ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

lunes, 21 de octubre de 2019

EL HEROICO CASO DE EDWIN CHRISTOPHER LANCE


Siempre se ha dicho que sólo se conoce bien a la gente cuando uno está en apuros. Por otra parte, lo normal en una guerra es que la gente se mate sin muchas contemplaciones. No obstante, a veces surgen personas que, movidas por su espíritu humanitario, consiguen lo que no han podido lograr ni siquiera los gobiernos.
Seguramente que todos habréis visto la famosa película “La lista de Schindler” (1993), basada en la vida del empresario alemán Oskar Schindler. En ese caso, este empresario salvó la vida de muchos judíos a base de emplearlos en su fábrica, multiplicando la plantilla mucho más de lo necesario. Lo cual está muy bien, pero obtuvo un beneficio del trabajo de esos refugiados.
Sin embargo, en el caso que traigo hoy al blog, se trató de un personaje que salvó la vida de mucha gente, sin ganar nada a cambio. Creo que su motivación fue solamente el respeto a la vida humana, que ya es mucho en tiempo de guerra. Nadie le obligó a ello. Lo hizo porque quiso y expuso su vida en esta difícil misión.
Evidentemente, hubo muchos casos de diplomáticos y gentes de otras procedencias que hicieron la misma labor, pero hoy sólo voy a hablar de nuestro personaje.
Nuestro hombre se llamaba Edwin Christopher Lance y había nacido en junio de 1893, en una ciudad del Reino Unido.
En su juventud, debió de ser un tipo muy aventurero, pues, nada más estallar la I Guerra Mundial, fue uno de los primeros en alistarse en el regimiento West Yorkshire y en él combatió durante todo ese conflicto bélico. Por ello, fue condecorado con la medalla de servicios distinguidos.
Supongo que no tendría bastante, pues, cuando llegó el armisticio, participó en la Guerra Civil de Rusia, combatiendo en el bando del Ejército Blanco.
Parece ser que fue herido de gravedad, por lo que tuvo que dejar las armas, aunque ya con el grado de capitán.
Posteriormente, estudió ingeniería civil y, tras graduarse, trabajó durante varios años en Argentina y Chile, donde aprendió a hablar perfectamente en español.
Parece ser que en 1926 tuvo su primer contacto con España, pues la empresa donde trabajaba fue contratada para la construcción de una vía férrea que uniría Santander con la costa levantina.
Ya en 1931, volvió para realizar otras obras, durante varios años y aquí se hallaba cuando empezó la guerra. Así que vivió en España tanto la proclamación de la II República como el comienzo de la Guerra Civil.
Como cualquier ciudadano británico en apuros, se dirigió a la embajada de su país en Madrid. Como era el mes de julio, encontró el edificio casi vacío, pues tanto el embajador como el resto de los diplomáticos se hallaban de vacaciones.
Por lo visto, sólo había quedado en la embajada, situada entonces en el número 16 de la calle Fernando el Santo, cercana a la plaza de Colón, un cónsul, llamado H. J. Milane.
Dado que, desde un primer momento, llegó bastante gente hasta las inmediaciones de esta legación buscando refugio, Milane, sin esperar a que le llegaran instrucciones desde Londres, dio orden de abrir las puertas. En esta labor colaboró plenamente nuestro personaje de hoy, que además fue el que sugirió al cónsul la apertura de la embajada.
En un principio, la gente pensó que se trataría de una simple asonada militar y que podría ser derrotada con facilidad, como ocurrió en 1932, con el intento de golpe de Estado del general Sanjurjo.
Sin embargo, en esta ocasión, el Ejército se hallaba dividido. Para colmo, el Gobierno republicano, tuvo la “genial idea” de licenciar a todos los soldados, con lo que disolvió, de facto, el Ejército y, además, repartió armas entre los milicianos de diversos partidos y sindicatos. Suena a broma que en plena guerra se disuelva un Ejército, pero fue así.
De pronto, el Gobierno se quedó paralizado, algo que ya hemos visto que suele suceder, de vez en cuando, en España e, incluso, varios ministros se refugiaron en el Ministerio de Marina, donde parece ser que estaban más seguros.
Por lo visto, en aquel momento, sólo había unos 350 británicos residiendo en Madrid. Sin embargo, tuvieron que dar refugio a unos 600: hombres, mujeres y niños. Hasta a un grupo de monjas irlandesas, que se presentaron sin sus correspondientes hábitos, para eludir la persecución religiosa, que ya se empezaba a sufrir en España.
Evidentemente, enseguida comenzaron a escasear los víveres, pues aquel edificio no estaba preparado para semejante avalancha y, aunque era bastante extenso, no lo suficiente para tanta cantidad de gente, residiendo en su interior, día y noche, y, además, en pleno verano.
Ya en agosto de 1936, se presentó allí un enviado de Londres, el cual nombró a Lance agregado honorario. Esto le permitió seguir realizando sus gestiones ante el Gobierno republicano, pero ya de manera oficial, como diplomático británico.
Así que, de esa manera, siempre con un brazalete con la bandera británica, pudo visitar cárceles y otros lugares, haciendo ver que se trataba de un diplomático británico.
Parece ser que, muy pronto, su labor fue conocida en Burgos, donde se hallaba el cuartel general del bando nacional. Precisamente, por ello, el general Franco, ordenó que no se fusilara a ningún combatiente británico de las Brigadas Internacionales, que cayera prisionero de los nacionales.
Poco a poco, en Madrid fueron faltando las provisiones, pues la ciudad se hallaba rodeada por las tropas nacionales, salvo por la salida hacia Valencia, y, además, las tradicionales zonas agrícolas del país habían quedado en manos del enemigo. Así que en la embajada notaron enseguida la escasez de víveres.
