ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

miércoles, 24 de febrero de 2021

EL CASO DE JOHN SURRATT

 

En mis dos últimos artículos me he referido a los 8 procesados por el asesinato de Lincoln. La mitad de ellos fueron condenados a muerte y la otra mitad a cadena perpetua.


Sin embargo, otro de esos conspiradores se les escapó y voy a narrar su historia en este artículo.

John Harrison Surratt jr., que así era como se llamaba, nació en 1844, en una antigua zona rural, que hoy es un barrio de Washington DC.

Su familia era muy piadosa y fue bautizado en una iglesia católica, que se encuentra muy cerca del edificio del Capitolio. Tuvo un hermano mayor y una hermana menor que él.

Curiosamente, en 1862, John, conoció la noticia de la muerte de su padre, cuando se hallaba estudiando en un seminario diocesano, en Maryland.

A partir de ahí, dejó el seminario y ocupó el puesto de jefe de correos de su lugar de residencia, en Maryland, que había quedado vacante tras la muerte de su padre.

Con la llegada de la guerra, tomó partido por el bando confederado y fue fichado por su servicio de espionaje. Se dedicó a informar sobre los movimientos de tropas federales.

Parece ser que fue el ya mencionado Dr Mudd el que le presentó a Booth. Por su parte, Surratt le presentó al resto de los conspiradores.

Por lo visto, antes de ingresar en el seminario, Surratt, había estado estudiando en una Academia Militar. Allí coincidió con Herold y lo incorporó a su banda.

No sé por qué todos admitieron sin rechistar el liderazgo de Booth. Algunos pensarían que por su fuerte personalidad. Sin embargo, yo me decantaría porque era un tipo con mucho dinero y me parece que los componentes de su banda eran gente con poco futuro.

Así que decidieron que utilizarían como lugar de reunión uno de los salones de la pensión que regentaba Mary Surratt, la madre de John. Un lugar muy discreto, situado en la propia capital.

En 1864, el Ejército Confederado iba perdiendo la guerra y encima se estaba quedando sin efectivos, porque habían sufrido muchas bajas y muchos de los supervivientes estaban presos en campos de concentración del norte.

Durante la guerra se habían producido varios intercambios de prisioneros. Sin embargo, para terminar cuanto antes con este conflicto, el general Grant, prohibió que se produjeran más canjes.

Esto hizo que Booth pensara en secuestrar a Lincoln para canjearlo por miles de prisioneros sudistas y así poder reorganizar el Ejército Confederado.

Lo intentaron un par de veces, pero fallaron, porque Lincoln era famoso por cambiar, constantemente, de planes o tal vez, fue advertido de estos intentos.

Según parece, Booth, estuvo presente en el discurso que dio Lincoln el 11/04/1865, frente a la Casa Blanca. 


Esta vez fue más allá y no sólo defendió la liberación de todos los esclavos, sino también su derecho al voto. Evidentemente, esto no le hizo ninguna gracia a Booth y fue cuando ya pensó en matarle.

Parece ser que, al día siguiente, se reunió con los miembros de su banda y les expuso que había cambiado de planes y que el nuevo objetivo sería matar al presidente. El caso es que nadie se opuso a ello, pero se ve que la idea no le gustó a casi ninguno.

Tras conocer la noticia de la rendición del general Lee en Appomattox, aumentaron sus objetivos. Querían descabezar la Unión, asesinando no sólo al presidente, sino también al vicepresidente y al secretario de Estado.

Era un intento de darle una nueva oportunidad a la Confederación, dado que aún tenía algunas de sus tropas en pie de guerra, las cuales no se rindieron hasta junio de ese año.

Como ya dije, la mañana del 14/04/1865, Booth, fue, como de costumbre, a recoger el correo, que le guardaban en el Teatro Ford. Allí se encontró con un hermano del empresario, el cual le comentó que el presidente y su esposa iban a acudir esa noche al teatro.

No voy a volver a mencionar otra vez los detalles del magnicidio. En cuanto a Powell, consiguió entrar en la habitación donde se hallaba convaleciente Seward, el secretario de Estado. Lo acuchilló varias veces y luego lo dejó, pensando que lo habría matado, pero sobrevivió.

Por lo que se refiere a Azterodt, se sabe que reservó una habitación en el Hotel Kirkwood de la capital, situada en el mismo piso que la de su objetivo, el vicepresidente, Andrew Johnson.

Sin embargo, no fue capaz de hacerlo. Se emborrachó, se fue y tiró el cuchillo que llevaba en mitad de la calle. Luego fue a otro hotel, donde reservó una habitación a la que se fue a dormir hasta el día siguiente.

Volviendo a John Surratt, desconozco el motivo por el que no se hallaba en la capital, sino, según su testimonio, en Elmira, una localidad del Estado de Nueva York.

Se me ocurre pensar que podría estar allí para contactar con algunos miembros del Servicio Secreto Confederado, que eran muy activos en Nueva York y en Canadá.

No obstante, en cuanto conoció la noticia del magnicidio, huyó a Canadá. Lo cual no debió de ser muy difícil, porque no olvidemos que ese Estado hace frontera con Canadá.

Durante su estancia en ese país fue protegido por algunos miembros del clero católico y permaneció escondido hasta que terminó el juicio y fueron ahorcados los condenados a muerte. Entre ellos, su propia madre.

