ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

jueves, 27 de julio de 2017

LA LEYENDA DEL DOCTOR VELASCO

Como digo siempre, hay muchas veces en que la Historia es más apasionante que la ficción. Sin embargo, también ocurre que, como decía el nazi Dr. Goebbels, “una mentira repetida muchas veces, puede convertirse en una verdad”.
Esto es lo que ocurre con algunos datos sobre la vida de este personaje, que han llegado a un punto en que no se sabe qué fue lo real y qué fue lo inventado.
Nuestro personaje de hoy se llamaba Pedro González Velasco. Nació en 1815 en la pequeña localidad segoviana de Valseca.
Su familia era muy modesta y se dedicaban a la Agricultura. Incluso, su padre falleció siendo él muy niño. Todo ello, condicionó mucho su vida.
Así que tuvo que hacer lo que muchos chicos hicieron en España durante la posguerra, o sea, irse a estudiar a un Seminario. En este caso, le tocó ir al de Segovia. Allí llegó a estudiar Teología e, incluso, recibió las llamadas órdenes menores.
Sin embargo, no siguió la carrera sacerdotal. Así que se fue a Madrid, donde empezó como sirviente en la casa de una familia de la nobleza.
En 1840, empezó a estudiar Cirugía. No sé si sabréis que, por tradición, en muchos países, como España, la Medicina y la Cirugía estaban separadas.
Parece ser que los miembros de estos dos grupos no se llevaban muy bien, pues se consideraba a los cirujanos como a unos auténticos matarifes o barberos de pueblo y hasta mediados del siglo XIX no empezaron a unificarse estas dos profesiones.
En 1781, se fundó en Madrid el Real Colegio de Cirugía de San Carlos, similar a los que ya existían en Cádiz y en Barcelona, cuya sede estaba compartida con el Hospital General. Actualmente, este edificio está ocupado por el Museo Reina Sofía, pues el hospital se cerró en 1965.
Desde 1843, se unificó la enseñanza para Medicina y Cirugía y se les dotó de una única Facultad, que estaba en la calle Atocha de Madrid, derribando, previamente, el Hospital de la Pasión, especializado en las enfermedades femeninas. Dicha facultad se llamó de Ciencias Médicas y en ella también estaba la de Farmacia, aunque, posteriormente, se trasladó a otro edificio.

Dado que, anteriormente, habían instalado el Hospital Clínico, para que los alumnos hicieran prácticas con los enfermos, dentro del Hospital General, y esto no era del agrado de los médicos del citado hospital, en 1875, se separó un ala del mismo para dedicarlo a hospital clínico y así no mezclarse con los enfermos del otro hospital.

