Hoy voy a escribir un artículo
sobre una persona a quien mucha gente le debió su vida. Incluso, muy
probablemente, ayudó a que se acabara, mucho antes, la infame II Guerra Mundial.
Nuestro personaje se llamaba
Rudolf Roessler y nació en 1897 en un pequeño pueblo de Baviera (Alemania).
Nació en el seno de una familia acomodada
y protestante, ya que su padre era un alto funcionario de la Comisión Forestal
de Baviera.
Estudió en un instituto de Augsburgo,
donde coincidió con el que después sería un célebre escritor, Bertolt Brecht,
del cual se hizo muy amigo.
Como casi todos los jóvenes
alemanes, fue movilizado para servir en el Ejército Imperial, durante la I
Guerra Mundial. Tuvo más suerte que otros y salió sin un rasguño de ese
conflicto.
Durante la posguerra, empezó
trabajando como periodista en Augsburgo. Sin embargo, pronto se mudó a Berlín,
donde ejerció como crítico teatral y literario.
Allí conoció a muchos personajes
importantes e hizo amistad con famosos escritores, como Thomas Mann.
Tras la llegada de los nazis al
poder, parece ser que, a causa de su amistad con algunos intelectuales
opositores, eso le hizo perder su trabajo.
Así que, previendo que le pudiera
ocurrir lo que le había pasado antes a otros, optó por lo más prudente, o sea, irse, con su esposa, a
vivir a Lucerna (Suiza). Tras esto, ambos perdieron su ciudadanía alemana.
Allí fundó una editorial llamada
Vita Nova y la revista Form und Sinn. Para ello, fundó una sociedad con el
librero Josef Stocker y con la financiación de Henriette Racine. Con este
negocio, pudo encubrir sus verdaderas actividades, que no eran otras que
mantener el contacto con una serie de personas en Alemania, la cuales le
pasaban informes, que él transmitía a los aliados.
La línea de esa editorial se
basaba en el Cristianismo y el Humanismo y se oponía a todo lo que hicieran los
nazis.
Curiosamente, a pesar de haber
nacido en el seno de una familia protestante, editaba la revista “La decisión”,
que era católica. Casualmente, uno de sus socios era Xavier Schnieper, un conocido
marxista.
Éste, muy pronto, se dio cuenta
de las dotes de Roessler, consistentes en una memoria fotográfica. Le bastaba
muy poco tiempo para leer y memorizar cualquier documento. Así que lo fichó
para el espionaje suizo, que era para quien trabajaba.
Hay quien cree que empezó a
dedicarse al espionaje, porque estaba muy enfadado con el régimen de Hitler a
causa del maltrato recibido por muchos de sus amigos. Por lo visto, siempre se
consideró muy patriota y no le gustaba nada de lo que estaba ocurriendo en su
país.
Curiosamente, era un tipo que no
llamaba la atención. Tal y como dicen que deben de ser los espías en la
actualidad.
Era un hombre delgado, de mediana
estatura, que siempre iba con sombrero y unas gruesas gafas con montura
redonda. Parece ser que, a pesar de no gozar de muy buena salud, siempre fue un fumador
empedernido. La verdad es que me recordaba a esos personajes anodinos que
aparecen en las novelas de John Le Carré.
Realmente, nunca se ha sabido
quiénes fueron sus informantes, pero se sospecha que podrían ser miembros de la
Unidad de Transmisiones del Ejército alemán.
Por eso, en muchas ocasiones, le
mandaban los informes y él los transfería a Moscú, incluso antes de que
llegaran a las mesas del Estado Mayor de cada división.
Según parece, enviaba esos
informes a Moscú a través del húngaro Alexander Rado, cuyo apodo era Dora, un
agente de la organización Orquesta Roja, que siempre trabajó para la URSS.
Residía en Suiza como director de la agencia Géo-Presse.
También se dice que su red,
llamada Red Lucy, llamada así porque se hallaba en Lucerna, sirvió como puente
para enviar una serie de informes, que los británicos habían obtenido gracias a
su dominio de los códigos de la máquina Enigma. De esa manera, podían enviar
esos mensajes como suyos para que los soviéticos no supieran que los británicos
habían descifrado los códigos alemanes. Aunque lo más probable es que los
soviéticos lo supieran, porque solían infiltrar a sus espías en todos esos
sitios.
Parece ser que también mantuvo
contactos con personajes de los servicios de Inteligencia de Suiza. Sobre todo,
el llamado “Bureau Ha”, dirigido por el brigadier Masson. También a ellos les pasaba
información sobre Alemania e, incluso, le permitían que la enviara a la URSS.
Como ya he mencionado antes, se
cree que su fuente eran unos oficiales alemanes de Transmisiones, los cuales le
proporcionaron una auténtica máquina Enigma, por medio de la cual, le enviaban
sus mensajes, como si fuera otra máquina del Ejército. Así pasaban desapercibidos
ante los servicios de Inteligencia alemanes.
Los informes de nuestro personaje
siempre fueron muy precisos. Empezó por informar a los aliados sobre las
intenciones de Hitler de invadir Polonia.
Posteriormente, les dio unos
informes muy valiosos sobre las próximas invasiones de Francia, Bélgica y
Holanda. Parece ser que no le hicieron mucho caso.
