Ya se sabe que, cuando hay una
guerra, ninguno de los dos bandos permite que haya gente indiferente a ella.
Así que, primero intentan atraérselos u obligarles a alistarse en su bando y,
si no lo consiguen, destruirlos.
Martín Fernández de Navarrete y
Ximénez de Tejada, que era así cómo se llamaba, nació en 1765 en Ábalos, un
pequeño pueblo de la Rioja española.
Sus padres pertenecían a la
pequeña nobleza, lo cual le permitió tener una muy buena educación. Incluso,
llegó a estudiar varios años en el Seminario de Nobles de Vergara. Una
institución perteneciente a la Real Sociedad Económica Vascongada de Amigos del
País.
Parece ser que el nivel de
estudios de ese centro era bastante alto. Sólo hay que ver que, entre su
profesorado, se hallaban los químicos franceses Joseph Louis Proust y François
Chavaneau, descubridor del platino o el ingeniero de minas español Fausto
Elhuyar, descubridor del wolframio.
En 1780, Navarrete, aprueba el examen de ingreso para la Escuela N
aval Militar, que entonces se hallaba en la Isla de León, actualmente, San Fernando (Cádiz).No debemos olvidar que, en
aquella época, se estaban produciendo las reformas militares ordenadas por
Carlos III, el cual apoyó, firmemente, la reconstrucción de la Armada española
y el aumento de plantilla de la misma. Por eso, nos encontramos, en la batalla
de Trafalgar, con grandes y buenos marinos. Todos ellos surgidos en esa misma
época.
Así que, ya en 1782, tuvo su
bautismo de fuego, en una de las muchas batallas en que tuvo que intervenir la
Armada española, durante la guerra de la independencia USA.
Desgraciadamente, poco después,
tuvo que retirarse, temporalmente, del servicio activo a causa de una
enfermedad. En esa época se casó con Manuela de Paz y Galtero.
Sin embargo, no estuvo ocioso,
porque el Almirantazgo le confirió la misión de investigar a todo tipo de
archivos a fin de recopilar la Historia de la Armada española.
Es más, también demostró que
algunos navegantes españoles llegaron a algunos territorios mucho antes de lo
que lo hicieron los franceses o los ingleses. Aunque estos se apuntaran ese
mérito.
Sus enormes méritos como
investigador y persona ilustrada le sirvieron para ingresar, en 1791, en la
Sociedad de Amigos del País y, posteriormente, para ser nombrado miembro de las
academias de la Lengua, de la Historia y de Bellas Artes.
Cuando los franceses penetraron
en España, él ocupaba un alto cargo dentro del Ministerio de Marina. Lo que
entonces se llamaba Secretaría de Estado y del Despacho de Marina. Este
Organismo se hallaba entonces en el llamado Palacio de Godoy, que está situado
junto al Senado.
fiscal del Supremo Tribunal del Almirantazgo.
Más tarde, cuando Napoleón nombró
a su hermano José rey de España, nuestro personaje se negó a prestar juramento
de fidelidad al nuevo rey, por lo que perdió su puesto de trabajo.
Como es sabido, tras la derrota
francesa en Bailén ocurrida en julio de 1808, el rey José I y su corte huyeron
de Madrid en dirección a Francia. Sin embargo, Napoleón reunió un potente
ejército con el que consiguió derrotar la resistencia española y entrar en
Madrid, en diciembre de 1808.
Así que esta vez los que
intentaron huir fueron Navarrete y todos los opositores al monarca intruso.
Desgraciadamente, fue detenido y
estuvo a punto de ser deportado a Francia. Sin embargo, el almirante Mazarredo,
ministro de Marina del rey José I y también muy amigo de Navarrete, logró
convencer al monarca para que no lo deportaran. Incluso, le buscó un buen
puesto en el Ministerio. Sin embargo, Navarrete dimitió muy pronto, porque no
quería estar a las órdenes del rey intruso.
o Cabarrús, intentaron atraérselo con el señuelo de nombrarle para algún importante puesto gubernamental, mientras que otros ministros se dedicaron a amenazarle con deportarle a Francia. Sin embargo, la actitud de Navarrete fue siempre la de rechazar todos esos importantes cargos.
