ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

domingo, 30 de marzo de 2014

PERSONAJES DE LA I GM: ARISTIDE BRIAND

Esta vez traigo al blog un personaje francés, que, aunque vivió durante la I GM, no estuvo muy relacionado con ella. Se le tiene por un hombre de paz y se le premió por serlo.
Nació en Nantes en 1862, o sea, que era más o menos de la misma zona que Clemenceau, al cual he dedicado la entrada anterior, aunque, como veremos, tenían los dos unos caracteres  muy diferentes.
Vino al mundo en el seno de una familia muy modesta. Su padre tenía un bar y su madre había sido sirvienta.
En principio, su padre había pensado que heredara el negocio familiar, pero su madre insistió en que debía tener una carrera universitaria y esta vez, como casi siempre, la mujer se salió con la suya.  Lo cual le vino muy bien a nuestro amigo Aristide. Nunca está de más que en las familias haya alguno con visión de futuro y se le haga caso, claro.
En 1885, después de haber estudiado Derecho en París, se dedica al ejercicio de la abogacía en Saint Nazaire. No obstante, un hecho no aclarado, por el cual se le acusa de atentado contra el pudor, trunca su carrera y tiene que abandonarla, a pesar de haber ganado ya varios pleitos y tener buena fama en la profesión.
Dado que era un buen escritor y aún mejor orador, se acercó al mundo de la política y trabó amistad con gente del mundo de la izquierda.
Se decidió por el partido socialista, posiblemente, por su amistad con Jean Jaurès. Ambos fundaron unos años más tarde el conocido periódico L’Humanité.
En 1902 consiguió por primera vez un escaño en la cámara de diputados y ya no lo perderá hasta su muerte.
 Siempre se consideró un independiente dentro del partido. Lo que se llama ahora “un verso suelto”. De hecho, cuando el entonces primer ministro, Pierre Waldeck Rousseau, invitó a los miembros de otras fuerzas a participar en el Gobierno, él se mostró conforme, aunque el Congreso socialista de Ámsterdam votara lo contrario. No hará falta decir que su amigo Jaurès se plegó a esa decisión y de ahí surgió un cierto distanciamiento entre los dos.
Él siempre dijo que algo que le había ayudado siempre en su carrera política fue algo que llamaba su “blanda obstinación”.

Briand consiguió hacerse respetar, porque se definió como una persona dispuesta a aunar voluntades para conseguir unos fines aceptables para todos.
Aunque parezca mentira, en aquella época, la izquierda francesa veía con peores ojos al Vaticano que al káiser de Berlín.
Al aceptar Briand el cargo de ministro de Instrucción Pública y Culto en el Gobierno de Ferdinand Sarrien, le acarreó su cese en el partido socialista.
También en este gabinete dio muestras de su “savoir faire” (saber hacer, que dicen los franceses), pues fue el ponente de un nuevo proyecto de relaciones entre la Iglesia y el estado francés, que calmara las heridas que había abierto el anterior gabinete presidido por el furibundo anticlerical Combes.
Siempre tuvo un fino olfato político para darse cuenta de los verdaderos problemas. Así vio claramente que las desavenencias entre Alemania y Francia representaban un gran peligro para la paz en Europa e intentó poner algo de su parte para mejorar las relaciones entre ambos países.
En una cámara de diputados, donde se daban cita  grandes oradores, y se veía que todos llevaban sus discursos muy bien preparados, llamaba la atención que nuestro personaje los improvisara  sobre la marcha y levantara los mismos aplausos que los otros.
En el lado contrario estaba otro político llamado Raymond Poincaré. De éste se decía que, los fines de semana, cuando todo el mundo descansaba, él se dedicaba a escribir a mano sus discursos y aprendérselos de memoria para la semana siguiente.
Este político coincidió en el Gabinete Sarrien, como ministro de Hacienda, con Clemenceau, ministro del Interior, y con nuestro personaje, ministro de Instrucción Pública y Culto.
Así, Clemenceau, los definió como “Poincaré lo sabe todo y no entiende nada, mientras que Briand no sabe nada y lo entiende todo”.
Se decía de él que daba más importancia al sentido común que a lo escrito en los papeles. Siempre prefería escuchar a sus colaboradores, antes que leer cualquier informe. Era alguien con una mente muy intuitiva, algo casi desconocido hoy en día.
También le guió siempre la idea de que no se podía tomar ninguna medida sin el consenso previo de los interesados en el tema. Algo que le hubiera resultado tremendamente difícil, por no decir imposible, si hubiera ejercido la política en España.
En su faceta como ministro de Instrucción Pública y Culto pudo dar sobradas muestras de saber eliminar las obcecaciones de las partes en conflicto y saber aunar voluntades para llegar a un buen acuerdo. Se puede decir que Sarrien hizo una buena elección, cuando nombró a Briand como responsable de ese ministerio.
Lo único que pudieron reprocharle siempre sus adversarios es que concedía demasiado a la otra parte. Eso no estaba bien visto, pues la política francesa de aquel momento se caracterizaba por su dureza y por su negativa constante a dar un paso atrás.
Como hombre muy valioso para Francia, su presencia fue constante en diferentes gobiernos, entre 1906 y 1929. Incluso, llegó a ser presidente del Gobierno en varias ocasiones.
Evidentemente, no tuvo mucho éxito durante su estancia en el Gobierno durante la I Guerra Mundial, por ser, primordialmente, un hombre que amaba la paz. Obviamente, el hombre que Francia necesitaba, en ese momento, era Clemenceau.
Tras la guerra, fue un eficaz negociador. Lamentablemente, su postura estuvo en minoría, al defender que había que proteger al Imperio Austro-Húngaro, por ser un freno para las ambiciones territoriales alemanas.
Algunos autores afirman que, si Briand hubiera participado en las conversaciones previas al Tratado de Versalles, éste no hubiera sido un prólogo a la II Guerra Mundial.
En 1921 llegó de nuevo a la presidencia del Gobierno y allí retoma sus ideas de caminar juntas Francia con Alemania y el Reino Unido para intentar que se consiguiera por fin una paz estable en Europa.
En 1922 se reunió en la ciudad de Cannes con el premier británico Lloyd George para intentar llegar a un acuerdo a fin de dejar “respirar” un poco a la derrotada y arruinada Alemania.
En esa ocasión no tuvo ningún éxito, pues el propio presidente de la República, Millerand, le llamó a París y tuvo que dejarlo todo pendiente. Parece ser que los políticos más belicistas habían presionado directamente a Millerand para que le “cortara las alas” a Briand. A nuestro personaje no le quedó más remedio que ir al día siguiente a la Cámara de Diputados a explicar cómo habían ido las negociaciones y a presentar su dimisión. Fue sucedido en su puesto por Poincaré.
Tras su salida del Gobierno, su idea de que la única opción para que Europa no volviera a sufrir otra confrontación bélica, fue confirmada al conocer, en 1926,  a otro curioso personaje con un nombre muy largo y, sin embargo, con unas ideas muy claras, Richard Nikolaus Graf von Coudenhove-Kalergi. Seguro que a nadie le suena, pero ya iré dando más datos sobre él.
El contraste entre los dos era muy claro. Briand era un hombre salido de una familia modesta, lo cual se podía apreciar por su aspecto algo tosco, pero que, enseguida, te hacía cambiar de opinión por su amabilidad innata y su don de gentes.

