ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

sábado, 8 de enero de 2022

LA CURIOSA HISTORIA DE SAN GUINEFORT

 

Hoy le voy a dedicar este artículo a todo un santo. Sin embargo, no es santo cualquiera. Si alguno ha ido a buscarlo al santoral o al martirologio, verá que no aparece por ninguna parte entre los más de 7.000 nombres beatificados o canonizados por la Iglesia. No obstante, durante varios siglos, fue venerado por muchas generaciones como tal.

Esta vez, retrataré a mi personaje de hoy de una forma poco usual, porque no es igual que los demás.

Para conocer su historia, tendremos que retrotraernos a la primera mitad del siglo XIII. Nos la contó un inquisidor francés, llamado Étienne de Bourbon, en la obra “De supersticione”, publicada en 1250.

Por lo visto, Guinefort, era un perro galgo de esos que suelen dedicarse a la caza. Pertenecía a un señor medieval, cuyo castillo estaba en la actual región francesa de Auvernia-Ródano-Alpes. No muy lejos de la frontera con Suiza y relativamente cerca de Lyon.

Un día, el caballero se fue de caza y dejó a su bebé al cuidado de su perro.

Al regresar, se encontró con una escena espeluznante.

Su hijo había desaparecido de la cuna, ésta se hallaba volcada en el suelo y el niño no aparecía. Al rato, llegó el perro con la boca manchada de sangre. Así que el caballero dedujo que el perro habría matado y también, seguramente, se habría comido al niño.

Se encolerizó, desenvainó su espada y decapitó al perro. Acto seguido, lanzó su cadáver a un pozo.

Sin embargo, al poco rato, se oyeron unos llantos, que procedían del fondo de un matorral. El hombre fue hacia allá, junto a su esposa, y se encontraron con que allí estaba su bebé, junto a una serpiente, que había muerto por los mordiscos del perro.

Aunque en esa época no existían los análisis de sangre, ni las pruebas forenses, dedujeron que la sangre, que tenía el perro en la boca, no era del niño, sino de la serpiente.

El hombre se mostró muy arrepentido por haber matado a su fiel perro, así que se le ocurrió darle un entierro digno, rellenando el pozo con piedras y plantando árboles a su alrededor.

Lógicamente, la noticia de estos hechos corrió como la pólvora, aunque entonces todavía no se conociera en Europa ese explosivo.

Como era una época en la que los niños sufrían muchas enfermedades y la mayoría de ellos no llegaban a la edad adulta, sus padres empezaron a peregrinar hasta la tumba de Guinefort, atraídos por su fama de protector de la infancia.


Incluso, llevaban también a niños sanos para que obtuvieran la protección de este animal que se mostró tan fiel.

Evidentemente, esto no le gustó nada a la Iglesia y menos en este caso, que no se trataba de una persona, sino de un perro. Así que enviaron a ese inquisidor dominico francés para que investigase este asunto.

También hubo quien vio todo un negocio en este asunto. Como el caso de una anciana, que aseguraba curar a los niños que le llevaran allí.

Por lo visto, solía recibir ofrendas de sal, algo muy caro en esa época, y a cambio realizaba una serie de ritos.

Parece ser que desnudaba a los bebés y colocaba sus ropas sobre unas zarzas. Luego, los metía, ya desnudos, dentro de unos árboles huecos, donde decía conjurar a los malos espíritus para que no les hicieran daño a los pequeños.

Posteriormente, las madres tenían que encender unas velas alrededor de sus hijos y dejarles así toda la noche. A la mañana siguiente, tenían que bañarlos 9 veces en un río cercano y, supuestamente, ya estarían inmunizados contra todas las enfermedades.

Parece ser que el inquisidor tomó todo esto como una especie de broma y se limitó a intentar convencer a los padres para que no expusieran de esa manera a sus hijos.

No es el único caso de una leyenda de un perro fiel que muere protegiendo a un bebé. En Gales, existe otra parecida, pero el perro se llamaba Gelert.

Curiosamente, esta tradición debió de estar muy extendida, pues parece ser que duró hasta mediados del siglo XX.

Igual, a más de uno, le podría parecer esto muy extraño en un país como Francia, donde presumen de tener una gran cultura. Sin embargo, he de deciros que, en ese mismo país, solía ir la gente a ver al rey, porque creían que sanarían si eran tocados por las manos del monarca de turno y esa costumbre pervivió hasta Luis XVI, que reinó en el XVIII, el denominado “siglo de las luces”.

Por lo visto, los seguidores más fieles de nuestro personaje, festejaban su santo el 22 de agosto. En esa fecha, durante el amanecer, se puede apreciar el brillo de la estrella Sirio, que pertenece a la constelación del Can Mayor. Se ve que también eran aficionados a la astronomía o a la astrología.

En la Edad Media, que era una época muy insegura, la gente le rezaba a todo lo que se le ocurriera, porque estaban expuestos a todo tipo de desgracias, como las guerras o las enfermedades.

