ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

jueves, 14 de mayo de 2020

LA CRISIS DE 1917


Hoy voy a hablar de un fenómeno que se produjo en España, en plena I Guerra Mundial, que, a primera vista, podría parecer que llenó los bolsillos de todos los españoles, pero que, desgraciadamente, no fue así.
Veamos este asunto de cerca. Aquella guerra que, según los beligerantes, iba a durar sólo unos pocos meses, ya llevaba varios años. Con la consiguiente enorme pérdida de vidas humanas y daños materiales de todo tipo y sin tener nada claro cuándo iba a acabar.
Hace un rato, estuve leyendo que, al comienzo de la Guerra de los cien años, el rey de Inglaterra, también “profetizó” que iba a durar muy poco. No estuvo muy acertado, porque duró 115 años.

En el caso español, muchos industriales, principalmente, de la zona norte de la Península Ibérica, negociaron con ambos bandos e, inmediatamente, comenzaron a exportar todo tipo de suministros.
Precisamente, España, que tenía una de las mayores marinas mercantes del mundo, perdió varias decenas de barcos, torpedeados, principalmente, por los submarinos alemanes. En uno de esos ataques murieron el gran compositor Enrique Granados y su esposa.
El problema fue que, a causa de tantas exportaciones, desabastecieron el mercado nacional, y eso causó una gran inflación. No era la primera vez que ocurría eso en la Historia de España.
la cosa hubiera sido llevadera si las subidas salariales hubieran compensado esa inflación, pero, como todos sabemos, eso no suele ocurrir en España. Así que, como siempre, los obreros fueron los que pagaron el pato.
Lógicamente, la burguesía industrial se enriqueció e intentó alcanzar mayores cotas de poder en el Gobierno. Sin embargo, se encontró con el obstáculo de la aristocracia y la burguesía agraria, que era muy conservadora, los cuales supieron atraerse el apoyo del Ejército.
Eso no le debería de extrañar a nadie, pues una buena parte de la oficialidad procedía de la nobleza. Sólo hay que mirar cualquier número del Diario Oficial del Ministerio de la Guerra y, en la parte donde se publican los ascensos y los traslados de personal, veréis que, junto al nombre del oficial, figura su título nobiliario.
Por otro lado, las malas condiciones laborales en el campo, unido a las malas cosechas, provocaron que muchos campesinos emigraran a las zonas industriales.
Parece ser que ese año fue muy frío. Apenas hubo primavera. No he podido conseguir estadísticas completas sobre España. Sin embargo, he visto que el invierno se alargó mucho, por ejemplo, en París, se dieron temperaturas de hasta 15º bajo cero, en pleno mes de abril. Incluso, en Italia, se le califica como el año más frío, entre 1889 y 1953. Como anécdota, en varios países, los cerezos, florecieron 3 semanas más tarde de lo habitual.
Volviendo a España, hay que reconocer que no todo fue negativo. La abundancia de ingresos le vino muy bien a Hacienda para liquidar casi toda la Deuda Exterior. También se nacionalizaron algunos sectores controlados por empresas extranjeras. Al mismo tiempo, la balanza comercial pasó de ser deficitaria a tener continuos superávits entre 1915 y 1919.
Por lo visto, muchos empresarios, calificaron a ese momento como “la época de la insospechada prosperidad”.
Como ejemplo, puedo citar que, desde que empezó la I Guerra Mundial, se multiplicaron por 40 las exportaciones de lana y en las sucursales de los Bancos en Cataluña se quintuplicaron los saldos de los depósitos de los clientes. Evidentemente, los obreros no solían tener cuentas en los Bancos.
Por el contrario, la inflación fue devorando los pocos ahorros que tenía la gente. Sólo en 1917, la inflación llegó al 26%. Pero es que, desde 1914, los precios habían subido un 68%.

No obstante, como en España siempre se ha tenido una mentalidad cortoplacista, los industriales no supieron crearse un potente mercado interior y toda esa prosperidad acabó nada más terminar la guerra, porque los demás países dejaron de comprar sus productos, dado que no tenían unos precios muy competitivos y también eran de una calidad muy inferior.