Como ya he dicho, algunos opinan que el Gobierno USA, iba detrás de John, sin embargo, encausó a su madre con la intención de que éste se presentase, pero no lo hizo.

Posteriormente, huyó disfrazado hasta Liverpool, donde le dieron cobijo en un templo católico de esa localidad.

A finales de 1865, llegó a Roma, donde se alistó en la antigua unidad de los zuavos de la Guardia Papal. De hecho, aparece en diversas fotos con ese uniforme de origen argelino, muy de moda en esa época. Incluso, al principio de la guerra civil USA, hubo unidades de zuavos en ambos bandos.

Sin embargo, no gozó mucho de su nueva vida, en la que tenía una identidad falsa. Unos meses después, coincidió con un antiguo amigo suyo, que también se había alistado en los zuavos.

Cuando éste se enteró de que lo estaban buscando, lo denunció tanto a sus mandos militares, como al cónsul de USA ante el Vaticano.

A finales de 1866, fue arrestado en su cuartel, situado en un lugar alejado de la capital, y cuando iba a ser conducido hasta Roma, se escapó, saltando por un acantilado.

Parece ser que se hizo algo de daño, pero consiguió llegar al Reino de Italia, haciéndose pasar por un canadiense, que, al quedarse sin dinero, se alistó en los zuavos y luego fue arrestado por insubordinación.

Desde allí, consiguió llegar hasta Alejandría (Egipto), pero fue detenido y entregado a las autoridades consulares de USA.

Posteriormente, fue extraditado y enviado hasta su país, en un barco de vela de la Armada USA. A su regreso, también fue encarcelado en el viejo Arsenal de la Armada, en Washington DC.

Sin embargo, como era a principios de 1867, ya no había estado de guerra y, al ser un civil, fue juzgado por un tribunal ordinario de su Estado, Maryland. Ciertamente, ya se habían abolido las medidas de guerra, decretadas por el presidente Lincoln, como, por ejemplo, la supresión al derecho al habeas corpus. Precisamente, a causa de esas medidas, muchos, como Booth, le acusaron de ser un dictador.

Año y medio después de que se produjera la ejecución de los implicados en ese complot, entre los que se encontraba su propia madre, John, tuvo que comparecer ante un tribunal ordinario del Estado de Maryland.

Hay que aclarar, que, tras el juicio y la ejecución de esos conspiradores, el Tribunal Supremo USA sentenció que, aunque su país estuviera en guerra, los civiles, tendrían que ser juzgados, como siempre, ante los tribunales ordinarios y no ante los militares. Por supuesto, con el correspondiente jurado.

El juicio fue presidido por el juez federal George P. Fisher y actuó como fiscal un peso pesado del Derecho, llamado Edwards Pierrepont, que, más tarde, llegaría a ser fiscal general del Estado.

Así y todo, no se pudo probar que John formase parte del complot para derrocar al Gobierno. Primero, mediante el secuestro y luego asesinando al presidente Lincoln.

Por ello, aunque el jurado estuvo deliberando nada menos que 70 horas, no pudieron llegar a ningún veredicto. Por tanto, el juez lo declaró inocente y ordenó su inmediata puesta en libertad. Está claro que no hay cómo jugar en “casa”.

Tras su liberación, emigró a Sudamérica, donde probó suerte en varios países, pero no le sonrió la fortuna y regresó a USA.

Posteriormente, se dedicó a la enseñanza en una academia femenina. También comenzó una gira de conferencias.

Parece ser que, en una de ellas, que dio en una localidad de Maryland, reconoció que había pertenecido a esa banda y que participó en los planes para secuestrar a Lincoln, pero desconocía que quisieran matarle.

También afirmó que el Gobierno Confederado no tenía nada que ver en ese asunto, lo cual me parece raro, porque ya existía un precedente.

A principios de marzo de 1864, tuvo lugar una incursión de una especie de comando de tropas de la Unión, al mando de un joven militar, el coronel Ulric Dahlgren. Él y sus tropas llegaron hasta Richmond, la capital de la Confederación, pero cayeron abatidos en una emboscada.

Parece ser que un niño buscó en los bolsillos del fallecido coronel para ver si llevaba algo de valor y se encontró con una cartera, donde había unos documentos. Se los entregó a su maestro y éste, al ver de lo que se trataba, los llevó a las autoridades militares.

Esos documentos eran las órdenes recibidas por el coronel Dahlgren y llevaban la firma de su jefe, el general Kilpatrick. En ellos, le decían que debería asesinar a Jefferson Davis, presidente de la Confederación y a todo su gobierno, que se hallaban en esa ciudad.

Por supuesto, se montó un escándalo considerable, cuando el Gobierno Confederado dio a conocer estos documentos a la prensa y no sería de extrañar que o bien ese Gobierno o el propio Booth, quisieran devolverle la visita al presidente Lincoln. No olvidemos que la guerra civil USA fue la primera guerra total. O sea, que las acciones bélicas no se limitaban a los frentes, sino a todas partes.

Algunos autores afirman que el propio secretario de Guerra, Stanton, fue el que ideó esta operación en Richmond. Es curioso, porque Stanton es un personaje que sale muchas veces en el asunto del magnicidio contra Lincoln.