Otra de las múltiples gestiones que hicieron Lance y sus amigos fue convencer al cónsul para ceder la caja fuerte de la embajada a fin de que los que se hallaban perseguidos depositaran allí sus alhajas, como el caso del propio duque de Alba, muy amigo de los británicos.
La verdad es que Lance no debió de pasarlo muy bien, pues un comité de obreros se apoderó de su empresa y lo echaron. Así que, de pronto, se encontró en la calle y sin sueldo.
Posteriormente, el Gobierno británico, les informó que había fletado el barco Devonshire para que recogiera en el puerto de Valencia al mayor número posible de refugiados británicos.
Así que animó a su mujer para que convenciera a otras a fin de viajar hasta Valencia para tomar ese barco, porque los allí refugiados tenían miedo de abandonar la embajada. De esa manera consiguió salvar la vida de muchos de ellos.
Poco después, consiguieron que las autoridades republicanas les cedieran un par de camiones militares con los que transportar a otro grupo de refugiados, según la lista aportada al Gobierno. Todos ellos llegaron sin novedad.
Dado que la represión republicana se recrudeció a partir de noviembre de 1936, cuando el Ejército nacional consiguió rodear Madrid, Lance y el resto del personal diplomático británico facilitaron el asilo para los cientos de refugiados que iban llegando, perseguidos por las milicias republicanas.
No olvidemos que los infames fusilamientos de Paracuellos tuvieron lugar entre los meses de noviembre y diciembre de 1936. No se sabe con certeza, pero se cree que en ellos asesinaron a unas 6.000 personas. Un tercio de ellos eran menores de edad.
Parece ser que Lance también trabajó como traductor de los periodistas ingleses y USA, que llegaron para informar sobre el conflicto. También, de esa forma, Lance, podía enterarse de lo que ocurría de verdad en el frente y así poder informar a la embajada y que ésta hiciera llegar sus noticias al Gobierno británico.
Desafortunadamente, en una de estas visitas al frente de la Ciudad Universitaria, en Madrid, se despistaron y su grupo fue capturado por las tropas nacionales.
Estuvieron a punto de ser fusilados. Menos mal que los oficiales de la Legión se dieron cuenta de que era ingleses. Así que los enviaron al cuartel general, en Burgos, para ser interrogados por el SIPM (Servicio de Información y Policía Militar).
Por lo visto, como Lance era un tipo muy simpático y con mucho don de gentes, consiguió hacer amistad con algunos mandos militares y civiles. Entre ellos, el marqués de Merry del Val, diplomático español, que, junto con el duque de Alba, gestionaron que el Gobierno de Franco fuera reconocido por el británico.
Así que lo soltaron y le encargaron que volviera a Madrid para continuar con su labor de proteger y evacuar a personas con simpatías hacia el bando nacional y que habían quedado emboscadas en la capital. Cosa que hizo en un largo viaje desde Francia hasta Alicante.
En enero de 1937, el Gobierno británico, informó a su embajada, cuya sede se había trasladado a Valencia, junto con el Gobierno republicano, que había fletado otro barco para recoger otra tanda de refugiados en el puerto de Alicante.
Esta vez, Lance, se comprometió aún más e incluyó en esa lista los nombres de algunos españoles, perseguidos por el Gobierno republicano, por ser partidarios del bando nacional. Entre ellos, el arquitecto Casto Fernández Shaw, hijo del famoso escritor, y una de las hijas del
comediógrafo Pedro Muñoz Seca, el cual había sido asesinado por los republicanos en Paracuellos, mientras que ella estaba siendo buscada por los milicianos, presumiblemente, para darle el mismo fin. Parece ser que este último fue uno de los encargos que le pidió Merry del Val.
Afortunadamente, después de muchas vicisitudes, los más de 70 refugiados que iban en la expedición, consiguieron embarcar en esa nave de la Armada británica, que les esperaba en el puerto de Alicante.
A partir de entonces, los grupos fueron más reducidos, pues ya habían evacuado a la mayor parte de los ciudadanos británicos residentes en nuestro país. Así que utilizaron barcos más pequeños. No obstante, Lance siguió evacuando españoles en peligro. Esta vez, los camufló entre camiones cargados de naranjas, que iban a ser exportadas al Reino Unido.
Desgraciadamente, fue detenido cuando faltaba poco menos de un año para final de la guerra. Por lo visto, llevaban tiempo vigilándole, porque sospechaban de él.
En principio, lo encarcelaron en Segorbe (Castellón). Tras un largo interrogatorio, lo llevaron  al barco prisión Uruguay, y de ahí a una checa en Gerona.
Aunque ya habían decidido fusilarle, afortunadamente, llegó a tiempo el cónsul del Reino Unido en Barcelona y consiguió su liberación y su traslado a Londres. Antes de partir, hubo de comprometerse a no regresar nunca más a España.
Realmente, la posición oficial del Reino Unido siempre fue la de alojar en sus sedes diplomáticas y consulares en España, exclusivamente, a los ciudadanos británicos. No obstante, siempre hubo muchas excepciones e, incluso, a muchos les facilitaron documentación falsa como si hubieran nacido en Gibraltar (colonia británica en España), porque no tenían apellidos británicos, sino españoles. Incluso, colaboraron en el traslado de algunos refugiados a otras sedes diplomáticas.
Sin embargo, hubo un caso muy curioso. El general Villalba Riquelme, del que ya hablé en otro de mis artículos.
Había sido ministro de la Guerra, durante el reinado de Alfonso XIII. No obstante, como había sido condecorado por Jorge V, por su labor de apaciguamiento, mientras fue gobernador militar del Campo de Gibraltar y recibió el título británico de Sir, su domicilio fue protegido como si fuera otra sede diplomática británica. Incluso, dispuso de vigilancia armada británica, pues ya habían intentado llevárselo a una cheka para asesinarlo. Así que no le ocurrió absolutamente nada.