Todo ello, acarreó una mayor diferencia del nivel de vida entre el campo y las ciudades y un atraso mayor en el campo, donde no se invirtió nada para modernizarlo.
Por no hablar de que hubo una mayor diferencia de ingresos entre las clases que formaban la oligarquía gobernante y el proletariado agrícola e industrial. Algo que le vino muy bien a los partidos y sindicatos obreros para acoger a muchos más afiliados. O sea, se radicalizó la política, igual que está ocurriendo ahora.
Aparte de ello, los servicios diplomáticos y la Inteligencia de los países en conflicto presionaron duramente a las autoridades
españolas para que se decidiesen a entrar en la guerra en alguno de los dos bandos. De hecho, se produjeron muchas manifestaciones callejeras, donde hubo peleas entre germanófilos y aliadófilos. Incluso, parece ser que esos servicios de Inteligencia extranjeros se infiltraron en la CNT para prolongar las huelgas en fábricas que trabajaban para el otro bando o realizando atentados para que les echaran la culpa a los sindicalistas.
Afortunadamente, el Gobierno fue sensato y no metió a España en esa guerra. Evidentemente, no siempre acertó. Ya en 1915, publicó una Real Orden, por la que creaba las Juntas provinciales de subsistencias, con el propósito de regular los precios. No sé si a algunos les recuerda esto el intento de nuestro actual Gobierno de regular el precio de las mascarillas. No hará falta decir que ambos gobiernos fracasaron en su intento de fijar unos precios de venta por debajo de su coste.
Para colmo de males, no se les ocurrió otra cosa que reducir las importaciones de trigo. Algo mortal para un país, que siempre ha sido deficitario en ese cereal tan básico.
Todo ello hizo que la sociedad española se partiera en dos. Una parte la formaban los que se habían enriquecido con esta situación. Es decir, los industriales, grandes terratenientes agrícolas y ganaderos, industriales, etc. Por otro lado, estaban los proletarios.
No hay que tomárselo a broma. Recuerdo que, cuando estudiaba la carrera, tuve una profesora que afirmaba que en esa época se gestaron los odios que dieron lugar a las grandes matanzas de la guerra civil española. La verdad es que, en ese momento, me pareció una afirmación un tanto exagerada, pero, si se estudia detenidamente, se puede ver que no le faltaba razón.
Hay que decir que, en aquella época, a los grupos que, desde 1876, con motivo de la Restauración monárquica, forman la oligarquía, ahora se añaden otros nuevos.
Entre los antiguos, podemos destacar los especuladores, los terratenientes conservadores, la burguesía industrial del País Vasco y Cataluña (que tenía ciertas ideas para modernizar el país, pero sin renunciar a sus tradicionales monopolios) y la burguesía comercial y financiera conectada a la de otros países. Aunque parezca mentira, los que siempre han sido partidarios del libre comercio han sido los bodegueros andaluces.
Entre los nuevos, podríamos destacar a los banqueros del País Vasco, la nueva burguesía agraria de Castilla y León, que se había aprovechado de la implantación de la red ferroviaria, la burguesía de las huertas de Valencia y la de las minas de Cartagena.
Existía una pequeña clase media, formada por intelectuales, funcionarios, militares, comerciantes y pequeños industriales, que deseaban la modernización del país.
Al final de todos estaban los campesinos y los obreros industriales. No hará falta decir que la mayoría de los primeros eran analfabetos y solían estar a expensas de los caprichos de los terratenientes. En cambio, los segundos solían estar mejor formados y tenían conciencia de su clase social. Algo que les inculcaban los partidos y sindicatos de izquierdas, pues muchos de ellos estaban afilia
dos a la UGT o a la CNT. Depende de la zona de influencia de cada sindicato.