Así que, como unos días después, John, tenía previsto dar otra conferencia en Washington DC, o sea, en “campo ajeno”, pues ya no pudo darla a causa de las protestas y el mal ambiente que había para recibirle en la capital.

Así que, por si acaso, dejó de impartir conferencias, y ya se dedicó de lleno a la enseñanza en un colegio católico. Por supuesto, situado en su Estado de Maryland.

Curiosamente, se casó con una mujer emparentada con el creador del himno nacional USA, a pesar de que él detestaba a la Unión y fijaron su residencia en Baltimore.

Posteriormente, fue contratado como directivo de una compañía de transporte marítimo de mercancías, radicada en la misma ciudad, y allí estuvo trabajando hasta su jubilación. Vivió en Baltimore, hasta su muerte, en 1916.

Este caso tuvo también efectos en otros ámbitos. Por ejemplo, desde 1850, había una ola de anticatolicismo en USA y, de hecho, se crearon algunos partidos políticos, que tenían esa tendencia.

Desde la fundación de USA, este país había mantenido relaciones diplomáticas con los Estados Pontificios y luego con el Vaticano, pero sólo a nivel consular.

Sin embargo, en 1867, cuando comenzó el juicio contra John Surratt, resurgió ese anticatolicismo y eso llevó a que se aprobara en el Congreso USA la prohibición de relaciones diplomáticas con el Vaticano. Lo hicieron de una forma indirecta, prohibiendo que el Gobierno pudiera enviar fondos a ese consulado.

Se basaban en que la mayoría de los conspiradores eran católicos y en que, además, la Iglesia Católica, protegió durante meses a John y hasta le
permitió alistarse en un regimiento papal. Eso sí, con un nombre falso. Incluso, argumentaron que el Papa había prohibido el culto protestante, que se celebraba en la sede del Consulado de USA.

A partir de esa fecha, entre los dos países sólo hubo contactos a nivel de emisarios que enviaban, temporalmente, uno u otro mandatario, pero no una sede permanente.

Ni siquiera el famoso presidente Kennedy, que fue el primer católico que llegó a presidente en USA, consiguió derogar esa ley. Por cierto, Biden es el segundo presidente católico de toda la historia de USA.

Verdaderamente, la Iglesia Católica, tampoco hizo mucho por atraerse al Gobierno USA. Más bien, fue al contrario. León XIII no entendía que pudiera haber una separación entre la Iglesia y el Estado.

Incluso, consideró como una herejía los intentos de algunos altos prelados de la Iglesia Católica en USA, que pretendían ser más tolerantes en la doctrina a fin de atraerse a un mayor número de personas hacia el Catolicismo.

Por el contrario, en 1922, se montó un buen escándalo, porque en Oregón se aprobó una ley por la que se prohibían las escuelas confesionales, entre las que estaban las de la Iglesia Católica.

No obstante, en 1925, el Tribunal Supremo de USA, sentenció que esa ley era inconstitucional y la abolió en su totalidad.

De hecho, cuando Kennedy se presentó como candidato a la presidencia tuvo que dejar las cosas muy claras: “Yo no soy el candidato católico para la presidencia. Yo soy el candidato del Partido Demócrata a la presidencia, que además es católico.”

Lo cierto es que hasta 1983 no se consiguió derogar esa ley y eso que se calcula que hay un 25% de católicos en USA, pero también hay un 45% de protestantes.

Al final, en enero de 1984, se procedieron a retomar las relaciones diplomáticas entre ambos países y al nombramiento de embajadores. Es posible que algo tuvieran que ver en ello las buenas relaciones existentes entre el presidente Reagan y el Papa Juan Pablo II.

 

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domingo, 21 de febrero de 2021

LOS OTROS PROCESADOS POR EL ASESINATO DE LINCOLN

 

Como ya anuncié, en mi anterior artículo, en éste voy a referirme solamente a los procesados por esa causa, que también fueron condenados, pero no a muerte.


En principio, todos ellos fueron confinados en barcos de la Armada USA, pero después, el Gobierno, aceptó la sugerencia de un asesor del Departamento de Guerra, y los trasladaron a la antigua penitenciaría del viejo arsenal de la Armada en Washington DC. Un lugar muy seguro, porque se hallaba en una pequeña península y su única vía de entrada era muy fácil de controlar.

Es lógico pensar que todas estas medidas estaban encaminadas a prevenir que las tropas de la Confederación intentaran rescatar a los implicados en ese complot.

Al general Hartranft lo nombraron alcaide de la prisión y le dieron unas instrucciones muy detalladas sobre la seguridad de la misma y la conducta que debía tener el personal hacia los prisioneros.

Parece ser que el general cumplió, muy diligentemente, las órdenes recibidas. No obstante, más adelante, pidió permiso para que se permitiera quitar las capuchas a la mayoría de los prisioneros y también que les enviaran papel y tinta para escribir cartas y hasta tabaco para mascar. Algo muy popular en aquella época. Todo eso se lo concedieron.

El cadáver de Booth también fue llevado a ese Arsenal y enterrado, provisionalmente, en el suelo de uno de los almacenes de la misma.