En 1965, se publicó en España el libro “El pimpinela de la Guerra española”, escrito por C. E. Lucas Phillips, donde se da cuenta de todas las aventuras de nuestro personaje durante ese conflicto bélico.
La primera edición de ese libro ya había sido publicada en el Reino Unido en 1960. De esa manera, se pudo conocer la gran labor que hizo durante la guerra.
Por ello, en 1961, nuestro personaje vino a Madrid, invitado por el Ayuntamiento, procedente de la isla de Jersey, donde residía desde hacía muchos años. Se le hizo un gran homenaje como agradecimiento a los cientos de vidas que consiguió salvar.
Incluso, en noviembre de ese mismo año, fue recibido por el mismo Franco en su residencia habitual del Palacio del Pardo. 
En ese acto estuvieron presentes centenares de personas de todas las edades. Todas ellas fueron a testimoniarle su gratitud por haberles salvado la vida durante la Guerra Civil.

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viernes, 13 de septiembre de 2019

MAO Y LA CAMPAÑA DE LAS CIEN FLORES


Para empezar, como he recibido abundantes quejas sobre la extensión de mi anterior artículo, esta vez, procuraré ser mucho más breve. 
Como dijo Baltasar Gracián, un escritor español del siglo XVII: 
Lo bueno, si breve, dos vezes bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo.”
Supongo que, hoy en día, todo el mundo conocerá la figura de Mao Zedong o, como se decía antes, Mao Tsé Tung.
En forma muy abreviada, puedo mencionar que se trató de un líder comunista chino, que nació en 1893 en una aldea de la provincia de Hunan.
A pesar de que en su biografía oficial se dice que pertenecía a una familia muy modesta, lo cierto es que su padre fue un importante terrateniente de esa zona, lo cual le permitió estudiar en la Universidad de Pekín o Beijing, como se dice ahora.
Hacia 1920 se afilió al Partido Comunista de China, el cual, por entonces, se había aliado con un partido nacionalista chino, llamado Kuomintang, para intentar reformar el país y sacarlo de su letargo.
Hacía 1927, se rompió la relación entre ambos partidos. Más tarde, cuando el Kuomintang llegó al poder se entabló una especie de guerra civil entre ambos bandos.
A pesar de que, en 1931, Japón había invadido la provincia china de Manchuria, los combates entre ambos partidos prosiguieron.
Sin embargo, hacia 1937, se firmó un pacto por el que los dos bandos se comprometieron a expulsar a los japoneses de su territorio.
En 1943, Mao, se convirtió en líder indiscutible del PCCh. Tanto fue así que el Gobierno USA envió a unos delegados para que le ofrecieran su apoyo a fin de que derrotaran a su enemigo común: los japoneses. De hecho, aunque parezca mentira, les dieron armamento y apoyo financiero.
Sin embargo, tras el final de la II Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, USA se decantó por apoyar al Kuomintang, mientras que la URSS apoyó a Mao.
La guerra duró hasta 1949, cuando el ejército del Kuomintang fue vencido y su líder, Chiang-kai-Shek, junto con miles de sus partidarios, huyeron a la isla de Taiwan o Formosa. Donde, aún, hoy en día, sigue existiendo la República de China, que nunca ha sido reconocida por Pekín.
Así que, también en 1949, se fundó la República Popular China, con capital en Pekín, al frente de la cual se hallaba Mao.
Como es lógico en cualquier dictadura, no estaba permitida ninguna crítica. Por tanto, los que se atrevían censurar, aunque fuera mínimamente, la política del gobierno, eran severamente castigados.
Sin embargo, por alguna razón que se me escapa, en el verano de 1956, Mao, se apropió de una idea del primer ministro Chu-En-Lai o Zhou Enlai para animar a la gente a hacer una “crítica constructiva” de la labor gubernamental.
Literalmente, siguiendo su habitual forma poética de dirigirse a las masas, dijo: “Que se abran cien flores y compitan cien escuelas de pensamiento para promover el progreso en las artes y de las ciencias y de una cultura socialista floreciente en nuestra tierra”.
Parece ser que, en un principio, la mayoría de la gente se mostró reacia a decir nada. A la vista de los anteriores períodos represivos protagonizados por los comunistas.
Entiendo que, como nadie decía nada, pues igual las primeras críticas, por supuesto, todas ellas muy suaves, partieron de los propios funcionarios, que siguieron las instrucciones de sus jefes.
Con esto, supongo que los jerarcas del PCCh quisieron invitar a la población a que hiciera lo mismo. Sin embargo, dado lo mal que estaba el país, incitaron a la gente a criticar abiertamente a los líderes del país.
Encima, Mao, echó más leña al fuego, afirmando: “Nuestra sociedad no puede retroceder, sólo avanzar. La crítica a la burocracia está empujando al Gobierno a ser mejor”.
Así que, a partir de ese momento,  entre primeros de junio y mediados de julio de 1957, llegaron millones de cartas a las oficinas del Gobierno , criticando, como les había pedido Mao. Por lo visto, las esperadas críticas “constructivas” llegaron no sólo de intelectuales y opositores, sino también de otros sectores de la población, como comerciantes, estudiantes, artistas, etc.
Incluso, parece ser que, en la propia Universidad de Pekín, donde había estudiado Mao, los estudiantes montaron un mural, donde cada uno daba sus opiniones acerca del régimen.
Es de suponer que Mao y su Gobierno se pondrían muy nerviosos, cuando recibieran ese aluvión de misivas, donde, literalmente, les ponían a parir.
