ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

sábado, 16 de agosto de 2014

MARIANA PINEDA, UNA HEROÍNA CASI OLVIDADA

Hoy traigo al blog a una mujer que derrochó mucho valor durante toda su vida y que al final de la misma provocó, con su actitud, la envidia de muchos hombres.
Como siempre, empezaremos esta historia por el principio. Nació en Granada en una casa de la carrera del Darro, el año 1804, en una época muy conflictiva para la Historia de España.
Su padre fue Mariano de Pineda y Ramírez, marino militar, perteneciente a la nobleza, nacido en Guatemala y caballero de una orden militar. Por el contrario, su madre, María de los Dolores Muñoz y Bueno, que era mucho más joven que él, pertenecía a la clase modesta y la pareja nunca pudo casarse por culpa de los convencionalismos sociales de la época.
A causa de una grave enfermedad del padre, éste le dio una buena cantidad de dinero a la madre, para que cuidara a la niña, pero luego se arrepintió y la denunció, acusándola de haberle robado. Así, la niña se quedó con el padre y la madre desapareció de la escena.
Al poco tiempo, falleció su padre y la niña quedó bajo la custodia de un hermano de su padre, José de Pineda, que era ciego. Allí estuvo muy bien cuidada, pero, cuando a éste se le ocurrió casarse, su esposa, Tomasa Guiral,  no aceptó tener la custodia de la niña, por lo cual, su tío, la entregó a un matrimonio amigo suyo, que vivía muy cerca de su casa y tenían una confitería, o sea, un paraíso para un niño.
Parece ser que la esposa de su tío era una prima suya, cuyo matrimonio fue organizado por la madre de ella, Tomasa Salazar,  para paliar la mala situación económica de su familia.
A pesar de ser una hija ilegítima, Mariana, poseía una buena fortuna, lo cual no impidió que su futuro marido pusiera alguna pega por casarse con una mujer de esa condición social. Ya vemos que en la España de esa época, la gente tenía mucho miedo a las habladurías y todavía se lleva
ba eso de la “limpieza de sangre”. No obstante, algunos autores dicen que ella estuvo toda su vida pleiteando contra la familia de su tío, pues les denunció porque afirmaba que se habían quedado con buena parte de la herencia que le había dejado su padre.
La boda se celebró en 1819, cuando ella sólo tenía 15 años y su marido, Manuel de Peralta y Valte,  ya había cumplido los 26. Además, se realizó sin mucha publicidad a causa de los prejuicios del marido, aunque, según parece, estaba arruinado. También esa rapidez por realizar la boda pudo ser debida a que ella se hallaba embarazada, pues a los 5 meses nació su primer hijo.
Varios de sus contemporáneos hablan de ella alabando su hermosura, dotada de una piel muy blanca, con cabellos rubios y ojos azules. Tuvo muchos admiradores a los que ella casi nunca hizo caso, como el futuro marqués de Salamanca.
Una vez casada, en su domicilio tuvieron lugar muchas reuniones entre conspiradores liberales, ya que su marido era uno de ellos, aunque también había sido militar, y además pertenecía a una Logia masónica. Con esto, ya vemos que los liberales eran liberales para unas cosas, sin embargo, para otras eran muy conservadores. De ese matrimonio, nacieron sus dos primeros hijos.
Aunque su marido falleció sólo 3 años después, ella siguió frecuentando los ambientes liberales del conde de Teba. En ese momento, ella tenía sólo 18 años y dos hijos. No obstante, en aquella época, a las viudas se las consideraba como si fueran cabezas de familia y tenían una consideración social más respetuosa, parecida a la del marido.
Por si a alguno no le suena este título, el conde de Teba que ostentaba el título en esta época fue el padre de la emperatriz de Francia Eugenia de Montijo, que, posteriormente, heredó también ese condado, y de otra hija, María Francisca, que se casó con el duque de Alba.
En 1823, tras la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, conjunto de tropas enviadas a España para que Fernando VII volviera a reinar como un monarca absoluto, comenzó un decenio en el cual el rey se dedicó a eliminar todo lo que oliera a liberal. Así que la represión fue feroz por todas partes.
A Mariana se le encomendaron, al principio, tareas menores, como las de mantener correspondencia con los liberales exiliados en Gibraltar. También visitaba a diario a los presos en la cárcel de Granada.
