domingo, 22 de junio de 2014

LUIS LÓPEZ-DÓRIGA, EL EXTRAÑO CASO DE UN CURA REPUBLICANO DE IZQUIERDAS

Hoy, rebuscando entre revistas antiguas,  me ha llamado la atención un artículo sobre este cura republicano. Así que he estado buscando más información sobre él. La verdad es que hubo muy pocos dentro de las filas republicanas, salvo los del País Vasco, porque el Gobierno de esa Comunidad Autónoma fue atraído a última hora por el de la II República y ellos fueron destinados como capellanes de sus combatientes.  
Este no es el caso de nuestro personaje. Nunca estuvo en el frente, sin embargo, cometió un “pecado horrendo” para los ojos de la Iglesia de esa época, fue diputado en las Cortes republicanas por el Partido Radical Socialista.
Bueno, como siempre, empecemos por el principio. Nació en Oviedo en 1885. Su padre era un médico asturiano y su madre era originaria de Vinaroz.
Su padre murió muy pronto y la familia le envió a Granada, pues un hermano de su madre había sido nombrado arzobispo de Granada.
Bajo la protección de su tío, hizo estudios eclesiásticos y fue ordenado sacerdote en 1908, siendo nombrado canónigo de su catedral.
Se permitió viajar por varios países, donde pudo conocer su cultura y sus idiomas, aparte de especializarse en Sociología.
Posteriormente, se doctora en esa rama y fue profesor de la misma en la Universidad de Granada. También gozó de gran fama como orador, impartiendo múltiples conferencias.
Se aficionó al escultismo, o sea, el movimiento de los “Boys Scouts” y fue uno de los fundadores de esta organización en España. Llevándola a Granada en 1913. Por ello, recibió muchas felicitaciones, como la del rey Alfonso XIII, siéndole otorgada la medalla de oro al mérito escultista, tanto a él como a su tío, el arzobispo.
También organizó centros obreros y periódicos para los mismos y fomentó otras cosas para ellos, como la construcción de casas baratas.
La vida le sonreía hasta que, en 1920, murió su tío y le sustituyó en el cargo el obispo de Almería,  Vicente Casanova, el cual, desde entonces,  le prohibió todas sus iniciativas. Hasta el punto de tener que trasladar los boys scouts a otra sede, pues el arzobispo no los quería en una que fuera propiedad de la Iglesia.
En 1922, el arzobispo Casanova,  remató la faena, pues a nuestro personaje, que era consejero delegado del periódico religioso “La Gaceta del Sur”, apoyó la huelga de los obreros del gas y animó a los trabajadores del periódico para que la apoyaran. Esa fue la gota que colmó el vaso.
No obstante, todavía le debían de quedar amistades, pues permaneció en su puesto de Deán en la catedral, por indicación del duque de San Pedro, uno de los principales prohombres de la Granada de entonces.
Conoció a Manuel Azaña y éste le invitó a entrar en el mundo de la política. Lo hizo dentro del Partido   Republicano Radical Socialista, cuyo líder era el catalán Marcelino Domingo. Para más INRI, el emblema del partido se parecía mucho a los de las logias masónicas.
Evidentemente, tras ser elegido en las primeras Cortes republicanas de 1931, se comportó como cualquier diputado, o sea, obedeciendo las consignas de su partido.
Aparte de ello, dio muestras de su ideología, faltando muchas veces al coro o también oponiéndose a las manifestaciones públicas de tipo religiosos, como la tradicional procesión del Corpus.
Por otra parte, hay que aclarar que no fue el único sacerdote que fue elegido diputado para esas Cortes. Sin embargo, los demás representaron a los partidos de la derecha y gozaron de todo tipo de apoyos por parte de la jerarquía eclesiástica.
Cuando se votó el artículo 3 de la Constitución, relativo a la separación entre la Iglesia y el Estado, votó a favor de la moción, explicando que España está compuesta por gentes que son católicas y otras que no lo son. Por tanto, el Estado ha de permanecer neutral para no tener que imponer a nadie unas creencias religiosas. Lógicamente, todo esto desató un escándalo en los círculos católicos de su ciudad.
Quizás, por ese motivo, el obispo Lino Rodrigo, le mandó un “llamamiento paternal”, o sea, un primer aviso, para que fuera tomando nota.
No contento con su “hazaña” anterior, nuestro personaje votó, posteriormente, a favor del artículo 41, relativo al divorcio, alegando que el Estado debe respetar las creencias de los ciudadanos y no es competente para obligar a nadie a obrar contra el dictado de su conciencia.
No obstante, aclara que él respeta todas las opiniones sobre la indisolubilidad del matrimonio, pero que sería un gran mal no aceptar la posibilidad del divorcio, regulado por una prudente ley. Sería un paso más en la igualdad entre los sexos.
Visto esto, me estoy imaginando las caras que estarían poniendo sus colegas del clero, al leer sus declaraciones en la prensa, católica, por supuesto.
Lógicamente, no hubo que esperar mucho para que el arzobispo de Granada, Casanova, le mandara un escrito, que fue publicado en el diario El Debate (dirigido por Herrera Oria) y luego en otros muchos periódicos católicos más, donde se le daba un plazo de 3 días para que nuestro personaje diera una pública y cumplida satisfacción a los creyentes católicos, los cuales estaban muy escandalizados a causa de sus declaraciones. En el caso de no producirse esa satisfacción, sería suspendido “a divinis”, sin perjuicio de otras penas a nivel canónico.
Para “arreglar” más el asunto, un diario republicano granadino lo defendió afirmando que siempre había sido un hombre de clara tendencia liberal y se honraba con su amistad.
Como no se produjo la retractación de nuestro personaje, el obispo firmó el decreto de suspensión a divinis con fecha 14/11/1931.
En las mismas Cortes se suscitó un amplio debate sobre si la Iglesia podía sancionar a un diputado.
Al llegar a las Cortes el asunto de la expulsión de los jesuitas de España, nuestro personaje también votó a favor. Incluso, explica que está a favor, porque el Parlamento tiene que obedecer el artículo 26 de la Constitución, relativo a la prohibición de la enseñanza por parte de los religiosos. Además, está en contra de que en esa Cámara e debatan asuntos entre partidarios y enemigos de la Iglesia, porque perjudican a España.
Un año después de su sanción, el obispo la convierte en definitiva y decreta la excomunión y la privación de beneficio de Deán para nuestro personaje.
En este momento, el mismísimo ministro de Justicia, Álvaro de Albornoz,  que pertenece a su mismo partido, afirma que la medida es una tentado del poder eclesiástico en la actividad de un representante del pueblo.
El diario “El Defensor de Granada”, en marzo de 1933, informa del decreto y afirma que el sacerdote siempre estuvo del lado del liberalismo y del progreso. También dice que fue perseguido durante la dictadura de Primo de Rivera y ahora lo es por la Iglesia.
Nuestro personaje declaró que no tenía nada que reprocharse y que su conciencia estaba bien tranquila. No obstante, acepta como creyente la condena de la Santa Sede, pero cree que no ha atacado ni al dogma ni a la moral católica.
Para rizar más el rizo, se le ofrecieron a nuestro personaje varios banquetes en Granada y en Madrid, donde tuvo ocasión de declarar que siempre le ha guiado su ideal democrático, siguiendo la doctrina del Evangelio y esto le obliga a tener cordialidad y respeto al  resto de los hombres.
También informó que se había afiliado a ese partido, porque vio en él los ideales de solidaridad humana, como él los podía entender.
Además, requirió al obispo para que publicara todas las cartas que le envió en todo ese tiempo, para dar a conocer toda la verdad.
Por su condición de gran orador, participó en muchos mítines junto a Azaña, afirmando ser republicano, porque la II República defendía la libertad en el orden religioso y  la justicia en el orden social. Aparte de eso, en una de sus intervenciones dijo que “contra la República se han levantado dos formidables diques: el capitalismo y el clericalismo”. Me parece que no se equivocaba.
Al finalizar esa legislatura de las Cortes, en 1933, se quedó sin trabajo, pues había perdido todos los que tenía, por su antigua condición de sacerdote. Así que tuvo que opositar para una plaza como maestro en la Escuela Normal de Granada.
Ganó esa plaza y allí conoció a otra maestra, Josefina Roca-Fava, con la que, como ya no era sacerdote, se casó.
No me extraña que se fuera camino del exilio, porque la Iglesia lo tendría a este hombre bien fichado y seguro que no se iba a contentar simplemente con fusilarlo.
Así que, al final de la guerra, su amigo el antiguo ministro Fernando de los Ríos, se lo llevó desde Valencia hacia Francia, para acabar en México.
Hay que precisar que, durante su estancia en Francia, fue nombrado cónsul honorario en la localidad fronteriza de Perpiñán y desde allí pudo ayudar a muchos españoles.
En ese país, se reunió con otros exiliados republicanos y pudo ganarse la vida dando clases de Humanidades en varios centros, como el colegio “Madrid”, para los hijos de estos españoles.
Falleció en 1962 y fue enterrado en México, pues no le permitieron regresar a España, a pesar de que ya le habían quitado sus sanciones canónicas.