Por lo visto, en un principio,
Stalin, no se fiaba de esos informes que le llegaban de un alemán. Aunque llegó
a informarle de los planes de invasión de la URSS. Sin embargo, el líder soviético,
pensó que se trataba de un agente provocador.
Lo que más le escamaba a Stalin
es que Roessler era un traidor a su patria, pero no pedía dinero por
hacerlo.
Lo cual no le cabía en la cabeza al dirigente soviético. Igual que le ocurrió
en el caso del famoso espía Richard Sorge.
Además, no olvidemos que, antes
de la invasión alemana a la URSS, este país era aliado de Alemania. Así que
igual lo tomó como una jugada de los británicos para hacerle cambiar de bando.
Parece ser que los británicos
tenían un agente en Alemania, llamado Paul Thuemmel, el cual era un alto
jerarca nazi y les pasaba muchas informaciones. Por lo visto, era muy amigo del almirante Canaris, jefe del
Abwehr, o sea, el servicio de espionaje alemán. Su buena estrella decayó tras
el asesinato de ese almirante.
Sin embargo, luego, Stalin, se
convenció de su lealtad y sus informes le vinieron muy bien para preparar
algunas batallas, como la famosa batalla de Kursk. La mayor batalla entre
carros de combate que se haya dado en el mundo.
Como los soviéticos sabían por
dónde iban a atacar los carros de combate alemanes, les hicieron un pasillo con
minas, para que no pudieran rodearles. Así, los soviéticos, pudieron concentrar
el fuego de su artillería en ese pasillo.
No obstante, se puede decir que
fue una batalla a lo grande. Los soviéticos utilizaron 977.000 soldados, 3.300 carros
y piezas de Artillería y 3.000 aviones. En un frente de unos 100 km.
Mientras que los alemanes movilizaron
570.000 soldados, 2.500 carros y 2.000 aviones. La batalla tuvo lugar entre los
días 5 y 18 de julio de 1.943.
Lo curioso es que, a pesar de esa ingente cantidad de tropas, no se produjeron demasiadas bajas entre los soldados. Por el contrario, se destruyeron muchos blindados.
Incluso, les dio muchos detalles
acerca de la estrategia de los alemanes durante el asedio de Stalingrado y la
invasión de la zona del Cáucaso.
Es más, llegó a informarles sobre
los conocimientos que tenían los alemanes sobre la Inteligencia soviética y hasta
de la situación de las bases de las terribles bombas volantes V-1 y V-2.
Roessler nunca transmitía directamente
sus mensajes, sino que los mandaba a Schneider. Éste los pasaba a Rado y éste a
Moscú. Parece ser que los suizos le pusieron como condición,
para no expulsarle
del país, que tenía que darles una copia de todos sus informes.
Sin embargo, en el caso de los
informes sobre la invasión de la URSS, los suizos se negaron a compartirla. Así
que la transmitió directamente a Rado para que la enviara a Moscú.
Parece ser que los alemanes
llegaron a detectar que había una red en Suiza que pasaba información a los
aliados, incluso descifraron los códigos que usaban en sus mensajes. Por ello,
protestaron ante el Gobierno suizo. Incluso, el propio Walter Schellenberg, jefe
del espionaje alemán y uno de los amantes de la diseñadora Coco Chanel, llegó a amenazar a los suizos con invadir su territorio,
si no eliminaban, inmediatamente, esa red de espionaje.
En 1944, la mayoría de estos
agentes fueron arrestados, juzgados y condenados en Suiza, pero no quisieron
entregarlos a Alemania. Fueron encerrados en la cárcel de Lausana. Lógicamente,
al poco tiempo, ya estaban en libertad. No obstante, Rado consiguió no ser
capturado.
Sin embargo, no tuvieron la misma
suerte los implicados en esa red de espionaje, que operaban
dentro del
territorio alemán. Tras el fallido atentado del coronel von Stauffenberg, la
mayoría de ellos fueron detenidos y ejecutados.
Durante la posguerra, Roessler, quiso
seguir haciendo lo mismo, pero las cosas habían cambiado. Ahora el enemigo de
Europa Occidental no era Alemania, sino la URSS. Así que en 1953 fue detenido,
juzgado y condenado.
Parece ser que se había decidido
por seguir con sus actividades obligado por una situación económica bastante
mala. Así que le pasó sus informes a Checoslovaquia y es de suponer que luego
irían a Moscú.
Aunque permaneció menos de un año
encarcelado, parece ser que su estancia en la prisión no le sentó nada bien.
Pasó sus últimos años en la
ciudad de Kriens, donde escribió una serie de artículos para la revista “Suiza
central libre”, en los cuales se mostraba en contra de la nueva remilitarización
de Alemania y a favor de la solidaridad entre todas las naciones.
La verdad es que nunca se ha
llegado a saber de dónde procedían las informaciones que Roessler recibía de
Alemania. Incluso, el escritor Colin Forbes, en una de sus novelas, da a
entender que venían del propio Martin Bormann. Uno de los hombres de confianza
de Hitler.
Desgraciadamente, nuestro
personaje, murió en la pobreza en Suiza en 1958.
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