Actualmente, el edificio del antiguo Hospital Clínico, está ocupado por el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid.
La Facultad de Medicina estuvo allí hasta que se construyó su nueva sede en la Ciudad Universitaria. Sin embargo, el hospital clínico, no pudo mudarse a su nuevo centro, situado cerca de la Facultad, porque el traslado coincidió con el inicio de la Guerra Civil, que dejó la nueva sede hospitalaria convertida en un montón de ruinas, pues justo allí se hallaba el frente.
Actualmente, el edificio de la antigua Facultad de Medicina pertenece al Colegio de Médicos de Madrid.
Posteriormente, el Hospital General de Madrid, se trasladó en 1968 a lo que hoy se llama Hospital General Universitario Gregorio Marañón.
Volviendo a nuestro personaje de hoy, pronto se convirtió en un cirujano muy competente, que trabajó en el antiguo Hospital Militar, por entonces, situado en la calle Princesa, cerca del Palacio de Liria. Antes de que se construyera el Hospital Militar Gómez Ulla, sito en el barrio de Carabanchel. Parece ser que allí fue donde aprendió a conservar los cuerpos a fin de aprovecharlos para la formación de los nuevos médicos y cirujanos.
Por entonces, se enamoró de una mujer llamada Engracia Pérez, que trabajaba como sirvienta, igual que él. Fruto de esa relación nació una niña llamada Concepción. El problema es que él no podía casarse al pertenecer ya al clero. Así que tuvo que esperar unos cuantos años para que el Papa le dispensara de sus votos a fin de poder celebrar su matrimonio.
Entre 1843 y 1849 estudió Medicina, doctorándose, posteriormente, en 1854. Continuó con su interés por la Anatomía,  creando la Sociedad Anatómica. Esta sociedad funcionaba a base de conservar cadáveres con objeto de ofrecerlos a las facultades de Medicina.
También trabajó en el Hospital General, donde estuvo mucho tiempo dedicado a la disección de cadáveres. Se cree que llegó a diseccionar unos 8.000 cadáveres durante toda su carrera
profesional. Durante ese tiempo, viajó a diferentes países para aprender los métodos que se utilizaban allí para la conservación de los cuerpos de los fallecidos.
Tuvo un gran prestigio como cirujano. De hecho, se sabe que mucha gente viajaba hasta Madrid para ver si les podría operar él, pues era de los pocos cirujanos que se atrevían a hacer ciertas intervenciones quirúrgicas muy complejas. Se le consideraba uno de los mejores cirujanos de España.
Junto a esa labor, también trabajó como profesor de Anatomía en la Facultad de Medicina, llegando a ser catedrático de Anatomía Quirúrgica. Todo ello, le hizo ganar mucho dinero.
En 1863, consiguió que, al fin,  el Papa, le dispensara de sus votos religiosos y ya pudo casarse con Engracia e inscribir legalmente a su hija. No obstante,  Concepción, ya tenía 14 años. Por entonces, la familia habitaba una vivienda de la calle Santa Isabel, en Madrid. Muy cerca de su lugar de trabajo. Posteriormente, se compraron una casa en la calle Atocha, también en Madrid.
Allí daba una especie de clases particulares de Anatomía a los alumnos de Medicina, para aumentar sus conocimientos sobre el cuerpo humano. Es lo que ellos llamaban “los repasos”.
En 1864, su hija enfermó de fiebres tifoideas. No hace falta decir que, en aquella época, la Medicina no estaba tan adelantada como ahora y la gente se moría por cualquier enfermedad que, hoy en día, se puede curar perfectamente.
Parece ser que el Dr. Velasco no estaba muy de acuerdo con el tratamiento que le estaba dando a su hija el Dr. Mariano Benavente, padre de Jacinto Benavente y director del Hospital del Niño Jesús. Así que, por su cuenta, le dio un vomitivo. Esto no hizo más que empeorar la salud de su hija, muriendo a los pocos días, entre muchos sufrimientos.
Nuestro personaje nunca se perdonó lo que había hecho y se creyó culpable de la muerte de su hija. Se puede decir que a partir de ese momento perdió la cordura. De hecho, sufrió una gran depresión, que le llevó a estar mucho tiempo encerrado en su casa, sin querer ver a nadie.
Le fue otorgado el permiso para embalsamar a su hija y, posteriormente, fue enterrada en la Sacramental de San Isidro.
En 1874, ordenó la construcción de su nueva casa en la que también construyó un Museo Anatómico, que llevaba adjunta la Escuela Práctica de Medicina y Cirugía.
Este centro fue inaugurado, en 1875,  por el rey Alfonso XII y es lo que hoy se llama el Museo Nacional de Antropología, situado frente a la Estación de Atocha, en Madrid. Desgraciadamente, la Escuela, no funcionó durante muchos años, debido a la falta de alumnos.
También, según parece, tuvo una participación muy activa en la Revolución Gloriosa de 1868 y en el posterior Sexenio Revolucionario. A causa de sus ideales republicanos. Así que eso no se lo perdonaron y, según dicen, ese fue uno de los motivos por los que perdió alumnos y pacientes. De hecho, fue expulsado de su cátedra, sin mayores explicaciones. No me extrañaría que también hubieran utilizado esta leyenda contra él para conseguir que se quedara sin pacientes.
El autor de ese edificio fue el famoso marqués de Cubas. Tiene una fachada claramente neoclásica. Una de las alas se utilizaba para la mencionada Escuela. Mientras que en la otra estaba la vivienda del doctor Velasco y su familia.
Tras la inauguración del Museo, obtuvo el permiso para exhumar el cadáver de su hija y llevarlo a su  Museo Antropológico.
Para asombro de todos, cuando vieron el cadáver de la niña, a pesar de haber pasado casi 11 años desde su muerte, se conservaba tan bien que parece que estaba dormida. Incluso, las articulaciones flexionaban perfectamente.
Su padre llegó a ordenar que la maquillaran, que la vistieran a la moda y que la colocaran en una vitrina, en una especie de capilla, donde ahora está la biblioteca de ese museo. Hay que aclarar que se encontraba dentro de su vivienda, no expuesta en el Museo.

Se dice que el padre solía hablar diariamente con ella, como si hubiera estado una temporada fuera de casa a causa de un viaje. Incluso, en una ocasión, se empeñó en sentarla a comer a la mesa. Por supuesto, su mujer se opuso a ello.
A partir de aquí hay todo tipo de rumores. Unos dicen que la vieron sentada junto a su padre, paseando en coche de caballos o yendo a los toros o a la ópera con éste.
Incluso, algunos dicen que en esta farsa estuvo también mezclado el futuro doctor Muñoz Sedeño,  alumno del Dr. Velasco, que había sido novio de Concepción. Al que también dicen que se le vio paseando en coche de caballos con la momia de la chica.
Al cabo del tiempo, su esposa llegó a convencerlo para que enterrara a su hija en el patio del Museo. Posteriormente, cuando murió el Dr. Velasco, su esposa dio orden de que enterraran a los dos en su panteón en la Sacramental de San Isidro. Años más tarde, también ella fue enterrada en ese mismo panteón.
Parece ser que en el Museo de Anatomía de la Universidad Complutense de Madrid, fundado por el Dr. Velasco, existe, desde hace muchos años,  una momia dentro de una caja, la cual tiene una etiqueta en la que se puede leer “Momia de la hija del doctor Velasco”.
Algunos pensaron que el Dr. Muñoz Sedeño habría podido cambiar el cadáver y llevarse el cuerpo embalsamado de Concepción, su antigua novia, hasta la Facultad de Medicina de Madrid, donde él era uno de los profesores de la misma. De hecho, algunos alumnos decían que este profesor iba a veces al sótano para hablar con ella.
Lo cierto es que, tras una investigación se comprobó que no era así. Ese cadáver correspondía a otra chica de la misma edad, que murió 3 años después a consecuencia de una tisis pulmonar. Lo cierto es que esa momia también formó parte de la colección del doctor Velasco y luego pasó a formar parte de la colección de la Facultad de Medicina.
Desgraciadamente, el doctor Velasco, murió en 1882 a causa de una grave enfermedad pulmonar. Parece ser que su entierro fue uno de los que más gente congregó en Madrid.
Nuestro personaje se había gastado casi todos sus ahorros entre su Museo y sus investigaciones y no le pudo dejar casi nada en herencia a su esposa. Posiblemente, esa sería una de las razones por las que su viuda vendió el edificio y las colecciones del mismo al Estado español. Estas fueron repartidas entre las Facultades de Medicina y  de Ciencias, ambas de Madrid.
El museo estuvo vacío y cerrado hasta 1910, cuando se decidió crear un nuevo museo de Etnología con colecciones procedentes de otros centros.
Uno de los esqueletos que se muestran en ese Museo es el de Agustín Luengo Capilla, llamado el gigante extremeño. Se trataba de un joven nacido en Puebla de Alcocer y que, a causa de una enfermedad, había llegado a medir 2,35 metros.
El doctor Velasco, que siempre fue un  gran coleccionista, se puso en contacto con él y le hizo firmar que, a su muerte, donaría su cuerpo al Museo. Todo ello a cambio de una generosa pensión que le pagaría el doctor hasta que muriera Agustín.

