Hoy voy a narrar la historia de uno de esos personajes que suelen aparecer en las novelas de espías. De hecho, nadie sabe cuál era su nombre real. Bueno, supongo que sus jefes sí lo sabrían, pero no lo dijeron.
Así que vamos a suponer que se
llamaba Manfred Stern, que era uno de los nombres que solía utilizar.
Nació en 1896 en un pequeño
pueblo de lo que ahora es Ucrania, pero que, en aquel tiempo, pertenecía al Imperio
Austro-Húngaro.
Era uno de los cuatro hijos de
una familia de campesinos judíos. Curiosamente, dos de sus hermanos ocuparon
puestos importantes en la antigua RDA.
Parece ser que era un buen estudiante,
así que empezó sus estudios de Medicina en Viena. Desgraciadamente, cuando ya
había superado varios cursos, comenzó la I Guerra Mundial y fue alistado en el
Ejército Austro-Húngaro, en calidad de sanitario.
En 1916, fue capturado por los rusos y enviado, como prisionero de guerra, a un campo de concentración situado en Siberia. O sea, que lo enviaron a tomar el fresco.
Parece ser que allí fue donde se
interesó por el comunismo. Lógicamente, consiguió ser liberado en cuanto estalló
la Revolución Rusa.
Posteriormente, fue enviado a la
guerra civil rusa. Primero luchó contra el famoso almirante Kolchak y luego
contra el sanguinario von Ungern-Sternberg.
Parece ser que los líderes comunistas vieron que el ucraniano apuntaba maneras, así que, al terminar ese conflicto bélico, lo enviaron a la escuela de los altos cuadros de mando soviético.
Tras recibir esa formación, fue enviado a Alemania para “alborotar el gallinero” en ese país, tras la derrota en la I Guerra Mundial. Por lo visto, fue el organizador de varios levantamientos armados, como el de Hamburgo. Era una forma de exportar su revolución a otros países y, de paso, dominarlos desde Moscú.A mediados de los años 20,
regresó a Moscú y estudió en la famosa Academia Militar Frunze, por donde
pasaron varios mandos militares del PCE, que participaron en la guerra civil
española.
Así que luego, trabajando para el
GRU (Inteligencia militar soviética), volvió a Alemania para enseñar nuevas tácticas
de combate a los comunistas alemanes.
Parece ser que también trabajó en China, formando a las tropas del Ejército Rojo de Mao, pero no duró mucho tiempo allí.
En 1936, su Gobierno lo envió a
la guerra civil española. Como viajaba en tren y tenía que atravesar territorio
alemán, utilizó ese nombre falso de Emilio Kléber, inspirándose en el apellido
de un famoso general de Napoleón, Jean Baptiste Kléber. Al que ya me he
referido en otros de mis artículos.
Parece ser que en su pasaporte se
indicaba que era un comerciante de pieles. Igual no se habían dado cuenta en
Moscú de que España es un país mucho más cálido que el suyo y que aquí casi
nadie tenía un abrigo de piel. También se indicaba en su pasaporte que era un
austro-húngaro residente en Canadá.
Parece ser que le habían dicho en
Moscú que atacase, prioritariamente, a las unidades alemanas, que combatían en
España, para hacerles ver que, en caso de que se les ocurriese invadir la URSS,
sabrían que tendrían que combatir contra un Ejército muy bien preparado.
Posteriormente, tomó el mando de
la XII Brigada Internacional, que participó en la defensa de Madrid y también en
las batallas de Brunete y Belchite.
Allí tuvo algunos roces con el general Vicente Rojo, el cual le denunció por insubordinación, ya que no quería acatar sus órdenes. Sin embargo, la osadía de Kléber llamó la atención de la prensa y eso le dio mucha popularidad.
Llegaron a denominarle “el salvador de Madrid”, aunque perdiera a la mitad de sus hombres, pero ya veremos que a veces, la fama, aparte de ser efímera, puede ser contraproducente.
Hasta el corresponsal del New
York Times, que le entrevistó en Madrid, tuvo unas palabras muy elogiosas para
este combatiente soviético.
Parece ser que esto tampoco hizo
ninguna gracia al vanidoso dirigente comunista francés, André Marty, jefe
máximo de las Brigadas Internacionales. El cual solía castigar las
insubordinaciones con fusilamientos sin formación de causa. O sea, sin ser,
previamente, juzgados y condenados.
No obstante, las quejas que habían formulado contra él los generales Rojo y Miaja, supongo que llegarían hasta el general Berzin, que era el jefe de todos estos “asesores militares” soviéticos y cesó a Kléber. A partir de entonces, sólo se dedicaría a actividades burocráticas y de coordinación entre los mandos militares españoles y los soviéticos.
Parece ser que en Moscú no gustó
nada que se hiciera tan popular y hasta le acusaron de haber encargado esas
entrevistas para buscar la fama a fin de contrarrestar las quejas de los militares
españoles.
Tal y como les ocurrió a muchos
mandos militares soviéticos, que lucharon en España, un día se le dio la orden
de volver a la URSS.
Parece ser que se había hecho
amigo de Alexander Orlov, jefe de la NKVD en España y al que le dediqué otro de
mis artículos.
Por lo visto, Orlov, conocía muy
bien lo que les estaba ocurriendo a los que les reclamaban en Moscú e intentó ficharlo
para la NKVD, después llamada KGB.
No obstante, no tuvo mucho éxito,
porque el general Voroshilov, que era amigo del general Berzin, insistió en que
tenía que regresar a Moscú y no tuvo más remedio que marcharse.
Por tanto, en 1938, fue detenido
por la NKVD y sometido a duros interrogatorios, donde le hicieron firmar que
era un agente alemán y además, un trotskista. No sé qué sería peor en ese
momento.
Curiosamente, en 1939, fue juzgado
por el Colegio Militar del Tribunal Supremo de la URSS y “sólo” fue condenado a
15 años de trabajos forzados y no a muerte, como era lo habitual en estos
casos.
Así que lo enviaron a uno de esos
campos de concentración soviéticos, el llamado gulag, situado en el extremo nororiental
de Siberia, junto a la península de Kamchatka. Como se puede ver en esta imagen de Wikipedia. Por lo visto, los allí detenidos,
se dedicaban a trabajar en unas minas de oro, estaño y uranio.
Parece ser que no se conformaron
con destrozarle su salud en ese campo. En 1945, fue sometido a un nuevo juicio,
por el que le condenaron a otros 10 años en otro campo, mucho más duro, y que
se hallaba en el extremo norte de Siberia.
Parece ser que sus dos hermanos,
antes citados, hicieron algo por intentar rehabilitar su memoria.
Más concretamente, su hermano,
Leo Stern, que fue rector de la Universidad Martín Lutero, en Halle Wittenberg,
el cual removió los hilos para que el nombre de Manfred apareciera en las
publicaciones, editadas en los años 70, por la Academia de Ciencias de la URSS,
junto a los nombres de otros combatientes soviéticos en la guerra civil española.
También agradeció a la Pasionaria el haberle mencionado en sus memorias.
En la novela “¿Por quién doblan
las campanas?”, de Ernest Hemingway, se dice que “Kléber era un buen soldado, pero
limitado y hablaba demasiado para el trabajo que hacía”. Incluso, este mismo
autor afirma que fue Miaja el que movió los hilos para que lo cesaran y lo
enviaran a Valencia, como paso previo para su regreso a la URSS.
TODAS LAS IMÁGENES PROCEDEN
DE WWW.GOOGLE.ES
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