Otro de sus amores fue Casimiro Brodett, otro militar relacionado con la causa liberal. Se sabe que dirigió una instancia para pedir permiso para contraer matrimonio con ella (algo muy normal entre los militares), pero no se le concedió, no se sabe bien por qué. Pudiera ser a causa de sus ideas liberales.
En 1825, el rey nombró alcalde del crimen de la Real Chancillería de Granada a un personaje muy importante en esta historia. Su nombre era Ramón Pedrosa Andrade y era natural de un pueblo de Lugo. Es curioso, porque este mismo cargo lo había ostentado anteriormente un abuelo de Mariana.
Lo cierto es que a Pedrosa le otorgan plenos poderes y, nada más llegar, asume los cargos de subdelegado de la policía, presidente de la comisión depuradora para los delitos de carácter político y alcalde de casa y corte.
Enseguida, su nombre infundió el terror entre los granadinos, pues, como era lo que se llama ahora un trepa, se tomó su puesto demasiado en serio y, como se suele decir, se pasó diez pueblos.
No obstante, antes de la llegada de Pedrosa, ya habían sido procesados Mariana y un criado suyo a causa de una denuncia de un preso liberal, que se hallaba encarcelado en Málaga. La acusó de prestar grandes servicios a la causa liberal. Además, ese criado suyo había luchado a las órdenes del general Riego.
Seguramente, como su familia era de las más conocidas de Granada, el proceso no siguió su curso y fue archivado por falta de pruebas.
No obstante, cuando llega Pedrosa, intenta reactivar ese proceso y somete a vigilancia la casa de Mariana.
Por otra parte, no es la única de su familia que lucha por la llegada de los liberales al poder, también están en la cárcel un tío suyo, que además es sacerdote, y un primo lejano, que es militar.
Algunos autores dicen que también estuvo enamorada de ese primo, Fernando Álvarez de Sotomayor, el cual fue condenado a muerte por el mencionado Pedrosa.
El caso es que Mariana, que iba todos los días a la cárcel a visitar a los presos liberales, se dio cuenta de que, cuando se aproximaba una ejecución, aquello se llenaba de frailes de todo tipo, para dar consuelo a los presos y nadie les controlaba. Así que no se le ocurrió otra cosa que encargar un disfraz de fraile capuchino y una barba para su primo.
Lo llevó disimuladamente a la cárcel y así éste pudo escapar tranquilamente por la puerta principal. Evidentemente, esto no gustó nada a Pedrosa, el cual, tras destituir al alcaide de la cárcel, mandó vigilar todos los caminos y sometió a registros continuos los domicilios de todos los sospechosos de ser adeptos a la causa liberal.
Parece ser que Pedrosa pensó en primer lugar en Mariana, así que mandó registrar inmediatamente su domicilio. No se confundió, porque allí estaba él, pero le dio tiempo a escapar por una puerta trasera.
Por otra parte, como estaba en camino un levantamiento de los liberales, Mariana, encargó la confección de una bandera a unas bordadoras. El problema es que el levantamiento no llegó a producirse y ella dio orden de que se parara la confección de esa bandera.
Parece ser que los canales habituales de soplones de los que se “alimentaba” Pedrosa solían ser los confesionarios o las queridas de los liberales. Esta vez no fue así.
El padre de un cura liberal, al que no le gustaba que su hijo tuviera relaciones con una de las bordadoras, denunció el tema de la bandera. Por ello, Pedrosa, detuvo al cura y, tras intimidarlo, denunció a Mariana, como la cliente que había encargado la bandera. Algunos autores también insinúan que este cura estaba enamorado de Mariana, pero que ella no le había hecho caso.
Parece ser que Pedrosa se inventa una jugarreta para poder detenerla. Les paga a las bordadoras y les dice que lleven la bandera a la casa de Mariana. Cosa que ellas hacen. Al poco rato, se presenta éste, acompañado de una patrulla policial y los miembros del tribunal, para efectuar un registro en la casa de nuestro personaje. Supongo que tendría que andarse con pies de plomo, porque Mariana es una persona muy influyente y pertenece de hecho a la alta sociedad granadina.
