Seguramente, todos habréis oído
hablar de los famosos condotieros italianos. Unos tipos que pulularon por
Italia desde el final de la Edad Media hasta el Renacimiento, aprovechándose de
la falta de un Estado, que cohesionara ese territorio y de la inseguridad
producida por las continuas guerras.
De hecho, muchos de los apellidos
de los nobles italianos de hoy en día proceden de estos mercenarios que, con
sus armas, conquistaron una serie de territorios y que, más tarde, se unieron,
bien a la Iglesia o al Imperio para validar sus conquistas.
En un principio, los condotieros,
eran una especie de corsarios, ligados por un contrato a un Estado más o menos
grande. A veces, al verse más fuertes que sus clientes, eran ellos los que les imponían
sus condiciones.
Sólo buscaban riqueza y tierras
y, en algunos casos, hasta la fama. No les importaba cambiarse de bando, si el
otro pagaba más. Así que no podían ser considerados muy fiables.
En un principio, los condotieros fueron
casi siempre extranjeros. La mayoría de ellos procedía de lo que hoy es Alemania, pero después fueron todos ellos
italianos.
Eran simples tropas mercenarias. En
un principio, ni siquiera se les podría calificar de tropas, pues eran simples
bandidos, unidos por una causa común y al mando de un capitán.
Más tarde, se creó la llamada
Gran Compañía, que llegó a contar con unos 9.000 hombres bien armados y
disciplinados, lo que era difícil para la época, y estuvo al mando de Werner de
Urlingen y luego la capitaneó Konrad von Landau.
Hacían lo mismo que la Mafia. O sea,
pedir dinero a cambio de protección. Lógicamente, si alguna población se negaba
a pagarles, pues la arrasaban. Así obtuvieron muchas ganancias, convenientemente
repartidas entre todos.
Como todo tiene su final, esta Compañía
fue derrotada por otra, llamada la Compañía Blanca, capitaneada por nuestro
personaje de hoy.
John Hawkwood, este condottiero
de apellido tan peculiar, nació en 1320, en un pueblo de Inglaterra, en el
condado de Essex. Se sabe que su familia poseía un par de fincas por esa zona,
así que su niñez se podría decir que fue más o menos confortable.
En 1340, muere su padre y se
desmorona todo su mundo, porque no pudo heredar, al no ser el primogénito. Así que
se trasladó a Londres para aprender el oficio de sastre.
Se ve que Dios no le había
llamado por el camino de la aguja y el hilo. Así que aprovechó que, unos años
antes, se había declarado la inacabable Guerra de los Cien Años y se alistó en
1342, como arquero en el ejército inglés.
Debía de ser un tipo robusto y valiente,
pues el arco inglés, que se usaba en esa época, medía 2 metros de alto y había
que tener una fuerza y una destreza considerables para usarlo. De hecho, en
Inglaterra, el rey decretó que todos los varones de cierta corpulencia deberían
de ejercitarse en su manejo, al menos los domingos, al salir de misa.
Se cree que nuestro personaje
luchó, al menos, en las célebres batallas de Crècy y Poitiers, que casi borraron
del mapa a la arrogante caballería francesa. Tras esas victorias, logró el
título de caballero, algo muy importante en esa época.
En 1360, tras el Tratado de
Brétigny, se desmovilizaron muchas de esas tropas. Así que la mayoría de esta
gente, que llevaba mucho tiempo guerreando y no sabía o no quería hacer otra
cosa, se buscó otro lugar donde hacer fortuna con los conocimientos adquiridos.
John, se alistó en la llamada
Gran Compañía, que se dedicó, desde entonces, a la rapiña en la zona de
Champaña y Borgoña, muy rica por entonces. Luego, para colmo, se dirigió hacia Aviñón,
donde estaba por entonces la sede papal, y no se le ocurrió otra cosa que
cortar las comunicaciones de esa ciudad.
Lógicamente, al Papa de entonces,
Inocencio VI, no le hizo ninguna gracia e hizo lo que todos sus colegas, excomulgó
a estos mercenarios y pidió una Cruzada contra ellos. Lo que pasa es que no le
hicieron ni caso, porque cada potencia estaba a lo suyo. Lo curioso es que este
Papa era el que había logrado ese tratado de paz.
Lo cierto es que el Papa
consiguió que le dejaran en paz, firmando con los mercenarios un tratado por el
que los “colocaba” al servicio de los Estados aliados del Papado.
De esa manera comenzaron las
andanzas de nuestro personaje por Italia. A mí, esto de los condotieros, me
recuerda una película muy divertida que vi hace mucho tiempo y os la recomiendo.
Su nombre es “La Armada Brancaleone” (1966).
El protagonista es el famoso Vittorio
Gassman, el cual hace de un condottiero un tanto quijotesco, que se empeña en
conquistar ciudades con sólo un puñado de guerreros y que, la mayoría de las
veces, tienen que salir por piernas de
muchas de ellas, porque sus ciudadanos se les resisten.
