Nuestros vecinos, los franceses,
siempre han sido unos maestros para acordarse de lo que quieren y olvidar lo
que no les interesa. Sobre eso, nos podrían dar muchas lecciones a los
españoles.
En la época de la famosa y
sangrienta Revolución Francesa, ocurrieron muchas más cosas de las que, habitualmente,
suelen aparecer en los libros de Historia. Por eso, me parece que es de Justicia
que alguien, como yo, ponga su granito de arena para arreglar este asunto.
Nuestro personaje de hoy se
llamaba realmente Marie Gouze. Nació en la ciudad de Montauban, en 1748. Por si
a alguno le suena de algo esta ciudad, allí nació el gran pintor Ingres. También
murió en ella Manuel Azaña, presidente de la II República española.
Fue registrada como hija de
Pierre Gouze, carnicero, y de Anne Olympe Mouiset, hija de un pequeño
fabricante de ropa.
No obstante, siempre se rumoreó
que, en realidad, su padre era
Jean-Jacques Lefranc de Caix, marqués de Pompignan y un autor de teatro, que
disfrutaba de cierta fama, en aquel momento.
Según dicen, no tuvo una buena
educación y el único idioma que realmente dominó fue el occitano, que era el
que se solía utilizar en el sur de Francia. Antes de que los revolucionarios
casi consiguieran dejarlo en una lengua muerta.
En 1765, con sólo 17 años, seguramente,
la obligaron a casarse con un hombre, mayor que ella, llamado Louis-Yves Aubry, que, ni siquiera lo
calificaba como un buen partido.
Tuvieron un sólo hijo, Pierre, y
enviudó muy pronto, a los 18 años. Acabó muy defraudada con su matrimonio. Así
que no le quedaron más ganas de casarse.
Parece ser que Montauban, donde vivían, sufrió una gran
inundación y, tras ella, aparecieron las fiebres que mataron a muchos de sus
habitantes. Entre ellos, a su esposo.
Tuvo siempre muy mala opinión
acerca del matrimonio. Lo definía como “la tumba del amor y de la confianza”.
Se mostró siempre partidaria del amor libre. Siempre se negó a llevar el
apellido de su marido.
En 1770, se fue a París, pero,
antes, se cambió su nombre. Llamándose, a partir de entonces, Olympe, como su madre.
Modificó ligeramente su apellido y antepuso la partícula “de”, para intentar
dar a entender que procedía de la clase noble.
No fue sola, en su viaje a la
capital, sino que la acompañó un antiguo amigo y protector llamado Jacques Biétrix
de Rozières, que se convirtió en su amante, y su hijo, al que siempre procuró darle una
buena educación. Parece ser que su amigo había obtenido un buen puesto en la
Corte de Versalles.
Allí, procuró vivir en la forma
habitual en que lo hacían los
burgueses. O sea, vistiendo bien, acudiendo a los
salones, donde se debatían todos los temas y se podía conocer a mucha gente,
etc. Uno de ellos, al que solía acudir con mayor asiduidad era el de la marquesa
de Montesson, esposa del duque de Orleans.
El reinado de Luis XVI comenzó
bien, pero, a causa de una de esas frecuentes crisis económicas, la cosa se
torció.
Por ello, a la gente ya no le
hacía tanta gracia que la reina se gastara una fortuna en sus caprichos, sin
mirar que la gente se moría de hambre por las calles. Por ello, la llamaron
Madamme Déficit.
No sé si será cierta esta frase,
pero dicen que, cuando una manifestación llegó a las puertas del palacio real,
la reina preguntó qué ocurría a sus damas de la Corte.
Le contestaron que la gente se
manifestaba, porque no tenían pan para comer
Sin embargo, ella les dijo:
“Pues, que coman pasteles”. Y se quedó tan pancha, porque desconocía lo que
ocurría fuera de su lujoso palacio o le importaba un rábano.
Mientras tanto, Olympe, ya había llegado
a ser muy conocida en los salones, gracias a su belleza y a su ingenio.
Algunos dicen que también formó parte
de una Logia masónica. Es posible, porque, en aquel tiempo, era una forma muy
útil y rápida de poder conocer a gente importante. Parece ser que Mozart se hizo masón con ese mismo objetivo.