Evidentemente, encontraron enseguida lo que iban buscando, o sea, una bandera de tafetán de color morado y con un triángulo verde en el centro, en el que se decía “libertad, igualdad y ley”. Todo ello, a medio bordar.
Además, esta bandera parecía más un símbolo masónico que liberal, aunque en aquellos momentos, esos dos conceptos eran casi equivalentes.
Parece ser que no está muy clara la forma en que llegó la bandera a casa de Mariana, pues los criados afirman que no la llevó ninguna bordadora. Así que pudo llevarla, incluso, la propia policía. También varios autores dicen que pudo ser una venganza de Pedrosa, pues estaba enamorado de ella y no le hizo caso.
La versión que circula por ahí de que Mariana estaba bordando esa bandera parece ser falsa, porque ella nunca supo bordar y varios testigos, incluido, años después,  su propio hijo, así lo afirmaron.
En un principio, dado que parece que está enferma y, supongo, que debido a su condición social, tuvieron el detalle de dejarla en su casa bajo arresto domiciliario.
No obstante, a los pocos días, ella intentó la fuga disfrazándose con uno de los vestidos de luto de su madrastra. No está claro cómo la pillaron, pero lo cierto es que, a partir de ese hecho, la llevaron a un nuevo lugar.
El nuevo sitio se llamaba el Beaterio de Santa María Egipciaca, famoso por el título de una obra de teatro de José Martín Recuerda, primero censurada y luego estrenada en España ya en 1977. Allí estaban las llamadas “arrecogías”, las cuales solían ser prostitutas, alcohólicas y presas que no interesaba que se vieran, como el caso de Mariana.
Allí estuvo encerrada algún tiempo, hasta pocos días antes de su ejecución, cuando fue trasladada a la cárcel. Fue sometida a constantes interrogatorios, pero nunca quiso delatar a  sus amigos liberales.
Es posible que Pedrosa no tuviera, en principio,  la intención de condenarla a muerte y ejecutar la sentencia, sin embargo,  los dos se obstinaron. La una en no hablar y el otro en intentar sacar de ahí un filón. Todo eso les llevó a una situación de alta tensión, donde el Gobierno de Calomarde y el rey  exigieron su ejecución.
Seguramente, el objetivo último de esta sentencia era demostrar a la nobleza que no le iban a valer de nada sus privilegios, si se enfrentaban a la figura del rey. A Mariana nunca se la vio, desde el Gobierno, como una representante del pueblo llano, sino de la nobleza, que siempre había sostenido a la monarquía.
Incluso, se dice que el propio Pedrosa amenazó al fiscal de la Chancillería, que, si quería conservar su puesto, tenía que pedir la pena de muerte para Mariana.
Parece ser que se hizo un juicio a puerta cerrada, donde no se tuvieron en cuenta para nada las alegaciones del abogado defensor, José María Escalera, al cual, apenas le dejaron tiempo para preparar la defensa, y se dictó inmediatamente la pena de muerte. Tampoco le dejaron a ella asistir a su propio juicio.
Algunos autores afirman que, al conocer su sentencia exclamó: “el recuerdo de mi suplicio hará más por nuestra causa que todas las banderas del mundo.”
Tras su ejecución, no sé quién de los dos bandos respiraría más aliviado. Si los conservadores, por haber eliminado a uno de los dirigentes liberales o los mismos liberales, porque se aseguraban de que ya no podría delatarlos.
De todas formas, está claro que, si los hubiera delatado, es posible que hubiera peligrado su vida y la de su familia, porque sus amigos pertenecían a las familias más influyentes de la zona y Granada era una ciudad de sólo unos 65.000 habitantes, donde todo el mundo se conocería. Seguro que eso ya lo tuvo ella en cuenta, pero no se sabe que sus amigos hicieran nada por sacarla de allí.
La verdad es que tenía que ser una mujer de armas tomar, porque en una de las reuniones se la oyó decir lo siguiente: “Yo, aunque débil por mi sexo, también empuñaré la espada. Seamos libres. Los déspotas nos afligen con demasía. Una sola vida tengo, si más tuviera a la libertad del mundo consagrara”.
De todas formas, hay quién dice que no quiso hablar, porque uno de los conjurados era otro militar llamado José de la Peña, padre de su tercer hijo, al que ella misma ingresó en un orfanato. Por lo visto, para no perder su condición social. Parece ser que esta era la opinión que tenía García Lorca sobre este caso.

