ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

sábado, 9 de marzo de 2013

UNA MUERTE SOSPECHOSA: RENÉ DESCARTES


Cuando alguien visite la antigua iglesia de Saint Germain des Prés, en el barrio latino de París, podrá ver a la tenue luz de las velas una lápida de mármol negro en el suelo de una pequeña capilla situada en un lateral de la nave.

            El nombre que figura en ella es posible que no le diga nada, Renatius Cartesius, pero si digo que se trata del famoso filósofo René Descartes, es posible que a más de uno le suene de las clases de Filosofía del Bachillerato.

            Nuestro protagonista nació un día de 1596 en La Haya, pero no la capital de Holanda, sino una pequeña aldea situada en el centro de Francia, dentro de la región de Touraine.

            Su padre era abogado y juez. Además tenían algunas propiedades de cuyas rentas pudo vivir René cuando fue adulto.

            Como era un niño con una curiosidad muy prometedora, su padre lo envió, al cumplir 8 años, a un colegio situado a unos 100 km. de su casa. Este centro luego se haría famoso. Se trataba del colegio La Fleche, fundado por el rey Enrique IV.

            Allí estuvo rodeado de jesuitas, los cuales, bajo la supervisión del padre Charlet, le dieron una buena formación humanista.

            En esos 10 años tuvo tiempo de formarse en lenguas y autores clásicos, música, arte dramático, equitación, esgrima, etc.

            Más tarde, se interesó por la Ciencia, que en aquella época sólo consistía en aprender las teorías de Aristóteles, las cuales habían sido ya reinterpretadas por los sabios medievales, aunque en la escuela ya se enseñaron también las teorías más recientes sobre Matemáticas y Astronomía. Allí descubrió una serie de errores, que se negó a aceptar como válidos.

            Posteriormente, estudió dos años en la Universidad de Poitiers y en 1616 se licenció en Derecho.

            Se negó a ejercer su carrera, cosa que no gustó nada  a su padre, pero tampoco quiso dedicarse a difundir teorías, como si fuera un académico. Así que decidió conocer el mundo de verdad viajando a través de él.

            En 1618 le llegó su ocasión, al estallar la Guerra de los Treinta años, la cual le sirvió para enrolarse en el Ejército y conocer mundo.

            Aunque participó en la Batalla de la Montaña Blanca, en 1620, no le gustó la vida militar.

            Se dice que tuvo una visión el 10/11/1619 en Ulm. Meditando sobre si existiría una sola ciencia que pudiera resolver todos los problemas, tuvo tres sueños.

            En el primero se vio a sí mismo lisiado y pidiendo refugio en una Iglesia. En el segundo vio cómo le caía encima una fuerte tormenta. En el tercero abría un libro en latín y leía unas palabras que significaban ¿Qué senda de la vida seguiré?

Así que se convenció de que su destino sería encontrar cuál podría ser esa ciencia y dominarla.   

Estuvo unos años viviendo en París, donde celebraba discusiones de alto nivel con otros pensadores laicos y eclesiásticos.

En 1628 se fue hacia Holanda, donde vivió unos veinte años y tuvo una relación con una sirvienta llamada Helen, la cual le dio una hija. Lamentablemente, esta niña sólo vivió cinco años y esto pesaría mucho en el ánimo del filósofo.

Su vida en Holanda consistía en meditar y mantener correspondencia con otros filósofos de su época.

En 1633 acabó una obra titulada “El mundo”, pero, como recibió la noticia de que, por entonces, su amigo Galileo había sido condenado por la Iglesia a causa de su teoría sobre el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, la cual él apoyaba, dejó el manuscrito recién acabado en un cajón.

Así, en los siguientes años, se dedicó a difundir cómo era su método científico, para que fuera aceptado por los eclesiásticos. Esa obra es conocida como “El discurso del método” y se publicó en francés. Allí podemos encontrarnos la famosa frase “Pienso, luego existo”.

Su sistema lo aplicó a algunas ciencias, como la Óptica, donde formuló la Ley de refracción. En el clima, donde buscó una explicación científica. En las Matemáticas, donde fue pionero en la Geometría analítica.

Como no apoyó sus razonamientos, como hacían otros con citas de la Biblia o de otras obras eclesiásticas, pronto se ganó muchas enemistades y su Discurso  figuró inmediatamente dentro de la lista de libros prohibidos por la Iglesia.

A pesar de ello, también se granjeó algunas amistades importantes, como la reina Cristina de Suecia, la cual consiguió sus obras a través del embajador francés en su Corte y, además, inició una relación epistolar  con nuestro personaje.

Esta reina quería mejorar la imagen que se tenía de su país en Europa y así atrajo a su Corte todo tipo de artistas y su mejor fichaje fue Descartes.

No fue fácil convencerle para que, con 53 años, se trasladara a vivir desde la cómoda Holanda a un país con un clima tan poco acogedor  como Suecia.