Dado que vieron que ese edificio era muy seguro, aprovecharon que en la tercera planta del mismo había una sala muy espaciosa y allí organizaron el Consejo de guerra.

En 1867, el secretario de Guerra, Stanton, ordenó que se demoliera es edificio, excepto algunos pabellones, que fueron usados como residencia de oficiales. Así que tuvieron que exhumar a los presos ahorcados por este complot y enterrarlos en otro lugar del Arsenal. Hasta que, en 1869, el presidente Andrew Johnson, dio permiso para que esos cuerpos fueran enterrados a sus familiares.

No obstante, seguiré con el relato por donde lo dejé en mi anterior artículo. Empezaremos por el doctor Samuel Mudd. Fue un médico nacido en 1833, también en el Estado de Maryland, como la mayoría de los implicados.

Por lo visto, perteneció a una familia acomodada y católica. Su padre
tenía una plantación de tabaco, con unos 90 esclavos, porque la esclavitud estaba permitida en ese Estado, aunque estuviera en el norte.

Parece ser que su padre le dio, como regalo de bodas, un terreno de labor, y también tuvo esclavos, que se lo trabajaban. De hecho, era un convencido esclavista.

Curiosamente, estudió Secundaria en el Georgetown College, perteneciente a la Universidad del mismo nombre, fundada y regentada por los jesuitas. Posteriormente, estudió la carrera de Medicina en la Universidad de Maryland, en Baltimore.

Dado que Maryland abolió la esclavitud en 1864, muchos propietarios, como Mudd, se quedaron sin poder atender su terreno. Así que pensó en venderlo y entonces alguien le presentó a John Wilkes Booth, que decía tener la intención de invertir en tierras de labor.

Realmente, parece ser que Booth lo que estaba buscando era un sitio donde esconder a Lincoln, tras haberlo secuestrado. Tal y como lo habían planeado desde un principio.

Sin embargo, se tiene constancia de que Booth y Mudd se volvieron a encontrar en Washington DC en la Navidad de 1864. Parece ser que Mudd se había desplazado a la capital con el fin de comprar una nueva estufa de hierro para su casa, ya que acababa de ampliarla.

En aquella ocasión, Booth estaba acompañado por John Surratt y Louis Weichmann, a los que ya he mencionado en anteriores artículos.

Algunos autores dicen que Mudd estuvo siempre al corriente de la conspiración para secuestrar a Lincoln, pero no del cambio de planes, que incluía su asesinato y el de dos personajes importantes del Gobierno.

Lo cierto es que, como ya sabemos, Booth se lesionó una pierna, al lanzarse desde un palco hasta el escenario del Teatro Ford, y necesitó asistencia médica. Como sabían dónde vivía el Dr Mudd, se presentaron en su casa, la madrugada del 15 de abril.

Por ello, el médico cumplió con su labor, entablillándole la pierna y, además, contactó con un carpintero para que le hiciera un par de muletas.

Sin embargo, no cumplió con su deber, al no haber notificado, inmediatamente, la presencia de unos fugitivos en su casa a las autoridades. Ciertamente, lo hizo, pero ya fue el domingo 16 de abril.

Así que la Policía lo detuvo, como sospechoso de estar entre los conspiradores. De hecho, hizo varias declaraciones totalmente contradictorias. Incluso, omitió contar el encuentro de las pasadas Navidades, mientras que Weichmann, afirmó que estuvo con ellos, eso hizo que se le investigara más a fondo.

Durante el juicio, Mudd, fue representado por el general Thomas Erwing jr. Realmente, este abogado fue un hombre muy curioso. Siendo muy amigo de Lincoln, luego defendió a varios de los que colaboraron en su asesinato y consiguió librar a todos sus defendidos, en ese proceso, de la pena de muerte. Este abogado también fue cuñado del famoso general Sherman.

Realmente, la discusión estribaba en saber si Mudd había sido uno de los conspiradores o, simplemente, fue un médico, que atendió a un herido que llamó a su casa. Todavía hay opiniones para todos los gustos.

Mudd tuvo mucha suerte y se libró de la pena de muerte, sin embargo, fue condenado a cadena perpetua en una prisión militar situada en Florida. Vigilado por soldados de color.

En 1867, se produjo en la prisión un brote de fiebre amarilla, que afectó tanto a los presos como a sus guardianes. Como el médico de la prisión murió por esa epidemia, Mudd tuvo que ejercer como tal y eso hizo que llovieran los mensajes a favor de dejarlo en libertad. Cosa que consiguió su abogado en marzo de 1869, tras obtener el indulto presidencial.

La culpabilidad de Mudd siempre ha estado en entredicho. Incluso, los expresidentes Reagan y Carter afirmaron que era inocente, aunque decían que no tenían autoridad para poder revocar esa condena.

Incluso, pidieron la anulación de su juicio, pues los civiles no podían ser juzgados por tribunales militares, pero no prosperó. Al igual que tampoco lo hizo una apelación al Supremo.

Así que volvió a su casa en Maryland, donde siguió ejerciendo la Medicina y explotando sus tierras de labor. Murió en 1883.

Otro de los encausados fue Samuel Arnold. Se trataba de un simpatizante de los Confederados. Sin embargo, había nacido en 1834, en Washington DC.