En cambio, el otro personaje, pertenecía desde su nacimiento a la nobleza y, además, tenía un espíritu muy cosmopolita, pues su padre había sido diplomático austriaco, lo cual le permitió conocer de primera mano varios países y, además, su madre era de origen japonés. Toda una rareza para la época.
Aunque parezca mentira, estos dos espíritus tan diferentes, a primera vista, se llevaron muy bien y aunaron sus esfuerzos para intentar conseguir una paz duradera en Europa.
Kalergi ya era conocido a nivel europeo, pues en 1923 redactó un manifiesto llamado Pan-Europa, que supuso la fundación de la Unión Internacional Paneuropea. Si consultamos los datos relativos a esta asociación, nos encontraremos con figuras muy conocidas de la política internacional.
A raíz de esta colaboración surgió el germen de la famosa y, desgraciadamente,  muy poco aprovechada Sociedad de Naciones. La cual acabó sus días al mismo tiempo que la vida de Briand, en 1932.
Aunque Briand no tuvo mucho éxito, algunos autores dicen que su semilla germinó en algunos políticos mucho menos veteranos, como Jean Monnet, con el que coincidió en la sede de este organismo en Ginebra.
Gracias a sus gestiones, pues en esos años fue el ministro de Negocios Extranjeros de Francia, Alemania fue recibida en la Sociedad de Naciones, con los honores de una gran potencia mundial, aunque entonces ya no lo fuera.
Lástima que su idea de que Europa sólo podría sobrevivir en paz si se federaba y permanecía unida, no fuera compartida por todos. Por eso se llegó al desastre de la II Guerra Mundial.
Menos mal que, como tras ese conflicto se retomaron sus ideas paneuropeas, la Europa de hoy aparece más unida y no se ve ningún conflicto en el horizonte que amenace esa unión.
Olvidaba mencionar que Kalergi fue la primera persona galardonada con el famoso Premio Carlomagno, en 1950, por su contribución a la paz en Europa.
Finalmente, la labor de nuestro personaje fue reconocida internacionalmente con el Premio Nobel de la Paz, en 1926, compartido con su colega alemán, Gustav Stresemann, del cual hablaré en otra futura entrada.




sábado, 29 de marzo de 2014

PERSONAJES DE LA I GM: GEORGES CLEMENCEAU

A veces ocurre que un solo personaje tiene mucha influencia en la Historia Mundial.  Esta vez traigo al blog uno de ellos que, a mi parecer, influyó con sus ideas y acciones tanto en la I Guerra Mundial como en el estallido de la Segunda.
El caso es que fue muy curioso, porque cuando desarrolló mayor energía en su faceta política fue cuando ya había cumplido los 76 años. Seguro que más de un responsable de RRHH, de esos que se quitan del medio a la gente que ha pasado de los cincuenta,  se estará riendo de mí, pero lo cierto es que fue así.
Bueno, pues, vayamos al grano. Georges Clemenceau, que así se llamaba nuestro personaje, nació en 1841 en un  pequeño pueblo de una región francesa llamada la Vendée.
Si hacemos un poco de memoria podremos recordar que en esa región hubo una gran resistencia a la Revolución Francesa y, por ello, al ser derrotados, la represión del Estado francés contra ellos fue muy sangrienta. El mismo Napoleón, cuando llegó al poder, diseñó una política para que esta región se fuera acercando más al resto de Francia.

No obstante, la familia de nuestro personaje siempre fue muy republicana. Como su padre era médico, él optó por seguir la misma carrera, estudiando en Nantes y luego en París.
Más tarde, tuvo que exiliarse en USA por mostrar públicamente en una revista su oposición a la política emperador Napoleón III.
En América tuvo que dedicarse a la enseñanza, siendo profesor en un instituto. Como era un admirador de la política anglosajona,  tuvo que leer libros británicos y eso le había obligado a estudiar inglés, algo muy extraño para un francés de esa época, así que le vino muy bien en el exilio.
Parece ser que se llevó para el camino un libro de John Stuart Mill, publicado en inglés, y titulado “Auguste Comte y el Positivismo”. Estaba muy claro que su vocación no iba ir por el camino de la Medicina, sino por el de la política.
No obstante, no perdió el contacto con su país, pues se dedicó a escribir artículos sobre sus experiencias en USA, los cuales fueron publicados por el diario Le Temps.
Incluso, llegó a casarse con una de sus alumnos, pero el matrimonio no duró muchos años. Posiblemente, a causa del carácter irascible del francés.
En 1870, tras caer el Imperio y llegar la III República, pudo volver a Francia. Fue elegido alcalde del distrito XVIII de París. Como anécdota, para que podamos comprobar el carácter del personaje, puedo comentar que alguien de la oposición en su distrito le acusó de no haber cumplido lo prometido y, ni corto ni perezoso, le retó a un duelo. Esto tuvo como efectos para nuestro amigo Georges el pago de una multa y 15 días en la cárcel.
Al año siguiente, fue elegido diputado en la Asamblea Nacional por el departamento del Sena, o sea, su mismo distrito de Montmartre.
Por si alguno todavía no lo ha adivinado, él se veía a sí mismo como de la extrema izquierda, pero no de la marxista, tan de moda en ese momento, sino de la jacobina, más propia de la Revolución Francesa. Era profundamente antimonárquico y anticlerical.
También estuvo a favor de amnistiar a los prisioneros a causa de la insurrección de la Comuna y en contra de la política colonial de Francia, que había iniciado Napoleón III.
Aunque siempre fue un gran orador, todavía fue mejor escritor. En 1880 fundó el periódico “La Justicia”, desde el que se lanzó a airear todo tipo de escándalos.