Algunos dicen que eso no es cierto y que Agustín acudió a su consulta, acompañado por su madre, para ver si podría curarlo. Parece ser que padecía una enfermedad llamada acromegalia. Posteriormente, fue su madre la que donó su cuerpo a la Ciencia.
Curiosamente, en una ocasión, Agustín,  fue recibido por el rey Alfonso XII, que tenía muchas ganas de conocerle. En ese encuentro, el monarca, le regaló un par de botas.
Parece ser que este chico no se cuidó mucho y murió con sólo 26 años. Se cuenta que su fallecimiento tuvo lugar en una posada de Madrid, llamada Parador de Cádiz, que estaba situada junto a la Puerta de Toledo.
En cuanto lo supo, el doctor, se fue en busca de su cadáver. Parece ser que con él hizo un vaciado. Luego le extrajo la piel y, por último, el esqueleto. Todo ello, fue expuesto en su Museo.
Por entonces, también tenía expuesto el cadáver de otro gigante. Parece ser que se trataba del cuerpo de un soldado gastador francés, muerto en la batalla de Vitoria, durante la Guerra de la Independencia. De ese cuerpo no se han vuelto a tener noticias.

Espero que os haya gustado este tema. Saludos.

martes, 25 de julio de 2017

FRAY JUAN DE ALMARAZ, EL CAUTIVO IGNORADO

Hoy voy a narrar un hecho del que, realmente, se sabe muy poco y del que tampoco se han podido encontrar muchos datos. No obstante, no me resisto a relatar este suceso histórico.
Para empezar, vamos a presentar a los actores de esto que parece un drama. Como todos sabréis, Carlos IV, fue hijo de Carlos III de España, y nació en 1748 en una localidad cercana a Nápoles, mientras su padre era rey de las dos Sicilias.
Luego, todos sabemos que, en 1759, a la muerte de su hermanastro, Fernando VI, su padre regresó a nuestro país, donde fue proclamado rey de España, con el nombre de Carlos III. De esa manera, el futuro Carlos IV, pasó a ser príncipe de Asturias. Título que se da a los herederos al trono de España.
En 1788, a la muerte de su padre, le sucedió en el trono, con el nombre de Carlos IV. Parece ser que su padre nunca lo vio muy apto para las tareas de gobierno, pero es lo único que había y, desgraciadamente, no se equivocó.
Como el monarca nunca estuvo interesado en las tareas de gobierno, dejó en su puesto al conde de Floridablanca, que ya fue primer Secretario de Estado con su padre. Curiosamente, éste siempre tuvo una mentalidad reformadora y progresista. Sin embargo, tras el comienzo de la Revolución Francesa, su política tomó el camino contrario y se mostró conservador en grado extremo. Hasta el punto de movilizar a la moribunda Inquisición para que persiguiera a todos los que se dedicaban a repartir los folletos revolucionarios llegados desde Francia.
Visto que la gente estaba muy descontenta con Floridablanca, fue cesado por el monarca y, en su lugar, colocó al conde de Aranda, que era un político ilustrado, relacionado con muchos intelectuales franceses.
El conde de Aranda fracasó en la gestión encargada por el rey para intentar salvar la vida de Luis XVI. Así que, en 1792, en cuanto el monarca francés fue derrocado  por los revolucionarios, el rey cesó a Aranda y puso en su lugar a Godoy. Con la llegada de este político, ya tenemos al segundo protagonista de esta historia.
No obstante, Godoy, tampoco pudo hacer nada por salvar la vida de Luis XVI, primo de Carlos IV, y, como todo el mundo sabe, fue guillotinado en 1793.
Este acontecimiento dio lugar a que varios países le declararan la guerra a Francia. En el caso de España, nuestras tropas, dirigidas por el general Ricardos, al principio, obtuvieron algunas victorias. Más tarde, fueron arrolladas por los milicianos franceses, que llegaron a conquistar varias plazas españolas, como Figueras, San Sebastián o Bilbao.
La Paz de Basilea, firmada con Francia en 1795, permitió recuperar todas las plazas españolas perdidas. A cambio, hubo que regalarles lo que hoy es la República Dominicana.
En 1796, a instancias de Godoy, España, firmó el Tratado de San Ildefonso, por el cual nuestro país pasaba a ser un aliado de la primera potencia del momento, Francia.
A causa de este pacto, el Reino Unido nos declaró la guerra y, por ello, varias de nuestras plazas fueron asediadas por mar. Así que, como el rey no estaba muy contento con la política de Godoy, lo cesó en 1798.
Tras él, hubo un ínterin, en el que dos políticos menos relevantes pasaron a ocupar la posición de valido del rey.
En 1799, con la llegada al poder de Napoleón, éste forzó a Carlos IV para que volviera a llamar a Godoy, para el puesto de valido.
En 1801, se firmó el Convenio de Aranjuez, por el que España le cedió la flota a Francia para combatir contra el Reino Unido en el mar. Ya sabemos que los franceses nunca se han destacado por tener  buenos marinos. No hay que olvidar que, en España,   durante el reinado de Carlos III, se había invertido mucho dinero en revitalizar la Armada y crear una plantilla con grandes marinos.
Napoleón había decretado el embargo comercial y naval de todos los países contra el Reino Unido. Sin embargo, Portugal y Rusia, grandes proveedores de los británicos, no quisieron respetarlo. Así que el emperador, en un principio, se decidió por atacar Portugal.

