchill. Por eso, los dos perdieron sus cargos tras la guerra.
Lástima que Clemenceau no lo perdiera antes. con su actitud le puso en bandeja el ciudadano alemán medio a los partidos más radicales. No olvidemos que Hitler llegó al poder no mediante un golpe de Estado, sino por cauces democráticos. Además, debemos recordar que Alemania era en ese momento el país más culto de Europa.
En esas elecciones, los únicos que obtuvieron mayor número de votos fueron los nazis, seguidos del PC. Es lo que suele ocurrir cuando al ciudadano se le deja en la tesitura de que no sabe a quién votar, porque todos le parecen igual de malos ¿Os suena eso de algo?
Está claro que Clemenceau tuvo mucha influencia en Versalles, porque gracias a él se le culpó a Alemania de haber iniciado la I GM, lo cual es falso, pues todo el mundo sabe que empezó con una decisión firmada en Viena, pero, claro, de Austria ya no iban a sacar nada, mientras que Alemania estaba casi intacta, pues no se luchó apenas en su territorio.
Saludos.
Salve.
ResponderEliminarEstoy con Ludovica.
Creo que Clemenceau tuvo mucho que ver con la búsqueda de un único culpable de los sucesos de la I G.M.
Pensaría que después de la guerra las cosas continuarían igual y Francia seguiría con su carrera colonialista como venía haciendo desde mediados del S.XIX.
El Tratado que se firmó en Versalles dejo la puerta abierta a lo que vendría después.
Como siempre, Aliado,...gracias y un saludo.
Algunos autores afirman que esas indemnizaciones tan cuantiosas vinieron al calcular la producción francesa perdida, al haber muerto tantos jóvenes en el campo de batalla.
EliminarPor cierto, creo que Churchill fue a combatir a Europa, pero no le dejaron arrimarse mucho a primera línea del frente. Además, eso fue tras el desprestigio que cosechó por el fracaso de la ofensiva que había diseñado en Gallipoli.
Saludos.
Salve.
ResponderEliminarLes hicieron pagar por algo que los aliados también habían tenido su parte de culpa.
Todos sabían, y Clemenceau mejor que nadie, que las indemnizaciones eran desorbitadas. Creo que lo que pretendía era dejar Alemania tan empobrecida que no tuviera oportunidad de levantarse y, así, poder representar una amenaza para Francia.
Se pasó tres pueblos, el puticlub...y la gasolinera.
Un abrazo.
Se pueden exigir ciertas indemnizaciones, pero no tan exageradas. De hecho, creo que Alemania sigue al día de hoy pagando al Estado de Israel.
EliminarSaludos.
Me recuerda lo mismo que pretendía hacer el Plan Morgenthau con el territorio de Alemania, tras la II Guerra Mundial. Menos mal que Churchill y Truman ya habían aprendido y se opusieron a éste.
ResponderEliminarSupongo que también influyó el comienzo de la Guerra Fría y la necesidad que tuvo USA de tener a Alemania como aliada frente a la URSS.
Saludos.