Más o menos, las zonas donde predominaba la UGT eran Madrid, País Vasco, Castilla, Extremadura y Asturias. La CNT dominaba en el campo andaluz y entre los obreros catalanes. También había unos sindicatos fundados por la Iglesia Católica, pero apenas tenían arraigo.
Por lo que se refiere a los partidos tradicionales, carecían de una base popular. Llegaban al Gobierno a base de conceder privilegios a los grupos más altos de la escala social y las elecciones solían estar amañadas. Tanto es así que, en los diarios de cada provincia, se publicaban los candidatos a los que tenían que votar, obligatoriamente, los electores y sólo a esos pocos. Lo que se llamaba el encasillado.
Los tradicionales partidos de la izquierda reformista ya no entusiasmaban a nadie y fue en este caldo de cultivo donde progresaron el socialismo y el anarquismo.
Así que la crisis desatada en 1917 y el espejismo de la Revolución Rusa hizo que muchas miles de personas corrieran a afiliarse a esos partidos y sindicatos.
Ciertamente, ya no tenía mucho sentido aquella Constitución diseñada por Cánovas y Sagasta, que se apoyaba en el turno entre sus dos partidos políticos, porque casi nadie creía ya en ellos.
Así que esta crisis trajo consigo que saltaran todas las “costuras” que encorsetaban aquella sociedad y a partir de entonces ya nada fue igual. Hasta que se abolió ese régimen el 14 de abril de 1931.
Al que le parezca un poco exagerado lo que digo, le puedo mencionar que, en 1917, los precios habían subido una media nacional del 37,5%. Por el contrario, los salarios, habían subido poco o, incluso, nada.
A finales de 1916, los sindicatos, llamaron a la huelga general en todo el país. Como siempre, el Gobierno, entonces presidido por Romanones, acudió a la Guardia Civil y al Ejército, pero no tuvieron que intervenir, porque no hubo manifestaciones. Eso sí, la inmensa mayoría de la gente secundó la huelga.
Sin embargo, en 1917, ya se hablaba de realizar una huelga general indefinida y hasta de poner en marcha un proceso revolucionario para desbancar a los partidos tradicionales del Gobierno.
Incluso, parece ser que llegaron a reunirse varias veces los dirigentes del PSOE y la UGT con los líderes de los partidos reformistas, como Alejandro Lerroux o Melquiades Álvarez. La idea era formar un comité que movilizase a la población para exigir unas Cortes constituyentes.
Por lo visto, la mecha la encendió la negativa de una compañía ferroviaria a subir el sueldo a sus
empleados, lo que desató la huelga general en todas las compañías ferroviarias de España.

El Gobierno, que, desde abril de 1917, presidía García Prieto, tomó la decisión de enfrentarse a las masas obreras. Dio unas instrucciones muy concretas a los gobiernos civiles y les informó de que podrían contar con la ayuda del Ejército. Este gobierno sólo duró hasta junio de ese año y a partir de ahí, tomó las riendas Eduardo Dato, que endureció aún más la postura gubernamental.
Olvidaba mencionar que, antes que ellos, Romanones tuvo que dimitir debido a que los partidos catalanistas obstaculizaron su labor. Seguro que eso os suena de algo.
Curiosamente, parece ser que los partidos y sindicatos de izquierdas consideraban que aún no era el momento para el levantamiento, pero tuvieron que apoyar la huelga, decidida por sus bases, para no perder afiliados. Incluso, les dieron instrucciones a sus partidarios para no enfrentarse abiertamente con la fuerza pública.
Los partidos reformistas tampoco estuvieron de acuerdo con esta huelga, pero tras una reunión con Melquiades Álvarez, aceptaron colaborar en ella. Parece ser que Lerroux se escondió, como de costumbre.
El 13 de agosto comenzó la huelga general en toda España. La verdad es que tuvo mayor éxito de lo esperado. El país quedó casi completamente paralizado.
El Gobierno respondió con una ferocidad inusitada. Decretó el estado de guerra y sacó al Ejército a la calle. En algunos sitios llegaron a utilizar las ametralladoras y la artillería para atacar a los huelguistas. Así que se montaron barricadas, donde se produjeron muchos heridos y muertos.
