Ahora que, según parece, se ha puesto de moda eso de derribar estatuas, por parte de una serie de desalmados, sin preguntar si los demás ciudadanos están de acuerdo con que se haga eso, voy a contar la historia de un magnífico doctor en Medicina, que se preocupó más que los demás por la salud de sus enfermos. Una persona que debería de tener muchas estatuas en toda España.
Como dice el título, su nombre fue Francisco Moliner y
Nicolás. Nació en 1851 en Valencia, en el seno de una familia acomodada. No
obstante, parece que eso no le impidió preocuparse siempre por los más
desfavorecidos.
Estudió Medicina en la Universidad de Valencia, donde se
licenció en 1876. Empezó su carrera como profesor de esa Facultad hasta 1883.
Año en que ganó las oposiciones para catedrático de Patología en la Universidad
de Zaragoza.
No sé si es que no le agradaría el viento que sopla, con frecuencia, en esa ciudad, lo cierto es que de ahí se trasladó a la Universidad de Granada y, poco después, volvió como catedrático de Fisiología a la Universidad de Valencia.
En un discurso que pronunció en 1894 ya se le veía interesado
por la salud de las clases menos pudientes. Diciendo que sus lugares de trabajo son insanos, la comida es escasa y mala, sus viviendas tampoco están bien ventiladas y todo ello hace que mueran jóvenes.
Parece ser que viajó a Alemania para observar los progresos
del Dr Robert Koch en relación con esta enfermedad y estudiar sus métodos curativos. Ese viaje fue financiado por el Ayuntamiento de Valencia.A su vuelta, propuso construir sanatorios para los enfermos
de tuberculosis, pertenecientes a las clases más modestas, a fin de que mejorasen
de su enfermedad durante la convalecencia.
Pedía apoyo a todas las administraciones públicas, porque
decía que, al recluir a un tuberculoso en uno de esos sanatorios, los demás
tendrían menos posibilidades de infectarse.
En aquella época, el Gobierno español, estaba a otras cosas,
como la guerra de Cuba y Filipinas, que estaba vaciando las arcas de Hacienda y
que también provocando muchas bajas entre las tropas. Aunque la mayoría de esas
víctimas eran provocadas más por las enfermedades, que por las balas del
enemigo.
Así que el Dr Moliner siguió enfocado en la lucha contra la tuberculosis, aunque no encontró mucho apoyo por parte del Gobierno.
Aunque suene algo extraño, tuvo un mayor apoyo por parte de
las propias clases trabajadoras, que eran las que ganaban menos, pero sufrían
más enfermedades.
De esa manera, consiguió que varios miles de obreros suscribieran una iniciativa de pagar 1 céntimo diario. Eso unido a otras campañas, donde colaboraron sus propios estudiantes, hizo que, en 1898, se construyera el sanatorio Porta Coeli, de Valencia. En el lugar donde antes había estado la antigua Cartuja de ese mismo nombre.
Parece ser que el mismo Dr Moliner pidió audiencia a la reina
María Cristina, madre y regente de Alfonso XIII, para que le apoyase en su
iniciativa. Debió de ser ella la que convenciera al Gobierno, el cual,
posteriormente, emitió un Real Decreto para que se protegiera a esta
institución y se intentara que pasara a ser de carácter nacional. O sea, que se
construyera uno de esos sanatorios en cada capital de provincia.
No obstante, el Dr Moliner, siguió pidiendo la colaboración
de las clases modestas a base de dar discursos en círculos obreros y otras
asociaciones de ese tipo, donde manifestaba que la tuberculosis se estaba
cebando con las clases más desfavorecidas.
Incluso, un poco más tarde, obtuvo el apoyo del PSOE, el cual
publicó en su periódico que eso debía ser un derecho, que tenía que exigir la
clase obrera.
En 1899, consiguió fundar la Liga Nacional contra la tuberculosis y de socorro a los tísicos pobres. Una organización que, como primer fin, tenía la mejora de las condiciones de vida de la clase obrera y, después, la construcción de sanatorios para ingresar a los pacientes tuberculosos.
Otra de sus funciones era estudiar a fondo el origen y las
consecuencias de esa grave enfermedad a fin de proponer soluciones al gobierno
de turno.
Curiosamente, algunos de los médicos del mencionado sanatorio
fundaron, pocos años más tarde, la Revista de Higiene y de tuberculosis, que
fue la precursora de esas revistas en España.
Los primeros sanatorios para tuberculosos se construyeron en
1859 en Alemania. Posteriormente, lo hicieron en otros países europeos.
En España, se abrió uno en 1897, en un pueblo de Alicante. El
problema es que era muy caro y sólo se lo podían permitir los ricos.
A pesar de todos esos obstáculos, el sanatorio de Porta
Coeli, de Valencia consiguió abrir sus puertas en julio de 1899, aunque sólo
disponía de 14 camas y muy poco personal. Concretamente, 2 médicos, 1
practicante, 1 farmacéutico, 2 enfermeros, 2 ordenanzas, dos limpiadoras, dos
cocineras, un repostero, un pinche, un mozo de limpieza, dos sirvientes de
cocina, una jefa de comedor y dos camareros.