Poco después, se mudó con su familia a Baltimore, donde coincidió en un colegio con John Wilkes Booth.

Tras el comienzo de la guerra, se alistó en el bando confederado, pero, como se puso muy enfermo, fue dado de baja en 1864.

Por lo visto, fue por entonces cuando contactó con Booth, ya que se hallaba desesperado por no encontrar trabajo. Así que aceptó formar parte del complot para secuestrar a Lincoln, sin embargo, tuvieron que modificar el plan, porque el presidente solía cambiar de planes muy a menudo.

Después, consiguió un trabajo como administrativo en un pueblo de Virginia. Allí fue localizado y detenido por la Policía, tras el asesinato de Lincoln.

Fue enjuiciado con los demás implicados y condenado a cadena perpetua, pues se demostró que no quiso participar en el asesinato.

Posteriormente, también fue encarcelado en Florida e indultado en 1869. Tras haber sido puesto en libertad, volvió a su casa y apenas se supo nada de él. Murió en 1906.

Es muy llamativo el caso de Edmund Spangler. Se trataba de un hombre nacido en 1825, en una localidad de Pensilvania. Curiosamente, era hijo de un sheriff.

Muy joven, se trasladó a Maryland, donde trabajó como carpintero. Precisamente, uno de sus trabajos fue la construcción de la casa de verano, encargada por el padre de Booth. Por lo visto, allí fue donde conoció al asesino, que entonces era sólo un niño.

Posteriormente, Spangler, se trasladó a Washington DC, donde estuvo trabajando como carpintero tramoyista en el Teatro Ford, lugar donde asesinaron a Lincoln. Allí se reencontró con Booth y se hicieron buenos amigos. Por lo visto, Spangler, siempre se mostró muy servicial y orgulloso de tener un amigo tan famoso.

Precisamente, Spangler fue uno de los que arreglaron el palco, donde el presidente, su esposa y la otra pareja iban a presenciar aquella obra de teatro.

Por la noche, apareció Booth por el teatro e invitó a los tramoyistas a tomar una copa. Después, volvió con una yegua y le pidió a Spangler que se la cuidara un momento, en una puerta trasera del teatro. Sin embargo, éste se hallaba muy ocupado y le pidió a otro de sus compañeros que lo hiciera. Tras el asesinato, Booth, volvió a por su cabalgadura y así escapó de la capital. 

El Gobierno federal vio el caso como un acto de guerra de los Confederados. Por ello, los acusados, aunque eran todos civiles, fueron llevados ante un Consejo de guerra, sin posibilidad de jurado.

Concretamente, a Spangler, se le acusó de ayudar a escapar a Booth y de bloquear la puerta del palco del presidente para que no pudieran entrar a auxiliarle. Parece ser que se demostró que la cerradura del palco fallaba desde un mes antes del asesinato y esa zona no era responsabilidad de Spangler, sino del jefe de tramoyistas.

Al final, sólo le condenaron a 6 años de cárcel, por ayudar a escapar a Booth y fue llevado a la misma prisión de Florida. Aunque siempre estuvo muy claro que nunca formó parte del complot.

Como ya mencioné, en la misma se produjo un brote de fiebre amarilla. Así que Spangler ayudó al Dr Mudd y también construyó los ataúdes de los muchos enfermos que fueron muriendo.

En 1869, tras su indulto, volvió a trabajar para el empresario teatral Ford y, posteriormente, se fue a vivir con el Dr Mudd, el cual le cedió una parte de su tierra para que la labrase y pudiera vivir de ella. También siguió trabajando como carpintero. Murió en 1875.

El último de los enjuiciados fue Michael O’Laughlen, nacido en 1840, en Baltimore (Maryland). Parece ser que conocía a Booth por haber vivido ambos en la misma calle de Baltimore.

Era escayolista y simpatizante de la Confederación. Así que, al comienzo de la guerra, se alistó en el Ejército Confederado. Sin embargo, a causa de su mala salud, fue dado de baja en 1862.

Posteriormente, contactó con Booth y se unió al grupo de conspiradores para secuestrar al presidente. Parece ser que Booth le envió algunos telegramas para avisarle de las reuniones de los conspiradores.

Lo que no sabemos es si estuvo de acuerdo en el cambio de planes para asesinar a Lincoln. Él siempre dijo que se había negado a participar en el asesinato. En cambio, parece ser que sí estuvo en la capital, cuando se produjo el magnicidio, pero no intervino en él.

Ni siquiera se acercó al teatro, sino que estuvo tomando unas copas con unos amigos hasta altas horas de la noche. No hay que olvidar que se había acabado la guerra y se habían organizado grandes festejos en la capital.

No obstante, se le acusó de vigilar, durante mucho tiempo, al general Grant, con la intención de asesinarle. Sin embargo, logró demostrar que nunca estuvo cerca de la casa del general.

Parece ser que se entregó voluntariamente en casa de su cuñado, porque no quería que su madre presenciara su detención.

No obstante, al demostrarse que formaba parte de la conspiración, fue condenado a cadena perpetua y enviado a la citada prisión militar de Florida.

Desgraciadamente, enfermó de fiebre amarilla y murió, a causa de ella, en 1867. Por tanto, falleció con 23 años, dos años antes de que fueran indultados los demás.