Eso le llevó a sufrir estrecheces
económicas, agravadas por tener una familia numerosa. Por ello, tuvo que vender
su coche y sus caballos. También su biblioteca y hasta la vajilla de plata.
Incluso, el Gobierno le incautó
su gran colección de manuscritos, que había ido reuniendo durante muchos años.
Parece ser que intentó mudarse
con su familia a la provincia de Murcia, donde vivían unos parientes de su
mujer. Tampoco pudieron hacerlo, porque, en 1811, se declaró allí una epidemia
de peste. Aunque algunos autores dicen que fue de fiebre amarilla.
Navarrete se hallaba entre dos fuegos.
Tanto los afrancesados como los patriotas querían que se uniera a su bando.
El almirante Mazarredo tiró por la calle del medio y decretó el ingreso de Navarrete en la Real Orden de España, instituida por José I. Hecho que se publica en la Gaceta de Madrid, lo que hoy es el BOE, y que da a entender a todos que Navarrete es un seguidor del rey intruso.
Desgraciadamente, las estrecheces
económicas por las que estaba pasando Navarrete, al igual que su familia, le
hicieron aceptar ese honor y también el puesto de director de los Reales
Estudios de San Isidro. Un Organismo situado en el lugar que hoy ocupa el
Instituto de Enseñanza Secundaria San Isidro, en Madrid.
Parece ser que estaban tan
interesados en atraerse a Navarrete que tuvieron que cesar a un conocido
afrancesado, como Estanislao de Lugo y Molina, que era el que ocupaba aquel
puesto.
Poco después, Madrid sería
tomada, durante un breve período de tiempo, por las tropas españolas. Eso dio
lugar a que fuera encarcelado durante casi dos meses, aunque no se le había
acusado de nada.
Tal y como se suele decir “las
cosas de Palacio van despacio”. Así que tuvo que soportar un largo proceso, que
luego siguió tras haber vuelto a caer, ya definitivamente, Madrid, en manos
españolas.
Parece ser que tuvo que soportar
una sanción provisional por haber aceptado su nombramiento como miembro de la
Real Orden de España, aunque lo nombraron sin su consentimiento.
Incluso, en 1815, los miembros de
la Academia de Bellas Artes de San Fernando le eligieron como secretario de la
misma y el rey, Fernando VII, refrendó ese nombramiento.
Precisamente, Navarrete fue el
encargado de redactar el discurso de bienvenida de esa Real Academia al nuevo
soberano, Fernando VII.
Más tarde, le fue bastante mejor,
pues fue nombrado senador y consejero del Consejo de España y de las Indias.
Posteriormente, en 1824, llegó a
ser nombrado director de la Real Academia de la Historia. Incluso, también fue
nombrado miembro de diversas academias españolas y extranjeras.
En 1833, tras la muerte de Fernando
VII, fue nombrado consejero de Estado, especializado en temas de la Armada.
Una de las cosas de las que estuvo
más orgulloso fue la publicación de la Colección de documentos inéditos, con
los que pretendía escribir una verdadera Historia de España.
En la Real Academia de la Lengua, colaboró activamente para la publicación de una Gramática, donde ya se perfilaba la Ortografía que utilizamos en la actualidad. Al igual que se dedicó a compilar antiguos poemas castellanos y obras de autores clásicos.
Murió en 1844, en Madrid, cuando le
faltaba poco para cumplir los 80 años. Una edad muy avanzada para aquella
época.
Siguiendo sus instrucciones, fue
enterrado en el pueblo riojano de Ábalos, que fue donde nació y donde estaba la
mansión familiar.
En 1851, uno de sus ayudantes,
Agustín Pérez de Lerma, logró terminar una obra que nuestro personaje había
dejado inacabada. Se trata de la Biblioteca Marítima Española. Una obra, que
fue muy elogiada en su momento y que, hoy en día, se sigue consultando para comprender
esa parte de la Historia de España.
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