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sábado, 21 de junio de 2014

MARCELINO SANZ DE SAUTUOLA Y LA CUEVA DE ALTAMIRA

En este país, donde nadie es profeta en su tierra y donde es más normal que te reciban a pedradas a que, en su lugar, te pongan una estatua con una dedicatoria, salvo en el cementerio, claro está, ocurrió esta historia que voy a contar ahora.
También hay que decir que sucedió, porque le damos más valor a la opinión de los extranjeros que a lo que nos dicen los propios españoles.
Marcelino Sanz de Sautuola nació en 1831 en Santander, en la actual comunidad autónoma de Cantabria. Creció en el seno de una familia señorial procedente de Puente de San Miguel y había estudiado Derecho en la Universidad de Valladolid.

Por tanto, tenía una buena posición social y ésta le permitió disfrutar de otras inquietudes intelectuales como las Ciencias Naturales o la Arqueología. Aparte de pasar el verano en una casona de su propiedad con unas 300 Ha, donde solían plantar especies vegetales de todo el mundo.
Supongo que su visita a la Exposición Universal de París de 1878, le influenció mucho, pues allí pudo ver una gran colección de fósiles y de objetos prehistóricos de toda índole. Eso le animaría a hacer investigaciones por su cuenta en su tierra.
Ya en 1868, un cazador de Cantabria llamado Modesto Cubillas encontró la entrada de la cueva de Altamira, pues tuvo que liberar a uno de sus perros, que se había quedado allí atrapado sin poder salir.
No se le dio importancia a esta noticia, pues, en esa zona, hay cientos de cuevas de ese tipo y la gente estaba acostumbrada a verlas.
Es posible que Sautuola se interesara por el tema, pues Cubillas era uno de los aparceros de su finca. Por ello, se cree que la visitó en 1876, pero no encontró nada que le pudiera interesar. No olvidemos que, en esa época, el interés de los exploradores se centraba en encontrar objetos, no iban buscando otras cosas, ni mucho menos, el estudio de las capas de tierra, como se hace ahora.
En 1879, Marcelino, volvió a la cueva, esta vez acompañado por su hija María Faustina, que tenía unos 8 años. Él tenía intención de buscar restos de herramientas prehistóricas, como las que había visto el año anterior en París.
En un descuido del padre, la niña entró en la cueva y estuvo curioseando por allí, hasta que vio unas pinturas en el techo, algo que se les había pasado por alto a todos los que habían entrado a ver la cueva.
Al salir la niña de la cueva, fue corriendo hacia su padre diciéndole “Papá, mira, hay bueyes pintados”.
El padre entró con ella y se asombró, pues no eran “bueyes”, sino bisontes, una especie que no existía en Europa desde hacía miles de años.
La ciencia en España siempre ha sido tremendamente conservadora y, encima, ¡no les iba a enmendar la plana un simple aficionado!
Por eso, cuando en 1880, publicó su descubrimiento en un libro titulado “Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander”, se le echó encima todo el mundo. Empezando por los grandes especialistas franceses de la época, que sólo dieron su brazo a torcer muchos años después, y seguidos por los miles de pelotas y enteradillos que surgieron en España por todas partes.
Ya sabemos que, en España, en términos generales,  la gente presume de saber de todo, sin entender de nada.
Realmente, los franceses no reconocieron este descubrimiento, porque aún no habían encontrado unas cuevas con pinturas parecidas en su territorio. No les cabía en la cabeza que hubiera llegado la cultura del Paleolítico antes a la “inculta” España que a la gran Francia. Bueno, no hará falta decir cómo son los gabachos. A estas alturas, supongo que los conocemos todos.
No sólo no reconocieron este descubrimiento, sino que, en un alarde de alevosía, acusaron al descubridor de haberlas pintado él mismo, pues no sospechaban que los artistas prehistóricos pintaran tan bien y, además, según dijeron, era tremendamente sospechoso que unas pinturas con tantos miles de años estuvieran tan bien conservadas.
Sólo hubo dos reconocidos especialistas españoles que apoyaron a Marcelino, Juan Vilanova i Piera y Miguel Rodríguez Ferrer.
Esa campaña contra él fue como una losa y más, como es sabido, en el siglo XIX, donde se defendía el honor con las armas en la mano.
Parece ser que, en principio, no hubo manera de convencer al resto de la comunidad científica. Su amigo, el catedrático de la Universidad Central  de Madrid, Vilanova i Piera, acudió en 1880 a un Congreso Internacional de Arqueología y Antropología histórica, que se celebró en Lisboa. No hubo manera de convencer al resto de los asistentes y tuvo que volverse sin haber conseguido ninguno de sus objetivos.
Incluso, en 1881, el especialista francés E. Harle, visitó la cueva y afirmó que las pinturas le parecían muy recientes, aunque no acusó a nuestro personaje de haberlas realizado.
Evidentemente, hay que aclarar que Altamira fue el primer lugar donde se descubrió lo que se llama el arte parietal, o sea, realizado en la pared,  y tanto su estilo, como su buena conservación les hacía sospechar mucho a los especialistas. No olvidemos que la idea que tenía la Ciencia, en ese momento, sobre los hombres del Paleolítico es que eran más o menos unos monos.
También se vivía, en ese momento, un gran enfrentamiento, sobre la Creación del Mundo,  entre la Ciencia y la Iglesia y los primeros temían que aquello fuera una trampa para hacer caer en el ridículo a los científicos.
 En una carta escrita por el especialista francés Gabriel de Mortillet a su colega Émile Cartailhac, el primero le advierte al segundo, antes de que visite esa cueva: “No te fíes, amigo, es una trampa que nos tienden los jesuitas a los prehistoriadores para reírse de nosotros”.
Por supuesto, los científicos españoles se contagiaron del escepticismo galo y, en 1886, la Sociedad Española de Historia Natural llevó a cabo dos sesiones en Madrid, donde se discutió este asunto y, a pesar de las razones aportadas por el catedrático Vilanova, se acordó que las pinturas eran falsas.
Incluso, Lemus y Olmo, director de la Calcografía Nacional, se permitió afirmar que las pinturas eran “obra de un mediano discípulo de la escuela moderna… y denota en la ejecución un abandono amanerado”.
Además, se permitieron afirmar algunos que pudieron haber sido obras realizadas por soldados romanos, fenicios o alguna otra civilización con más lustre que unos tipos casi simiescos de la Edad de Piedra.
Todo esto, según se dice, le afectó mucho en la salud a nuestro personaje, pues aún en 1888, año de su fallecimiento, la opinión del mundo de la ciencia era contrario a las pinturas de Altamira. Es una pena que le llegara la muerte tan pronto, con sólo 57 años, y sin haber podido gozar de la gloria de su descubrimiento. Desde su descubrimiento tuvo que aguantar que le tacharan por todas partes de loco, farsante o embustero.
No hará falta decir que, cuando los franceses tuvieron sus cuevas y sus pinturas, la cosa cambió radicalmente. Incluso, se permitieron afirmar que las suyas, como las de la Mouthe o Combarelles, eran más antiguas que las nuestras.
El abate Breuil ya fue a investigar a la cueva y admitió su autenticidad. Incluso,  la calificó como “la Capilla Sixtina del Arte Paleolítico”. Ahora sí que se apuntaron todos al carro vencedor y cambiaron de opinión, como si no hubiera pasado nada.
Eso sí, el único que admitió que se había equivocado fue el  especialista francés  Émile Cartailhac, que anteriormente tanto había combatido a Sautuola. Los españoles, por supuesto, no quisieron reconocer que habían hecho el ridículo más espantoso y, además, habían puesto en entredicho el honor de una persona honrada y amante de la Ciencia y el progreso.
Este reconocimiento de Cartailhac fue publicado en 1902, en la revista francesa “L’Anthropologie”, dentro de un artículo titulado “La gruta de Altamira. Mea culpa de un escéptico”.
A partir de ahí, la cueva se llenó de científicos y curiosos de todo el mundo. Ese mismo año, acudieron, entre otros, Breuil y Cartailhac, acompañados por Menéndez Pelayo, con el fin de realizar unos dibujos sobre las figuras representadas en la cueva. Se dice que, cada vez que Cartailhac visitaba la zona, acudía a la casona familiar, donde vivía María Faustina a disculparse ante ella por el daño inferido al honor de su padre. Incluso, fue en una ocasión a rendir homenaje ante la tumba de Sautuola.
Ante aquella avalancha de público, empezaron a  to
marse algunas medidas, por parte del Gobierno Civil de la provincia y el Ayuntamiento de Santillana del Mar para conservar en buen estado esas pinturas.
Otro aficionado a la arqueología que dio renombre a la cueva de Altamira y otras de la zona de Cantabria y Asturias, fue Herminio Alcalde del Río. Este 
acompañó a los investigadores, realizando bocetos de todas las pinturas de las cuevas. No hay que olvidar que, durante muchos años,  fue director de la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega.
Incluso, estuvo trabajando en las excavaciones de varias cuevas en Asturias, financiado por el príncipe Alberto I de Mónaco.

