A veces ocurren cosas inesperadas, que podrían haber cambiado la Historia del Mundo. Siempre se ha dicho
que no hay planes perfectos, porque pueden fallar en cualquier momento.
Eso fue lo que le ocurrió al
estado Mayor alemán, pocos días antes de la invasión de Francia, durante la II
Guerra Mundial. Lo tenían todo muy bien planeado, pero les falló el llamado
“factor humano”.
Confieso que, hasta hace pocos
días, yo también desconocía este incidente y
la verdad es que es de risa, porque
entre el accidente de unos y la incompetencia de otros, lo cierto es que se les
escapó una “buena carta” de las manos a los aliados.
Empezaremos por el principio. El
mayor Erich Hoenmanns, perteneciente a la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana,
estaba destinado en la base aérea de Loddenheide, cerca de Münster, al oeste de
Alemania. Parece ser que allí conoció a otro oficial, el capitán Helmuth Reinberger,
destinado en una unidad de paracaidistas, concretamente, en la sección de Logística.
Este último tenía que ir a
Colonia, para una reunión a fin de dar los últimos retoques a los planes de la
muy próxima invasión de Francia, por el Ejército alemán.
El piloto no debería de tener
muchas horas de vuelo, porque era un oficial perteneciente a la reserva. Por
ello, se ofreció para llevarlo hasta
Colonia, con el fin de sumar horas y, de paso, ver a su familia, que vivía
allí.
Así que, el 10/01/1940, se
subieron los dos oficiales a un avión, concretamente, un Messerschmitt Bf108,
para volar hacia Colonia.
Como, por entonces, no estaba
todavía muy desarrollada la Meteorología, pues nadie les pudo avisar de que se
iban a meter en una zona con una niebla muy espesa.
Así que el piloto se despistó y
viró hacia el oeste, con la esperanza de desviarse de ese banco de niebla.
Evidentemente, al hacer esta maniobra en una zona fronteriza con Bélgica y
Holanda, ocurrió lo peor, que se puso a sobrevolar esos dos países.
Posteriormente, no se sabe si por
un error, por falta de experiencia o por un fallo mecánico, lo cierto es que el
motor se paró y el piloto tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en un
claro del bosque.
A las 11.30, el aparato tomó
tierra, pero quedó muy dañado, porque sus alas se habían desprendido al
golpearse con los troncos de los árboles y el motor se destrozó al impactar
contra el suelo.
Afortunadamente, la cosa quedó en
el susto, porque ellos salieron totalmente ilesos de ese trance.
Posteriormente, la cosa se
complicó, cuando, tras encontrarse con un campesino de la zona, se dieron
cuenta de que estaban en Bélgica. En principio, no había nada que temer de un país
que se había declarado neutral.
Sin embargo, a Reinberger casi le
dio un ataque. Salió corriendo hacia el avión siniestrado y sacó inmediatamente
el maletín amarillo que portaba en el viaje.
A gritos, le comunicó a
Hoenmanns, que en el maletín se hallaban documentos altamente secretos, algo
que el piloto desconocía hasta ese momento.
Así que, mientras Reinberger
intentaba quemar esos documentos tras unos matorrales, el piloto entretuvo al
campesino.
Ese día les falló todo, porque su
encendedor tampoco funcionó y le tuvo que pedir el suyo al campesino belga.
Estando en eso, se acercaron un
par de guardias belgas de fronteras y pudieron retirar los documentos del
fuego, antes de que se quemaran del todo. Reinberger trató de huir, pero fue
detenido por los belgas.
Los detenidos fueron trasladados
a un puesto fronterizo, donde les interrogó un capitán. Hoenmanns intentó
distraer la atención de los guardianes, pidiendo ir al baño. Mientras tanto,
Reinberger se lanzó a meter los documentos en una estufa, para intentar que se
quemaran.
El problema fue que, al levantar
la tapa de la estufa, el alemán se quemó la mano y chilló. Eso hizo que el
capitán belga se lanzara sobre él, sacando los papeles de la estufa y quemándose
también la mano.
Reinberger estaba totalmente
desesperado y no se le ocurrió otra cosa que intentar quitarle la pistola al
oficial belga, para suicidarse. Éste se dio cuenta a tiempo y lo derribó de un
golpe. El alemán se puso a llorar, diciendo que quería un arma para acabar con
su vida. Los demás lo consolaron y consiguieron que dejara de hacerlo.
Posteriormente,
unos miembros de los servicios secretos belgas se presentaron
en el puesto fronterizo y se llevaron los documentos.
Posiblemente, al día siguiente
llegaron las noticias de este accidente a Berlín. Allí, Hitler, sospechando que
el oficial de paracaidistas llevaría consigo los planes de invasión, se puso
hecho una fiera, como de costumbre, e, incluso, ordenó el cese del general de
la unidad a la que pertenecía el piloto.
Para no levantar mucho la liebre,
les encargaron a los agregados militares alemanes en las embajadas en Bélgica y
Holanda que sondearan a ver qué documentos llevaba ese oficial y en qué estado
habían quedado.
Los belgas intentaron con sus
prisioneros la vía del engaño. Les dijeron que los documentos habían quedado
ilegibles. También les exigieron que les dijeran inmediatamente qué contenían
esos documentos, como si no los hubieran podido leer.
Como acto de buena voluntad y,
supongo, también porque tanto los belgas como los holandeses, querían seguir
siendo neutrales ante los alemanes, les dejaron a ambos reunirse con los agregados
militares alemanes en esos países. Por supuesto, la conversación fue grabada,
secretamente, por los belgas.