Tras esta formación intensiva,
nuestro personaje vio claro que su vocación era ser escritora. El problema es
que se calcula que, en aquella época, sólo un 5% de los franceses sabía leer y le
gustaba la lectura. Así que se decidió por el teatro, como forma más rápida de
hacer llegar sus obras al pueblo.
En 1784, se estrenó en Paris “Las
bodas de Fígaro”, de Beaumarchais.
Esta obra le causó tan honda impresión, que,
poco después, ella escribió “Los amores de Querubin”, que estaría muy influenciada
por la anterior, pues el famoso autor la denunció por plagio.
Parece ser que a ella no le importó
demasiado, pues presumía de tener mucha facilidad para componer nuevas obras.
De hecho, solía afirmar que esa primera obra la compuso en un sólo día.
Su forma de trabajar era muy
curiosa, pues ella no solía escribir. Se limitaba a dictar los párrafos a sus secretarias
y ellas eran las encargadas de escribirlas. Sin importarle
en absoluto que
tuvieran faltas, ni el estilo ni nada de eso. Para ella, lo prioritario era el
fondo de la cuestión.
Después de escribir varias obras
más, las cuales fueron representadas con más o menos éxito, a partir de 1785, tuvo
otro sonoro enfrentamiento.
Esta vez, escribió un drama
llamado “Zamore y Mirza o el feliz naufragio”. Era un alegato contra la
esclavitud. De hecho, el protagonista de la misma era un esclavo negro. Puede
ser que la escribiera, porque se había afiliado al Club de los amigos de los
negros.
Se podría decir que se trataba de
un experimento muy peligroso, pues, hasta ese momento, nadie había escrito en
Francia nada sobre este tema y podría ir a parar a la cárcel.
Incluso, la propia Comedie
Française, estaba financiada por la Corte, la cual estaba repleta de gente que
se estaba haciendo muy rica gracias a ese cruel negocio.
Lo cierto es que, a pesar de que
montaron toda una campaña en su contra, tuvieron que dar su brazo a torcer ante
la valentía de esta mujer y la obra se estrenó en 1792 en la Comedie
.
Dicen que algunos de los actores
no hicieron bien su papel, al objeto de que la obra fracasara cuanto antes.
Algo de lo que ella se quejó muy a menudo, escribiendo cartas a todo el mundo.
Esta obra fue un duro golpe
contra la sociedad francesa del momento, pues, más de la mitad de la riqueza
del país procedía de las colonias.
Así que, como se suponía, antes
de estrenarse la obra, le llegó una orden para ser encerrada en la Bastilla. Afortunadamente,
permaneció allí poco tiempo, pues tenía varios amigos muy influyentes.
Es posible que, entre ellos,
estuviera el célebre abate Grégoire, al que ya dediqué, hace tiempo, otro de
mis artículos.
Parece ser que el motivo que se
buscaron para encerrarla fue que insultó a varios de los actores y que,
incluso, retó a uno de ellos a un duelo a espada.
No obstante, antes de la
Revolución, se permitió escribir dos obras más sobre el tema de la esclavitud.
También poco antes del comienzo
del proceso revolucionario, escribió algunos folletos políticos. En uno de
ellos, llamado “Carta al pueblo”, proponía que se fundara un impuesto
patriótico, donde cada ciudadano diera lo que pudiera y se confeccionaran unas listas,
en las cuales figurarían los nombres de los plebeyos, junto a los de los
nobles. Según ella, así podría reducirse fácilmente la Deuda Pública.
También, en otros de sus folletos
políticos, pidió que se hicieran una serie de centros, donde las mujeres pudieran
dar a luz sin dolor. Fundar casas para huérfanos, ancianos y viudas con hijos.
Crear talleres para parados y hacer una gran reforma agraria para sacarles de
esa situación.
Los temas de sus escritos eran
múltiples, pues también era partidaria de legalizar el divorcio. Defendía la alfabetización
de toda la población y también el reconocimiento de los hijos naturales por sus
padres biológicos, etc.
Curiosamente, era partidaria de
la Monarquía, pero odiaba a María Antonieta, por ser una derrochadora, como pensaban
la inmensa mayoría de los franceses.