El primero que pilló consistía en que había descubierto que el yerno del presidente de la República se dedicaba a la venta de la condecoración de mayor prestigio de Francia: la Legión de Honor. Como el escándalo fue mayúsculo, provocó la inmediata  dimisión del presidente Grevy.
Luego le va a tocar lidiar con un asunto mucho más complicado. Se trata del famoso caso del general Boulanger.
Para el que no lo conozca, se puede resumir en lo siguiente: Se trataba de un general que llegó a ser ministro de Defensa con el apoyo del propio Clemenceau. Allí hizo una labor muy importante y los militares estaban muy contentos con él, pero, conforme se veía con mayor poder, se dedicó a movilizar a la opinión pública para iniciar una campaña de insultos contra Alemania, por haberles quitado Alsacia y Lorena, y contra los demás políticos, por no hacer nada por recobrarlas.
Se creó hasta un movimiento popular llamado Boulangisme, el cual no hizo ninguna gracia a los demás políticos. Incluso, sus partidarios, le exigieron que diera un golpe de Estado, para instaurarse en el poder y llevar a cabo sus ideas políticas. Llegado a este punto, no se decidió y tuvo que exiliarse con su amante en Bélgica y ahí se acabó todo.
Evidentemente, la labor de nuestro personaje fue descubrir las intenciones golpistas de su antiguo amigo, pues con su conducta hacia Alemania, había llegado a poner a los dos países casi al borde una guerra. Ya sabemos que antes se montaba una guerra por cualquier cosa, menos mal que ahora se lo piensan más antes de iniciar estos conflictos.
Tampoco deberíamos de olvidar que, más o menos, así llegó Napoleón III al Gobierno, para luego coronarse a sí mismo como emperador. Eso todavía estaba bien grabado en la memoria de los franceses.
Parece ser que le pilló de refilón el famoso Escándalo de Panamá, que salpicó a muchos políticos, los cuales fueron sobornados para que dieran a la compañía francesa que estaba construyendo el Canal, préstamos de gran importe,  con la garantía del Estado. Eso hizo que muchos particulares, al decidirse a invertir en la obra, les llevara a la ruina. Se cree que fue el mayor escándalo financiero del siglo XIX.
Ya hemos visto que el espíritu de nuestro personaje era claramente jacobino y, además, totalmente intransigente. De hecho, fundó un periódico con ese nombre.
Cuando se enteró que, en la época anterior a la I GM, Francia estaba buscando la alianza con la Rusia zarista, para frenar la política agresiva del káiser Guillermo II de Alemania, pues, lógicamente, se opuso radicalmente a esa idea. Eso le costó perder su escaño de diputado y estar durante 9 años condenado al ostracismo político.
Como sus colegas políticas le hicieron un inmenso favor dejándole tiempo libre en abundancia, éste, por supuesto, lo aprovechó.
En ese momento tuvo lugar nada menos que el famosísimo Asunto Dreyfuss, el cual no voy a explicar, porque es de sobra conocido y porque se haría muy larga esta entrada. Lo cierto es que en este asunto confluyeron 3 personajes: el mismo capitán Dreyfuss, el novelista Emile Zola y nuestro personaje.
Como director del periódico L’Aurore publicó en 1898 la conocida carta firmada por Emile Zola, sobre este asunto, titulada J’Accuse, donde acusaba a todos los implicados en este caso de haber encarcelado a un inocente, en la persona del capitán Dreyfuss. Este caso hizo dimitir gobiernos, llevó las discusiones entre los franceses, incluso, hasta el nivel familiar. En una palabra, causó un gran impacto en Francia.
En 1902 volvió a la política activa, siendo elegido senador. Desde su puesto, siguió defendiendo una clara separación Iglesia-Estado y apoyando la política anticlerical de Combes.
En 1906, tras la caída del Gobierno, Sarrien lo “fichó” como ministro del Interior. Posiblemente, para contrarrestar el peso de Aristide Briand, que estaba apoyado por los católicos.
No tardó en imponer su imagen. “El tigre”, como se le llamaba popularmente, no se cortó un pelo a la hora de reprimir unas fuertes protestas obreras a base de utilizar para ello unidades militares.
Posiblemente, por esa imagen de extrema dureza, fue nombrado presidente, al caer el Gobierno donde él estaba como ministro. Allí estuvo durante 3 años y se cuenta que su gestión fue buena, no exenta de problemas de todo tipo.
Una de las anécdotas que se cuentan de ese período es que, en una ocasión, se presentó un prefecto de una provincia para ser recibido por él.
Como no tenía cita, el ujier le respondió que el presidente estaba muy ocupado. El visitante insistió en verlo y le dijo que sólo le diría una palabra. Nuestro personaje, en su más puro estilo, le contestó que sólo le iba a admitir una palabra y que si decía dos le echaría. Así que el prefecto se presentó ante él y el presidente le dijo “una palabra”. A lo que el otro le contestó “pasta”. Le entendió perfectamente y no tuvo más remedio que atenderle.
Fue un firme partidario de estrechar los lazos con el Reino Unido para construir la Entente Cordiale. Algo que interesaba a ambos países. No obstante, tuvo que dimitir de la presidencia a causa de las acusaciones de la oposición por el mal estado de la Marina de Guerra. Fue sucedido por Aristide Briand, que era un hombre más pacífico, pero no el más indicado para, en caso de guerra, llevar al país a la victoria.
Clemenceau se dedica ahora más a la prensa y funda el diario L’Homme libre. Desde esa tribuna se dedica a pedir vivamente el rearme de Francia para prepararse para un conflicto que se ve venir y que puede empezar en cualquier momento.
Nada más comenzar la I GM, su periódico es cerrado por la censura. Sin preocuparse lo más mínimo, fundó L’Homme enchainé, con mayor éxito aún que el anterior. La gente confiaba más en él que en el mismo presidente de la República, Poincaré.
Así que el presidente cesó a Briand y nombró a Clemenceau en su lugar. Lo primero que hizo fue tomar el cargo de ministro de Defensa, aparte de la presidencia. Se dice que, cuando se conoció la noticia en el frente, los militares lo celebraron por todo lo alto.
Supo hacer renacer en la retaguardia el espíritu nacionalista propio de los franceses y en el Ejército la esperanza por conseguir la victoria. Su enorme vitalidad se la contagió a todos los franceses. Su lema siempre fue “la guerra hasta el fin”.
Se puede decir que un anciano, pues ya tenía 77 años, consiguió la victoria para Francia. No se metió en la marcha de la guerra, pero sí consiguió que la población apoyara unánimemente  a sus soldados.
El problema fue que las negociaciones posteriores las llevaron a cabo dos hombres muy belicistas: el premier británico Lloyd George y nuestro amigo Georges. Éste, siempre vestido con trajes grises, presidió la mesa donde se negó a aceptar cualquiera de las peticiones de Alemania. Es posible que estas negativas le costaran el puesto que se había ganado con toda justicia. El de presidente de la República.
En las conversaciones de Versalles exigió a Alemania unas excesivas reparaciones de guerra, la ocupación de la Renania alemana por Francia, la eliminación de su imperio colonial y otras medidas tendentes a asfixiar económicamente a Alemania durante varios lustros. La intervención del presidente USA, Wilson,  le hizo desistir de algunas de sus ideas. No obstante, consiguió que figuraran la mayoría de ellas en la redacción final del tratado, aunque no quedó muy contento.