Especialmente, en las minas de Río Tinto, todavía en manos británicas y situadas en la provincia de Huelva, donde habían desplazado a un regimiento, la represión fue brutal. Mataron a 10 mineros, aunque el Gobierno sólo reconoció la muerte de 4. Aparte de 90 detenidos y 500 que echaron a la calle.
Al final, la huelga terminó el día 20 de agosto en casi toda España, salvo en Asturias, que continuó hasta el final de mes. Allí se prodigaron los tiroteos entre los mineros y las fuerzas del Ejército. No se conocen las cifras de muertos y heridos.
Fueron detenidas unas 2.000 personas en toda España. Sólo se salvaron de ser capturadas los que se echaron al monte y los que optaron por el exilio.

A finales de septiembre tuvo lugar el consejo de guerra contra los principales dirigentes de esta huelga. Las condenas fueron desde la cadena perpetua, para 4 de ellos, hasta los 4 meses para los tipógrafos que imprimieron los carteles llamando a la huelga.
Posteriormente, en las elecciones municipales de ese año, los condenados a cadena perpetua fueron los más votados en sus municipios y luego también en las siguientes elecciones legislativas. Así que el nuevo gobierno de concentración nacional, presidido por Maura, ante las peticiones llegadas de toda España, no tuvo más remedio que amnistiarlos a final de año.
Otros protagonistas de esta crisis fueron los partidos catalanistas, que tomaron la iniciativa e invitaron a reunirse con ellos a políticos de los partidos republicanos y socialistas. 
En suma, le pedían al Gobierno presidido por Eduardo Dato que le otorgaran una autonomía, que también podría darse a otras regiones de España. En caso de no aceptarlo, cosa que ocurrió, se convocaba a los parlamentarios a realizar una reunión, llamándose a sí mismos los verdaderos representantes de la voluntad de los españoles.
El Gobierno se negó a ello. No obstante, el 19/07, a pesar del cerco policial sobre Barcelona, unas decenas de parlamentarios consiguieron reunirse en el antiguo palacio del gobernador en la Ciudadela, hoy Instituto Verdaguer.
Se pidieron unas Cortes Constituyentes para poder solucionar los problemas políticos y económicos del país. Sin embargo, esta asamblea fue interrumpida por el gobernador civil de Barcelona que iba acompañado por agentes de la Policía y de la Guardia Civil y les exigieron que se fueran. Cosa que hicieron sin oponer resistencia.
No obstante, los regionalistas, que eran todos de derechas, se dieron cuenta de que no disponían del apoyo de los partidos tradicionales. Así que no impulsaron mucho este movimiento, porque ya tenía un cariz muy antimonárquico.
Así que, cuando empezó la huelga general, los parlamentarios publicaron un manifiesto distanciándose de los huelguistas. Ellos no apoyaban una revolución social, como pedían los trabajadores, porque muchos de esos parlamentarios eran o representaban a los empresarios. Además, los propios dirigentes sindicales reconocían haber perdido su influencia sobre los huelguistas.
En octubre, se celebraron nuevas reuniones de estos parlamentarios descontentos con el Gobierno. Sin embargo, en noviembre, estos mismos parlamentarios catalanistas disconformes entraron a formar parte de un Gobierno de concentración nacional, presidido por García Prieto. Es más, obtuvieron como recompensa los ministerios de Hacienda e Instrucción Pública.
Por el contrario, el resto de los parlamentarios disconformes vieron esto como una traición, pero los catalanistas les contestaron que había sido una forma de romper el turnismo en el Gobierno y una forma de influir desde dentro del Gobierno. Realmente, fue una forma de que los catalanistas acumularan mayor poder dentro del Estado. 
No les importó que, muchos de sus antiguos partidarios, les miraran con mala cara en Cataluña.
