lunes, 23 de mayo de 2022

EL EXTRAÑO CASO DE MARTÍN FERNÁNDEZ DE NAVARRETE

 

Ya se sabe que, cuando hay una guerra, ninguno de los dos bandos permite que haya gente indiferente a ella. Así que, primero intentan atraérselos u obligarles a alistarse en su bando y, si no lo consiguen, destruirlos.

Hoy traigo al blog la biografía de un hombre que, como buen militar, siempre quiso ser leal al poder constituido, pero no al monarca impuesto en España por Napoleón Bonaparte.

Martín Fernández de Navarrete y Ximénez de Tejada, que era así cómo se llamaba, nació en 1765 en Ábalos, un pequeño pueblo de la Rioja española.

Sus padres pertenecían a la pequeña nobleza, lo cual le permitió tener una muy buena educación. Incluso, llegó a estudiar varios años en el Seminario de Nobles de Vergara. Una institución perteneciente a la Real Sociedad Económica Vascongada de Amigos del País.

Parece ser que el nivel de estudios de ese centro era bastante alto. Sólo hay que ver que, entre su profesorado, se hallaban los químicos franceses Joseph Louis Proust y François Chavaneau, descubridor del platino o el ingeniero de minas español Fausto Elhuyar, descubridor del wolframio.

En 1780, Navarrete, aprueba el examen de ingreso para la Escuela N

aval Militar, que entonces se hallaba en la Isla de León, actualmente, San Fernando (Cádiz).

No debemos olvidar que, en aquella época, se estaban produciendo las reformas militares ordenadas por Carlos III, el cual apoyó, firmemente, la reconstrucción de la Armada española y el aumento de plantilla de la misma. Por eso, nos encontramos, en la batalla de Trafalgar, con grandes y buenos marinos. Todos ellos surgidos en esa misma época.

Así que, ya en 1782, tuvo su bautismo de fuego, en una de las muchas batallas en que tuvo que intervenir la Armada española, durante la guerra de la independencia USA.

Desgraciadamente, poco después, tuvo que retirarse, temporalmente, del servicio activo a causa de una enfermedad. En esa época se casó con Manuela de Paz y Galtero.

Sin embargo, no estuvo ocioso, porque el Almirantazgo le confirió la misión de investigar a todo tipo de archivos a fin de recopilar la Historia de la Armada española.

Obtuvo muchos éxitos, entre los que se pueden destacar el hallazgo de los diarios de 3 de los viajes de Cristóbal Colón a América. También algunos estudios filológicos y biográficos sobre varios textos y la vida de Cervantes. Incluso, llegó a demostrar la participación de varios españoles en las Cruzadas.

Es más, también demostró que algunos navegantes españoles llegaron a algunos territorios mucho antes de lo que lo hicieron los franceses o los ingleses. Aunque estos se apuntaran ese mérito.

Sin embargo, volvió al servicio activo durante la llamada Guerra del Rosellón (1793-1795), por la que España luchó contra los revolucionarios franceses, en cumplimiento de los Pactos de Familia, que unían a nuestros monarcas con los de los franceses.

Sus enormes méritos como investigador y persona ilustrada le sirvieron para ingresar, en 1791, en la Sociedad de Amigos del País y, posteriormente, para ser nombrado miembro de las academias de la Lengua, de la Historia y de Bellas Artes.

Cuando los franceses penetraron en España, él ocupaba un alto cargo dentro del Ministerio de Marina. Lo que entonces se llamaba Secretaría de Estado y del Despacho de Marina. Este Organismo se hallaba entonces en el llamado Palacio de Godoy, que está situado junto al Senado.

Concretamente, ocupaba un puesto denominado ministro contador
fiscal del Supremo Tribunal del Almirantazgo.

Más tarde, cuando Napoleón nombró a su hermano José rey de España, nuestro personaje se negó a prestar juramento de fidelidad al nuevo rey, por lo que perdió su puesto de trabajo.

Como es sabido, tras la derrota francesa en Bailén ocurrida en julio de 1808, el rey José I y su corte huyeron de Madrid en dirección a Francia. Sin embargo, Napoleón reunió un potente ejército con el que consiguió derrotar la resistencia española y entrar en Madrid, en diciembre de 1808.

Así que esta vez los que intentaron huir fueron Navarrete y todos los opositores al monarca intruso.

Desgraciadamente, fue detenido y estuvo a punto de ser deportado a Francia. Sin embargo, el almirante Mazarredo, ministro de Marina del rey José I y también muy amigo de Navarrete, logró convencer al monarca para que no lo deportaran. Incluso, le buscó un buen puesto en el Ministerio. Sin embargo, Navarrete dimitió muy pronto, porque no quería estar a las órdenes del rey intruso.