En Altamira,  la cosa se animó cuando otro científico, Francisco de las Barras encontró dentro de la cueva restos de ciervos, osos, caballos, etc.
Con Breuil y Alcalde del Río llegó, en 1908, otro erudito alemán llamado Hugo Obermaier. Este estaba muy interesado por las cuevas asturianas, como la del Castillo.
El comienzo de la I Guerra Mundial le impidió regresar a su país y, por tanto, se quedó en España estudiando a fondo las cuevas de Cantabria y reconociendo oficialmente la antigüedad de las mismas y de sus pinturas.

Desde 1917 se permitió al público visitarla y, como tuvo tanto éxito, en 1973, hubo que cerrarla por vez primera, porque se estaban estropeando las pinturas, a causa del exceso de temperatura y de la contaminación. En 1985 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Desde entonces, ha habido mucha polémica sobre si era recomendable volverlas a abrir o no. Últimamente, se ha permitido que entraran 5 visitantes por día, por un espacio de 30 minutos cada uno, para evaluar el daño que se podía causar a las imágenes. Junto a la cueva se han realizado unas copias de la misma en otra cueva vecina, para que los visitantes puedan ver las imágenes sin dañar los originales.
Dentro de Cantabria hay unas 6.000 cuevas de este tipo y en unas 60 se han descubierto, hasta la fecha, pinturas rupestres.


En 2012, surgió otra nueva polémica. Sucedió que un equipo científico, capitaneado por el Dr. Pike, de la Universidad de Bristol, junto con varios especialistas españoles y portugueses, estudiaron a fondo la antigüedad de las pinturas de Altamira y de otras cuevas como la del Castillo.
Para su asombro, comprobaron que algunas de las pinturas tenían más de 40.000 años. Sabiendo que, según las evidencias, los Homo Sapiens llegaron a España hace unos 41.500 años, es posible que estas obras no hubieran sido hechas por la mano de un Homo Sapiens, sino que podría darse el caso de que hubieran sido realizadas  nada menos que por neandertales.
Ahí tenemos otro debate parecido al del comienzo, porque la Ciencia actual reconoce una serie de capacidades al Homo Sapiens, pero todavía sigue pensando, cada día menos, que el Neandertal era una cosa parecida al gorila. Así que eso de reconocer lo de las pinturas hechas por neandertales es muy difícil de digerir.
En fin, ahí os dejo meditando si podían haber sido hechas por los neandertales. Por cierto, ¿habéis visto en España algún monumento dedicado a Marcelino Sanz de Sautuola o a su hija María? Pues, yo tampoco. Así es este país.  


viernes, 20 de junio de 2014

LA DAMA DE ELCHE, LAS PERIPECIAS DE OTRA OBRA DE ARTE VIAJERA

Esta vez me voy a dedicar a narrar  lo ocurrido a una de nuestras obras de arte más famosas, desde su descubrimiento hasta que fue a parar al Museo Arqueológico Nacional, donde se expone ya definitivamente, siendo una de las obras más preciadas de su colección.
Fue hallada en el conocido yacimiento arqueológico de la Alcudia, a unos 500 metros al este del río Vinalopó y en una zona muy cercana a Elche.
Este lugar de emplazamiento fue utilizado por diversas culturas, pues estaba junto al río, lo cual les daba la oportunidad de navegar por él hacia el mar o hacia el interior.
La Alcudia está situada en una especie de montículo de unos 4 metros de altura, el cual se ha formado de una manera artificial, a base de verter allí escombros de otras antiguas ciudades.
Es posible que en la Antigüedad, este montículo, fuera realmente un islote en medio del río, pero hoy en día, el río está situado a la distancia indicada anteriormente.
Se ha comprobado que en esa zona ha habido 9 ciudades en los últimos tres milenios, levantándose unas sobre las ruinas de la anterior.
El 04/08/1897, al realizar trabajos de desmonte de estas tierras, por encargo del propietario de las mismas, unos operarios encontraron este busto.
Se sabe que el busto está realizado con piedra caliza de una cantera llamada actualmente “Peligro”, en una zona de Elche llamada Ferriol. Conserva todavía restos de la pintura con la que fue decorada.
Sus medidas son 56 cm, de alto total.  De canto a canto de las ruedas, que lleva a cada lado, 19 cm. El perímetro sobre hombro y pechos es de 1,15 m, siendo el diámetro de las ruedas de 19cm.
Los expertos opinan que se trata de un busto y no de la parte superior de una estatua, de la cual pudiera haber desparecido el resto del cuerpo.
En cuanto al hueco que se halla a su espalda, ha habido miles de opiniones al respecto, pero no se ha podido demostrar nunca cuál fue su utilidad. Mide 18 cm de diámetro por 16 de profundidad.
Algunos dicen que fue diseñada para ser colocada contra un muro, pues tiene su espalda sin labrar.
También ha habido siempre infinitas discusiones sobre si se trataba de la representación del rostro de una mujer, una diosa, etc.
Ciertos especialistas han basado su opinión en los relatos de Artemidoro de Éfeso, el cual visitó Iberia alrededor del año 100 a de C.