 

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sábado, 6 de febrero de 2021

LOS PROCESADOS POR EL ASESINATO DEL PRESIDENTE LINCOLN

 

Supongo que los que venís leyendo mis anteriores artículos, referidos al tema del asesinato del presidente Lincoln, habréis visto que, en muy pocas horas, el Gobierno USA, logró atrapar a la mayoría de los sospechosos. Eso sólo ocurre cuando la Policía ya tenía, previamente, fichados a muchos de los detenidos.

No obstante, no sé si para guardar las apariencias, en cuanto que se produjo ese hecho, detuvieron a casi 2.000 personas. Concretamente, dentro del Teatro Ford, detuvieron a todos los actores, el personal de tramoya, el empresario, sus hermanos y, seguramente, hasta a las taquilleras.

Sin embargo, aunque algunos, como Edwin, uno de los hermanos de John Wilkes Booth, permaneció 2 meses en la cárcel, la mayoría de los detenidos fueron, muy pronto, puestos en libertad. La verdad es que eso no está muy claro, porque otros autores dicen que Edwin nunca pisó la cárcel.

Realmente, sólo 8 personas fueron acusadas y procesadas por este crimen. Sus nombres fueron: Mary Surratt, Lewis Powell, David Herold, George Atzerodt, Dr. Samuel Mudd, Samuel Arnold, Michael O’Laughlen y Edman Spangler.

Para no alargar demasiado este artículo, sólo voy a referirme a los que fueron condenados a muerte y en el siguiente relataré la historia del resto.

Antes de seguir, he de aclarar que la guerra civil USA fue la primera guerra total de la Historia. Se bombardeaban ciudades, se quemaban cosechas, se destrozaban las vías del tren, etc. Eso sí, en la posguerra no se dedicaron a fusilar a los antiguos combatientes enemigos, como hicieron aquí.

Sólo sé de un caso. Corresponde al jefe de un campo de concentración sudista al que se le acusó de malos tratos y de ser el responsable de que muchos soldados del norte murieron a causa del hambre y los malos tratos.

Por cierto, por parte del norte, también se hizo un intento, durante la guerra, de asesinar al presidente y a todo el Gobierno de los Estados Confederados. Pero eso ya lo contaré en otro de mis artículos.

Empecemos por la única mujer de este proceso. Se trata de Mary Surratt, nacida en 1823, en Maryland, como Mary Elizabeth Jenkins. Ya sabéis que en USA las mujeres, cuando se casan, cambian de apellido. Ella se casó con John H Surratt y de ese matrimonio nacieron 3 hijos.

Al principio, vivieron en el campo, pero en una zona no muy lejana a Washington DC. Posteriormente, compraron una amplia casa en la capital.

Como su marido murió en 1862, ella alquiló la finca agrícola, donde también tenían una taberna, a un hombre llamado John Lloyd, y se mudó con sus hijos a la casa que tenían en la capital.

Al ser una casa tan amplia, se dedicaron a alquilar algunas de sus habitaciones. Como si aquello fuera una pensión.

Su hijo John, al que dedicaré otro de mis próximos artículos, se convirtió en un partidario de los confederados y fue el que llevó, algunas veces a esa casa a su amigo John Wilkes Booth. Así que esa fue la razón de que se conocieran. Por la misma razón, ella logró conocer a varios de los conspiradores.

Parece ser que ella viajó el día del magnicidio a la finca, que había alquilado en las afueras. En su defensa, dijo que había ido a cobrar los varios meses de renta, que le debía Llooyd. Sin embargo, éste afirmó ella que le dio un paquete para que se lo diera al asesino, cuando pasara por allí. En ese paquete había unos prismáticos y varias armas.

El día 17 de abril, 3 días después del magnicidio, los policías fueron a detenerla a su casa. Parece ser que, cuando iban a salir, se presentó otro de los implicados, Lewis Paine o Powell, que había atentado contra el secretario de Estado.

El caso es que ella afirmó no conocerle, mientras que los testigos afirmaron que era un hombre que solía visitar esa casa muy a menudo y es posible que fuera a esconderse allí.

Así que eso le vino muy bien al fiscal para acusarla de estar entre los conspiradores y de haber ayudado a escapar al asesino.

Fue encarcelada en un buque de guerra, donde estuvo continuamente esposada y vigilada de cerca por varios soldados.

Durante el juicio, que fue un consejo de guerra, siempre vistió de negro y con un velo, que le tapaba la cara. No le pusieron una capucha, como a los demás.

La verdad es que nunca estuvo muy clara la culpabilidad de la acusada. Incluso, los demás procesados siempre insistieron en que era inocente. Sin embargo, los testimonios de John Lloyd y de un residente en su pensión, llamado Louis Weichmann, convencieron al tribunal de su culpabilidad.

Curiosamente, siempre se ha sospechado que Weichmann estaba entre los conspiradores, pero nunca se le pudo demostrar.

Fue declarada culpable de traición y conspiración y, por tanto, condenada a muerte. Siendo la primera mujer ahorcada en la Historia de USA. Parece ser que los jueces pidieron clemencia para ella a fin que conmutar la sentencia por la de cadena perpetua. Sin embargo, el presidente Andrew Johnson, afirmó no haber recibido esa petición. De hecho, hubo muchas peticiones de clemencia, como la de la viuda del mencionado Stephen Douglas. Pero no tuvieron éxito.