Ciertamente, su sanatorio fue considerado de utilidad pública
y la posibilidad de organizarlo a nivel nacional. Sin embargo, no aportó
ninguna cantidad para financiar su desarrollo.
Así que, nuestro personaje, comenzó una campaña en la que
pidió el apoyo del mayor número de instituciones públicas, privadas y
particulares a fin de que se consiguiera que el Gobierno creara hospitales de
este tipo en todas las provincias donde hubiera un número suficiente de
enfermos tuberculosos.
Incluso, el PSOE, apoyó esta campaña como una forma de
reivindicar una mayor igualdad entre las clases sociales.
Por el contrario, lo que hicieron las autoridades fue iniciar
una campaña para dar a conocer los modos de transmisión de esta cruel
enfermedad, para así poder evitar el contagio. Por entonces, había unos 120.000
enfermos de tuberculosis en toda España. Como si los enfermos tuvieran la culpa de haberse contagiado.
Desgraciadamente, en 1902, el sanatorio valenciano de Porta
Coeli tuvo que cerrar a causa de la falta de financiación estatal, que dio
lugar a que sus patronos también se negaran a hacerlo.
Como las desgracias nunca vienen solas, en 1903, Moliner perdió
su escaño como diputado y el nuevo gobierno entrante, del Partido Conservador,
paró todas las iniciativas realizadas hasta esa fecha para organizar esos
sanatorios.
Así que, en 1908, a Moliner no se le ocurrió otra cosa que
animar a los estudiantes a protestar en las calles para que se lograse ese
objetivo. Lo único que consiguió fue que lo encarcelaran durante breve tiempo y
que lo apartasen de su cátedra en Valencia.
Al año siguiente, tampoco tuvo mucho éxito, pues a pesar de haberse aceptado una proposición de Ley ante el Senado, éste fue cerrado ese mismo año a causa de la Semana Trágica.
Con mucha razón, decía que esta iniciativa, que debía venir
de la clase media y la clase alta, serviría para aplacar las iras de la clase
baja, antes de que decidieran hacer una revolución.
Parece ser que uno de los motivos que alegaron para no construir esos sanatorios a nivel nacional fue que, en ese momento, la tendencia que existía en varios países de Europa era la de construir dispensarios para esos enfermos y no sanatorios, como pedía nuestro personaje.
Incluso, el Dr Moliner llegó a decir que tendría que constituirse un Ministerio de Sanidad y hasta un Poder Sanitario, al mismo nivel que los otros tres, para no tener que estar pendiente de los cambios políticos y “para defender y prolongar y hacer agradable la vida del pueblo”.Finalmente, en 1912, pronunció un discurso ante los delegados
del Tercer Congreso Nacional de Tuberculosis, pidiéndoles que presionaran al
Gobierno para que se aprobara una de esas proposiciones, que no habían llegado
a materializarse a causa de los problemas políticos por los que había pasado
España. Para su sorpresa, su propuesta fue rechazada por la mayoría de los
votos de los asistentes.
Ciertamente, no consiguió lo que pretendía, pero sí que fuera prendiendo la semilla para poder llegar a tener la Sanidad pública de la que ahora disfrutamos.
Durante la posguerra, su Sanatorio sirvió como campo de
concentración. Sin embargo, posteriormente, se construyó en él un Hospital
público que lleva su nombre y sigue funcionando en la actualidad.
Incluso, unos años después, se le dedicó una calle cercana a
la Facultad de Medicina de la misma ciudad.
Sirva este artículo como mi homenaje a una persona que fue un
visionario de la Sanidad pública y una persona a la que, hoy en día, le debemos
mucho.
También me gustaría que tomaran nota las autoridades, que se
empeñan en empeorar las condiciones laborales de los sanitarios españoles, haciendo
que estos se pasen a la Sanidad privada o, lo que es peor, que emigren a otros
países. Cediendo a esos países unos profesionales bien formados, cuya formación
ha salido del pago de sus matrículas y del bolsillo de todos los españoles.
Para colmo, después de exigir muchísimo a los estudiantes de Medicina en España, en lugar de contratarlos para la Sanidad pública, prefieren contratar a los de otros países a los que, en muchos casos, se ve claramente que están muy por debajo del nivel de formación exigido en España.
Seguramente, por eso mismo, se da la contradicción de que los
mismos funcionarios públicos, que tienen la posibilidad de elegir entre la Sanidad
pública y la privada, eligen la segunda, porque es mucho más eficaz que la primera.
Por ello, dentro de poco, va a ocurrir lo mismo que en la época
en la que vivió este ilustre médico, que vivían más años los que tenían el
dinero suficiente para pagarse un buen médico. Los demás se morían pronto.
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