No obstante, el general Jodl,
ayudante de Hitler, no se fiaba mucho de ellos y le dijo a Hitler que “la
situación es catastrófica”, porque la invasión estaba prevista para la próxima semana.
A pesar de ello, al día siguiente
recibió el informe de los agregados militares y su lectura le tranquilizó un
poco.
Aunque buena parte de los
documentos se habían quemado, todavía se podían ver en ellos las intenciones de
los alemanes, aunque no se indicaba la fecha exacta del ataque.
Los servicios secretos belgas
llegaron a la conclusión de que la documentación era verídica, porque coincidía
con algunas informaciones que ya poseían ellos sobre el ataque alemán.
Por tanto, el mismo rey, Leopoldo
III de Bélgica, llamó a su ministro de Defensa, al general británico Gort y al
general Gamelin, jefe del Ejército francés. También le dio
una copia resumen de los documentos al oficial francés de enlace, aunque no le comentó
de dónde habían sacado esa información.
También avisó este monarca a sus
colegas, la reina Juliana de Holanda y la gran duquesa Carlota de Luxemburgo,
en forma de mensajes cifrados.
El 12/01 hubo una importante
reunión en la sede del Estado mayor francés. Allí estuvieron discutiendo este
tema los altos cargos del Ejército francés y el jefe de la Inteligencia. Este
último se mostró escéptico sobre el asunto.
No obstante, a Gamelin le pareció
bien que los belgas se inquietaran, pues seguía con la idea de atravesar
Bélgica para, desde allí, atacar Alemania. El problema era que los belgas no le
dejaban atravesar su frontera y, probablemente, este asunto les haría cambiar
de idea.
Una vez que ya todos conocían lo
que estaban tramando los alemanes, ahora la cuestión era saber si éstos
se iban a tomar un tiempo para cambiar esos planes o, por el contrario, iban a atacarles
inmediatamente, para que a ellos no les diera tiempo de tomar las medidas
oportunas.
En Bélgica no se fiaban de nada.
Sin embargo, el jefe del Estado Mayor, por si acaso, llamó a sus puestos a
80.000 reservistas, por si los alemanes atacaban de improviso.
Esta decisión y la de abrir sus
fronteras a las tropas francesas, en caso de ataque alemán, las había tomado
sin consultar al rey. Así que tuvo que dimitir de su puesto.
El jefe del Estado Mayor holandés
ordenó que se cancelaran todos los permisos a los soldados y que se cerraran y
minaran todos los puentes estratégicos.
No obstante, las autoridades
belgas seguían siendo reticentes a la entrada de tropas aliadas en su
territorio y continuaron con las barreras cerradas.
La razón estaba en que su rey era
un ferviente defensor de la neutralidad de su país y confiaba en resolver el
problema entre franceses y alemanes por la vía diplomática.
Mientras tanto, debido a las
intensas nevadas, que estaba sufriendo esa zona, los alemanes pospusieron su ataque,
sin concretar una nueva fecha.
Al final, los alemanes, se
decidieron por invadir Francia el 10/05/1940, con un plan diferente al que
figuraba en esos documentos, a fin de continuar con la ventaja de la sorpresa.
Incluso, hasta el ministro belga
de Asuntos Exteriores, se permitió decirle a su colega alemán que ya conocían
sus planes y éste le respondió que esos ya eran antiguos.
Como ya mencioné en mi anterior
artículo, el plan definitivo de ataque, le fue encargado, por orden de Hitler,
al general von Manstein. Era una especie de variación sobre el plan original.
Como el enemigo les estaba esperando en la frontera franco-belga cercana a la
costa, estaba muy claro que había que entrar por las Ardenas hacia la zona de
Sedán, donde había muy pocos efectivos aliados.
El plan defensivo de los aliados
fracasó, porque los alemanes se enteraron de que esos documentos habían caído
en poder del enemigo.
Si no se hubieran enterado los alemanes, a los aliados les habría dado tenido tiempo de mover sus unidades para neutralizar el plan original.
Así que los alemanes se aprovecharon de ello para desplazar sus unidades a otro
punto, donde sabían que no iban a encontrar mucha resistencia. Es como si, en
un principio, los alemanes hubieran
intentado engañar a los aliados.
De hecho, los alemanes, atacaron
en el centro de Bélgica y de Holanda y los aliados penetraron en Bélgica para
defenderla. Pero no esperaban verse envueltos por otras unidades alemanes que
habían penetrado a través de las Ardenas y que, al girar hacia el NW, les
rodearon, lanzándolos hacia la costa.
Gamelin fue muy criticado por no
haber modificado sus planes de guerra. Lo cierto es que él siempre creyó que el
Estado Mayor alemán era demasiado conservador como para cambiar tan
radicalmente de planes y, aún más, para crear la guerra relámpago.
Los dos militares alemanes fueron
juzgados en rebeldía en su país y condenados a muerte, pero no pudieron
ejecutar las sentencias, porque los aliados enseguida les evacuaron. Primero,
los llevaron al Reino Unido y luego los enviaron a Canadá.
Sin embargo, la esposa de
Hoenmanns, no pudo sobrevivir a los crueles interrogatorios de la Gestapo. Sus dos
hijos también murieron durante el transcurso de la guerra.
No he conseguido saber realmente
cuál fue el destino de estos dos prisioneros alemanes. Parece ser que Hoenmanns
se puso muy enfermo, durante su estancia en Canadá y unos años después fueron
intercambiados por otros prisioneros aliados en poder de los alemanes.
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