Sin embargo, a los clérigos, eso de que la gente venerase a un perro, pues no les gustaba nada, porque la Iglesia defiende que sólo los humanos tenemos un alma inmortal.

De hecho, con el paso del tiempo, la Iglesia tomó cartas en el asunto y se dedicó a multar a todos los que vieran realizando cualquier rito en ese lugar. 

Es más, en este caso, los protestantes llegaron a estar de acuerdo con los católicos y también castigaron a los que vieron rezando en esa zona.

En 1870, las autoridades gubernamentales, dieron la orden de destruir el famoso pozo. Aun así, la gente siguió peregrinando allí hasta mediados del siglo XX.

Incluso, se han llegado a publicar cuentos para niños, donde aparece Guinefort dándoles algunos consejos.

Así que, a pesar de haber transcurrido varios siglos, desde que tuvo lugar este incidente, la historia de este perro sigue siendo muy popular en esa zona de Francia.

Seguro que más de uno habrá oído la célebre frase: “Mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. Una frase que se le suele atribuir al famoso poeta lord Byron. Aunque también hay quien dice que la solía pronunciar Diógenes, aquel filósofo griego del siglo V a. de C., que vivía dentro de un barril acompañado siempre por su perro.

No obstante, el tema de los perros no es ajeno a la simbología cristiana. Seguro que alguno habrá visto una imagen de San Cristóbal con cabeza de perro.

Algunos dicen que fue uno de los llamados cinocéfalos, porque tenían cabeza de perro y habitaban en las zonas próximas al mar de Mármara, donde fue capturado por los legionarios romanos. Tras su conversión, su cabeza se convirtió en humana.

Sin embargo, otros lo explican de una manera que parece más razonable. Parece ser que en la Antigüedad era muy normal definir a los que se habían apartado de la gente como bestias y los dibujaban como animales. Esa idea pasó a formar parte de la iconografía cristiana.

Posteriormente, se le representó siempre llevando al niño Jesús. De hecho, su nombre está compuesto por Christos y phorein. O sea, el portador de Cristo.

 

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martes, 4 de enero de 2022

PETER WARNER Y LOS NÁUFRAGOS DE LA ISLA DE ATA

 

Me ha llegado la noticia de que en abril de 2021 murió en un trágico accidente un marino que fue protagonista de una gesta, que fue titular de muchos periódicos en los años 60.

Nuestro personaje de hoy se llamaba Peter Raymond Warner y nació en 1931, en Melbourne (Australia). Fue el hijo menor de sir Arthur Warner, un rico fabricante de aparatos de radio y televisión.

Parece ser que a Peter no le atraía nada el mundo de los negocios, pero sí el mar. De hecho, con sólo 17 años, escapó de casa para embarcarse. Meses después, regresó y su padre le obligó a terminar la Secundaria y matricularse en la Facultad de Derecho.

Parece ser que eso tampoco era lo suyo, porque se volvió a marchar y estuvo 3 años navegando en barcos suecos y noruegos. Allí obtuvo su título para poder navegar.

A su vuelta, estuvo unos años trabajando con su padre, pero, a la vez, fundó una empresa dedicada a la pesca. Así que, de vez en cuando, navegaba con alguno de los barcos pesqueros que había adquirido para esa empresa.

Al mismo tiempo, se compró un yate, al que llamó Astor, nombre de la marca de los aparatos que fabricaban, con el que ganó varias regatas de veleros.

El 11/09/1966 sucedió el hecho que voy a narrar. Warner se hallaba navegando en uno de sus barcos pesqueros, llamado Just David, cuando, al pasar junto a la isla de Ata, vio algo que le llamó la atención.

Lo que vio es que había zonas de la isla, donde se apreciaba que la hierba había sido quemada. Era algo insólito, pues esa isla estaba deshabitada desde el siglo XIX.

Ciertamente, esa isla había estado habitada. Sin embargo, como, a mediados del XIX, algunos marinos sin escrúpulos vieron más rentable la búsqueda de esclavos que la pesca de ballenas, secuestraron a muchos de los habitantes de esas islas, para llevarlos a trabajar a Perú y el rey de Tonga decidió concentrarlos en unas pocas islas para que los pudiera proteger mejor. Esa fue la razón por la que Ata estaba deshabitada.

Por ello, Warner, decidió desembarcar para ver lo que estaba pasando y, para su sorpresa, se encontró allí 

con unos chicos, que habían naufragado cerca de esa isla.

El grupo se componía de 6 chicos, entre los 13 y los 16 años, que estudiaban en un internado de la capital de Tonga.

Parece ser que no les gustaba nada la vida en el aburrido internado católico de Saint Andrews, en Tongatapu, la capital de Tonga.

Una noche se les ocurrió la feliz idea de robar un pequeño barco de unos 7 metros de eslora y, cuando se cansaron, echaron el ancla y se dispusieron a dormir en alta mar.

De pronto, se formó una tormenta que liberó al barco, el cual fue arrastrado, durante horas, por las fuertes corrientes marinas.