Este viajero narraba que ciertas mujeres iberas llevaban collares de hierro con armazones en la cabeza, sobre el que se colocaban un velo.
También decía que otras llevaban una especie de adorno alrededor del cuello, que se comunicaba con la nuca y las orejas, doblándose hacia arriba. Para que no se les cayera el manto, se ponían una varita para sujetarlo.
Otros autores argumentan que no puede referirse a una divinidad, pues no se da en el retrato esa perfección, ya que las dos mitades de la cara no son iguales.
Siempre han mostrado muchos autores reticencias a considerarla una obra de arte realizada por manos iberas. Algunos han afirmado que se trata de una obra realizada por un artista griego y se ha comentado que tiene cierto parecido con el “Apolo Chastwort”, que pertenece a la colección del Museo Británico, en Londres. Francamente, yo no le veo tanto parecido como dicen.
Pierre Paris, el primer experto que pudo verla y adquirirla, la consideró ibérica, pero propia de un artista influido por haber conocido obras griegas.
Sobre su datación, la mayoría de los especialistas piensa que fue realizada entre el 500-450 a. de C. En ese contexto fue cuando se importaron muchas piezas de cerámica procedentes de Grecia y sus colonias, correspondientes a las figuras rojas con fondo negro.
Ahora, vayamos a los detalles de su hallazgo. Ese día de agosto de 1897, un jovencito de sólo 14 años,
llamado Manuel Campello Esclápez, que había ido a llevar agua a los jornaleros, se entretuvo en golpear la tierra con un azadón de uno de ellos y tuvo la suerte de que su herramienta diera con una piedra y se le ocurrió ver qué era.
En esta zona de la finca se pretendía hacer una nivelación para plantar naranjos y limoneros, así que el propietario contrató a unos obreros, los cuales se dedicaron a cavar, porque, por entonces, no existían esas máquinas tan potentes que tenemos ahora.
Como ya habían sido encontrados otros restos arqueológicos en la zona, el Dr. Campello, propietario de la finca, había dado orden a los obreros para que le llevaran inmediatamente cualquier objeto que encontraran.
Por eso, en cuanto hallaron la figura, la llevaron a la casa del doctor. Como todo el mundo quería verla, la expuso duro un tiempo en la terraza de su casa y así, en Elche, acabaron llamándola “la reina mora”.
Es preciso aclarar que este hombre  estaba casado con la hija de un arqueólogo aficionado y gran coleccionista, Aureliano Ibarra. Este, a su muerte, dejó su colección a su hija, con el deseo que fuera vendida al Estado, para ser expuesta en el Museo Arqueológico Nacional.
Parece ser que hubo acuerdo, pero, como siempre, el Estado falló y no cumplió su parte. Las condiciones eran pagar en 3 plazos, sin embargo, les devolvieron la última letra de cambio a los vendedores. Lo que no gustó nada al Dr. Campello.
No obstante, Pedro Ibarra, hermano del fallecido Aureliano, hizo unas fotos al busto, las cuales envió al Museo Arqueológico Nacional y a algún experto extranjero, que solía trabajar en España. Todo el mundo pretendía comprarla, pero nadie puso dinero encima de la mesa.
La cosa se precipitó cuando, a mediados de agosto, se presentó en la ciudad el prestigioso arqueólogo francés, Pierre Paris, con el pretexto de ir a ver la representación del famoso “Misterio de Elche”.
Como buen francés, enseguida olió el negocio y comunicó el hallazgo a los responsables del Museo del Louvre, pidiendo permiso para adquirirla.
Como allí, la Administración siempre ha funcionado bastante mejor que aquí, se autorizó inmediatamente el pago de los 4.000 francos franceses, que había ofertado el arqueólogo al Dr. Campello.
Así que, pese a la oposición de medio pueblo, el busto realizó su primer viaje hacia la capital francesa, vía Barcelona y Marsella.
Ya en París, fue instalada en el Museo del Louvre, donde se la recibió con todos los honores, precisamente, los que aquí no le habían dado, y fue colocada en la sala Apadana. También se la bautizó por primera vez con el nombre de Dama de Elche.
En 1939, volvió a viajar, junto con otros tesoros del Museo del Louvre a una zona de Montauban, en el sur de Francia, para que no le afectaran los combates de la II Guerra Mundial.
Desde su salida de España se habían hecho infinidad de gestiones para su retorno, pero nunca fue posible, ni siquiera para exponerla provisionalmente.
Llegado el año 1941, dado que tanto en la Francia ocupada como en España, existían dos gobiernos afines, se pudo llegar a un entendimiento y, mediante un intercambio, nuestra Dama, pudo regresar, junto con otras obras de arte, que nunca debieron salir del país.
Al llegar a España, se expuso inicialmente en el Museo del Prado, ya que esta Entidad era la que había aportado algunas obras para su intercambio. Allí estuvo expuesta durante unos 30 años.
No obstante, en 1965, volvió a ser expuesta de forma provisional en su tierra y allí se retrató su descubridor con ella.
En 1971, el ministerio ordenó su traslado al Museo Arqueológico Nacional, en condición de depósito, que es donde permanece expuesta al público, desde entonces.
No obstante, en 2006, tras múltiples gestiones, se tomó la decisión de cederla temporalmente a la ciudad de Elche, para que estuviera allí con ocasión de la inauguración de su excelente Museo Arqueológico.
Sin embargo, en 2005, a raíz de la publicación de una obra firmada por el profesor John F. Mofflitt, toda la comunidad científica española, se levantó al unísono en su contra.
El citado profesor afirmaba en su obra que sospechaba que la estatua fuera una falsificación, argumentando una serie de motivos, que han ido siendo desmontados con el tiempo.
Incluso, se permitió afirmar que el autor de la falsificación podría haber sido un artista hoy en día casi olvidado, llamado Francisco Pallás, quizás por ser el único que, gracias a su perfección técnica, podría haberlo realizado. No es de extrañar, porque todos sabemos que muchos americanos carecen del sentido del ridículo y corrientemente suelen opinar sobre todo aquello que desconocen.
No obstante, tras unas investigaciones realizadas por el CSIC español en 2005 y en 2011, se ha comprobado que los restos de pintura que aún quedan en la figura son antiguos y que en el hueco trasero se han podido encontrar aún restos de cenizas procedentes de huesos humanos de la época ibérica.
En fin, como siempre, nos dejamos quitar nuestras obras de arte y luego lloramos, porque se las han llevado al extranjero y es cuando les damos el valor que tienen. A ver si un día cambiara un poco este país y no nos volvieran a pasar estas cosas.