Seguro que maldijo a Chu Enlai, su segundo en el Gobierno, por haber pronunciado estas palabras:
“El Gobierno necesita la crítica de su gente. Sin esta crítica, el Gobierno no podría funcionar como la dictadura democrática del pueblo y se perdería la base y el fundamento de un gobierno saludable. Debemos aprender de los viejos errores, aceptar todas las formas de crítica saludable y hacer lo que podamos para satisfacerlas”.
Por eso mismo, meses después, canceló esa campaña, porque, a su juicio “había violado el nivel de las críticas saludables y había llegado a alcanzar uno incontrolable”.
Por lo visto, ninguna de ellas pedía nada inalcanzable y muchas de ellas sólo pedían una cosa: la llegada de la democracia a China.
Incluso, hoy en día, algunos autores creen que esta campaña fue, simplemente, un ardid para poder localizar más fácilmente a los opositores al régimen y así poder eliminarlos a todos a la vez.
Así que, como es de suponer, el régimen se dedicó a investigar y detener a muchos de los que habían enviado esas cartas. Incluso, Mao aprovechó el tirón para purgar a muchos de los dirigentes provinciales del PCCh. Curiosamente, muchos de esos fueron los que “invitaron” o incitaron a la población a lanzar sus críticas al Gobierno. Por orden del mismo, claro está.
Por lo visto, no encarcelaron a las millones de personas que enviaron esas cartas, pero sí a varios  cientos de miles, porque en China, un país con tanta población, todo se hace a lo grande.
Como se ve que Mao no había quedado contento con esta metedura de pata, esta vez se le ocurrió otra peor.
Esta vez, se trataba, claramente, de una campaña de propaganda del régimen comunista. No se le ocurrió otra cosa que obligar a los campesinos a colectivizar sus tierras y, además, a producir acero en unos “altos hornos”, que parecían de chiste. Como, por entonces, el desarrollo de un país se medía por la cifra de su producción de acero, pues a Mao se le antojó que podría producir más que nadie en el mundo. Evidentemente, ese “acero” se partía al primer golpecito de nada.
De esa forma, en 1958, empezó la campaña llamada “El gran salto adelante”. El lema que escogieron esta vez fue “Caminar sobre dos piernas”. Para ello, contaron con la ayuda de muchos técnicos enviados por la antigua URSS.
Esta claro que el único acero de calidad era el producido en las acerías, pero no era suficiente para Mao, que quería llegar a producir lo mismo que el Reino Unido, en ese momento. 
Parece ser que, a causa del exceso de trabajo y del recalentamiento de las máquinas, se produjeron miles de accidentes laborales, que costaron la vida de unos 30.000 obreros.
Debido la premura por alcanzar esos objetivos, los líderes chinos, obligaron a unas 90.000.000 de campesinos a realizar esa tarea. Dado que no había combustible suficiente talaron los bosques y llegaron a quemarlos, al igual que hicieron con sus casas de madera y hasta llegaron a fundir los aperos de labranza. 
Desgraciadamente, en los años posteriores se juntaron todas las desgracias. Las cosechas fueron muy malas. No sé si algo tuvo que ver esta campaña, pero lo que se sabe es que costó la vida a un mínimo de 15.000.000 personas.
Además, las relaciones entre la URSS y la China Popular se resintieron por las críticas de Jruschov a la política del fallecido Stalin. Algo que nunca fue admitido por Mao. Así que la URSS les retiró su ayuda técnica y financiera para ese proyecto.
También afectó a Mao el fracaso estrepitoso de esta campaña. En 1961, fue relegado por el resto de los dirigentes comunistas chinos y pasó a ser una figura de segunda fila.
Lógicamente, Mao, no se iba a resignar a ser una especie de actor de reparto. Siempre fue un tipo bastante cabezota y exigió volver a ser el protagonista de esa “película”.
Así que en 1964 publicó el famoso “Libro rojo de Mao”, donde se resumían todas sus ideas y, con el apoyo del  jefe del Ejército, logró
movilizar a las masas hasta llegar a imponer una especie de culto sobre su persona.
En 1966, inició la llamada “Revolución cultural”. Para ello, llevó al XI Pleno del PCCh, la nada despreciable cifra de unos 2.000.000 de jóvenes guardias rojos, los cuales, siempre llevaban el “Libro rojo de Mao” en la mano. Una clásica exhibición de fuerza en toda regla.
Hasta 1969, China Popular fue bordeando el desastre, pues Mao azuzó a estos jóvenes contra burócratas, profesores, jueces, acusándoles de falta de interés por la Revolución. Así que a la mayoría de estos desdichados los enviaron a campos de concentración, para realizar trabajos forzados, donde muchos de ellos murieron a causa de los malos tratos.
Evidentemente, esta falta de política llevó al país a la ruina más absoluta. Aparte de que destruyeron el sistema educativo, pues eliminaron a la mayoría de los profesores.
Tras el fracaso de esa peligrosa ocurrencia de Mao, varios de los líderes más moderados lograron regresar al poder. Como es el caso de Chu Enlai. Parece ser que tuvieron que movilizar al Ejército para contener la marea de los guardias rojos.
Gracias a su leve apertura política, en 1971, los líderes de las potencias occidentales le premiaron con el reconocimiento diplomático internacional y un asiento para China, como miembro permanente, en el Consejo de Seguridad de la ONU.
La política de los moderados atrajo inversiones extranjeras en China y eso hizo que el país empezara a crecer, tímidamente, en los años 70.
De hecho, en 1972, un conocido anticomunista, como fue el presidente Richard Nixon, realizó un viaje a China para iniciar las relaciones diplomáticas entre su país y la China Popular.
Parece ser que la idea central de este cambio de política fue aprovechar que las relaciones entre la China Popular y la URSS no atravesaban su mejor momento, para atraerse al primero.