También se dice que, al comunicarle Pedrosa que estaba facultado para indultarla, si delataba a sus amigos, ella dijo: “Nunca una palabra indiscreta escapará de mis labios para comprometer a nadie. Me sobra firmeza de ánimo para arrostrar el trance final. Prefiero sin vacilar una muerte gloriosa a cubrirme de oprobio delatando a persona viviente”. Bueno, esta frase parece muy teatral, a mi modo de ver, pero da a entender el carácter de la condenada.

Lo cierto es que estuvo presa desde el 18 de marzo de 1831 hasta el 26 de mayo del mismo año. Ese día la llevaron desde la cárcel baja hasta el cadalso, situado en el Campo del triunfo de la Inmaculada, en Granada. Por lo menos, debido a su origen noble, tuvieron el detalle de trasladarla en mula hasta ese lugar.

Durante el recorrido, muchas mujeres lloraron admirando su entereza y las autoridades pidieron refuerzos militares para prevenir algún posible disturbio. No hubo nada de eso. Nadie movió un dedo para salvarla.

Fue ejecutada esa mañana mediante el procedimiento del garrote. Aún no había cumplido los 27 años. Parece ser que llevaba un vestido de percal azul con flores de azucena, medias grises y zapatos negros de tafilete. Otros dicen que iba vestida con un sayal negro y un birrete, más propio de los reos que iban a ejecutar.
El cortejo formado para la ejecución lo formaba el verdugo que iba tirando de la mula, donde iba ella montada, precedidos por un pregonero que, de vez en cuando, ordenaba parar para anunciar la sentencia. Tras ellos iba un piquete de caballería y una unidad de infantería.

Cuando subió al cadalso, allí la esperaba un viejo sacerdote, el cual estaba muy apenado, porque había sido el mismo que la había bautizado en al iglesia de Santa Ana.

Las autoridades ordenaron que fuera enterrada, si ningún tipo de ceremonia, en una tumba sin nombre, en el cementerio de Almengor. Esa misma noche, dos sujetos vestidos de negro saltaron la tapia del cementerio para clavar una cruz en su tumba.

Unos cinco años después de su muerte, tras haber fallecido también Fernando VII, su  cuerpo fue trasladado desde ese cementerio a una tumba dentro de una iglesia granadina.

Su figura ha sido objeto de muchos homenajes y de varias obras literarias y teatrales.




domingo, 3 de agosto de 2014

LA PAZ DE LAS DAMAS O DE CAMBRAI

Cuando nos ponemos a pensar en el papel de la mujer en los siglos anteriores al XX, nos da por pensar que era poco menos que un cero a la izquierda. Es posible que ocurriera eso en muchos casos, pero no en todos.
Hoy traigo al blog un  episodio en el que fueron protagonistas dos mujeres, muy conocidas en su época, pero hoy totalmente olvidadas.
Para empezar, es preciso situarnos en el contexto de la época. Lo que hoy llamamos Italia, al final de la Edad Media,  estaba compuesta por múltiples Estados. Unos más grandes que otros.