Por ello, como comentaba al inicio de esta entrada, muchos autores le consideran el responsable del mal cierre que se hizo con el Tratado de Versalles y del rearme posterior de Alemania, tras la llegada de Hitler.

Como no había dejado que el resto de los políticos interviniera en las negociaciones para el famoso Tratado de Versalles, eligieron para la presidencia a un tal Deschanel, del que decían que tenía mucho futuro.  
La verdad es que no supieron acertar, porque el nuevo presidente se volvió loco y cometió algunos actos que le restaron popularidad. Por ejemplo, en una ocasión, saltó en pijama del tren presidencial y fue encontrado por un campesino que lo llevó hasta la estación más cercana.
En otra ocasión, abandonó un consejo de ministros para introducirse vestido en un lago. Al final, tuvo que renunciar para ser ingresado en un manicomio.
Para terminar, nuestro amigo Georges falleció en 1929 y pidió ser enterrado en su región natal de la Vendée, al oeste de Francia.








martes, 25 de marzo de 2014

EL INESPERADO FINAL DEL VUELO DEL “CUATRO VIENTOS”

Hoy en día que las comunicaciones y, sobre todo el transporte por vía aérea, han avanzado tanto, es posible que no demos importancia a las gestas de los primeros aviadores que surcaron los cielos. Gentes que realizaron sus hazañas a base de echarle mucho valor y con una fe ciega en las posibilidades del aparato que pilotaban.
Entre las grandes travesías que realizó la Aviación Española en esos años, me gustaría mencionar el Plus Ultra, que voló entre Palos de la Frontera (Huelva) y Buenos Aires (Argentina), unos 10.200 km. en unas 60 horas. La de la Escuadrilla Elcano, que voló del 5 al 13 de mayo de 1926, entre Madrid y Manila (Filipinas), unos 17.000 km. en 106 horas y 15 minutos. La Patrulla Atlántida, con un vuelo entre Melilla y Santa Isabel (Guinea Ecuatorial), unos 6.830 km. en menos de 54 horas, entre los días 10 y 25 de diciembre del mismo año. El Jesús del Gran Poder, que voló d
esde Sevilla a La Habana (Cuba), unos 22.000 km. (viajando a través de Brasil, Chile, México y Cuba), en menos de 126 horas, entre el 24 de marzo y el 17 de mayo de 1929.
Esta vez, dos pilotos se habían propuesto llegar en un aparato llamado “Cuatro Vientos” desde Madrid hasta México D.F., con escala en  La Habana (Cuba). Los nombres de estos pilotos eran el capitán Mariano Barberán Tros de Ilarduya y el teniente Joaquín Collar Sierra.
El primero de ellos había nacido en Guadalajara (España) en 1895 e ingresó en la Academia de Ingenieros, que entonces existía en su ciudad, de la que salió como teniente en 1917, siguiendo la tradición familiar, pues su padre era profesor en la citada academia.