  


jueves, 19 de junio de 2014

LA ODISEA DEL MANUSCRITO DEL CANTAR DEL MÍO CID

Como, últimamente, me ha dado por las grandes obras literarias, pues voy a intentar contar la historia de este manuscrito de una forma mucho más amena que las aburridas clases de Literatura, que, supongo, siguen dando en los institutos.
A estas alturas, supongo que todo el mundo sabrá que ese manuscrito no es el original, que se escribió alrededor en 1140, en fecha posterior a la muerte del Cid, que fue en 1099, en Valencia. Lo que tenemos es una copia del siglo XIV, sobre la copia realizada por un tal Per Abat, en 1207.
Se sabe que el estudioso Juan Ruiz de Ulivarry lo encontró, en 1596, en el archivo del concejo de Vivar del Cid (Burgos) y realizó una copia del mismo.
Por motivos desconocidos, pasó a quedar custodiado en un convento de monjas clarisas del mismo pueblo, hasta 1776, cuando el secretario de Estado Eugenio de Llaguno y Amírola, ordenó que se le cediera al filólogo, clérigo y encargado de la Biblioteca Real, Tomás Antonil Sánchez.
Este erudito lo estudió y lo incluyó dentro de su obra “Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV”, editada en 1779. Así, en España, se publicaron las canciones de gesta mucho antes que en Francia, aunque ellos presuman de lo contrario.
Parece que el autor recibió algunas críticas, como al del conocido Juan Pablo Forner, que estuvo muy poco acertado cuando calificó al Cantar del Mío Cid como “viejo cartapapelón en loor de las bragas del Cid”.
Posteriormente, el secretario de Estado, Llaguno, por lo visto, hizo una cosa muy fea, que fue quedarse el manuscrito y no devolverlo a sus propietarios. Así fue pasando a sus herederos, como si fuera un bien adquirido de forma legítima.
Más tarde, pasó a ser propiedad del catedrático de árabe, Pascual Gayangos y Arce, famoso por la gran cantidad de obras que escribió sobre temas arábigos y sobre Historia de la Literatura. Aparte de formar parte de la comisión, que se dedicó a catalogar los documentos confiscados en los conventos desamortizados.
Este arabista estaba muy relacionado con el Museo Británico, pues su esposa era inglesa y él estuvo un tiempo trabajando en Londres, catalogando los manuscritos españoles antiguos, que tenían allí depositados.
Por lo visto, el arabista, le ofreció el Cantar al Museo Británico, pero el marqués de Pidal se enteró de ello y presionó al Gobierno español, para que le comprar la obra y no se marchara fuera del país. Incluso, se dice que fue llevado a Boston, para su estudio.
Como España estaba, como siempre, arruinada, pues el Gobierno no pudo pagar el precio y el mismo marqués, Pedro José Pidal,  tuvo que adquirirla de su bolsillo en 1863.
Esta familia tenía una gran relación con Asturias y fueron los que se quedaron con la abadía del santuario de
Covadonga y arreglaron sus accesos. Aparte de ordenar la construcción de la actual basílica.
Tras al muerte del primer marqués, el manuscrito fue heredado por su hijo, el conocido político conservador católico, Alejandro Pidal y Mon, quien manda construir un arca en forma de castillo medieval para guardarlo. Como material para el arca, se utilizaron viejas vigas procedentes del antiguo templo de Covadonga, que fue destruido por un incendio en 1777.
Por cierto, Alejandro, fue tío del conocido erudito español Ramón Menéndez Pidal. Ese es un dato muy interesante, para comprender esta historia.
La familia Pidal también recibió tentadoras ofertas, como la de Archer Milton Huntington, fundador de la prestigiosa Hispanic Society of  America, pero siempre se negaron a venderlo al extranjero. Algo que les honra.
Uno de los hijos de Alejandro, Roque Pidal, también fue un gran bibliófilo y depositó el manuscrito en la caja fuerte de un Banco en Madrid, para protegerlo de un posible robo.
 Allí estuvo hasta que lo incautó el Gobierno de la II República y lo trasladó, en 1936, junto con otros bienes de interés cultural a Ginebra (Suiza).
No obstante, a la muerte de Alejandro Pidal, su albacea, el conocido político Antonio Maura, ordenó que lo tasaran y los especialistas le dieron un valor de 250.000 Ptas. No olvidemos que, en esa época esa moneda valía mucho y era de plata.
Tras la guerra civil, se consiguió su devolución y fue depositado de nuevo en la caja fuerte de un Banco en Madrid, de donde no salió hasta su traslado definitivo a la Biblioteca Nacional.
En 1959 se tuvo conocimiento de que la familia Pidal, concretamente, el bibliófilo Roque, ofrecían en manuscrito por la entonces enorme suma de 10.000.000 Ptas.
En este segundo caso ocurrió lo mismo. El Estado español se vio impotente para pagar esa suma, así que esta vez el propio director de la Biblioteca Nacional, Cesáreo Goicoechea, remitió una carta a la Fundación Juan March, pidiéndoles que lo compraran y así evitar que fuera vendido al extranjero, ya que se sabía que el propietario estaba recibiendo ofertas de varios países.
Así que esta institución aceptó el encargo y decidió colaborar comprando el manuscrito para donarlo a la Biblioteca Nacional. Es posible que le ayudara al director, en su gestión ante la Fundación Juan March, el ex ministro de Gobernación, Blas Pérez, miembro del Patronato de esa Fundación y, además, íntimo amigo de Roque Pidal.
Otro personaje que también participó en esas gestiones fue el famoso médico Gregorio Marañón.
Es importante destacar que, cuando se produjeron esas gestiones, el presupuesto de a Fundación para ese año ya se había gastado y hubo que recurrir al capital social para poder pagar un pecio tan alto.
La venta se llevó a cabo el 20/12/1960 y a la misma no pudieron asistir ni el Dr. Marañón ni Roque Pidal, por haber fallecido ambos unos meses antes de esta fecha.
Se beneficiaron del importe de la venta los 28 herederos de Roque Pidal. No figurando entre ellos el erudito Ramón Menéndez Pidal.
El día de la firma ante Notario, acudieron a la misma, entre otros,  el ministro de Educación Jesús Rubio, Ramón Menéndez Pidal y Juan March Servera. Tampoco estuvo Goicoechea, pues ya había sido cesado de su cargo.

Hasta aquí, la historia de este importantísimo documento de la lengua castellana. El análisis del mismo lo dejo para los amantes de la Filología.

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miércoles, 18 de junio de 2014

EL ESCÁNDALO DE LOS CÓDICES MADRILEÑOS DE LEONARDO DA VINCI

Siempre se ha dicho que,  en España, si alguien quiere guardar sus cosas, en un lugar seguro, donde no vaya nadie a leer sus documentos, no tiene más que dejarlos en una biblioteca.
Alguno que haya leído la frase anterior, seguramente, ahora estará diciendo que soy un exagerado o, lo que es peor, estará poniéndome verde.
Es normal, pero me gustaría que, antes de hablar mal de mí, os leáis lo que os voy a contar en esta nueva entrada.
Corría el año 1966 cuando uno de esos raros investigadores americanos, dedicados a la Historia Medieval, que deben de aburrirse muchísimo en su país, porque allí no pueden estudiar nada de eso, pues vino a España a buscar documentación para sus estudios.
Su nombre era Julius Piccus y no se dedicaba en absoluto a los manuscritos de la época renacentista, sino que, en esa ocasión, buscaba documentos sobre baladas medievales, que era su especialidad.
 Por lo visto, en una de sus visitas a la Biblioteca Nacional de Madrid, pidió una serie de documentos y, entre ellos, le pusieron, ni más ni menos que unos manuscritos, compuestos por unas 700 páginas, que enseguida pudo atribuir al gran Leonardo da Vinci.
 La gracia del asunto es que en esa biblioteca nadie sabía dónde los tenían, porque, según parece, habían sido mal catalogados y, a pesar de que varios especialistas los habían buscado con anterioridad, nadie los había encontrado.