En 1976, murieron los dos principales dirigentes de la China Popular. Primero, Zhou Enlai y, en septiembre del mismo año, el propio Mao.
Espero que os haya gustado y que, esta vez, no os quejéis de la extensión de mis artículos.

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sábado, 31 de agosto de 2019

EL CASO DE JOSÉ ROBLES


Antes de nada, he de confesar que había oído algo acerca de este personaje, pero nunca me había metido a fondo a investigar su vida.
Lo cierto es que, hace pocos días, estuve consultando un número antiguo de una conocida revista de historia. Me llamó la atención que, en su portada se viera una foto, donde se podían observar a los dirigentes del Estado Mayor republicano, durante la Guerra Civil española.
Sin embargo, hubo un detalle que no se me pasó por alto, los carteles con sus nombres no correspondían con las imágenes de los personajes descritos. El único correcto era el del, por entonces, coronel Vicente Rojo. Por el contrario, no se correspondían con la realidad, los que la revista identificaba como el coronel Barceló y el general soviético Vladimir Górev.
Así que estuve investigando quién era el personaje que aparecía erróneamente identificado como el coronel Barceló y me encontré con que era el personaje al que dedico este artículo.
Su nombre exacto era José Robles Pazos y había nacido en 1897, en Santiago de Compostela. Parece ser que su familia era modesta, pues su padre era archivero.
Unos años más tarde, su familia se trasladó a Madrid. Allí estudió la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central, hoy Complutense.
Aunque, nuestro personaje, no disponía de mucho dinero, desde joven, siempre le gustó viajar. Así que aprovechaba los fines de semana para visitar los alrededores de Madrid. Algo que hemos hecho todos.
Con sólo 20 años, en uno de esos viajes, coincidió con otro joven USA, que era un año mayor que él. Se pusieron a hablar de todo un poco.
Los que tenemos cierta edad y hemos conocido aquellos viajes en tren, que se hacían eternos, seguro que hemos conocido a gente curiosa con los que hemos charlado de todo lo divino y lo humano.
Pues eso fue lo que les ocurrió a estos dos jóvenes y ese fue el comienzo de una larga amistad, que duró muchos años.
Parece ser que, por entonces, ninguno de los dos hablaba fluidamente el idioma del otro, pero, con los años, se entendieron perfectamente. Tenían unos gustos muy parecidos y hasta, políticamente, ambos eran de izquierdas.
Por lo visto, en ese primer viaje, el destino de ambos era la ciudad de Toledo.
Así que recorrieron juntos esa maravillosa ciudad. Creo que he olvidado mencionar que ese chico de USA era alguien que, posteriormente, sería el famoso escritor John Dos Passos.
Éste se hallaba residiendo en Madrid para asistir a unos cursos sobre Lengua y Literatura española, que impartía el famoso filólogo y luego miembro de la Real Academia de la Lengua, Tomás Navarro Tomás.
Parece ser que Dos Passos estaba pendiente de que le dieran una plaza para vivir en la famosa Residencia de Estudiantes, en Madrid. De momento, residía en una pensión de la Puerta del Sol.
Por lo visto, tras su primer encuentro, Dos Passos, vio a Robles como a una persona con buenas dotes como conversador y que disfrutaba poniendo un punto de ironía en todo lo que comentaba. En pocas palabras, se trataba de un tipo simpático y agradable.
Más o menos, así lo describió, muchos años más tarde, en su libro de memorias, “Los años inolvidables".
Por lo visto, durante el mismo año en que se conocieron, llegaron a hacer varias excursiones más a diferentes puntos de nuestro país. Por eso mismo, Dos Passos, llegó a quedar fascinado por la gente, los paisajes y los monumentos que llegaron a conocer. Desgraciadamente, tuvo que regresar a toda prisa a su país, tras conocer la noticia de la muerte de su padre.
Robles, se licenció en 1918 y empezó a dar clases en el conocido Instituto-Escuela, que acababa de ser inaugurado y había sido fundado para dar a conocer las ideas de la reputada Institución Libre de la Enseñanza.
Al año siguiente, se casó con su novia, Márgara Villegas, también relacionada con esa Institución y hermana de una actriz de teatro muy conocida en esa época.
Posteriormente, la pareja tuvo un hijo, nacido en Madrid y llamado Francisco, al que le solían llamar Coco.
Parece ser que no disponía de un buen sueldo. Así que se le ocurrió solicitar una plaza nada menos que en la famosa Universidad Johns Hopkins, radicada en Baltimore, Maryland, USA y, para su sorpresa, se la dieron. Desconozco si Dos Passos influiría para que se la dieran.
En un principio, su trabajo consistía en ser profesor auxiliar de Lengua Española. Dos años después, ya pasó a ser profesor titular de esa asignatura.
Por supuesto, Dos Passos y Robles, se reencontraron ya con mucha frecuencia, en USA, donde retomaron su antigua amistad, que nunca habían perdido. Aunque Dos Passos no residía en esa ciudad, sino en Nueva York.
En 1924, nació en esa ciudad, su otra hija, Margarita, la única de la familia que tendría ciudadanía USA. El padrino de la niña fue otro amigo de Robles, un francés que también era muy amigo suyo y cuyo nombre era Maurice Coindreau, el cual también daba clases en la célebre Universidad de Princeton.
Ambos amigos fueron muy importantes en la vida de Dos Passos, pues, aparte de su amistad, fueron, respectivamente, los traductores de sus obras al español y al francés. En el caso de Robles, la traducción la realizó a medias con su mujer.
Parece ser que, Robles, siempre fue muy aficionado a los idiomas y, por aquella época, le dio por aprender ruso. Un detalle a tener en cuenta de cara a los posteriores hechos.