Su principal obligación fue ser el tutor pedagógico de la reina. El problema es que le hacían levantar a la misma hora que ella, o sea, a las 5 de la mañana, y esto al principio fue una gran contrariedad para un hombre acostumbrado a dormir muchas horas y meditar en la cama.

Su estudiante aprovechó mucho las enseñanzas del maestro, aunque nunca tuvo mucho interés por las discusiones filosóficas.

La llegada del invierno de 1650 se le hizo muy cuesta arriba y se pilló un resfriado, que fue a más, degenerando en una pulmonía, la cual 10 días más tarde le llevó a la tumba.

Como era un católico que vivía en un país protestante, no podía ser enterrado en uno de sus cementerios y se le buscó una tumba en un cementerio para niños no bautizados. Allí, el embajador francés, encargó que se grabara en su lápida una extraña frase: “Expió los ataques de sus rivales con la inocencia de su vida”.

Se desconoce si él tenía rivales en Suecia. Lo que sí se sabe es que la reina tenía intención de pasarse al catolicismo, como hizo después, y recibió secretamente a dos emisarios procedentes de Roma.

No sabemos si nuestro personaje influyó sobre la reina para tomar esa iniciativa. En caso afirmativo, es posible que alguien quisiera quitarlo de en medio.

En aquella época, las noticias de su muerte fueron solapadas por otras más importantes para el futuro de su país.

La reina estaba siendo presionada por el parlamento y sus asesores para que se casara cuanto antes y diera a luz un heredero. Sin embargo, decidió nombrar como heredero a su primo Carlos y reveló a sus confidentes que no se encontraba a gusto y que meditaba sobre su abdicación.

Como ya he dicho antes, cuatro años más tarde fue la protagonista de los cotilleos de toda Europa, pues abdicó, se convirtió al catolicismo y dejó Suecia para ir a vivir a Roma.

Nadie sabe por qué tomó esa decisión, ni tampoco si fue convencida por Descartes.

Algunos opinaban que ella era una gran amante de las artes y se sentía muy presionada en Suecia y, por ello, se fue a Italia.

No obstante, volvió en dos ocasiones para visitar dos propiedades que le habían cedido para su manutención.

Se habló de nombrarla reina de Nápoles o de Polonia, pero ninguno de estos planes se llevó a efecto.

Simplemente, ella estableció en Roma su Corte en el exilio y murió en esa ciudad 35 años después.

En 1666 Francia pidió la exhumación y el traslado a su país de los restos de Descartes, los cuales fueron sepultados en la iglesia de Sainte Genevieve du Mont.

Durante la Revolución Francesa se pensó que no era una sepultura lo suficientemente digna y trasladaron sus restos al Panteón.

No sabemos por qué en 1819 se decidió trasladar sus restos de nuevo al lugar donde se encuentran ahora. El problema es que, antes de darle sepultura en ese templo, se abrió el ataúd y se descubrió que faltaba su cráneo.

Poco después, apareció el mismo durante una subasta en Suecia. Parece ser que había sido apartado del resto del cuerpo durante el primer traslado, pues un tal Israel Hanstrom había escrito una breve explicación del hecho en su frente.

No obstante, aunque el cráneo fue devuelto por Suecia a Francia, nunca llegó a juntarse con el resto del cuerpo y hoy día está depositado en el Museo del Hombre, de París.

Parece ser que en 1980 un científico alemán llamado Eike Pies estudiaba la correspondencia de uno de sus antecesores familiares, Willen Piso, en los archivos de la Universidad de Leyden, en Holanda.

Allí encontró una carta escrita por Johann van Wullen, el médico de la reina Cristina de Suecia, que había sido testigo de la muerte del filósofo. En ella le daba a Piso los detalles del proceso de la enfermedad de Descartes, aunque también decía que la propia reina le había pedido leer su carta antes de que la enviara. Esto parecía muy extraño para una enfermedad tan conocida como la pulmonía.

Así que Eike Pies tradujo la carta y, quitándole las fechas y los nombres, se la entregó a un forense. Esta tardó muy poco en enviarle su informe. Parece ser que era un caso muy claro de envenenamiento por arsénico y no tenía nada que ver con una simple pulmonía.

Este veneno es posible rastrearlo en un cuerpo durante mucho tiempo, pues deja marcas inconfundibles, aunque, para ello, habría que exhumar otra vez sus restos.

Evidentemente, sería casi imposible, a estas alturas, encontrar al culpable de este delito. Más tarde, Eike Pies publicó un libro sobre sus teorías sobre este homicidio.

Es una pena que no se pueda realizar ya esta investigación, pues Descartes fue un pionero en la investigación científica.

Parece ser que, en su momento, hubo muchas conjeturas en Suecia sobre su muerte y la posibilidad de haber sido envenenado. No obstante, estos rumores se fueron apagando al no poder encontrar ninguna explicación clara sobre por qué o por quién podría haber sido asesinado.

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