De norte a sur, los principales eran los ducados de Milán y de Saboya, la república de Venecia, la república de Florencia, los Estados Pontificios, el reino de Nápoles y el de Sicilia.
Al renunciar, la Corona de Aragón, a su expansión por la Península Ibérica, vio su futuro en el dominio del Mediterráneo, ya que sus intereses eran más comerciales que militares y tenían que proteger a sus mercaderes, sobre todo, los radicados en Cataluña.
Por eso, convencieron a Jaime I de la conveniencia de invadir las Baleares a fin de eliminar las bases piratas en esas islas, que ponían en peligro el tráfico de las mercancías por ese mar.
Así empezó la Corona de Aragón, su ampliación territorial. Se anexionó Sicilia en 1282, Cerdeña en 1323 y Nápoles en 1442. Hoy en día igual nos parece poco, sin embargo, Nápoles era una de las ciudades más florecientes de aquella época.
También llegaron sus dominios hasta los ducados de Atenas y Neopatria, pero les duraron más bien poco, porque nunca estuvieron muy interesados en ellos, a causa de su lejanía.
Como los reyes de Aragón quisieron dejar de ser feudatarios del Papa, éste les sancionó otorgando sus reinos a otros señores de la época, como eran los segundones de la Casa de Anjou.
Alfonso V el Magnánimo invadió y se quedó con Nápoles, llamado por sus habitantes, para echar a los déspotas de los Anjou. Le debió de gustar mucho la ciudad, porque no volvió a poner más sus pies en Aragón. Dejó la Corona de Aragón  en manos de su esposa. A la muerte de Alfonso V reinó en Nápoles su hijo bastardo Fernando, separando, así,  este reino de la Corona de Aragón. De ahí surgió una nueva dinastía con su hijo Alfonso II, su nieto Fernando II y, para terminar, con Federico I.
Carlos VIII de Francia, que tenía parentesco con la dinastía Anjou de ese reino, intentó recuperar el trono de Nápoles, pero, a pesar de que firmó el Tratado de Barcelona con Fernando el Católico (1493) éste se opuso a sus deseos y le envió nada menos que al Gran Capitán, del que todos habremos oído hablar. Incluso, realizó una pequeña invasión de Francia, para que los franceses tuvieran que retirar parte de sus tropas de Italia. Esta primera guerra acabó en 1498, con un tratado firmado entre Luis XII y Fernando el Católico.
Aunque parezca mentira, la llegada de Fernando el Católico a Castilla cambió las relaciones internacionales de este reino. Hasta la fecha, Castilla había tenido buenas relaciones con Francia y no tan buenas con Inglaterra. En el caso de Aragón, era al contrario, así que Fernando, impuso los puntos de vista de Aragón y modificó las alianzas de Castilla en provecho propio, claro.
Otra cosa que siempre le gustó mucho a Fernando fue que en Castilla todo el mundo acataba las órdenes del rey, mientras que en Aragón había que pactar primero con las Cortes de cada uno de los reinos que formaban esa Corona, cosa que dilataba mucho cualquier decisión.
Al año siguiente al mismo Luis XII, le remordería la conciencia de haber abandonado Italia y se buscó alianzas con varias potencias de la zona, incluido el Papa Alejandro VI. Así que ese mismo año, invadió de nuevo el norte de Italia, tomando Milán sin problemas. Luego pactó de nuevo, en Granada,  con el rey Fernando el Católico para echar del trono a Federico I y repartirse el reino de Nápoles. Por ello, España ocupó la zona sur del reino y Francia el norte.   
Con estos territorios, se creó un virreinato que perteneció a España hasta el final de la de la Guerra de Sucesión, a principios del XVIII. El primer virrey fue el Gran Capitán.
En 1502, Felipe I el hermoso, nuevo rey de Castilla, acordó con Luis XII que el título de rey de Nápoles sería para Claudia,  la hija del soberano francés, y que ésta se casaría con el futuro Carlos V.
Evidentemente, al ver el soberano francés el auge de los Habsburgo y el peligro de que su reino fuera engullido por ellos, canceló en 1506 el compromiso de boda y casó a su hija con su sobrino, el futuro Francisco I.
La llegada de Francisco I al trono de Francia hizo que se reactivaran las apetencias francesas por Italia. Posiblemente, la rivalidad entre este soberano y Carlos V venía de que el francés también fue candidato, junto con Enrique VIII, al trono del Sacro Imperio.
Para empezar, como los españoles se dieron cuenta de que la soberana de Navarra pretendía entregar su reino a Francia, la invadieron y la anexionaron. No olvidemos que Navarra siempre fue un territorio en disputa entre Francia y España y los reyes franceses llevaron también el título de reyes de Navarra hasta 1830.