Tampoco perdió el tiempo, pues, aparte de sus clases, se dedicó a la labor investigadora. Concretamente, sobre varias conocidas obras de la Literatura española. Lo cual, le dio cierto renombre en los círculos académicos, aunque ahora haya sido poco menos que olvidado.
Amén de eso, también escribió reseñas en la Gaceta Literaria, donde dio a conocer en España obras de autores USA, como Dos Passos o Hemingway.
También hay que decir que estos dos autores siempre habían sido muy amigos, pues coincidieron en la I Guerra Mundial, cuando ambos se dedicaron a conducir ambulancias en el frente italiano, ya que no podían combatir, pues su país todavía no había entrado en ese conflicto.
Incluso, Hemingway, fue el que le presentó a una antigua compañera de Secundaria, llamada Kathy Smith, con la que Dos Passos se casaría unos años después.
Parece que a Robles le fue bastante bien en USA y en su Universidad estaban muy contentos con él. Así que, todos los veranos, la familia, viajaba hasta Nueva York, donde se encontraban con Dos Passos, y desde allí tomaban un barco con destino a España, donde pasaban sus vacaciones.
Aquí, Robles, disfrutaba yendo por la mañana a la biblioteca del Ateneo de Madrid o asistiendo a las corridas de toros, a las que era muy aficionado. Para luego dejarse caer por alguna de las muchas tertulias que abundaban en la capital. De esa manera, hizo amistad con algunos grandes autores, como Valle-Inclán, León Felipe o Ramón J. Sender.
En junio de 1936, Robles y su familia, vinieron a Madrid, tal y como solían hacer casi todos los años. Aquí le pilló el comienzo de la Guerra Civil, pero no quiso volver a USA, a pesar de las recomendaciones de sus amigos. Al contrario, solicitó un permiso a su Universidad para permanecer en España y se lo dieron.
Aunque ahora pueda parecer lo contrario, el Gobierno de la II República Española, no andaba sobrado de amigos entre los gobiernos de otros países.
Así que, tras iniciar las relaciones diplomáticas con la antigua URSS, ese país le ofreció ayuda, consistente en suministro de armamento y de “consejeros militares”.
Al principio, todo fue muy caótico, pues los militares soviéticos no sabían hablar español y en España casi nadie sabía hablar ruso. Es cierto que enviaron algunos intérpretes, pero no daban abasto para tantos consejeros militares rusos.
Así que Robles se ofreció para ser intérprete, porque hablaba un poco de ruso. Lo asignaron para trabajar con el general Vladimir Górev, apodado Sancho, al que ya mencioné al comienzo de este artículo. Robles no tuvo demasiados problemas con este militar, porque el soviético también sabía hablar  inglés.
Este general aparte de mandar tropas, también fue el jefe del contingente del GRU en España. Se trataba del servicio militar de inteligencia, que solía competir, muy a menudo, con el NKVD (después KGB), que era el servicio de información de la URSS.
Como no podía ser de otra manera, los gerifaltes soviéticos, fueron alojados en el lujoso Hotel Palace, de Madrid, donde también tenían su cuartel general. Aparte de otro despacho en el Ministerio de la Guerra, hoy Cuartel General del Ejército, frente a la fuente de Cibeles. Está visto que a los líderes comunistas les gusta el lujo.
Allí, tanto Robles como Górev, pudieron comprobar directamente los problemas de falta de confianza que siempre tuvo el Gobierno republicano hacia sus militares. Aparte de la falta de disciplina que reinaba en las unidades de milicianos.
Aunque parezca mentira, también se llegó a desconfiar del propio Robles, un hombre bien conocido por su ideología republicana e izquierdista.
No obstante, existía un detalle en su contra. Hasta ahora no he mencionado que tenía un hermano mayor que él, llamado Ramón, por entonces, capitán de Infantería y veterano en la Guerra de África.
Lo cierto es que nunca se habían llevado muy bien. Así que, por lo visto, los hijos de nuestro personaje ni siquiera conocían a los hijos de su hermano.
Parece ser que Ramón, que era profesor de la Academia de Toledo, quiso salir de Madrid para unirse a los defensores que estaban siendo asediados en ese edificio. Desgraciadamente, no pudo llegar a su destino, pues fue detenido por unos milicianos al pasar por Getafe y llevado a una checa de la capital.
A raíz de ello, la mujer y los hijos de Ramón se presentaron en el domicilio madrileño de José para pedir que intercediera por su hermano y eso hizo. Gracias a su actuación, Ramón, fue puesto inmediatamente en libertad, tras haber prometido que se incorporaría al Ejército republicano. Cosa que, evidentemente, no hizo.
De hecho, más tarde, consiguió pasar a la zona del bando nacional. Combatió durante toda la guerra y, con los años, llegó a ser teniente general.
La guerra se les estaba yendo de las manos al Gobierno republicano. Lógicamente, el bando nacional, aprovechó esa debilidad de su contrincante para avanzar a la mayor velocidad posible hacia Madrid.
No olvidemos que, por entonces, España era un país muy centralizado y se suponía que, una vez conquistada la capital, caería el resto del territorio republicano. Como así ocurrió, pero más tarde de lo previsto.
En noviembre de 1936, las fuerzas nacionales, rodearon Madrid y empezaron a asediarla. No obstante, fracasaron, porque los republicanos encontraron los planes de batalla junto al cadáver de un tanquista del bando nacional. Eso permitió al Estado Mayor republicano reforzar los puntos por donde pensaban atacar los nacionales y contener el ataque de estos.
Las tropas del bando nacional consiguieron rodear Madrid, pero no consiguieron cerrar el cerco por la carretera de Valencia. Precisamente, por ahí se fueron, ese mismo mes, los miembros del Gobierno republicano hacia esa ciudad, junto con miles de personas, que huían de la guerra.