Para mayor escarnio patrio, al citado investigador no se le ocurrió otra cosa que dar a conocer su descubrimiento el 13/02/1967, en una rueda de prensa, celebrada en un hotel de Boston. También comunicó que ya existía un acuerdo entre la Universidad de Massachusetts, en Amherst, donde él daba clases, y la Biblioteca Nacional en Madrid, para editar el contenido de esos manuscritos, bajo su supervisión y la de un especialista en Leonardo llamado Ladislao Reti.
La noticia, una vez publicada al día siguiente por el famoso periódico The New York Times, atravesó el océano y fue un motivo de escándalo a nivel internacional.
Como, por aquel entonces, en España predominaba el nacionalismo, tanto el Gobierno como muchos periódicos se lo tomaron casi como una ofensa nacional y, por ejemplo, el ABC pidió en sus páginas “una explicación inteligible”.
En USA, que son más serios y siempre han tenido más pasta que nosotros, enseguida se formó una comisión, nombrada por el Comité Ejecutivo de The Renaissance Society of America, donde figuraban tres grandes expertos en la materia: Paul Oskar Kristeller, Theodore S. Beardsley Jr. y Carlo Pedretti, los cuales se trasladaron inmediatamente a Madrid para investigar este asunto y comprobar si esa historia y esos manuscritos eran verdaderos o falsos.
Obviamente, comenzaron a salir por todas partes, expertos que reivindicaban para ellos el mérito de haber descubierto estos manuscritos.
Así, los mencionados comisionados no tuvieron más remedio que redactar un informe con todo lujo de detalles, el cual se acabó con fecha 01/11/1970.
Parece ser que, con anterioridad al descubrimiento, varios expertos habían intentado encontrar en la Biblioteca Nacional esos manuscritos, pues se tenía noticia de que estaban allí, pero nunca habían podido encontrarlos. La razón estaba en que habían sido clasificados erróneamente y, por eso, nadie pudo hallarlos hasta esa fecha.
Bueno, como yo encuentro mucho más interesante la historia de estos manuscritos, pues pasaré a contarla.
Evidentemente, el autor de los mismos fue el famoso Leonardo da Vinci, el cual murió en 1519, a los 67 años de edad, siendo un protegido del rey Francisco I de Francia.
Legó todos sus libros, instrumental y documentos a su fiel discípulo Francesco Melzi, el cual los conservó con mucho cariño hasta su muerte,  en 1570.
En cambio, su hijo Orazio, no tuvo el mismo cariño por estos documentos y muchos de ellos se perdieron para siempre.
Su padre, Francesco, escribió un Tratado de la Pintura, donde informaba de la existencia de 18 manuscritos de Leonardo. Sin embargo, hasta el descubrimiento de los dos de Madrid, sólo se conocían 6 de ellos.
El famoso escultor Pompeo Leoni, que pasó buena parte de su vida trabajando para el rey Felipe II, atesoró una buena cantidad de documentos de Leonardo. No se sabe si lo hizo por simple afán de coleccionismo o para ofrecérselos a su monarca. Lo cierto es que, en 1608, año de su fallecimiento, estos documentos fueron repartidos entre sus herederos.
Se sabe que uno de los hijos de Pompeo ofreció algunos de estos documentos a Cosme II de Médicis, pero no fueron aceptados por éste, por hacer caso a  sus asesores.
Más tarde, en 1622, el conde Arconati, compró el Codex Atlanticus, que hoy se conserva en Milán.
También se sabe que otra parte del legado documental de Leonardo fue a parar con destino a Inglaterra, donde fue comprado por el conde de Arundel.
Este noble conocía de la existencia de estos manuscritos, porque se lo dijo el, entonces, Príncipe de Gales y futuro Carlos I. Aquel que luego fue decapitado, tras perder la guerra contra el Parlamento inglés.
El príncipe Carlos llegó a España en 1623 con el propósito declarado de pedir la mano de la infanta María, hermana de Felipe IV.
Ese enlace no pudo llevarse a cabo por inconvenientes diplomáticos, no obstante, el príncipe, que era un gran coleccionista de Arte, no perdió el tiempo y aprovechó su estancia para adquirir bastantes cuadros. Incluso, consiguió que Felipe IV, muy a su pesar,  le cediera alguno, como muestra de intentar mejorar las relaciones diplomáticas entre los dos países.
Este príncipe, que era bastante liante y cansino, consiguió entrevistarse con Juan de Espina, un  gran coleccionista de la época, que poseía algunos de estos manuscritos, pero no quiso vendérselos.
Los ingleses intentaron cientos de formas para quedarse con la colección de Espina, pero no hubo manera, porque este hombre era muy acaudalado y no necesitaba vender nada de lo que tenía. Parece ser que la fortuna de este hombre procedía de su padre, que fue uno de los primeros conquistadores de América.
El problema vino cuando a Espina le acusaron de nigromante y fue perseguido por la Inquisición, aparte de ser obligado por ésta a cambiar  varias veces de lugar de residencia.
En 1642, a la muerte de Juan de Espina, la colección pasó a propiedad del rey, por voluntad del difunto.
En el siglo XVIII, con la llegada de Felipe V a España, se creó la Biblioteca Real y todos esos documentos pasaron a ella. Parece ser que en ese momento fue cuando surgió la confusión, pues se le   puso una signatura que no le correspondía y quedaron extraviados entre los 300 km. de estanterías que tiene actualmente esa institución.
Realmente, se sabía que los manuscritos estaban en la biblioteca, pero cuando alguien los pedía, no aparecían por ninguna parte, porque no estaban en su sitio.
En el siglo XIX, pasó a ser, desde 1836, la Biblioteca Nacional, pero sufrió varios traslados, por lo que se sabe que se perdieron algunos documentos de los allí depositados y a estos manuscritos se les perdió la pista.
Se dice que en 1898, el entonces director de la entidad y famoso escritor, Marcelino Menéndez Pelayo, puso a toda la plantilla a buscarlos, sin encontrarlos por ninguna parte, teniendo que suponer que se habrían perdido durante los traslados.
Según explicó, en 1967, Jules Piccus, el hallazgo fue debido a que un día preguntó si había alguna documentación en un salto entre varias signaturas y un funcionario le puso encima de la mesa nada menos que los manuscritos de Leonardo.
Ladislao Reti, por entonces, uno de los mayores expertos mundiales en la obra de Leonardo, compareció también en la rueda de prensa del hotel de Boston y reconoció que los documentos eran auténticos, dándole la mayor importancia al hallazgo de los mismos.
El entonces director de la Biblioteca Nacional, el conocido investigador Miguel Bordonau, dio a los pocos días una rueda de prensa, y salió como pudo de la batería de preguntas que le lanzaron los periodistas.
Según el abochornado director: “no se trataba estrictamente de un descubrimiento, sino de un hallazgo afortunado”, porque ya se sabía de su existencia. Para él, simplemente, se hallaban “traspapelados”, como si se trataran de un simple expediente.
El periódico ABC, uno de los más leídos del momento, aprovechó la noticia y siguió repartiendo “leña” a los responsables de la Biblioteca Nacional. No entiendo con qué objeto. Diciendo que sospechaban que podría haber más errores en esa institución, en lo tocante a la custodia de la documentación que se les había confiado.  Hasta el recordado dibujante Mingote le dedicó varios de sus dibujos a este escándalo.
Más adelante, se fue conociendo que Piccus tenía una buena amistad con el subdirector de la Biblioteca Nacional y fue el que le autorizó a que se llevase unas copias microfilmadas de esos documentos.
En unas declaraciones al desparecido diario “El Alcázar”, Bordonau, afirmó que los manuscritos no habían estado perdidos, sino que se habían mostrado en una exposición realizada en la Biblioteca en 1965. Eso sí, como unos manuscritos, sin identificar su autor.
Al cabo de los años, se invitó a la viuda de Piccus a Madrid, para ver una exposición sobre estos manuscritos. Allí comentó que su marido los había hallado en 1965 y que no se los dieron por error. Eso lo dijo para que no expedientaran a su amigo el subdirector. Lo cierto es que los halló personalmente, porque en esa fecha los funcionarios dejaban más libertad a los investigadores para curiosear en ciertos departamentos.
En 1967, como el escándalo fue a más y hasta hubo protestas anti-USA a las puertas de la Biblioteca Nacional, el Ministerio de Educación rompió el contrato con la Universidad donde trabajaba Piccus y anunció otro con varios países.
Más tarde, tanto el director como el subdirector de la Biblioteca Nacional fueron cesados y hasta al mismo Piccus le retiraron su carnet de investigador para poder investigar en este centro.
Incluso, se mandó hacer una edición en facsímil de los manuscritos y, para ello, tuvieron que ser trasladados a Suiza y escoltados nada menos que por la Guardia Civil.
Lo curioso es que Reti  no fue castigado por este escándalo y le dieron el encargo de dirigir esta edición en facsímil.
No obstante, previamente, Reti tuvo que aceptar la versión del Gobierno de Franco, pro la que los manuscritos habían sido encontrados  por la propia Biblioteca Nacional y expuestos en 1965.
Por supuesto, no hará falta mencionar que ninguno de los protagonistas de esta historia pudo volver a ver esos manuscritos nunca más, salvo en las exposiciones que se hicieron sobre ellos.
En fin, un hecho “memorable” de la cultura española.