Para ello, en 1801, Francia, conjuntamente con España, le declararon la guerra a Portugal. Por ese motivo, se permitió que las tropas francesas atravesaran la Península Ibérica.
En 1807, el mismo año en que Francia y España, después de haber ocupado Portugal, se reparten su territorio, se produce una conjura palaciega, encabezada por el príncipe de Asturias, futuro rey Fernando VII. Ya tenemos otro personaje en escena.
Esta vez, el príncipe Fernando, fracasó en su intento de destronar a su padre. Éste cometió el error de no querer castigarle y en 1808 se produjo el Motín de Aranjuez. Un nuevo intento, esta vez exitoso, de Fernando contra su padre. Así que Carlos IV se vio solo y abdicó en su hijo Fernando.
A Napoleón no le gustó nada, así que pidió que la familia real española se reuniera con él en la ciudad de Bayona (Francia). No sé cómo no se dieron cuenta de que era una encerrona.
Allí, el emperador exigió que Fernando devolviera la corona a su padre. Cosa que hizo. Lo que no sabía Fernando es que su padre ya había pactado con el emperador para entregarle la corona a éste. Posteriormente, Napoleón, decidió nombrar como nuevo rey de España a su hermano, el futuro José I.
No me voy a parar a narrar la Guerra de la Independencia, que tuvo lugar entre 1808 y 1814, porque me alargaría demasiado.
Hasta ahora hemos hablado del padre de Fernando VII, pero no de la madre. Así que ya es hora de que aparezca en escena.
María Luisa de Borbón-Parma era hija de Felipe I, duque de Parma, y de Luisa Isabel de Francia, hija de Luis XV. Así que era prima de Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X y también, pero en menor grado, de su propio marido, Carlos IV. Se casaron en 1765, cuando ella sólo tenía 14 años.
Siempre gustó de entrometerse en los asuntos de gobierno, con el beneplácito de su esposo. Juntos tuvieron nada menos que 14 hijos, aunque sólo la mitad llegaron a una edad adulta, y 11 abortos. Todo eso le dejó profundas señales en el rostro, que la envejecieron muy pronto.
Fue la que introdujo a Godoy en la Corte el cual, según dicen algunos, fue uno de sus amantes y el padre de, al menos,  dos de sus hijos. Lo cierto es que Godoy era un simple miembro de la Guardia de Corps, lo que ahora se llama Guardia Real. Un día de Semana Santa, en Segovia, cuando escoltaba la carroza de los reyes, tuvo un accidente con su caballo, y estos comenzaron a fijarse en él. Se dice que su hermano mayor Luis, también fue, anteriormente, amante de la reina.