A su llegada a Valencia, la familia Robles, como todos los que huían de Madrid, lo tuvieron complicado para encontrar donde alojarse en esa ciudad, pues ya estaba abarrotada de gente. Supongo que, gracias a sus influencias, consiguieron que les alojaran en la casa de una familia valenciana.
Allí, Robles, siguió haciendo su vida habitual. Por las mañanas, trabajaba como intérprete en la Embajada soviética y por las tardes, acudía a alguna de las tertulias, que también se habían trasladado desde Madrid.
Sin embargo, una noche de diciembre de 1936, tras haber cenado, Robles, se disponía a leer un relato de Allan Poe.
De pronto, llamaron a la puerta varios hombres vestidos de paisano, que, sin darle ninguna explicación, le ordenaron que les acompañase.
A la mañana siguiente, su mujer, fue preguntando por todas partes, porque no sabía dónde se hallaba. Luego, se enteró de que había sido encarcelado, acusado de haber traicionado a la República.
No sé si la familia valenciana que los acogía en su casa, también recibiría instrucciones de alguna parte, lo cierto es que también les echaron de la casa.
No obstante, su mujer se enteró de que había sido encerrado en la llamada “Cárcel de extranjeros”, situada junto al río Turia, en Valencia. Incluso, consiguió visitarle dos veces, en las que José le dijo que, seguramente, todo había sido un error y pronto sería puesto en libertad.
Lógicamente, su mujer, movió todos los “resortes” para intentar conseguir la liberación de su marido. Sin embargo, en aquella época de represión y desconfianza, no encontró más que adhesiones a su casa, pero totalmente ineficaces.
En esos momentos, es cuando se comprueba hasta qué punto sirve la amistad. Así que, como ya he dicho, mientras muchos le apoyaron, otros ni se molestaron en hacerlo. Entre ellos, según dicen, el propio Rafael Alberti, que le conocía bien y, según parece, no movió ni un dedo por él.
Ya sabemos que España es un país fácilmente dominable, por cualquiera que se lo proponga, porque cada uno suele ir a lo suyo y no quiere saber nada de los demás.
Además, en aquella época, se dio la orden de no criticar al Gobierno, pues se decía que: “Difundir las miserias del bando republicano era dar munición al enemigo”. Sin embargo, el propio embajador español en Moscú hizo muchas llamadas al Ministro de Estado para que se movilizara a fin de que liberaran a Robles.
Para vergüenza de muchos intelectuales españoles, por lo visto, los que más hicieron por salvarle la vida, fueron sus amigos de USA. Incluso, recurrieron al poderoso Departamento de Estado, el cual se sacudió el problema, alegando que Robles no era ciudadano USA
y que nada podían hacer para liberarlo. No obstante, sus amigos USA le enviaron un cheque bancario a la hija de José, que era de su misma nacionalidad, ya que su familia lo estaba pasando muy mal en Valencia. Incluso, movieron los hilos para que, en caso de que hubiera muerto, se les abonase, cuanto antes, el seguro de vida que le habían hecho en su Universidad.
De hecho, su hijo, Francisco, se puso a trabajar en la Oficina de Prensa del Gobierno republicano, pues la familia necesitaba dinero desesperadamente.
La familia de Robles no volvió a verlo nunca más. Pasaron los meses y se debatían en una total incertidumbre sobre el estado de José. No se sabía nada. Incluso, habían oído rumores de que lo habían trasladado a Madrid.
Sin embargo, a finales de febrero de 1937, el jefe de Francisco, le contó de manera oficiosa, que su padre ya había sido fusilado, pero no pudo darle más detalles y así se lo contó él a su madre.
Curiosamente, hoy en día, este personaje no es reivindicado ni por los del bando nacional, ni por los que defienden al bando republicano. Según parece, ni siquiera se les ha pasado por la cabeza incluirlo en la Ley de Memoria Histórica, porque debe de ser molesto para ellos.
Su cadáver nunca fue encontrado. Tampoco sé si lo han buscado o no. Ciertamente, su amigo John Dos Passos, que acababa de llegar a España procedente de Francia, intentó averiguar todo lo posible, pero no le quisieron contar nada. Todo ello, a pesar de que hizo miles de gestiones para saber qué había pasado con él.

Incluso, hubo una fuerte discusión entre Dos Passos y Hemingway, sobre nuestro personaje, donde el último justificó su asesinato como “necesario para la causa”, provocó que estos dos grandes escritores se enemistaran para siempre. Mientras Dos Passos siempre fue un pacifista, Hemingway era un aventurero, que parecía disfrutar con la guerra.
En cuanto a la causa de su asesinato, porque hay que calificarlo así, ya que no se tienen noticias de que hubiera sido sometido a ningún juicio o consejo de guerra, pues tampoco hay nada claro.
Unos dicen que lo hicieron porque era un “espía franquista”. Otros, porque le oyeron criticar al Gobierno republicano en un bar de Valencia.
Otra buena razón, sugerida por el escritor Stephen Koch, es que Robles, en una ocasión, asistió en calidad de secretario, del general soviético, Yan Berzin, durante una conversación con Orlov, el jefe del NKVD, donde este último le pedía a Berzin que le prestara parte de sus tropas para utilizarlas en la persecución de los trotskistas en España. Parece ser que Berzin se negó a ello y es posible que esa fuera la causa de su fusilamiento, cuando volvió a la URSS.
Se me había ocurrido pensar que quizás lo hicieron por ser muy amigo de Dos Passos, que era un admirador de Trotsky y, como ya demostré en otro de mis anteriores artículos, la misión principal de los agentes soviéticos en España era eliminar a todos los trotskistas, que pudieran poner en entredicho el poder de Stalin. De hecho, este autor, fue denunciado, en 1934, como contrarrevolucionario, por sus colegas en el Congreso de Escritores Soviéticos.