Nuestro personaje estaba a favor
de ponerse de acuerdo con los nobles y no de enfrentarse con ellos o exterminarlos,
como pedían muchos radicales.
Precisamente, asistió en Versalles
a la reunión de los Estados Generales, que no se reunían desde 1614. Allí publicó
un panfleto llamado “Grito de los sabios, hecho por una mujer”, donde apelaba
al entendimiento entre la clase noble y el Tercer Estado.
Conviene recordar que el llamado Tercer Estado representaba nada
menos que al 97% de la población de Francia.
De hecho, presumía de no ser de
ningún partido y de que sólo le interesaba el bienestar de Francia y sus conciudadanos.
Ello le restó muchas amistades, durante la Revolución.
Curiosamente, confiaba tanto en
su forma de convencer a la gente, por medio de su palabra, que, tras la
detención de la familia real, cuando huían hacia Austria, se presentó
voluntariamente para defender al rey.
Tras la Revolución, las mujeres,
pudieron alcanzar unas metas muy importantes para ellas. No obstante, esos
mismos revolucionarios procuraron siempre dejarlas en un segundo plano.
La Convención decretó que “las
mujeres no estaban facultadas para asistir a asamblea política alguna”. Para ello,
se basaron en la famosa obra “El contrato social”, de Rousseau, donde se dice
que los hombres son seres racionales, mientras que las mujeres sólo lo son
emocionales.
Evidentemente, esa declaración no
le hizo ninguna gracia a Olympe y en 1791 publicó la famosa “Declaración de los
Derechos de la Mujer y de la Ciudadana” y se la dedicó a la reina.
En su prefacio, se dirige a los
lectores de esta manera: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace
esta pregunta.
Esta declaración tuvo un precedente en la obra de Nicolás de
Condorcet, “Sobre la admisión de las mujeres al derecho ciudadano”, publicada
en 1790.
La verdad es que este texto
podría ser calificado de demasiado revolucionario en aquel tiempo. Aunque, hoy
en día, lo veríamos como lo más normal del mundo. No obstante, muchas de las
cosas que pedía ella en ese texto han tardado siglos en reconocérsele a la
mujer.
Es muy curioso que, a pesar de
que la Revolución Francesa fuera llevada a cabo, en buena medida, gracias al
papel de la mujer, después las apartaran de la misma y no les quisieron
reconocer los mismos derechos que al hombre. Ni siquiera les reconocieron el derecho
al voto.
Olympe, siempre quiso tener una postura
imparcial y a la vez, beligerante. Me parece que en esa época se exigía tomar
partido por alguno de los bandos o tendrías a los dos contra ti.
Fruto de ese espíritu imparcial,
se permitió escribir un panfleto titulado “Las tres urnas o la salud de la
Patria”.
En él, defendía que cada
departamento pudiera votar si optaba por un gobierno republicano centralista,
federal o monárquico. Aunque no firmó el texto, alguien la denunció.
Antes de eso, había defendido la
política de los girondinos, antes de que cayeran en desgracia. Curiosamente,
este grupo había hecho una campaña contra ella a causa de su feminismo.
También se mostró en contra de la
condena a muerte contra el rey, Luis XVI. Todo eso no pasó desapercibido para
el brutal Robespierre y sus esbirros.
Así, como era de esperar, fue detenida
el 20 de julio de 1793 y llevada a la, desgraciadamente, famosa cárcel de la
Conciergerie en París.
Parece ser que consiguió, a base
de sobornar a sus carceleros, que se le enviase a una especie de hospital para
curar unas heridas infectadas.
También aprovechó el tiempo para
escribir nuevos panfletos a los que tituló “Olympe de Gouges en el Tribunal
Revolucionario” y “Una patriota perseguida”.
En ellos, cargó las tintas contra
los jacobinos, y, especialmente, contra Robespierre y Marat. Diciendo de él: “…me
ha parecido siempre ambicioso, sin genio, totalmente dispuesto a sacrificar a
la nación entera para llegar a la dictadura”. Era una forma de decir que estaba
hundiendo las luces de la Revolución en el Terror. Toda una traición a los
principios de la Ilustración.