Incluso, se comenta que algunos amantes de la reina lo fueron también de la famosa duquesa de Alba, Cayetana. Existiendo una clara rivalidad entre las dos.
Desde entonces, Manuel Godoy, tuvo lo que se llama un ascenso meteórico en la Corte. Acumulaba cargos y títulos por todas partes. Incluso, fue el primero al que se le dio el título de Generalísimo. Hasta se le dio el título de Príncipe de la Paz. Recordemos que en España sólo hay una persona que  puede llamarse príncipe, el príncipe de Asturias.
Incluso, los reyes quisieron que se casara con una persona perteneciente a la Familia Real. Un privilegio que sólo podían tener los que pertenecían a otras familias reales. Él accedió a ello, sin embargo, los cónyuges nunca fueron muy felices.
Incluso, dicen que uno de los motivos por los que el príncipe organizó las conjuras contra su padre fue porque éste otorgó a Godoy el título de Alteza Serenísima. Por ello, los partidarios del príncipe le indicaron que el rey podría estar tramando desheredar a su hijo y poner como sucesor a Godoy.
Tras la abdicación de su marido, María Luisa, lo acompañó durante el exilio. Al igual que, en un principio, también lo hizo Godoy. Primero residieron en varias ciudades francesas y luego se fueron a varias localidades de Italia. Por último, residieron en el Palacio Barberini, en Roma, donde ella falleció en enero de 1819. Casualmente, Carlos IV, falleció unas dos semanas después, en Nápoles. Parece ser que vivían de la pensión que les enviaba Fernando VII, cuando ya se asentó definitivamente como rey de España. Sin embargo, nunca les dejó regresar a nuestro país.
Curiosamente, la reina no hizo testamento a favor de su marido o de sus hijos, sino a favor del mismo Godoy. Evidentemente, fue anulado por su hijo unos días después.
Como todos sabemos, en aquella época, era costumbre que mucha gente dispusiera de un confesor personal. La reina disponía de uno llamado fray Juan de Almaraz. Este es el último personaje de nuestra historia.
Se sabe que el verdadero nombre de este clérigo era Juan Francisco Thomas León y nació en Badajoz en 1767. Así que es posible que conociera a Godoy, que también era de allí,  y éste lo hubiera encumbrado a ese importante cargo de la Corte. Perteneció a la orden de los Agustinos.
Parece ser que la reina confesó con él, el día antes de su muerte y allí le hizo una declaración, que podría poner en peligro a la monarquía española. Incluso, hoy en día, hay quienes ponen esta confesión en entredicho, porque la reina tenía fama de lianta y le gustaba meterse con todo el mundo. Especialmente, con su hijo Fernando VII.
Lo cierto es que en el testamento de la reina se ordenaba que su hijo le pagara la cantidad de 4.000 duros al mencionado confesor. Como Fernando VII se negó a ello, el fraile tomó una decisión de la que se arrepentiría durante toda su vida.
No se le ocurrió otra cosa que mandarle una carta, desde Roma, donde le informaba sobre la última confesión de su madre y le pedía que le pagara los 32 meses de atrasos que le debía. Como le volvió a escribir y seguía sin hacerle caso, supongo que, llevado por la desesperación de no poder pagar las muchas deudas que tenía, esta vez le advirtió que iba a dar a conocer la confesión de su madre, nada menos que al Cuerpo Diplomático extranjero acreditado en España. Está claro que no conocía muy bien al rey.
El periodista José María Zavala, autor del libro “Bastardos y Borbones”, encontró en el archivo del Ministerio de Justicia, en Madrid, un documento escrito por este fraile y fechado el 20 de junio de 1827, el cual ha publicado en el citado libro. Parece ser que en el sobre lacrado donde estaba se indicaba “Reservadísimo” e iba dirigido al confesor del fraile.
En él, se dice lo siguiente: “Como confesor que he sido de la reina madre de España (q.e.p.d.) Dª María Luisa de Borbón, juro in verbo sacerdotis, como en su última confesión, que hizo el 2 de enero de 1819, dijo que ninguno ninguno de sus hijos e hijas, ninguno era de su legítimo matrimonio; y así que la Dinastía Borbón de España era concluida. Lo que declaraba por cierto para descanso de su alma y que el Señor la perdonase”. También la reina le encargó  que revelara ese secreto tras su muerte.
Parece ser que otro gran escritor español, ya fallecido, Juan Balansó, mencionó el citado documento en varias de sus obras, pero, según parece, nunca pudo hallarlo.
Como comprenderéis, a Fernando VII, seguro que todo esto no le hizo ninguna gracia. En un principio, mandó una carta al propio Papa, en septiembre de 1827, donde le apercibía de la peligrosidad del fraile, sin mencionarle qué había hecho, claro está.
No hará falta decir que, por aquel entonces, España pintaba ya bien poco,  el Papa no le hizo ni caso. Así que, Fernando VII, ni corto ni perezoso, mandó a un grupo de su gente más fiel a Roma. Allí encontraron a este fraile, lo raptaron y se lo trajeron a España.
Llegó a bordo de un barco, el cual atracó en Barcelona y de ahí lo enviaron a la fortaleza de Peñíscola. El monarca no se paró ahí, sino que dio las oportunas instrucciones al alcaide de esa cárcel para que el prisionero fuera encerrado por tiempo indefinido en una celda y aislado de todos los demás.
Es más, se aseguró de que tuviera una provisión suficiente de alimentos, pero de que no hablara ni siquiera con los carceleros. Su estancia en la prisión no figuró en el libro-registro de la misma y ni siquiera fue procesado en ningún momento. Allí estuvo encarcelado durante siete años.
¿Esta historia no os recuerda  la del abate Faria, que se hallaba encarcelado en la celda al lado de la del Conde de Montecristo? A mí también me recuerda la historia del prisionero de la Máscara de hierro.
Parece ser que, en 1830, el arzobispo de México, que había regresado a España, tras la independencia de ese país, recibió un curioso encargo de Fernando VII.
Se trataba de visitar al prisionero en su celda, en Peñíscola, a fin de que se retractara por escrito de lo que había afirmado unos años antes, referente a la presunta bastardía de todos los hijos de María Luisa de Parma.
A pesar del lamentable aspecto del preso y de que ya daba muestras de demencia, entendió perfectamente lo que le decía el arzobispo y, con la promesa
del perdón real,  firmó el documento de retractación. No olvidemos que el arzobispo era un superior jerárquico de este fraile. A lo mejor, con esa intención eligió el rey al arzobispo para que cumpliera esta misión.
Sin embargo, el rey no cumplió su palabra y no le perdonó, a pesar de que el arzobispo se dirigió a él para recordarle que había empeñado su palabra delante del prisionero. No obstante, un ministro le recomendó al clérigo que se olvidara del tema, no fuera a hacer que el rey se cabreara con él. Así que el arzobispo dejó este tema, porque el monarca estaba dando muestras de su crueldad por toda España.
Sin embargo, en 1832, llegó un nuevo alcaide a la fortaleza de Peñíscola y comprobó el lamentable estado en que se encontraba este preso. Parece ser que se encontró con un viejo harapiento con una barba canosa hasta la cintura y que ya apenas podía  hablar.
Así que dirigió un escrito al rey para ver si, en razón de la mala salud del preso, debido a su largo encarcelamiento y a su avanzada edad, se le podría aplicar un Decreto de Amnistía, que había otorgado el rey recientemente.

Supongo que el alcaide, aparte de que tuviera piedad del preso, también tendría en mente que, anteriormente, el monarca había hecho responsables de la salud del preso al alcaide que hubiera en esa fortaleza, en cada momento. Así que me parece que el alcaide no querría que se le muriera con él como responsable de la misma.
Incluso insistió en otro escrito al Gobierno. Esta vez, tuvo más suerte, pues el escrito llegó a comienzos de 1834 y el rey había muerto unos meses antes.
Así que el presidente del Consejo de Ministros, antes de tomar medida alguna, fue a consultar este asunto con la reina viuda María Cristina. Esta nunca había sabido sobre este tema. Así que le otorgó, inmediatamente, su perdón y consiguió ser puesto en libertad.
Ya sólo se sabe que tuvo un modesto cargo en la Catedral de Cuenca y murió en 1837 a los 70 años de edad.
Como suelo decir, muchas veces la Historia es igual o más apasionante que muchas novelas. Espero que os haya gustado y que os apuntéis como seguidores del blog.