El último protagonista de esta historia es el Ejército. Cánovas lo había definido como “el más robusto sostén del orden social y un invencible dique de las tentativas ilegales del proletariado”. O sea, que lo pusieron al servicio, no de todo el pueblo, sino de la oligarquía que dominaba el régimen salido de la Restauración.
Parece ser que, tras las derrotas de 1898, el Ejército, recibió innumerables críticas, por parte de la prensa y eso le obligó a encerrarse en sí mismo y separarse de la sociedad a la que, al menos, teóricamente, debían de servir.
Su conservadurismo hizo que echaran la culpa de sus problemas a los políticos, la prensa y los obreros. Una prueba de eso fueron los repetidos asaltos de los militares a las redacciones de los periódicos más críticos con ellos.
Esas presiones al Gobierno dieron lugar, en 1906, a la aprobación de la Ley de Jurisdicciones, por la que los militares podían procesar a todo el que se metiera con ellos.
Sin embargo, el exceso en la plantilla de oficiales hizo que el Ejército no se modernizara, tal y como hacían los de los países vecinos y aumentara la burocracia en los cuarteles. La inmensa mayoría de su presupuesto se gastaba en pagar sueldos y no en armamento, ni munición.
De esa manera, dado que los militares estaban cada vez más descontentos por la forma en que les trataba el Gobierno, se constituyeron las Juntas de Defensa e, increíblemente, fueron legalizadas en el mes de junio de 1917, aunque existían desde muchos años antes. Evidentemente, los militares, también acusaban el efecto que había provocado esa fuerte inflación en sus salarios.
También había mucho descontento entre los militares destinados en la Península y los destinados en África. Estos últimos, solían tener una carrera más rápida, basada en los ascensos por méritos de guerra. Así que el Gobierno pensó en realizar unos exámenes para justificar los ascensos. 
Sin embargo, unos los rechazaron, porque parecían hechos para soldados rasos y los de Artillería e Ingenieros, porque siempre se habían opuesto a otra forma de ascender, que no fuera mediante su antigüedad en el escalafón.
Se formaron Juntas por armas y cuerpos, estando la sede central en Barcelona, presidida por el coronel Benito Márquez.
Evidentemente, esto de suprimir los ascensos por méritos de guerra no gustó absolutamente nada a los militares destinados en África.
Parece ser que los sucesivos gobiernos habían tolerado las Juntas de los militares por la simpatía que mostraba el rey hacia ellos. Sin embargo, en mayo de 1917, el nuevo ministro de la Guerra, general Aguilera, exigió el cese inmediato de las mismas.
Contra todo pronóstico, cuando, en mayo de 1917, los oficiales que formaban la Junta Central, con sede en Barcelona, fueron requeridos, por el general Alfau,  capitán general de Cataluña, a disolver su organización, se negaron a hacerlo. Así que fueron detenidos y enviados a la prisión militar de Montjuich.
Esto dio lugar a un movimiento de solidaridad a nivel nacional. No sólo no se disolvieron las Juntas provinciales de los militares, sino que se formaron nuevas Juntas en Correos, Hacienda, Policía, Fomento, Instrucción Pública, etc.
Parece ser que la Junta confiaba en tener al rey de su lado y hasta le llegaron a decir en una nota al monarca: “adelantaos a hacer la revolución contra la oligarquía, con el apoyo del pueblo y del Ejército”. 
De esa forma, se alineaban con la asamblea de parlamentarios para pedir unas nuevas Cortes Constituyentes.
De hecho, en varias ocasiones, a causa de su presión, llegaron a conseguir el cese de algunos gobiernos.
Eso sí, enseguida se distanciaron de las reivindicaciones proletarias, definiéndose como “movimiento profesional, no revolucionario o subversivo, como el de la izquierda proletaria”.
No obstante, a primeros de junio, se podía leer en el periódico El Socialista: “En España hay algo más que mauristas y militares. Hay pueblo. Y este pueblo no tolerará, suceda lo que suceda, que los asesinos de Ferrer y compañeros gobiernen”.