Fue destinado a Melilla, donde estuvo construyendo algunas carreteras. Como siempre fue un apasionado de la aviación, su mayor ambición era ser piloto. El problema es que, al tener bastantes problemas en la vista, pues lo tenía complicado.
Aún así, consiguió ser aceptado como observador en aeroplanos y estuvo en una operación donde se intentó rescatar con otro avión a dos pilotos españoles en manos de los rifeños. No tuvieron mucha suerte, pero tampoco fueron capturados por los moros.
En 1923, por fin, consiguió obtener su anhelado título de piloto. Aparte de ello, estudió Topografía e hizo diversos experimentos con aparatos eléctricos, para intentar mejorar la navegación aérea.  Soñaba con hacer una de esas travesías que ya habían realizado sus compañeros: “se arriesga la vida volando, pero al menos se hace por algo grande”.
En 1924 resultó gravemente herido al intentar abastecer por vía aérea una posición sitiada por el enemigo. No obstante, se ofreció, más adelante, como observador para participar en otras misiones, ya en su estado no podía pilotar un avión.
Más adelante, fue nombrado jefe de la primera escuadrilla de aviones Breguet XIX, el más moderno en ese momento.
Incluso, llegó a hacerle el proyecto de vuelo a Ramón Franco para su viaje con el Plus Ultra y mejoró los mandos del avión, para que se pilotara de una forma más cómoda.
Parece ser que hubo un enfrentamiento entre él y el capitán Arias Salgado, que era el jefe de la otra escuadrilla de Breguet XIX. Hubo algo más que palabras y de ahí se llegó a las bofetadas y a un posible duelo, que fue parado por sus superiores. No obstante, como Barberán, a pesar de ser muy apreciado por sus compañeros, tenía fama de ser muy testarudo, pues no le gustó la forma en que el Mando arregló esa disputa y pidió la baja en el servicio, en 1925.
 Incluso, renunció a ir con Ramón Franco en su vuelo con el Plus Ultra, a pesar de que habían contado con él desde el principio.
En 1927 fue readmitido, pasando a ser profesor de la escuela de observadores aéreos y director de la misma entre 1928 y 1931. Ese mismo año es destinado al servicio de Instrucción en Cuatro Vientos (Madrid).
Allí consiguió que una de sus grandes ambiciones se hiciera realidad; una travesía aérea hacia América.
Ahora toca presentar al otro protagonista de este famoso vuelo. Se trata del teniente Joaquín Collar Sierra. Nació en Figueras (Gerona), en 1906, en el seno de una familia de militares y también se decidió por la Caballería, como su padre. Saliendo de la academia como alférez en 1924 y ascendiendo a teniente en 1926. Estuvo destinado en Larache, donde ya fue condecorado por unas operaciones bélicas.
En 1927 consiguió ser admitido para el curso de aviación, obteniendo el título de observador aéreo en ese mismo año y el de piloto en 1929.
Como participó, en 1930, en la Sublevación de Cuatro Vientos a  favor de la República, fue procesado y expulsado del ejército en 1931.
Estuvo exiliado en Francia y Portugal, pero volvió a España tras proclamarse la II República, siendo readmitido en su anterior destino.
Como era uno de los mejores pilotos del momento, además de haber sido profesor de la Escuela de Caza de Alcalá de Henares, se le dio la oportunidad de volar en esta empresa.
Parece ser que los militares siempre apoyaron estos vuelos transoceánicos para intentar levantar la moral del Ejército, pues los ánimos estaban muy decaídos a causa de cómo iban las cosas en la guerra de África. Evidentemente, en los años 30 ya no había guerra en África, pero el país quería demostrar que ya no estaba tan atrasado tecnológicamente.
En octubre de 1932, había terminado sus cálculos para realizar su viaje y, junto al teniente Collar, fueron a ver al general Soriano para presentarle el proyecto. A éste le gustó la idea y la envió al Alto Mando, que la envió al Gobierno, el cual aprobó el plan y se hizo cargo de todos los gastos.
Los fines declarados del vuelo, aparte de estrechar relaciones con los países de Hispanoamérica, eran buscar una nueva ruta aérea para volar hacia allí (la cual se usa todavía hoy en día) y mostrar la capacidad de la industria aeronáutica española.
Se estudiaron varias rutas y, según los meteorólogos, la más favorable era Sevilla-Madeira-Puerto Rico-Santo Domingo y Cuba. En total, algo más de 8.000 km.
Para el vuelo se construyó una aeronave al efecto. La fabricó CASA y se trata de un avión Breguet Supe4r Gran Raid, con los depósitos modificados para que pudiera tener autonomía suficiente. El motor era un Hispano-Suiza 12Nb construido en Barcelona.  Al final, lo pintaron de blanco con unas franjas rojas, para que llamara más la atención.
El 09/06/1933 el aparato despegó de Madrid, rumbo a la base de Tablada, en Sevilla, adonde llegó ese mismo día por la tarde.
Al día siguiente, los dos pilotos se despidieron de sus compañeros y despegaron de esa base a las 04.40 horas.
Como en aquella época no existían tantos instrumentos como ahora, tuvieron que comparar continuamente su posición y rumbo ayudándose del Sol y de las estrellas.
A las 14.05 ya sobrevolaron Guantánamo, en Cuba, y a las 15.39 aterrizaron en una base en Camagüey, donde les recibieron unos miembros de las fuerzas aéreas de Cuba. No pudieron aterrizar en La Habana a causa del mal tiempo. No obstante, tanto en Cuba como en España celebraron la llegada de los pilotos a la isla.
El día 12 los pilotos se pusieron sus uniformes y despegaron de esa base rumbo a La Habana. En el aeródromo de Columbia, de esa capital, les esperaban más de 10.000 personas para celebrar su éxito y agasajarles.
Recibieron multitud de homenajes en La Habana entre los días 12 y 18 de ese mes y se
tomaron el 19 para descansar antes de continuar su vuelo hacia México. Además, les habían invitado a seguir su vuelo hasta Chicago para unirse a la Feria Internacional que se iba a celebrar allí.
El día 20 de madrugada, comprobaron que todo estaba en orden y, a pesar de que estaba lloviendo, despegaron a las 05.52 rumbo a México.
Tomaron rumbo hacia Villa Hermosa y luego decidirían si iban a seguir la vía ferroviaria hasta México D.F.
En el aeropuerto de la capital se presentaron miles de personas para recibirles, pero nunca aparecieron.
Los aviones que les estaban esperando para darle escolta despegaron y los estuvieron buscando, pero tuvieron que volver al cabo de unas horas a causa de una tormenta y sin haberles visto.
A partir de entonces no se escatimaron medios para buscarles, pero nadie encontró nada. Hasta el mismo Ramón Franco fue enviado por el Gobierno de la II República y tampoco encontró nada. Incluso, el mecánico Madariaga, que les estaba esperando a la llegada, también investigó sin resultado alguno.
Al final, el Gobierno condecoró a ambos con la Medalla Aérea y dispuso que sus nombres figuraran permanentemente en el Escalafón de la Aviación Militar, a la cabeza de sus respectivos empleos en ese momento.
Según los últimos estudios sobre este asunto, parece ser que Barberán tenía planeado al llegar a Yucatán, seguir la vía férrea hasta la capital. El problema es que nadie les había informado que allí había dos vías y tomaron la incorrecta. Se metieron con su aparato en una zona de intensas nieblas y, al no tener buena visibilidad, rozaron con algunos árboles y tuvieron que realizar un aterrizaje de emergencia.
Luego, según los interrogatorios a  los vecinos de la zona, se cree que uno de los pilotos resultó herido en la maniobra. Parece ser que algunos vecinos se acercaron a ellos y en lugar de auxiliarles, les mataron para robarles todo lo que tenían, pues se dieron cuenta que llevaban mucho dinero encima.
Algunos de sus efectos personales han ido apareciendo con el tiempo en poder de gente de esta zona. Incluso, a alguna vecina del lugar se le vio durante una temporada alardeando de que tenía muchos dólares en su poder, sin querer explicar cómo los había conseguido. No hará falta decir que los pilotos llevaban una abundante cantidad de divisa para el viaje.
Por lo que respecta al avión, lo hicieron desparecer y no se ha vuelto a saber nada más de él.