Muchas gracias y saludos.

miércoles, 19 de julio de 2017

LA SOSPECHOSA MUERTE DEL COMANDANTE RAMÓN FRANCO

Nuestro personaje de hoy se llamaba Ramón Franco Bahamonde y, por si hubiera alguna duda, era hermano del general Francisco Franco. La verdad es que no lo parecía, porque cada uno parecía el polo opuesto del otro.
Nació en Ferrol (la Coruña) en 1896 y fue el menor de los hijos del matrimonio formado por Nicolás Franco Salgado-Araujo y su esposa, María del Pilar Bahamonde y Pardo de Andrade. Su padre era marino militar, perteneciente al Cuerpo de Intendencia de la Armada, y su madre era ama de casa.
Como suele ocurrir, en el caso de los hijos de militares, todos ellos optaron por la carrera de las armas.
Nicolás, su hermano mayor, ingresó en la Academia Naval, que, por entonces, se hallaba en San Fernando (Cádiz), y luego se hizo ingeniero naval. Francisco, también pretendió ingresar en la Academia Naval y se estuvo preparando para ello. Lamentablemente, no pudo hacerlo, porque en 1906, el vicealmirante Conca, ministro de Marina, cerró esa Academia.
La razón podría estar en que, tras la derrota de la flota española en Cuba, en 1898,  no era necesario aumentar el número de marinos, pues quedaban pocos barcos para navegar.
Así que, para no desperdiciar la formación que ya tenía para ingresar en una Academia militar, Francisco, optó por ingresar en la Academia de Infantería de Toledo y lo consiguió en 1907.
Ramón tomó nota de lo que había hecho su hermano e hizo lo mismo, porque la Escuela Naval Militar no se reabriría hasta 1913. Así que, en 1911, ingresó en la Academia de Infantería de Toledo.
Todo el mundo podría pensar que Ramón sacó peores notas en la Academia de Toledo, que su hermano Francisco. Al primero, siempre se le ha visto como una persona muy juerguista y al segundo como mucho más serio y estudioso.
Curiosamente, Francisco, sacó un muy discreto número 251 de los 312 oficiales que formaron
su promoción. Sin embargo, Ramón, obtuvo el número 37 de un total de 413 oficiales de su promoción. En esa misma promoción, el futuro general Vicente Rojo sacó el número 2.
De todas formas, hoy en día, nos asombra que su madre se empeñara en que se dedicara al clero, en lugar de optar por la carrera militar, siendo un tipo al que siempre le encantó la juerga. En eso, siempre se pareció mucho a su padre.
Como casi todos los oficiales que salían en aquella época  de las academias militares, fue destinado durante una temporada a Marruecos,  sirviendo en una unidad de regulares.
Enseguida fue muy bien conocido en África. Igual le daba luchar en primera línea, cuerpo a cuerpo, contra los moros, que emborracharse y bailar desnudo en el escenario de un teatro junto a las coristas.
En 1920, por fin, consiguió ser destinado a la Aeronáutica Militar. No olvidemos que el Ejército del Aire no se crearía hasta octubre de 1939. Hasta entonces, era un servicio dentro del Ejército de Tierra o de la Armada.
Tras su formación como piloto, en Getafe,  fue destinado al aeródromo militar de Melilla, desde donde participó en la Guerra de África y fue condecorado por ello con la medalla militar individual.
Contra todo pronóstico, en 1924, este empedernido juerguista, conoció a una joven llamada Carmen Díaz y se enamoraron.
Siguiendo su costumbre, ni siquiera se molestó en pedir permiso para casarse, como era obligatorio entre los militares. Así que se fueron a Hendaya (Francia) y allí tuvo lugar la boda.
En aquella época, se estaba viviendo el nacimiento de la Aviación. Así que se pusieron de moda una serie de hazañas consistentes en realizar largos vuelos trasatlánticos.
Como ya habían existido otros precedentes, obtuvieron el permiso para volar hacia América. No olvidemos que en aquella época gobernaba el general Primo de Rivera.
Emulando a los viajes de Colón, en enero de 1926 partieron desde Palos de la Frontera hacia Buenos Aires. Llegaron un mes después a su destino, habiendo hecho escalas en las Palmas de Gran Canaria, Río de Janeiro, Recife y Montevideo.
Tal y como declaró, Ramón,  al llegar a su destino: “la pericia y la suerte me acompaña siempre en todas mis empresas”.
No fue, exactamente, como él lo contaba. Parece ser que, durante el viaje, se les averió una de las hélices y tuvieron que lanzar al agua todo lo que fuera sobrepeso, incluido el equipaje de los tripulantes.
También es cierto que, utilizando un radiogoniómetro, consiguieron no salirse, en ningún momento,  de la ruta prevista en el plan de vuelo.
Hay que decir que componían  el resto de la tripulación del hidroavión “Plus Ultra”, el capitán Ruiz de Alda, el teniente de navío Juan Manuel Durán y el mecánico Pablo Rada.
A su regreso, en 1926, Ramón, pasó a convertirse en uno de los militares favoritos de Alfonso XIII, que le honró con el nombramiento de gentilhombre de cámara. Precisamente, su hermano Francisco, había sido honrado, tres años antes, con el mismo cargo.
Mientras tanto, las relaciones entre Ramón Franco y el dictador Primo de Rivera nunca fueron muy buenas. Hay multitud de anécdotas al respecto, como aquella en que Primo le iba a dar un homenaje en Jerez de la Frontera y Ramón no se presentó, alegando que se le había olvidado.
Tampoco le gustó mucho al general cuando los periodistas mencionaron en sus artículos las medallas con que habían sido premiados los tripulantes del plus Ultra y no mencionaron apenas que, en el mismo acto, le otorgaron a Primo de Rivera la Cruz Laureada de San Fernando, la más alta condecoración militar, por su exitoso desembarco de Alhucemas.