Curiosamente, hoy en día, hay muchos autores que afirman que las autoridades de USA no tenían nada contra ella. Sin embargo, la quisieron utilizar como señuelo para poder capturar a su hijo John, sin embargo, éste no se presentó.

Otro de los procesados fue Lewis Powell o Paine, dado que aparece de las dos formas. Nació en 1844 en un pueblo de Alabama. Al estallar la guerra civil se alistó en el Ejército Confederado, participando en varias sangrientas batallas, donde combatió con mucha fiereza. Siendo considerado un tipo muy sanguinario.

Posteriormente, estuvo luchando en una especie de unidad de guerrilleros, que le causaron muchas bajas al enemigo. De hecho, no solían hacer prisioneros.

Parece ser que de allí lo sacó el Servicio Secreto de los Confederados para hacer todo tipo de sabotajes en territorio enemigo.

Más adelante, se unió al grupo del asesino, que, en un principio, sólo pensaba secuestrar a Lincoln.

Por lo visto, Powell, estuvo dos veces alojado en la pensión Surratt. La primera en febrero de 1865, como amigo de su hijo John.

Parece ser que en marzo, Booth y Powell, fueron de viaje a Nueva York y a Canadá. En este país había muchos agentes del Servicio Secreto Confederado y se sabe que se reunieron con ellos, supongo que para recibir nuevas instrucciones, porque no habían podido secuestrar a Lincoln.

Como ya he dicho, Powell, siempre fue muy sanguinario. Así que no protestó, como hicieron los otros, cuando Booth les dijo que iban a matar a Lincoln.

Dado que Booth se enteró, la mañana del 14 de abril de que Lincoln y su esposa iban a presenciar esa noche una representación en el Teatro Ford, de Washington DC, vio ahí la oportunidad que estaban buscando. Así que, por la tarde, se reunió con sus cómplices y les asignó sus nuevos objetivos.

Concretamente, Powell, fue escoltado por Herold hasta la vivienda del secretario de Estado, William Seward, el cual se hallaba convaleciente, después de un grave accidente, que había tenido lugar unos días antes a bordo de su carruaje.

Así que, alrededor de las 22.10, llegaron ambos a la casa, llamaron a la puerta y Powell se presentó al mayordomo con la excusa de ser un mensajero del médico, que traía una medicina al paciente.

No obstante, como el mayordomo lo vio todo muy sospechoso, Powell, le empujó al suelo. Subió las escaleras y allí peleó con un hijo del enfermo, al que golpeó con una pistola en la cabeza.

Después, entró en el dormitorio, donde estaban una enfermera, un soldado y la hija del paciente. El caso es que le dio tiempo a apuñalar varias veces a este último y dejó de hacerlo cuando lo vio sangrar abundantemente, pensando que lo había matado. Luego, tuvo que luchar con el soldado y otro hijo del paciente, pero, como era un tipo alto y muy fuerte, acostumbrado a combatir en la guerra, consiguió escapar hiriendo con su cuchillo a ambos.

Al salir de la casa, descubrió que Herold había huido, lo cual era una contrariedad, para él, porque no conocía la ciudad, ni sabía dónde esconderse. Algunos dicen que estuvo escondido un par de días en un cementerio.

Más tarde, parece ser que robó unas herramientas, para hacerse pasar por un obrero y se dirigió a la pensión de Mary Surratt.

El caso es que se presentó allí el lunes 17/04, sobre las 23.30, justamente, cuando los agentes se iban a llevar detenida a Mary y ésta dijo no reconocerle. No obstante, los policías vieron que no tenía aspecto , ni ropas, ni manos de obrero y se lo

llevaron detenido. Posteriormente, fue reconocido por los criados y familiares de Seward y encarcelado en un barco anclado en el puerto.

Parece ser que le gustaba que le hicieran fotos. Así que un fotógrafo al que permitieron retratar a los presos, le hizo unas cuantas, que son las que se pueden encontrar ahora.

A todos los presos se les colocaron unas esposas unidas por unos hierros y unas bolas en los pies del mismo metal. Posteriormente, como a Powell le dio por darse cabezazos contra las paredes metálicas del barco, les pusieron unas capuchas acolchadas de lona y con esas les llevaron al juicio.

La vista comenzó el 9 de mayo, ante un tribunal militar, compuesto por 9 miembros. Parece ser que esa fue una exigencia del secretario de Guerra, Stanton, y del de Justicia, los cuales convencieron al resto de los miembros del Gobierno.

Por lo visto, temían que un tribunal civil, con un jurado compuesto
por personas, que podrían tener cierta afinidad con la causa sudista, seguramente, dictaría un veredicto absolutorio… y no se equivocaron, como veremos en otro de mis próximos artículos.

No obstante, a los acusados, se les respetó su derecho a una adecuada defensa y se interrogó a muchos testigos de las dos partes. De todas formas, parece ser que Powell quiso jugar la carta de que estaba loco, para que no se le pudiera juzgar y así lo transmitió su abogado ante el tribunal. Sin embargo, el fiscal ya estaba preparado para ello y llamó a varios reputados especialistas, los cuales afirmaron que estaba cuerdo.