sábado, 8 de marzo de 2014

MATILDE DE CANOSSA, UNA PERFECTA DESCONOCIDA

Como hoy es el día de la Mujer, les voy a dedicar esta entrada, en la que voy a intentar dar a conocer a una gran mujer que, en su momento, tuvo un enorme poder e influencia social y hoy en día está casi olvidada.
No estoy exagerando lo más mínimo, pues, aunque murió en el siglo XII, nada menos que la Iglesia católica le premió trasladando sus restos, en un primer momento, en 1633, hasta el famoso
castillo de Sant’Angelo, en Roma. Posteriormente, ya en 1645, tuvo el honor de ser enterrada nada menos que en San Pedro del Vaticano, en una sepultura construida  por el gran Bernini.
Este honor no lo han tenido muchas mujeres laicas, pues sólo hay dos de ellas enterradas allí. Una es la reina Cristina de Suecia y la otra es nuestro personaje de hoy.
El gran poeta Petrarca llegó a escribir de ella: “…conducía con ánimo viril las guerras, imperiosa hacia los suyos, ferocísima hacia los enemigos, muy liberal para con los amigos…”.
Nació en Mantua en 1046, en el seno de una familia noble. También fue llamada Matilde de Toscana. Sus parientes tenían profundas creencias religiosas. Su abuelo, Tedaldo, fundó un monasterio cerca de Mantua, donde ella pasó muchos ratos durante su infancia.
Sus padres fueron el marqués Bonifacio III de Toscana y Beatriz de Lotaringia, o sea, ambos pertenecían a la alta nobleza.
Llegó a poseer una gran zona que incluía todos los territorios italianos situados al norte de los Estados pontificios. Sus posesiones controlaban todos los puertos de montaña que podían dar acceso a Roma. Se encontró en medio de una lucha de poder entre el Papado y el Imperio y tuvo que optar por el primero, porque no podía ser neutral, pues podría ser engullido su territorio por alguno de los dos contendientes.
En el siglo XII un monje llamado Donizone publicó una biografía sobre ella. Allí la elogiaba en múltiples ocasiones y, sobre todo, su afán por preservar la paz en un mundo tan violento como el que se vivía en la Edad Media.
Se dice que llegó al poder de una manera fortuita, pues no era la hija mayor del matrimonio. Además, como su padre fue muerto en una cacería, cuando ella sólo contaba apenas 6 años, tuvo que asumir su cargo bajo la tutela de su madre. Hubo muchos rumores de que su padre podría haber sido asesinado.
Como tuvieron múltiples problemas, madre e hija se fueron un tiempo a Lorena, la tierra de su madre, que, además, era prima del emperador. Luego, se apoyaron en la Iglesia y de ahí nació la relación entre Matilde y el Papado. De hecho, en su sello se decía en latín, “Matilde, si es algo lo es por la gracia de Dios”.
Se dice que, en un principio, ansiaba entrar a profesar como monja en un convento, pero el propio Papa la convenció diciéndole: “La caridad no va en busca de la satisfacción personal”, para disuadirla a ella y a otros nobles para que no dejaran sus obligaciones terrenales
Llegó a tener tal influencia que fue la principal mediadora en el conflicto de las investiduras entre el Imperio y la Iglesia.
Casó dos veces. Su primera boda fue con Godofredo el jorobado, duque de la Baja Lotaringia. Este matrimonio duró entre 1069 y 1076. Más tarde, lo hizo con Güelfo de Baviera.
En ambos casos fue muy infeliz. Además, también fueron bodas de conveniencia política. En el primer caso, se trató de un matrimonio con un hombre ya mayor y deforme. En el segundo, se casó con un joven de 16 años, cuando ella ya tenía unos 40.