Parece ser que Ramón acusó de “incompetente” al embajador español en Argentina, pues dejó que el monopolio del correo aéreo argentino se lo llevaran los franceses.
El diplomático pidió que se sancionara a Ramón y Primo lo mandó a una prisión militar. Sin embargo, cuando los periodistas se enteraron de ello, se montó tal escándalo internacional que lo tuvieron que poner, inmediatamente, en libertad.
En 1929, organizaron otro vuelo cuyo destino sería Nueva York. En julio de ese año, volvieron a despegar desde Palos Franco, Ruiz de Alda y González Gallarza.
Parece ser que la compañía CASA había construido un nuevo modelo de Dornier y presionó al Gobierno para que se utilizara este aparato en ese vuelo. Los tripulantes no estaban por la labor. Así que tomaron otro Dornier construido en Alemania, que les parecía mucho más fiable y le cambiaron la matrícula.
Esta vez se perdieron y amerizaron con su hidroavión en el Océano Atlántico. Allí estuvieron flotando durante varios días hasta que los recogió un navío británico.
A su vuelta, fueron homenajeados de nuevo. Sin embargo, el dictador, no le perdonó el cambiazo de matrícula del hidroavión. Así que lo echaron del Ejército y su compañero, Ruiz de Alda, también pidió la baja en el mismo.
Para colmo, lo calumniaron, diciendo que había sido sobornado por los alemanes de la empresa Dornier, para cambiar de aparato. Así que no se le ocurrió otra cosa que escribir un libro donde ponía a parir a las más altas instancias del Estado y del Ejército. Lógicamente, el libro fue censurado.
Su rebeldía se iba radicalizando. Se convirtió en un masón anticlerical. Tras haber sido detenido en una redada, aprovechó para aceptar el ofrecimiento del Gobierno de Uruguay y tomó la nacionalidad uruguaya.
En 1930, cuando ya se vislumbraba la llegada de la II República, parece ser que el mismo General Franco le pidió al general Mola, por entonces, director general de Seguridad, que detuviera a su hermano Ramón, para que no se viera involucrado en actividades revolucionarias y así lo hizo.
No obstante, consiguió fugarse de la cárcel. A mediados de diciembre, se sublevó la guarnición de Jaca, fracasando en el intento. También se sublevaron varios pilotos en la base de Cuatro Vientos. Entre ellos, estaba Ramón.
En principio, no hicieron nada malo, salvo lanzar octavillas desde los aviones sobre Madrid. Más tarde, pensó en bombardear el Palacio Real de Madrid. Enfiló hacia allá con su avión, pero no lo hizo, porque vio a muchos niños jugando en los jardines del palacio.
La conspiración fracasó y los que pudieron, como Ramón, huyeron a Portugal y, posteriormente, a Francia.
En París, llegó a contactar con otros revolucionarios exiliados en Francia, como Julián Gorkin, Durruti, Ascaso, etc.
Tras la proclamación de la II República, nuestro personaje se presentó al día siguiente en Madrid y, como siempre, tuvo un recibimiento apoteósico. Incluso, sustituyó a uno de sus mayores enemigos, el general Kindelán, como jefe de la Aeronáutica Militar. No obstante, sólo duró unos pocos meses en el cargo, tras haber sido acusado de estar detrás de una conjura contra el Gobierno.
Acto seguido, comenzó su carrera política. Curiosamente, se presentó por Barcelona y por Sevilla en las candidaturas de dos partidos distintos. En el primer caso, lo hizo por ERC y en el segundo por el Partido Republicano Revolucionario.
Como buen político, se dedicó a prometer el oro y el moro. Así
que consiguió ser elegido diputado por ambas circunscripciones. Tuvo que optar por una de las dos y se quedó con la de Barcelona.
A partir de ahí, le acusaron de las cosas más peregrinas, como de ser un agente al servicio de Cataluña, que quería fomentar un estado revolucionario en Andalucía.
Ya en las Cortes, se unió a otros diputados, que fueron conocidos como “los jabalíes”, porque sólo habían ido allí a montar escándalo y poco más. Las contadas veces que abrió la boca se pudo comprobar que era un tipo muy audaz, pero que tenía una muy escasa formación.
Tras los sucesos en algunos pueblos del sur, como Casas Viejas, le echaron la culpa de haber alborotado a los campesinos andaluces. Quisieron llevarlo ante los tribunales, pero los diputados no concedieron el suplicatorio, porque la mayoría de ellos eran tan masones como él.
Desde el golpe de Sanjurjo, en 1932, ya no quiso saber nada de la política. Incluso se divorció de su mujer y se casó con su habitual amante, que ya le había dado una hija.
Posteriormente, en 1935, fue enviado como agregado aéreo a la embajada española en Washington. Allí estuvo hasta el 18 de julio, cuando el Gobierno de la II República lo cesó por falta de confianza.
Es posible que uno de los motivos que le llevaron a unirse al bando nacional, fuera el asesinato de su amigo y compañero en el Plus Ultra, Julio Ruiz de Alda, que se hallaba preso en la cárcel Modelo de Madrid.
También se dice que, en un principio, contactó con el Gobierno republicano, para ponerse a sus órdenes y Azaña se opuso a que regresara.
Lo cierto es que Ramón se embarcó con su familia hasta Lisboa y entraron en la España nacional desde Portugal. Parece ser que su hermano Nicolás, embajador del gobierno franquista en Lisboa, les esperó y los introdujo en España dentro de su vehículo diplomático, para no tener que pasar controles en la aduana.