Incluso, su abogado, intentó que el tribunal tuviera en cuenta que no había matado a nadie, pero no tuvo éxito, porque se demostró que era el brazo derecho de Booth en la conspiración para matar al presidente y otros líderes gubernamentales. También intentó presentarlo como a un soldado que luchaba, legalmente, contra sus enemigos, pero tampoco les convenció.

Por ello, fue condenado a muerte, sentencia confirmada el 6 de julio por el presidente Andrew Johnson. No obstante, Powell, siguió afirmando que Mary Surratt nunca tuvo nada que ver con el resto de los conspiradores.

Al resto de los conspiradores voy a mencionarlos más de pasada, porque sólo son personajes secundarios en esta historia.

David Herold era un joven nacido en 1842 y también en Maryland. Pertenecía a una familia acomodada y residían en la capital. Estudió en buenos colegios y también obtuvo un grado en Farmacia. Así que estuvo trabajando con un médico.

También asistió a una de esas academias militares privadas que hay en USA y fue donde conoció a John Surratt.

En la noche del magnicidio, acompañó a Powell a la casa de Seward, que estaba muy cerca de la Casa Blanca. Luego se asustó, tras oír el escándalo que se montó cuando Powell atentó contra Seward, así que salió huyendo de allí.

Posteriormente, se reunió con Booth y fueron juntos a recoger las armas y los prismáticos a la taberna de Surratt.

De allí fueron a la casa del Dr. Mudd, para que le curara la pierna a Booth, que se la había lesionado al saltar del palco al escenario, tras haber asesinado a Lincoln.

Acompañó a Booth hasta la granja de los Garrett, donde, como ya he narrado en uno de mis anteriores artículos, fueron rodeados por soldados del norte. Herold se rindió sin ofrecer resistencia, mientras que a Booth lo hirieron de muerte.

Durante el juicio, su abogado intentó centrar su defensa en que Herold tenía muy poca personalidad y se dejó influenciar demasiado por la voluntad de Booth. No le sirvió de nada, porque también fue condenado a muerte.

George Atzerodt nació en 1835 en un pueblo de Sajonia (Alemania). Pocos años después, emigró con su familia a USA.

Cuando creció, estuvo unos años ayudando a su padre y a su hermano en un negocio de reparación de aquellos carruajes que se utilizaban en esa época, situado en una localidad de Maryland.

Parece ser que conoció a Booth y éste lo fichó para su conspiración a fin de secuestrar a Lincoln. Sin embargo, Atzerodt nunca fue un asesino y no le gustó el cambio de planes, donde le pusieron como objetivo asesinar al vicepresidente, Andrew Johnson. Por lo visto, Booth, sólo reveló el cambio de planes la misma tarde en que ocurrió el magnicidio.

Por ese motivo, se alojó en el mismo hotel donde sabían que se alojaba ese político y hasta llegó a preguntarle cuál era su habitación a un camarero.

Sin embargo, como siempre había sido un alcohólico, su falta de valor para perpetrar ese asesinato, le hizo beber más de la cuenta en el bar del hotel y luego se fue a pasear, muy borracho, por las calles de la capital. Por lo visto, unos transeúntes le vieron tirar un enorme cuchillo en la calle. El mismo con el que había pretendido cometer su crimen. Así que fue detenido unos días después.

Ciertamente, aunque no cometió ningún atentado, el fiscal demostró que estuvo entre los conspiradores y que le asignaron un objetivo. Por ello, también fue condenado a muerte.

Así que a las 13.15 del 7 de julio de 1865, los cuatro condenados a muerte, fueron llevados al patíbulo. Éste se había construido en el patio de un viejo arsenal, en la capital federal.

Unas 1.000 personas presenciaron esta ejecución múltiple, entre periodistas, militares, funcionarios y hasta familiares de los condenados.

A los presos se les quitó la bola de hierro con una cadena, que llevaban en uno de sus pies. Cuando llegaron arriba, los sentaron en unas sillas y les leyeron sus condenas.

Después, les quitaron los grilletes y ataron sus cuerpos con unas gruesas cintas de tela. Les colocaron, a cada uno, la soga al cuello y, posteriormente, una capucha para que no se les pudieran ver sus caras. Powell aprovechó para repetir que Mary Surratt era inocente y que no debería de ser colgada con ellos, pero ya no valió para nada.

Curiosamente, mucha gente esperaba el perdón del presidente para la Sra. Surratt. Incluso, las autoridades militares, apostaron, durante el trayecto entre la prisión y la Casa Blanca, una serie de jinetes, por si el presidente se decidía a conmutar su pena, a fin de tener tiempo de llegar antes de la ejecución. Pero el presidente no la perdonó.

Así que la ejecución se cumplió sobre las 13.30. Sus cadáveres fueron introducidos en cajas de munición y enterrados dentro de ese arsenal, junto al de Booth.

Por lo visto, tras desatar los cadáveres, los soldados, cortaron las sogas de cada horca en pequeños trozos, que conservaron como recuerdo. Todavía se pueden ver algunos de ellos, depositados en varios museos.

Como ya he dicho, en 1869, el presidente aceptó entregar los cuerpos a sus familiares para que los enterraran donde quisieran.

 

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