Como el emperador Enrique IV se enfrentó al Papa, fue excomulgado. Esto era muy peligroso, porque cualquiera de sus súbditos podría deponerlo en cualquier momento, por mandato de la Iglesia.
De hecho, ya habían preparado su expulsión, pues convocaron en Tibur una Dieta imperial, que es como llamaban ellos al parlamento formado por los nobles.
En 1077, el emperador decidió reunirse con el Papa para pedir su perdón. Éste, al conocer la noticia, como no se fiaba mucho de él, se refugió en el castillo de nuestro personaje, en Canossa.
Al llegar allí el emperador, solo, sin ningún tipo de escolta, pidió ser recibido por Gregorio VII. El Papa se lo estuvo pensando y, mientras, el emperador estuvo esperando a las puertas del castillo, descalzo y sólo arropado con una capa, a finales de enero,  y nevando.
El Pontífice realmente no sabía qué hacer, pues nunca hubiera esperado esta decisión de su oponente político. Matilde y el abad de Cluny, Hugo, le convencieron de que le perdonara y así le recibió para reintegrarle a la Iglesia,
con pleno derecho para seguir siendo el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico.
En algunos sitios todavía se cita el “Paseo a Canossa” como una expresión de petición humillante.
Realmente, el problema radicó en que tanto el emperador como el Papa querían nombrar a los dignatarios de la Iglesia.
Cuando San Gregorio VII llegó al Papado lo primero que hizo fue intentar renovar la Iglesia. Así, entre 1074 y 1075 reformó los antiguos edictos que castigaban la inmoralidad de los clérigos y la simonía, castigando tanto a los clérigos como a los príncipes que los nombraban.
Al quedar vacante la sede del obispado de Milán, el emperador nombró un arzobispo, sin consultar previamente con el Papa, y a éste no le gustó nada. Así que el Papa excomulgó al emperador y éste intentó que el Pontífice fuera depuesto.
Como ya he dicho anteriormente, al notar el emperador que estaba perdiendo su poder, peregrinó hasta el castillo de Canossa, donde se hallaba el Papa, para implorar su perdón. Cosa que logró.
Aunque parezca mentira, la lucha siguió más tarde, pero esta vez el ganador fue el emperador. Consiguió eliminar a los nobles que quisieron deponerle y esta vez nadie movió un dedo contra él.  Su nueva excomunión no tuvo ningún efecto.
Convocó una asamblea eclesiástica en Alemania y logró que se depusiera a Gregorio VII, nombrando un antipapa, Clemente III, el cual fue llevado a Roma. Coronando allí al emperador.
El Papa Gregorio VII logró huir a tiempo y esconderse en el castillo de Sant’Angelo. Desde allí pudo comprobar que muy poca gente se aventuraba a apoyarle. Sin embargo, Matilde sí lo haría y siempre intentó el diálogo entre las partes.
En 1092, la guerra estaba en su último año. Las cosas no le habían ido bien a Matilde. Sin embargo, cuando el emperador ya la daba por ganada, la ciudad de Florencia se rebeló y el emperador tuvo que abandonar las tierras de Matilde.
Al terminar la guerra se encontró sin apoyos y además insultada y menospreciada por los partidarios del emperador, que le acusaban de meterse en cosas propias de hombres.
También le echaron en cara que no estaba casada y que podría tener alguna relación sexual con el Papa Gregorio VII y hasta con el obispo de Lucca.
Cuando se sintió ya cansada, se retiró a vivir a un pequeño pueblo, cerca del monasterio que fundó su familia, donde había estado tantas veces de pequeña. En ese monasterio benedictino, sus 50 monjes hicieron solemne promesa de rezar por su alma hasta el fin de los tiempos.
Padeció la enfermedad de la gota, la cual le dejó inválida y mandó construir frente a su habitación una pequeña capilla dedicada a Santiago, para poder seguir desde allí la misa.
En 1115  murió ante el obispo de Regio, no habiendo podido conseguir la paz total entre el Imperio y el Papado, la cual llegó en 1122, con el Concordato de Worms.
Como dije al principio, tras haber sido enterrada en las abadía de San Benedetto de Polirone, que había sido fundada por su familia, en 1632 el Papa Urbano VIII, en agradecimiento a su labor a favor de la Iglesia, pidió que sus restos fueran trasladados a Roma y, más adelante, a la propia Basílica de San Pedro.

Su figura ha sido elogiada por diversos autores como Dante, Petrarca, Ariosto, Taso y Pirandello. También fue representada por Correggio y Parmigianino. Por último la podemos ver en la estatua de bronce que realizó el famoso Bernini para su tumba en San Pedro.