Posteriormente, varios miembros del Gobierno, como O’Farril, Arribas
o Cabarrús, intentaron atraérselo con el señuelo de nombrarle para algún importante puesto gubernamental, mientras que otros ministros se dedicaron a amenazarle con deportarle a Francia. Sin embargo, la actitud de Navarrete fue siempre la de rechazar todos esos importantes cargos.

Eso le llevó a sufrir estrecheces económicas, agravadas por tener una familia numerosa. Por ello, tuvo que vender su coche y sus caballos. También su biblioteca y hasta la vajilla de plata.

Incluso, el Gobierno le incautó su gran colección de manuscritos, que había ido reuniendo durante muchos años.

Parece ser que intentó mudarse con su familia a la provincia de Murcia, donde vivían unos parientes de su mujer. Tampoco pudieron hacerlo, porque, en 1811, se declaró allí una epidemia de peste. Aunque algunos autores dicen que fue de fiebre amarilla.

Navarrete se hallaba entre dos fuegos. Tanto los afrancesados como los patriotas querían que se uniera a su bando.

El almirante Mazarredo tiró por la calle del medio y decretó el ingreso de Navarrete en la Real   Orden de España, instituida por José I. Hecho que se publica en la Gaceta de Madrid, lo que hoy es el BOE, y que da a entender a todos que Navarrete es un seguidor del rey intruso.

Desgraciadamente, las estrecheces económicas por las que estaba pasando Navarrete, al igual que su familia, le hicieron aceptar ese honor y también el puesto de director de los Reales Estudios de San Isidro. Un Organismo situado en el lugar que hoy ocupa el Instituto de Enseñanza Secundaria San Isidro, en Madrid.

Parece ser que estaban tan interesados en atraerse a Navarrete que tuvieron que cesar a un conocido afrancesado, como Estanislao de Lugo y Molina, que era el que ocupaba aquel puesto.

Poco después, Madrid sería tomada, durante un breve período de tiempo, por las tropas españolas. Eso dio lugar a que fuera encarcelado durante casi dos meses, aunque no se le había acusado de nada.

Como ya he dicho, los franceses lograron ocupar, nuevamente, la ciudad de Madrid. Esta vez, Navarrete, se trasladó, voluntariamente, hasta Cádiz a fin de aclarar su situación ante las autoridades españolas.

Tal y como se suele decir “las cosas de Palacio van despacio”. Así que tuvo que soportar un largo proceso, que luego siguió tras haber vuelto a caer, ya definitivamente, Madrid, en manos españolas.

Parece ser que tuvo que soportar una sanción provisional por haber aceptado su nombramiento como miembro de la Real Orden de España, aunque lo nombraron sin su consentimiento.

Sin embargo, al final, consiguió ser absuelto de todos los cargos, que había contra él en la primavera de 1814. No sé si en ello tendría algo que ver su compañero, en Vergara y en la Escuela Naval Militar, y también amigo, Luis Salazar, que llegó a ser ministro de Marina.

Incluso, en 1815, los miembros de la Academia de Bellas Artes de San Fernando le eligieron como secretario de la misma y el rey, Fernando VII, refrendó ese nombramiento.

Precisamente, Navarrete fue el encargado de redactar el discurso de bienvenida de esa Real Academia al nuevo soberano, Fernando VII.

Más tarde, le fue bastante mejor, pues fue nombrado senador y consejero del Consejo de España y de las Indias.

Posteriormente, en 1824, llegó a ser nombrado director de la Real Academia de la Historia. Incluso, también fue nombrado miembro de diversas academias españolas y extranjeras.

Sus obras fueron traducidas a varios idiomas y fueron muy elogiadas, tanto en España como en el extranjero.

En 1833, tras la muerte de Fernando VII, fue nombrado consejero de Estado, especializado en temas de la Armada.

Una de las cosas de las que estuvo más orgulloso fue la publicación de la Colección de documentos inéditos, con los que pretendía escribir una verdadera Historia de España.

En la Real Academia de la Lengua, colaboró activamente para la publicación de una Gramática, donde ya se perfilaba la Ortografía que utilizamos en la actualidad. Al igual que se dedicó a compilar antiguos poemas castellanos y obras de autores clásicos.

Murió en 1844, en Madrid, cuando le faltaba poco para cumplir los 80 años. Una edad muy avanzada para aquella época.

Siguiendo sus instrucciones, fue enterrado en el pueblo riojano de Ábalos, que fue donde nació y donde estaba la mansión familiar.

En 1851, uno de sus ayudantes, Agustín Pérez de Lerma, logró terminar una obra que nuestro personaje había dejado inacabada. Se trata de la Biblioteca Marítima Española. Una obra, que fue muy elogiada en su momento y que, hoy en día, se sigue consultando para comprender esa parte de la Historia de España.

 


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