Mientras tanto, Francisco I, aprovechó para atacar de nuevo Italia. No tuvo mucha suerte e, incluso, fue capturado en la batalla de Pavía, en 1525, y enviado preso a Madrid, donde firmó un nuevo tratado con Carlos V.
En cuanto fue devuelto a su país, el soberano francés firmó en 1526 una gran alianza con Venecia y Florencia, además de Génova y que fue bendecida por el Papa con el nombre de Liga Santa, también llamada Liga de Cognac.
La guerra no empezó muy bien  para los franceses, pero acabó fatal cuando sus aliados genoveses se pasaron al bando español, quizás porque habían “olido” el oro que nos estaba llegando ya desde América,  y el Papa tuvo que soportar el Sacco de Roma, en 1528.
Llegados a este punto, retomo el tema que inicié al comienzo de este artículo. Como el emperador Carlos V era muy aficionado a la caballería andante, algo más propio de la época medieval, se permitió retar a Francisco I a un duelo, donde combatirían sólo ambos soberanos. Por supuesto, esto fue rechazado por el monarca francés, más aficionado a la cultura renacentista.
Por algún  motivo no aclarado, esta vez eligieron los dos monarcas a dos mujeres para representarles en las conversaciones de paz entre ambos reinos.
No obstante, hay que mencionar que ambas mujeres eran ya muy famosas en su época. Una de ellas fue Margarita de Austria, hija de Maximiliano de Austria y hermana de Felipe I el hermoso, rey de Castilla por su matrimonio con Juana I la loca.
Margarita casó con Juan,  heredero de Castilla y Aragón por ser  hijo de los Reyes Católicos, el cual murió muy pronto a causa de la tuberculosis. Ella estaba embarazada cuando se quedó viuda y su hija también murió enseguida.
Más tarde, casó con Filiberto II, duque de Saboya, pero su matrimonio sólo duró 3 años, a causa de la muerte del duque.
A partir de ahí, su padre le ofreció la regencia de los países Bajos y la tutela de los 4 hijos de Felipe el hermoso y Juana la loca. Por supuesto, uno de ellos sería el futuro emperador Carlos V. En ese puesto pudo demostrar sus habilidades diplomáticas, negociando un  tratado con Inglaterra. También participó en las discusiones para organizar la Liga de Cambrai contra Venecia. Posiblemente, por esos antecedentes, fue nombrada por su sobrino para que le representara en las conversaciones de paz, que dieron  lugar a la Paz de Cambrai.
Por otra parte, Luisa de Saboya fue  la hija mayor de Felipe II de Saboya y heredó de su padre el título ducal de Saboya. Casó muy joven con Carlos de Valois con el que tuvo 2 hijos: Margarita, que fue madre de Juana III de Navarra y abuela de
Enrique IV de Francia, del que, posiblemente, hablaré en otra próxima entrada. Su otro hijo fue Francisco I, ya mencionado en este artículo.
Luisa, que tenía una gran inteligencia, enviudó cuando tenía solamente 19 años y se trasladó a vivir al palacio real, junto a Luis XII, que era primo de su marido.
Como Luis XII no tuvo hijos varones, consiguió que el rey considerara a su hijo Francisco como su favorito
para el trono y le casó con su hija Claudia. Con ello, consiguió ser el heredero del trono de Francia.
Luisa ganó varios pleitos sucesorios y pudo, así, disfrutar de varios títulos nobiliarios muy importantes en Francia.
Tuvo que asumir el papel de regente durante las ausencias de su hijo. Incluso, tras su captura en Pavía y su encierro en Madrid, tuvo que asumir plenos poderes en Francia.
Por ello, no es de extrañar que fuera nombrada por su hijo para que le representara en las conversaciones que llevaron a cabo la Paz de las Damas, firmada el 5/08/1529.
Este tratado venía precedido por una tregua firmada en Barcelona el 29/06 del mismo año y por la reconciliación entre el Papa, Clemente VII, y el emperador, tras el trágico episodio del Sacco de Roma.
Este cambio de actitud del Papa dio lugar a la coronación de Carlos V, realizada por este mismo Pontífice el 22/02/1530 en Bolonia. Precisamente, uno de los que acompañaron al nuevo emperador en el cortejo y llevó uno de sus símbolos imperiales fue el duque de Saboya.
Por lo que se refiere al Tratado de Cambrai, ambas partes tuvieron que aportar algo. Carlos V tuvo que ceder a Francia el ducado de Borgoña, algo muy duro para él, pues lo consideraba el origen de su familia. De hecho, le encargó a su hijo Felipe II, en su lecho de muerte, que intentara recuperarlo.