martes, 17 de junio de 2014

EL MARISCAL MIJAIL TUJACHEVSKI

En principio, puede parecer un personaje muy rebuscado, pero este militar soviético, que hoy traigo al blog,  fue, en su momento, uno de los más importantes del Ejército Rojo.
Es posible que algunos se extrañen por ello, porque hoy en día ha sido casi olvidado, pero si continuáis leyendo este artículo, veréis por qué considero que tuvo tanto mérito.
Como aperitivo, os puedo decir que, a pesar de que se vaya propagando por ahí que Franco fue el general más joven de Europa, en su época, eso no es cierto, porque este personaje ascendió al generalato con sólo 28 años.
Ciertamente, no le pudo ganar al mismo Napoleón, pues al francés le pusieron los entorchados de general a la temprana edad de 25 años. Casi se puede decir que era un crío.
Nació en 1893, en un pueblecito cerca de la ciudad de Smolensko, por cierto, un sitio, en el oeste de Rusia, muy conocido por las tropas napoleónicas, cuya batalla aparece narrada concienzudamente en la famosa novela “Guerra y Paz”, de Tolstoi.
Aunque luego fue un comunista convencido, nació en el seno de una familia de la clase aristocrática rusa y se decidió por la carrera militar, graduándose en 1914.
Obtuvo varias condecoraciones por sus hechos heroicos durante la I Guerra Mundial. No obstante, fue capturado en 1915 y encerrado en un campo de concentración.
Como intentó fugarse en cuatro ocasiones, los alemanes optaron por encerrarlo en un stio más seguro, la fortaleza de Ingolstadt.
Ya se sabe que el mundo es un pañuelo y aquí se demuestra, porque en esa fortaleza conoció a otro oficial francés llamado Charles de Gaulle, que también había intentado escaparse varias veces. Los dos militares se conocieron y se hicieron grandes amigos.
En 1917, nuestro personaje, consiguió fugarse de ese castillo y logró llegar a su país, a tiempo para luchar en la Revolución Rusa, en el bando del partido bolchevique.
Como en el Ejército Rojo había pocos oficiales profesionales, consiguió ascender rápidamente, gracias a su valentía y, sobre todo, a sus dotes como organizador.
En poco tiempo, consiguió formar una unidad militar digna de ese nombre y expulsar a las tropas del Ejército Blanco de la zona que ocupaban en Simbirsk.
Fue hombre de confianza de León Trostky, el cual le encargó varias operaciones, realizadas todas con éxito.
En 1920, consiguió asestar el golpe definitivo al Ejército Blanco y hacer que se retirara el, hasta entonces, triunfante, general Denikin.
En su contra, podemos indicar que reprimió, entre otras,  la famosa rebelión de los marinos en la isla de Kronstadt. Toda una masacre, que protagonizaron unos marinos rebeldes, que, con los ojos de hoy en día, se puede ver que no pedían nada del otro mundo.
Lo cierto, es que hubo unas 14.000 bajas entre los dos bandos. Curiosamente, muchas más en el bando de los atacantes, por lo bien que estaba defendida esa isla.
En 1920 estalló la guerra ruso-polaca en la que lucharon ambos bandos por el dominio de un territorio llamado Ucrania (¿os suena ese nombre de algo?).
Contra todo pronóstico, un pequeño país llamado Polonia consiguió que la potente URSS tuviera que pedir un armisticio.
En ese conflicto empezaron los desencuentros de nuestro personaje con Stalin, el cual le culpó públicamente de la derrota soviética. Parece ser que parte de la culpa de la derrota la tuvieron los fallos en las comunicaciones soviéticas, pues las órdenes del mariscal llegaban tarde a sus unidades e, incluso, muchas veces ni siquiera les llegaban.
Como sigo diciendo que el mundo es un pañuelo, pues, como en esta guerra, los polacos se dotaron de gran cantidad de asesores militares franceses,
uno de ellos se llamaba Charles De Gaulle. Así que aquí estuvieron los dos amigos en bandos diferentes.
También hay que decir que en Polonia había una buena escuela de criptólogos, los cuales consiguieron descifrar las transmisiones militares soviéticas, lo cual, evidentemente, le dio una gran ventaja al Estado Mayor polaco.
Seguramente, fueron estos mismos criptólogos o unos discípulos de ellos, los que lograron descifrar, por primera vez, la máquina Enigma de los nazis y construir una réplica de la misma.
Una vez acabada esa guerra, nuestro personaje, fue nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército, entre 1925 y 1928.
Después de ocupar varios puestos, en 1931, fue nombrado de nuevo vicecomisario de Defensa, desde donde pudo reformar el Ejército y convertirlo en un organismo bien dirigido y capaz de tomarse en serio su papel.
Tras su amarga experiencia en Polonia, se entusiasmó con las nuevas ideas sobre la guerra y escribió varios libros, donde defendía el uso prioritario de los tanques y los aviones.
 A pesar de que la mayoría de la gente crea que eso de la “Guerra Relámpago” fue un invento de los alemanes, realmente, uno de sus grandes ideólogos fue este mariscal. Él les llamó las “operaciones en profundidad”.
A pesar de la oposición de la mayoría de sus camaradas militares, consiguió que sus ideas fueran tenidas en cuenta y todo eso se manifestó en varias normativas sobre las instrucciones para el combate del Ejército Rojo.
No hará falta decir que los alemanes tomaron buena nota de todas sus indicaciones y las aplicaron inmediatamente en su forma de combate. Guderian fue uno de sus más conocidos discípulos.
Ahora voy a hacer un inciso para explicar algo que no sabe mucha gente. Casi todo el mundo opina que los alemanes y los rusos siempre se ha  llevado a matar. Bueno, eso es cierto en parte.
En 1922, tras la I GM, se reunieron una delegación soviética con otra alemana, de la entonces llamada República de Weimar, y firmaron el Tratado de Rapallo.
En principio, parecía un documento insignificante. Como estos dos países se vieron, tras la I Guerra Mundial, absolutamente apartados de los centros de poder, firmaron entre ellos un acuerdo de cooperación.
A primera vista, en el tratado sólo figuraban una serie de cláusulas por las que la URSS le cedía materias primas a Alemania con la condición de que ésta le suministrara su tecnología industrial.
Bueno, tenía pinta de ser un tratado de amistad mutua de esos que se han firmado a miles por todas las naciones del mundo.
Lo interesante de este tratado es que tenía una cláusula secreta por la que la URSS permitió durante varios años que Alemania entrenase a sus tropas dentro del territorio soviético, junto con las fuerzas el Ejército Rojo. Esto fue posible, porque el Tratado de Versalles no tuvo vigencia en el territorio de la URSS.