No es el caso de nuestro personaje,
pues fue un célebre condottiero, cuya fama ha llegado hasta nosotros.
marquesado de Montferrato, acosado por Bernabé
Visconti, entonces señor de Milán. Como ya dije antes, seguro que más de uno de
estos apellidos os van a sonar.
En 1363, cambió de patrón, pues
le llegó el encargo de defender a Pisa de los ataques de la ciudad de Florencia.
Ya sabemos, que, por entonces, los italianos preferían las ciudades-Estado, más
que la unión en un solo país.
Empezó la campaña muy bien, pero
la meteorología estuvo contra él, perdió muchos hombres y, al final, las dos
ciudades tuvieron que firmar un tratado para acabar con las hostilidades.
En 1368, le contrató Bernabé
Visconti, señor de Milán, pues se había creado una Liga contra él. La formaban
el Papa Urbano V, promotor de la misma, el emperador Carlos IV, Luis I de
Hungría y las ciudades de Padua, Ferrara y Mantua.
En un principio, le tocó asediar
Mantua, pero luego le enviaron a detener el paso de las fuerzas imperiales, para
lo cual inundó unos diques en el río Po. Ese que sale tanto en los crucigramas.
Así, Visconti pudo realizar un
pacto con el emperador y, tras el oportuno pago, éste se volvió con sus huestes
hacia Alemania.
En esta guerra obtuvo varias
victorias. Incluso, venció esta vez a los florentinos, cuando se inmiscuyeron
en la misma.
Como a Visconti le pareció que la
guerra ya estaba ganada, se le ocurrió bajarle el sueldo a nuestro personaje. Así
que éste, renunció a apoyarle y le dejó solo frente al Papa y sus aliados.
En 1373, como el Papa había
estado observando sus grandes dotes militares, ésta vez le contrató a su
servicio y así logró la victoria en varias batallas.
En 1375, acabó la guerra entre
Milán y el Papa. De esa forma, muchos de estos soldados se quedaron en el paro
y el Papa, que aún residía en Aviñón, los utilizó para arreglar algunas “cosillas”
con Florencia, pues esta ciudad se había apropiado, durante la guerra, de
algunos territorios papales.
De esta manera, nuestro personaje
marchó al frente de sus tropas hacia Florencia, con ánimo de quemar todas sus
cosechas, pues estas operaciones se solían realizar, comúnmente, en verano. En España, se solían llamar aceifas y con
ellas no se pretendía llevar a cabo ninguna conquista, sino, únicamente, hacer pasar hambre al enemigo.
Los florentinos, que tenían fama
de ser gente muy inteligente, pues les vieron las intenciones al condottiero y
lo sobornaron para que no lo hiciera. Así que, como los mercenarios lo vieron
muy fácil, pues hicieron lo mismo con otras ciudades.
Esto colmó la paciencia de varias
ciudades e hicieron una coalición contra el Papado, lideradas por Florencia. Para
empezar, enviaron agentes a todas las ciudades pontificias, para que se
rebelaran contra su señor.
El Papa fue aún más duro, pues excomulgó
a todo el gobierno de Florencia, puso en entredicho la ciudad, para que ningún
otro país hiciera negocios con ella, prohibió todos los servicios religiosos en
la ciudad y hasta autorizó que se esclavizaran todos los súbditos florentinos que
se apresaran y la confiscación de todos sus bienes en todos los países de
Europa.
La ciudad de Florencia contestó
saltándose las normas papales, como los préstamos con usura, obligando a los sacerdotes
a cumplir con los ritos, bajo pena de fuertes multas y confiscación de todos
los bienes eclesiásticos, etc.
En un principio, John, sólo se
dedicó a reprimir ciertas sublevaciones que habían nacido en las ciudades
pontificias. Más tarde, abandonó al Papa y se pasó con sus tropas a la
coalición liderada por Florencia.
Otros mercenarios contratados por
el Papa se dedicaron a masacrar a los ciudadanos de esa alianza y a saquear los
palacios y conventos que encontraron a su paso.
Lo curioso del asunto es que, a
pesar de estar Florencia en guerra contra el Papa, le pagaron a John para que
no les atacara y se dedicara a otros frentes. Cosa que cumplió.
La verdad es que hay que
reconocer que estos italianos son unos magos de la diplomacia. No hay más que
ver que en las dos guerras mundiales acabaron siempre en el bando vencedor, aunque
hubieran empezado en el bando contrario.
Volviendo a lo nuestro. Esta guerra
fue más importante de lo que parece, pues obligó al Papa, Gregorio XI, a volver
a Roma en 1378. Desde entonces, ya todos los Papas vivieron en Roma.
Por cierto, no le fue muy bien el viaje, pues
hasta tuvo que soportar un naufragio. Es posible que eso empeorara su salud,
pues murió sólo 2 meses después.
Se dice que la propia santa
Catalina de Siena fue a Aviñón a hablar con el Papa, a fin de interceder por
Florencia y sus aliados y lograr la paz, cosa que consiguió. Parece ser que
esto fue lo que animó al Papa, Gregorio XI, a acudir a Roma a interesarse
directamente sobre lo que estaba
ocurriendo.