La tempestad también les rompió el timón y la vela. Eso hizo que se alejasen unos 300 km de la costa.

Durante 8 días, permanecieron dentro de la nave, que ya hacía agua por todas partes, hasta que vieron una isla a lo lejos y nadaron como pudieron hasta ella.

Aunque llegaron extenuados, todos consiguieron llegar en buen estado a la playa. Luego, prepararon un sitio para guarecerse, cazaron aves marinas y recogieron huevos para alimentarse.

La isla es bastante plana, con una meseta central de unos 100 metros de altura y unas costas con muchos acantilados. La superficie total de la isla es sólo de unos 1,5 km2.

Parece ser que, a pesar de su corta edad, tuvieron siempre muy claro que cada uno dependía de los demás y hubo mucha colaboración entre todos.

Consiguieron alcanzar una de esas aldeas, donde vivieron aquellos antiguos pobladores de la isla. Lograron arreglar algunas de esas casas y capturar varios pollos, que ahora vivían en estado salvaje.

Resolvieron el problema del agua potable a base de ahuecar troncos, que se llenaban con el agua de lluvia.

Se repartieron muy eficazmente el trabajo. Unos se dedicaban a la huerta, otros a la cocina y otros vigilaban a ver si veían algún barco que los pudiera rescatar. Parece ser que vieron 4 antes del de Warner, pero ninguno se paró a rescatarlos, aunque ellos siempre tuvieron encendidas varias hogueras para que los vieran.

Cuando los rescataron, pudieron comprobar que, aparte del huerto y los árboles para almacenar agua de lluvia, habían construido un gimnasio, una pista de bádminton, una granja de pollos, etc.

Aquello no tuvo nada que ver con los supervivientes de un accidente aéreo, que aparecen en la famosa novela “El señor de las moscas” (William Golding, 1954), donde se retrata la maldad humana.

Hay que decir que, por entonces, las autoridades de Tonga acostumbraban a exiliar en islas desiertas a los que hubieran cometido algún delito grave. Así que Warner, antes de desembarcar, parece ser que consultó por radio con las autoridades de Tonga si habían exiliado a alguien en esa isla.

Curiosamente, Warner, había pedido permiso para pescar en las aguas de Tonga. Sin embargo, las autoridades de ese país se lo denegaron y vio a estos chicos cuando se hallaba en el viaje de regreso a su base.

Cuando Peter se encontró con estos chicos, le dijeron que eran 6 y que calculaban que llevaban unos 15 meses en esa isla. Parece ser que, desde la radio del barco, comunicaron esa noticia y les respondieron que aquello era un auténtico milagro, pues ya los habían dado por muertos y hasta habían celebrado sus funerales.

A su regreso a Tonga, se comprobó que todos estaban bien de salud. Incluso, uno de ellos se había roto una pierna y habían conseguido que se curase satisfactoriamente.

Lamentablemente, el dueño del barco les demandó por robo y fueron arrestados, pero por poco tiempo, porque Warner le pagó para que retirase los cargos.

Parece ser que nuestro personaje se hizo muy amigo del rey de Tonga y éste premió su hazaña con una concesión para que pescara langostas en sus aguas.

Posteriormente, se llegó a grabar un documental sobre las peripecias de estos chicos en esa isla desierta.

Evidentemente, estos hombres ya no son jóvenes, sino que pasan de los 70 y se han trasladado a vivir a otros países, como USA, Australia o Nueva Zelanda.

Posteriormente, Warner, también fue protagonista en el rescate de otros náufragos. En 1974, cuando navegaba por el mar de Tasmania para comprobar las reparaciones que le habían hecho a uno de sus barcos, se topó con unos náufragos que le hacían señales desde un pequeño arrecife.

Se trataba de la tripulación y los pasajeros de un velero, que habían quedado encallados 6 semanas antes y a los que apenas les quedaban ya provisiones.

Curiosamente, el primero que vio las señales que realizaban los náufragos con un espejo, fue uno de los chicos que Peter había rescatado en Ata y que ahora trabajaba como marinero en ese barco.

Parece ser que esta vez les costó más trabajo, porque el estado de la mar era bastante malo y los vientos soplaban muy fuertes. Así que el barco de Warner corría el peligro de chocar también con esos arrecifes. Por ello, decidieron rescatarlos con un bote, que tuvo que realizar dos viajes para llevarlos hasta el pesquero.

En los años 90, Warner, decidió dejar la pesca y dedicarse al cultivo de árboles frutales en Tonga.

Desgraciadamente, el 13/04/2011, los servicios de emergencia, lograron rescatar a dos personas que se encontraban en el agua, en un lugar llamado Lighthouse Parade, en East Ballina, junto a la desembocadura del río Richmond, en el Estado de Nueva Gales del Sur (Australia).

Parece ser que había volcado el barco en el que viajaban. Lograron salvar la vida de uno de los rescatados, que era un niño, pero no la de Peter Warner, que ya tenía 90 años y se ahogó.

 

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