Así, los rusos podrían estar muy al día en los conocimientos militares y los alemanes podrían prepararse para la guerra, lejos de la mirada inquisitiva de los aliados. Hasta  les cedieron una base aérea en la URSS para ellos solos. Parece cosa de locos, pero es la pura verdad.
Volviendo a nuestro ya famoso personaje, en 1935, fue ascendido nada menos que a mariscal, ¡¡con sólo 42 años!! Supongo que muchos de sus compañeros estarían corroídos por la envidia, porque, claro, no es sólo que asciendas tú, sino que le cortas el ascenso a los que sean mayores que tú.
Llegamos a 1937 y comienzan en la URSS, las famosas purgas. No hará falta decir que por entonces, ya gobierna Stalin y, como sospecha de todo el que le pueda hacer sombra y quitarle la poltrona, pues se dedica a eliminar a todo el que no le caiga en gracia.
En principio, se dedica sólo a los políticos, pero respeta a los militares, aunque les mira de reojo, no sea que le organicen un golpe que le aparte del poder.
Precisamente, como he dicho antes, en 1935, nuestro personaje fue ascendido a mariscal, porque el Ejército Rojo pidió retomar los grados tradicionales del Ejército ruso. No obstante, Stalin, consiguió ascender, en ese mismo paquete, a dos de sus más cercanos colaboradores, para que vigilaran a los militares profesionales.
También es cierto que siempre hubo una gran rivalidad entre el Ejército y la Policía. Esta última había conseguido un gran triunfo, después de capturar a varios dirigentes del PCUS, por orden directa de Stalin. Ahora buscaba predominar sobre el Ejército y fomentaba constantemente los rumores sobre un posible golpe.
Hay mucha discusión entre los especialistas sobre si los dirigentes militares estaban preparando un golpe. Incluso, el mismo Trostky había comentado en privado a sus amistades: “Veo en él a un Bonaparte “. En fin, los dirigentes políticos veían en él a una persona con el suficiente poder para darles un disgusto un día de estos y eso no se lo podían permitir.
Por si acaso, Stalin, volvió a colocar a sus comisarios políticos en los puestos claves del Ejército, para que le tuvieran al día sobre lo que hacían los militares.
A finales de enero de 1937 ya fue citado a declarar en el caso del dirigente comunista Radek. A lo mejor, por eso, ya se vio que en el desfile del 1º de mayo, nadie le dirigió la palabra, quizás, por miedo a que les señalara el largo dedo de Stalin.
Más tarde, fue destinado a un puesto de segunda categoría y no se le dio permiso para asistir a la ceremonia de la coronación del rey Jorge VI, en Londres, a pesar de haber sido invitado por los ingleses.
También se permitió criticar al Gobierno por romper, con la llegada al poder de Hitler, el Tratado de Rapallo, pues lo consideraba una buena oportunidad para que sus tropas se modernizaran.
No obstante, algunos historiadores afirman que, como ya se conocían desde hace tiempo los militares rusos y los alemanes, estaban preparando un plan común para hacer caer a la vez a los gobiernos alemán y soviético. Me parece una idea un tanto descabellada, pero nunca hay que descartar nada.
Por otra parte, también es cierto que ambos líderes políticos hicieron una buena limpieza entre el Alto Mando de sus ejércitos. Eliminando a los que parecían menos adeptos.
Una hipótesis, que me parece más aceptable, es que el Estado Mayor alemán fabricara una trampa para engañar a Stalin, consistente en que le dieran una serie de nombres de oficiales importantes, para que fuera a por ellos y descabezara el Ejército.
El mismo León Blum, presidente del Gobierno francés, afirmó que su amigo el presidente de Checoslovaquia, Eduard Benes, le había informado, en 1936, que no se fiara del Estado Mayor soviético, porque habían apreciado ellos unas relaciones muy cercanas de estos militares con los alemanes.
Hasta el propio Churchill confirmó, más adelante, que había tenido conocimiento de este escrito, gracias a sus servicios de información.
Algunos afirman que un agente llamado Skoblin, que trabajaba para varias potencias, le fue con el cuento del posible golpe en la URSS nada menos que a la SS.
Estos se frotaron las manos y se pusieron como locos a falsificar documentos, donde se comprometía a este mariscal, pues se “demostraba” su relación con el Ejército alemán.
Estos documentos falsificados se los hicieron llegar, indirectamente, al presidente Benes, a través de intermediarios leales a los alemanes, al cual no se le ocurre otra cosa mejor que remitírselos a Stalin.
Sin levantar demasiado la liebre, ya que Stalin consideraba muy peligroso al Ejército Rojo, el líder soviético fue encarcelando poco a poco a varios militares de alta graduación hasta llegar a la cúpula de las FFAA.
Llegamos al 11/06/1937 y un comunicado oficial soviético  informa que un tribunal militar está juzgando a varios de sus altos cargos y entre ellos está, como era de esperar, Tujachevski.
Además, el mismo comunicado ya indica que todos se han considerado culpables de organizar un golpe de Estado con la colaboración de un ejército enemigo.
Al día siguiente, la población fue sorprendida por el anuncio de que todos los militares encausados habían sido ejecutados. No obstante, Stalin, no se atrevió a organizar una campaña de desprestigio contra esos militares, no fuera que los demás se mosquearan aún más.
La depuración siguió adelante encarcelando y, en muchos casos, ejecutando a militares de todo tipo, llegándose a ejecutar hasta a algunos cadetes de academias militares y a sus familias.
También se extendió la purga a los agentes que trabajaban en el exterior, así como a algunos militares que habían estado en la Guerra Civil española.
Las cifras aproximadas de esta depuración militar son: 3 de los 5 mariscales, 14 de los 16 jefes de ejército, todos los 80 almirantes, 60 de los 67 generales de cuerpo de ejército, 136 de los 199 generales de división, 221 de los 397 generales de brigada, los 11 viceministros de Defensa, 65 de los 80 miembros del sóviet supremo militar, más de 10.000 jefes y oficiales, etc, etc. Más o menos, cuando los alemanes atacaron la URSS,  en el Ejército Rojo,  estaban casi todas las plazas vacantes de comandante para arriba.
En septiembre del mismo año, el general Miller, un líder del Ejército Blanco zarista en el exilio se citó en París con unos presuntos militares alemanes. Parece ser que esos “alemanes”, en realidad eran agentes rusos del NKVD, precedente del KGB, y lo secuestraron, llevándoselo a Moscú para asesinarle también. Algunos dicen que esta muerte tuvo relación con este caso, pues, según parece, estos militares habían mantenido contactos durante los viajes que hizo el mariscal al extranjero.

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