Desgraciadamente, tras el viaje
del Papa a Roma y su repentina muerte, se dio un fenómeno conocido como el
Cisma de Occidente, donde, en poco tiempo, se llegaron a dar 2 y hasta 3 Papas,
simultáneamente. Ya que hubo Papas en Roma y Aviñón, a la vez.
Tras esta guerra, los pasos de
John se dirigen otra vez hacia Milán. Esta vez ya es un guerrero muy conocido
y, posiblemente, para asegurarse esta vez la paga, llega a un acuerdo con Bernabé
Visconti para casarse con su hija ilegítima, Donnina Visconti.
Ella aportará al matrimonio una
serie de villas y la boda se realizó en 1377. De esta unión nacieron 3 hijas y
un hijo.
Casualmente, al año siguiente,
cuando John y Bernabé estaban organizando un ataque contra Verona, se produjo
un altercado entre ambos, que dio lugar a que se rompiera su alianza y no
volviera a combatir para el milanés.
Parece ser que John trabó amistad
con el célebre poeta y diplomático Geoffrey Chaucer, autor de los Cuentos de
Canterbury, y eso le valió para realizar algunos encargos diplomáticos a favor
de Inglaterra en los estados de la península Itálica. También mantuvo contactos
con los famosos Jean Froissart y Petrarca.
Más adelante, pretendió dejar las
armas y retirarse a vivir tranquilamente, con su mujer y sus hijos, en sus
dominios de la Romaña, pero los acontecimientos no se lo permitieron.
En 1381, tuvo que aceptar una proposición
de Florencia, consistente en defender algunos de sus dominios contra ciertas ciudades
vecinas.
También, en ese mismo año,
Ricardo II de Inglaterra, le nombró su representante ante el Papa. Algo parecido
a un embajador actual. También lo nombró Sir.
En 1385, su cuñado, Carlo
Visconti, le informó que Bernabé había sido apresado y encerrado en una
fortaleza por Gian Galezzo Visconti, su sobrino.
Como Gian Galeazzo no puso sus
pies en los dominios de John, éste se negó a intervenir y la situación se
resolvió pronto, ya que Bernabé murió en prisión, ese mismo año, y Gian pudo
nombrarse primer duque de Milán.
En 1386, entró al servicio de
Padua para luchar contra Verona. A pesar de mandar unas tropas muy inferiores, logró
un clamoroso éxito, al vencer a las tropas veronesas y apresar a sus
dirigentes.
En 1389, comienza una guerra ente
Florencia y Siena, que como ocurrió en el caso de la I Guerra Mundial, la política
de pactos, implicó a casi todos los Estados de Italia.
Inmediatamente, Siena, se puso
bajo el amparo de Milán, que movilizó también a Perugia, Mantua, Ferrara y
Rímini. En el bando de Florencia, se situaron Bolonia, Faenza, Luca y Padua.
Esta vez, ninguno de los dos
bandos escatimó en gastos y contrataron a los mejores condotieros del momento.
John, lógicamente, optó por el
bando florentino y le encomendaron la defensa de Bolonia. Cumplió bien con su
cometido y, cuando las tropas enemigas se replegaron, su bando decidió atacar.
No fue posible atacar Milán, pues
el resto de las tropas no llegaron a tiempo y tuvieron que replegarse. Logrando
pronto un acuerdo de paz.
Así que John, en sus últimos
años, vivió en un palacio cercano a Florencia, donde le llegó la muerte en
marzo de 1394. También fue conocido por sus contemporáneos italianos como
Giovanni Acuto.
La ciudad de Florencia siempre le
estuvo muy agradecida por sus servicios, ya que les salvó en varias ocasiones de
ser ocupados por los milaneses, y decidió
darle una pensión vitalicia a su viuda y levantar un monumento en su memoria. Desgraciadamente,
por falta de presupuesto, no pudo realizarse este monumento.
Sin embargo, le encargaron al
gran maestro del Renacimiento, Paolo Ucello, el pionero de la perspectiva en la
pintura, un fresco imitando la estatua que habían pensado erigir en su honor. Aún
se puede ver hoy en la catedral de Florencia, junto al sitio donde fue
enterrado con todos los honores. Se puede decir que gracias a hombres como él
podemos contemplar las obras que surgieron en Florencia durante el
Renacimiento.
Otros condotieros famosos fueron
Muzio Attendolo Sforza, Giovanni dalle Bande Nere (hijo de Caterina Sforza y
padre de Cosme I de Médicis), Francisco II Gonzaga y hasta Andrea Doria.
Los condotieros acabaron sus días
a partir de la invasión de Italia, por las fuerzas de Carlos VIII de Francia. Tampoco
pudieron vencer a las tropas del emperador Carlos V, que utilizaban gran número de cañones,
y no les quedó otra que unirse a ellos y
desaparecer a partir de 1550.
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