Por su parte, Francisco I, cedió los derechos sobre Nápoles, Milán y Génova, con lo que el emperador ya era dueño de casi toda Italia. Flandes y el Artois ya no serían vasallos de Francia y no tendrían que pagarle tributos. Las deudas del emperador con Enrique VIII tuvo que pagarlas Francia, así como todos los gastos derivados de la coronación imperial. Una pasta, vaya.
En 1530, acabó otro trágico episodio, con la entrega en el Bidasoa de los hijos de Francisco I, que habían continuado presos en Madrid, aunque se había liberado ya a su padre, y que no fueron devueltos hasta que Francia pagó su rescate.
Otra de las cláusulas que se firmaron para acercar más las coronas de ambos reinos, fue el matrimonio de Francisco I, ya viudo de Claudia, con la hermana de Carlos V, Leonor de Austria, que por entonces era la viuda del rey de Portugal.
Este matrimonio no tuvo mucho éxito. No sé si sería porque fue forzado por ese tratado o porque, según parece, a pesar de que Leonor había sido muy bella en su juventud, ahora padecía muchas enfermedades, entre ellas, elefantiasis, las cuales le desfiguraron mucho.

Sin embargo, al morir Francisco I en 1547, Leonor aprovechó para volver a España y vivir el resto de sus días junto a su hermano Carlos V.
Realmente, la Paz de Cambrai fue un tratado más de los firmados durante las llamadas Guerras de Italia. También Venecia firmó la paz con España y Florencia fue gobernada a partir de entonces por la familia Médici.
En 1536, Francisco I volvió a las andadas, tras la muerte del duque de Milán, pues, según parece, no estaba de acuerdo en que Felipe II de España heredara ese ducado, ya que el duque había muerto sin descendencia.
Conquistó Turín, pero no pudo hacer lo mismo con Milán. Mientras tanto, Carlos V invadió la Provenza francesa. La guerra acabó con la tregua de Niza, que dejó Turín en manos de Francia.
En 1542, la desesperación de Francisco I le hizo aliarse nada menos que con los turcos, consiguiendo algunas victorias. Mientras tanto, Carlos V se alió con Enrique VIII de Inglaterra para atacar el norte de Francia. Los dos bandos decidieron para las hostilidades y se retiró cada uno a sus posiciones anteriores.
Como no habían tenido bastante, en 1547, Enrique II, el sucesor de Francisco I, atacó los dominios del emperador, con la “sana” intención de siempre de tomar Italia. En esta ocasión, el emperador, ya andaba un poco viejo y achacoso, pero su sucesor, Felipe II, era joven y con ganas de demostrar sus poderes a los galos, así que decretó la invasión total de Francia y derrotó a éstos en San Quintín, en 1557. Los franceses llegaron a tomar Calais, pero se vieron forzados a firmar la trascendental paz de Cateau Cambresis, por la que Francia renunció definitivamente a sus derechos sobre Italia.
Supongo que todo el mundo sabrá que Felipe II, que no era muy dado a estar junto a sus tropas, sí lo estuvo, por primera y
única vez, en la batalla de San Quintín y conmemoró esta victoria con la construcción del Monasterio de El Escorial.
Por otra parte, una de las cláusulas del Tratado de Cateau Cambresis indicaba que Felipe se casaría con Isabel de Valois, hija del rey de Francia. Cosa que hizo y fruto de ese matrimonio nacieron las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, que fue duquesa de Saboya.
También, durante los festejos por esta boda, Enrique II, quiso demostrar su habilidad en un torneo y tuvo la fatalidad que la lanza de su adversario entrara por un agujero de su casco, atravesando su ojo y haciendo que muriera casi instantáneamente. Esa circunstancia dio lugar a una gran inestabilidad en ese país y a las famosas guerras de religión, de las que hablaré en otro momento.
Espero no haberme enrollado demasiado y que os haya gustado el artículo.