Curiosamente, parece ser que el ganador fue Hemingway. Supo nadar y guardar la ropa. Cayó bien a Stalin, aunque nunca dijo ser comunista. También escribió el guión de la película “Tierra española”, que era todo un compendio de propaganda comunista, rodada por Joris Ivens. Un holandés, director de cine, que, por lo visto, también pertenecía a ese partido.
Sin embargo, Dos Passos, cayó en declive. Su ideología fue cada vez más de centro. No obstante, en USA, lo siguieron viendo como a un comunista y sus obras apenas se leían. Incluso, hoy en día, poca gente ha leído cualquiera de sus obras.
Parece ser que varios escritores extranjeros quedaron muy afectados por los acontecimientos que vivieron en España. Se dice que el famoso George Orwell, le escribió a un amigo: “Lo que vi en España me hizo pensar que el futuro es bastante sombrío”. Afortunadamente, Orwell, pudo escapar de España, con la ayuda de su mujer, porque ya lo estaban buscando los comunistas para matarlo a causa de haber combatido en las filas del POUM.
La verdad es que la mayoría de los intelectuales extranjeros que acudieron a ver qué estaba ocurriendo en España, no eran simples profesores o escritores. En muchos casos, se trataba de miembros de los correspondiente PC de sus países. Incluso, en muchos casos, se trató de agentes de Stalin.
Hasta enviaron al famoso Kim Philby, agente doble del MI5 y del KGB, para intentar asesinar a Franco, pero fracasó en su intento.
Incluso, algunos que sólo figuraban como periodistas no eran otra cosa que agentes soviéticos, como Koltsov. También hubo agentes de otros países al servicio de la URSS, como Otto Katz, mano derecha del líder comunista alemán Willi Münzenberg.
Realmente, esos agentes no solían espiar a los franquistas, sino a los propios comunistas y a los del POUM. Les habían dado la orden de eliminar a la llamada “Oposición de Izquierda”, que no era otra cosa que los comunistas admiradores de Trotsky, ya que le estaba haciendo sombra y eso no podía permitirlo Stalin.
El propio Vladimir Ovseenko, cónsul de la URSS en Barcelona, le había dejado muy claras las cosas a Companys. Le dijo que la ayuda de su país estaría condicionada a la inmediata expulsión de los trotskistas de la Generalitat…y así se hizo.
Por supuesto, supongo que, a estas alturas, todo el mundo sabrá que, tras la guerra civil, muchos de estos sujetos regresaron a la URSS y allí fueron fusilados, inmediatamente, por orden de Stalin. En el caso de Koltsov, también fusilaron a su mujer. No sé si esta gente criticaría al líder soviético, pero una de las frases que se utilizaban en esa época era: “Quien crítica a Stalin, está a favor de Hitler”.
Uno de los pocos que se libró del paredón fue Orlov, el jefe del NKVD en España (luego KGB), que huyó a USA. Hace tiempo le dediqué otro de mis artículos.
Por eso mismo, asesinaron a cientos de partidarios del POUM, incluido su jefe, Andreu Nin. Es más, incluso el escritor español Arturo Barea y su mujer tuvieron que huir a Francia, porque alguien sospechó, infundadamente, de ellos.
Llegados a este punto, seguro que mis lectores se preguntarán por qué asesinaron a Robles. La verdad es que nadie lo sabe.
En su obra “Enterrar a los muertos”, del gran escritor Ignacio Martínez de Pisón, éste opina que lo hicieron los agentes del NKVD para desacreditar al general Gorev. 
No hay que olvidar que este general se quedó defendiendo Madrid y no podía proteger a Robles, que se hallaba, con Orlov, en Valencia.
Sin embargo, yo creo que lo hicieron, porque Robles conocía muchos secretos que los rusos no querían que se supieran. Como sus intenciones de matar a todos los trotskistas que pillaran en España. 
Curiosamente, no sólo detuvieron a Robles, sino a la mayoría de los intérpretes españoles de ruso. Está claro que ellos eran los únicos que podían enterarse de lo que tramaban los soviéticos en España.
En cuanto a los que perpetraron este crimen, tampoco se sabe. Parece ser que, por aquella época, los soviéticos trajeron a Iosif Grigulevich, para realizar ese tipo de “trabajos”. Incluso, solían utilizar a un antiguo funcionario de Correos, llamado Loreto Apellaniz, famoso por su crueldad y jefe de varias chekas.
Por lo visto, este personaje era tan odiado en Valencia, que tras el golpe del coronel Casado, fue arrestado y los propios republicanos lo encerraron en una cárcel, junto con los miembros
 de su grupo. Precisamente, para facilitar el trabajo a los nacionales, los cuales, tras el correspondiente Consejo de Guerra, lo fusilaron 4 días después de su entrada en Valencia.
Coco, el hijo de Robles, dejó la Oficina de Prensa y se alistó voluntariamente en el Ejército republicano. Tuvo la mala fortuna de ser cogido prisionero, junto con otros compañeros. Durante su interrogatorio, hizo unas declaraciones que los nacionales estimaron como “peligrosas”. Así que fue juzgado y condenado a muerte.
Para terminar y que no os vayáis con un mal sabor de boca, os contaré el final de esta historia. A Coco le fue conmutada su pena, posiblemente, gracias a la influencia del marqués de Lozoya, buen amigo de su padre. Posteriormente, consiguió huir de España y reunirse con su familia.
Margara, la esposa de José Robles, y su hija, lograron salir de España, antes del final de la guerra. Vivieron un tiempo en Francia y luego se fueron a México, donde todos residieron durante muchos años.

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