Así que el ambiente se calentaba cada vez más. De hecho, el dirigente socialista Marcelino Domingo, que luego fue ministro, durante la 
II República, escribía en uno de sus artículos unas palabras dirigidas a los suboficiales y soldados: “Pronto se romperá la disciplina en las calles a petición de vuestros hermanos. ¿Dispararéis contra los humildes para proteger a las clases altas?”.
Todo eso llevó al Gobierno a suspender las garantías constitucionales e implantar la censura en la prensa.
Por otro lado, la Asamblea de Parlamentarios, intentó atraerse a las Juntas militares, diciendo que sus intereses no iban por el separatismo, sino por la lucha contra las oligarquías gobernantes. Igual que querían ellos. Sin embargo, los militares, no se fiaron y no aceptaron unirse a ellos.
No obstante, cuando el 10 de agosto empezó la huelga general y el Gobierno declaró el Estado de excepción, el Ejército, a pesar de que las Juntas no estaban muy de acuerdo con reprimir a la población, optaron por hacer lo mismo que habían hecho siempre. O sea, apoyar a la oligarquía gobernante.

De hecho, se podía leer lo siguiente en el periódico La Libertad: “Recuerde también la oficialidad del Ejército que los lemas del movimiento subversivo del 1 de junio fueron: “moralidad, justicia y libertad”. ¿Qué moral, qué justicia y qué libertad hay en acuchillar a un pueblo inerme, defensor, con los brazos caídos, de la moral, la justicia y la equidad?”
Esta actuación marcó mucho al Ejército, así que, posteriormente, exigieron y consiguieron el cese del Gobierno.
En noviembre, volvió a presidirlo García Prieto y el nuevo ministro de la Guerra, Juan de la Cierva, se dedicó a atemperar el ánimo de los militares, subiéndoles el sueldo, ascendiendo por riguroso orden de antigüedad y tomando como ayudantes a los más manejables de los que se encontraban en las Juntas. 
De esa forma, fue creando divisiones entre ellos a fin de descabezar ese movimiento.
Así que, poco a poco, el Gobierno, se fue deshaciendo de los cabecillas de las Juntas. Por ejemplo, el coronel Benito Márquez, fue llevado ante un Tribunal de honor y expulsado del Ejército en 1918.
Por último, en aquella época, donde, cada vez que se cambiaba un gobierno, se realizaban elecciones generales, a fin de que lograra una mayoría suficiente para poder gobernar, hubo elecciones 3 años seguidos.
Así que, como dijo J. I. Luca de Tena, refiriéndose a Alfonso XIII: “…con excepciones notorias, como las de Canalejas, Maura y Dato, el monarca, era más inteligente que la mayoría de sus ministros”.
Por tanto, en 1921, el rey, citó en el Palacio Real a los líderes de los partidos políticos y les dijo que tenían que formar un Gobierno de concentración nacional. De lo contrario, él abdicaría allí mismo y se iría al exilio.

Parece que eso les asustó mucho, porque podría llegar una república, que les expulsara a todos del poder.
Así que el soberano tomó las funciones de secretario y se puso a escribir los nombres de los ministros que iba sugiriendo cada político. De esa forma, se logró un Gobierno presidido por Antonio Maura y con Dato como ministro de Estado, García Prieto en Gobernación, Romanones en Gracia y Justicia, Alba en Instrucción Pública, Cambó en Fomento, González Besada en Hacienda, el general Marina en Guerra y el almirante Pidal en Marina.
Desgraciadamente, este gobierno, que fue muy bien acogido por el pueblo y por las Cortes, no duró mucho tiempo, debido a las rencillas entre sus componentes. Cesó en marzo de 1922.
Tras él, vinieron dos gobiernos. Uno presidido por Sánchez Guerra y otro por García Prieto. Después, en 1923, la dictadura del general Primo de Rivera.
Detrás de él, la II República y luego la guerra civil. Eso no hará falta que lo cuente, porque ya lo debe de conocer todo el mundo.

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