Poco después, su hermano Francisco lo ascendió a teniente coronel y le dio el mando de la base aérea de Pollensa, en la isla de Mallorca. Igual lo hizo para quitárselo de encima.
El general Kindelán había vuelto a ser el jefe de la Aeronáutica Nacional. Así que no le gustó nada tener entre sus filas a nuestro personaje y mucho menos que le hubieran dado el mando de esa base sin contar con él.
Parece ser que, en un principio, no tuvo una buena acogida en la base. Ninguno de los mandos quiso saludarle. Más tarde, fue haciendo amigos gracias a su buen humor y sus dotes para el trato con la gente.
Desgraciadamente, la mayoría de sus amigos, se hallaban luchando en el otro bando. Esto tuvo que marcarle mucho. Incluso, se dice que, por entonces, sufrió una fuerte depresión. Algunos se atreven a aventurar que podría estar pensando en pasarse al otro bando. Algo que no le hubiera hecho ninguna gracia a su hermano Francisco.
De hecho, a Ramón le asignaron una tripulación compuesta por cuatro militares procedentes de Falange y que eran de toda confianza para el Alto Mando nacional. Es posible que le estuvieran vigilando para que no se pasase al enemigo.
A Ramón se le acusó de ser el responsable de los bombardeos a Barcelona y Valencia, que produjeron muchas víctimas. En los barrios de Barcelona, que sufrieron los mayores bombardeos, era dónde vivía la gente que le había votado, para poder llegar a ser diputado en Cortes. Sin embargo, otros dicen que sus hidroaviones sólo se dedicaron a controlar la navegación marítima.
El 28/10/1938 era un día de mucho viento, sin embargo, decidió bombardear, junto con otra aeronave, el puerto de Valencia. Supongo que le llegaría una orden del Estado Mayor para que 
cumpliera esa misión.
Lo curioso es que, cuando se estaban subiendo en sus respectivos hidroaviones, alguien dio la orden de que los pilotos se intercambiaran sus aparatos. Parece ser que los pilotos también se extrañaron y lo comentaron antes de subir a sus respectivos aparatos.
Realmente, parece una orden muy extraña, porque, al menos, teóricamente, el jefe de esa base era él y era quién tendría que decidir cómo se hacían las cosas. Aparte de que los pilotos y el resto de los tripulantes suelen funcionar en equipo y no se suelen cambiar.
Hacia allí se dirigieron los dos hidroaviones. En este caso, se trataba de dos hidroaviones Cant Z-506 fabricados en Italia.
Al poco rato de haber despegado, cuando ya estaban por encima de las nubes, a la altura de Formentor, Rudy Bay, el piloto del otro avión, de pronto, vio que el avión de Ramón viró a la derecha y empezó a caer. Ya no lo vio más. Murieron él y los otros tres tripulantes, que lo acompañaban.
Concretamente, se trataba del teniente de navío Melchor Sangro, el teniente de Aviación Joaquín Domínguez, el sargento Emilio Gómez y el cabo radiotelegrafista José Canaves.
Nunca se ha sabido lo que ocurrió. Todos los cadáveres fueron recuperados a poca distancia de la costa, menos el del cabo, que se hundió con el aparato, y 3 días después fueron enterrados en Palma de Mallorca. Su hermano Francisco ni siquiera fue al entierro. Se limitó a enviar un telegrama. La ceremonia fue presidida por su hermano Nicolás, embajador del bando franquista en Lisboa.
Curiosamente, otro militar, que estuvo en la misión y que rescató los cadáveres del agua, muchos años más tarde, dijo que se veía en la cabeza de nuestro personaje un orificio redondo, que recordaba al producido por una bala. Casualmente, este militar llegó a general y fue, durante unos años, ayudante del general Franco.
Lo cierto es que en el parte médico se indicó que todos los tripulantes habían muerto ahogados. De hecho, los encontraron a todos fuera del aparato, menos al cuerpo del cabo, como ya he mencionado anteriormente. Los cuerpos no pudieron ser recuperados antes a causa del mal estado del mar.
Hay muchas teorías al respecto. También se dice que la artillería antiaérea republicana destacada en Menorca había disparado ese día contra dos hidroaviones y había derribado uno de ellos.
También hay quien afirma que el verdadero destino de los dos hidroaviones no era Valencia, sino Barcelona, porque en ese día se iba a celebrar el desfile de despedida de los miembros de las famosas Brigadas Internacionales.
Incluso, visto el rumbo que tomó el hidroavión de Ramón Franco, algunos piensan que su objetivo no era el de realizar una misión de bombardeo, sino el de huir hacia Francia.
Algunos pilotos han comentado que ese accidente se parece mucho a un sabotaje, pero nunca se ha investigado el tema.
Tampoco se sabe quién podría haber sido. Lo cierto es que tenía enemigos en los dos bandos. Los nacionales nunca le consideraron como uno de ellos y lo normal es que, en caso de haber sido un sabotaje,  alguien de muy arriba diera la orden para cometer ese acto.
Los republicanos tampoco le querían mucho. Aunque tenía entre ellos a muchos de sus amigos, los grandes jerarcas, como Azaña, nunca se llevaron bien con él y, como ya dije antes, no lo quisieron en su bando.
Incluso, algunos han aventurado que podría haber sido una obra de la Masonería, por haber elegido combatir en el bando que estaba fusilando a los masones, a pesar de que él también era masón.
En fin, demasiados interrogantes, que nunca han querido aclararse, porque nunca nadie ha tenido la más mínima voluntad de hacerlo.
Espero que os haya gustado, aunque reconozco que me he alargado un poco, porque pienso que el tema así lo requería.