Así y todo, la nueva República,
quitó el estatus de ciudadana a las mujeres el 30/10/1793.
No sé si ya se vería perdida, porque
vería que no la iban a llevar ante un tribunal ordinario, sino ante uno en el
que no se podría defender. Así escribió: “tu aliento contamina el aire que
respiramos actualmente. Tu párpado vacilante expresa, a pesar tuyo, toda la
infamia de tu alma y cada uno de tus cabellos lleva un crimen”. En una palabra,
que se despachó muy a gusto contra Robespierre.
El 02/11/1793 fue llevada ante el
Tribunal Revolucionario, sin poder disponer ni siquiera de un abogado. Allí, se
defendió como pudo, utilizando, como siempre, su dominio de la retórica.
En su defensa, argumentó haber
sido siempre una buena ciudadana y no haber intentado nunca organizar un
complot contra el régimen republicano. Sin embargo, se la condenó a muerte por
defender los principios federales, como los girondinos.
Al día siguiente, fue
guillotinada por el célebre verdugo, Henri Sanson, al que también dediqué, anteriormente,
otro de mis artículos.
Fue la segunda mujer guillotinada
en Francia. La primera fue su odiada reina María Antonieta. Ejecutada unas dos semanas
antes que ella.
De esa forma, se cumplió otra de
sus ideas. La de que, si una mujer tiene el derecho a subir al cadalso, también
debería poder subir a una tribuna política.
Ante ello, las publicaciones de
los revolucionarios, paradójicamente, defendían que el puesto de la mujer
estaba en la casa y no en la política.
A su muerte, quizás por miedo,
nadie quiso defenderla. Incluso, su único hijo, Pierre, se mostró en contra de
defender su memoria y de intentar vengar la muerte de su madre. Más tarde, se
arrepintió de ello.
De todas formas, a su muerte,
surgieron otras feministas que publicaron los llamados “Cuadernos de la
injusticia”, donde argumentaban su malestar por el papel que había asignado el nuevo
Gobierno a la mujer.
De lo que no hay ninguna duda es
de que fue una mujer muy feminista y muy avanzada a su tiempo. Rompió con todos
los tabúes de la época, que atenazaban a las mujeres y puso en un compromiso a los
gobernantes de la nueva república.
Quizás, por ello, su obra
literaria y política cayó en el olvido, pues era una persona muy molesta para
los gobernantes.
Incluso, durante el siglo XIX,
algunos argumentaron que sus obras no podían ser suyas, porque pensaban que era
completamente analfabeta, mientras que otros la tachaban directamente de
enferma mental.
Tras la II Guerra Mundial, un movimiento
de intelectuales recuperó a este personaje y se le colocó a la misma altura que
otros personajes masculinos ya reconocidos de la Revolución Francesa.
En 1981, Olivier Blanc, investigó
a fondo sobre este personaje y escribió una biografía de la misma.
Ya en 1989, con motivo del
bicentenario de la Revolución, se volvieron a representar de nuevo sus obras.
Ese mismo año, se dirigieron
varias peticiones al presidente Chirac, al objeto de que su nombre figurara en
el célebre Panteón de París. Sin embargo, la idea no fue aceptada por éste.
Parece ser que su asesor, el
historiador Alain Decaux, le indicó que no era bueno llevar el nombre de una
monárquica a ese lugar, considerado como sagrado por el republicanismo.
No obstante, muchos municipios
franceses la han homenajeado, poniendo su nombre a algunas de sus calles y
centros educativos.
En 2007, Ségolène Royal, fue
candidata al puesto de presidente de la República Francesa. Una de las cosas
que prometió, durante su campaña electoral, fue que trasladaría las cenizas de
Olympe al Panteón de París.
Esta decisión no se pudo llevar a
efecto, porque el vencedor de esas elecciones, Sarkozy, no la tuvo en cuenta.
Así que en la fachada del Panteón
sigue figurando el agradecimiento de Francia sólo a los grandes hombres de ese país.
Es muy curioso que, todavía, hoy
en día, he podido leer algún artículo de una escritora francesa, que se muestra
contraria a las ideas de nuestro personaje. En fin, nadie es profeta en su
tierra.