martes, 4 de marzo de 2014

EL LEGADO CAMBÓ DE PINTURA

No sé si a alguien le suena el nombre de Francesc Cambó. A lo mejor, muchos me van a decir que no. Bueno, da igual. Para eso estoy yo, para contároslo.
Nuestro personaje nació en septiembre de 1876 en un pueblo del Ampurdán llamado Verges (Gerona), en el seno de una familia de pequeños propietarios y comerciantes.
Su padre deseaba que hiciera la carrera de Farmacia, y así dejarle como heredero, pues, aunque fue el tercer hijo, los dos mayores murieron en la infancia. No hará falta que aclare que es tradicional que en Cataluña el mayor lo herede todo. Sin embargo, el, ya por entonces, se sentía más atraído por la política y decidió estudiar Derecho.
No sólo hizo esa carrera, sino que también estudió, a la vez, Filosofía y Letras, acabando las dos, en Barcelona,  en el trágico año para España de 1898.
En esos años ya hizo sus pinitos dentro de la política, siendo elegido en 1895 secretario del Centro escolar catalanista, adscrito a la Lliga Regionalista, y publicando algunos artículos en la Renaixença, el periódico de la Lliga. Así empezó a codearse con los líderes de su partido.
Poco después entró a trabajar con un abogado y en el periódico La Veu de Catalunya, donde le encargaron hacer un estudio de los movimientos regionalistas en toda España y el extranjero.
También en 1898 dio su primer discurso en público. Fue en Sant Sadurní d’Anoia, donde se produce tanto cava, y tuvo bastante éxito.
Ese mismo año, su formación política vio en la derrota española en Cuba y Filipinas, entre otros sitios, un buen momento para ofrecer una alternativa al nacionalismo español, popularizando su partido.
En 1899 fue un buen momento para el catalanismo, pues se fundó el Centre Nacional Catalá, donde se fusionaron varias corrientes catalanistas.
En 1901 se presentaron a las elecciones a Cortes, como Lliga Regionalista, y ese mismo año, donde también hubo elecciones municipales, Cambó fue elegido concejal por un distrito de Barcelona.
Volvió a ser elegido diputado en 1907, pero no en 1910. También fue nombrado comisario de una proyectada Exposición de Industrias Eléctricas, que acabó siendo la famosa Exposición Internacional de Barcelona de 1929, de la que aún quedan algunos monumentos muy importantes.
En 1919 propuso un estatuto de autonomía para Cataluña, pero tuvo que conformarse con la solución de la Mancomun
idad.
Tras la muerte del líder de su partido, pasó él a liderarlo. Siendo ministro de Fomento en 1918 y de Hacienda, en 1921. En ambos casos, estando como presidente Antonio Maura. Estando en esos puestos fue cuando, casualmente, se promulgó el famoso “Arancel Cambó”, consistente en penalizar cualquier importación textil de otro país con un 36% de derechos aduaneros, con lo cual los industriales catalanes consiguieron que en España sólo se pudieran vender sus productos, sin existir competencia extranjera de ningún tipo.
Tras la llegada de la II República no fue elegido diputado, ni concejal, así que optó por marcharse al extranjero.
Lo intentó de nuevo en 1933, ganando un escaño como diputado, gracias a sus ideas conservadoras.
No tuvo tanta suerte en las elecciones de  1936. Sin embargo, como el golpe del 18/07 le pilló en el extranjero, tuvo mucha suerte y no le asesinaron los milicianos, como hicieron con muchos compañeros de su partido. No obstante, varios miembros de la FAI fueron varias veces a buscarle a su casa de Barcelona.
Apoyó desde el exterior al bando nacional, como hicieron otros catalanes. Incluso, les dio financiación y firmó un manifiesto a su favor. Una postura algo extraña en una persona tan catalanista, sabiendo que los nacionales eran contrarios a todos los tipos de autonomía regional. Dicen que lo hizo por su convencimiento de que podría triunfar el comunismo en España y eso él nunca lo quiso.
Siguió en el exilio. Primero en Francia, luego en Suiza, después a USA y, por último, se quedó en Argentina, donde murió en 1947.
Siempre fue un apasionado de la cultura, creando en 1922 la Fundación Bernat Metge, que se dedicó a traducir numerosas obras al catalán, incluida la Biblia.
Se le considera uno de los mayores mecenas de Cataluña, incluso financió el famoso Diccionario de lengua catalana de Pompeu Fabra. Todo un monumento editorial.
Bueno, pues ahora que ya conocemos a este personaje, voy a hablar de su afición por el coleccionismo de obras pictóricas.
Desde la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera, se fue apartando de la política y dedicándose al mundo de los negocios. Aparte de ello, desde el final de los años 20 también se dedicó a comprar cuadros a otros coleccionistas y los depositó en Suiza.
Con la llegada de la II Guerra Mundial, decidió trasladarse a Argentina, donde tenía algunos negocios. Fue el presidente de la principal compañía eléctrica de Buenos Aires, lo cual le permitió un buen nivel de vida y disponer de un piso de lujo muy espacioso.
Ya en 1941 contactó con el Museo del Prado, ofreciéndoles la custodia de una parte de su colección que estaba depositada en Suiza. Guardó para sí 9 cuadros que deseaba que siguieran con él hasta su muerte.
El Prado aceptó en 1942 llegaron a España las 8 pinturas cedidas y se reembarcaron para Argentina las 9 señaladas por su propietario.
No obstante, Cambó, había pedido garantías al Gobierno argentino para que, si lo deseaba él en cualquier momento, podría llevarse del país las 9 pinturas que iban a ser depositadas en su casa.
En su exilio argentino continuó acaparando nuevas obras de arte. Al respecto, fue investigado por el Gobierno USA a causa de una denuncia por haber comprado cuadros a una galería, que se sabía que había traficado con obras de arte expoliadas por los nazis. Se demostró que las suyas eran perfectamente legales y se archivó la investigación.
El problema surgió a la muerte de nuestro personaje en Buenos Aires, en  abril del 47.  Su testamento era muy claro, pues indicaba que todas sus obras, las de Suiza y las que tenía en Buenos Aires, deberían ser entregadas en herencia al Ayuntamiento de Barcelona.
Los suizos cumplieron a rajatabla la voluntad de Cambó y en 1950 llegaron a Barcelona los cuadros que habían estado allí depositados. Hubo dos excepciones. Uno fue legado al museo de Lausana, en agradecimiento por haber custodiado la colección y otro, un Botticelli, que fue legado a su hija.
En Argentina fueron dando largas y en 1952 el Gobierno de Perón promulgó un Decreto por el que se prohibía la salida de obras de arte de ese país.
Su viuda, con muy buen sentido, nunca permitió que las pinturas fueran a parar a un museo, porque de esa manera jamás las podrían volver a recuperar.
El entonces embajador de España en Argentina, Manuel Aznar, abuelo de nuestro ex presidente, se las ingenió para convencer a Perón a fin de que firmara una orden que invalidara ese Decreto.
El sector más extremista del Gobierno intentó influir sobre Perón, pero el embajador se enteró y mandó inmediatamente un camión de mudanzas al domicilio de la viuda a fin de llevarse todas las obras a la embajada de España. Justo a tiempo, porque un rato después se presentaron agentes del fisco argentino para confiscarlas.
La forma de actuar de nuestro embajador no le gustó nada al ministro argentino de Asuntos Exteriores y pidió a Perón que lo expulsaran inmediatamente.
Al mismo tiempo, se ordenó a la policía rodear la embajada, para vigilar que no saliesen los cuadros rumbo a España. También se ordenó realizar una campaña antiespañola en los periódicos, mencionando que el Gobierno argentino estaba pensando romper las relaciones con la España de Franco y reconocer al Gobierno de la república en el exilio. Por cierto, no creo que el Gobierno de la II República, por muy en el exilio que estuviera, quisiera mantener relaciones con el Gobierno de Perón.
A pesar de que el embajador tuvo que hacer sus maletas y volverse a España sin los cuadros, hubo un golpe de suerte.
Por aquellas fechas, el consejero de la embajada también se volvió a España, a causa de una enfermedad grave. Como le enviaron también todo su mobiliario y enseres a España, pues entre ellos, camuflaron todas las pinturas y las embarcaron en un buque rumbo a nuestra península.
Cuando se enteraron los argentinos, el barco ya estaba en mitad de la travesía y hubiera sido muy fuerte asaltarlo en alta mar, así que a finales de 1954 llegó a Cádiz.
En 1955, el mismo año en que Perón fue derrocado, Franco inauguró una exposición en Barcelona con los 48 cuadros que Cambó le había legado al Ayuntamiento de esa ciudad.
Entre los cuadros llegados de Argentina, podemos destacar obras de Tiziano, Goya, la famosa obra de Quentin Latour, donde figura representada la imagen del notario Laideguive (que aparece en todos los manuales de Historia del Arte), Correggio, Tintoretto, Sebastiano Piombo, Gainsborough, Rubens y el holandés Cuyp.
Los cuadros legados al Ayuntamiento de Barcelona, que ahora están en el MNAC y los del Prado son casi todos de estilo renacentista o de etapas inmediatamente anteriores al surgimiento de este estilo. Concretamente, en Madrid se pueden ver obras de Giovanni da Ponte, del maestro de la Madona de la Misericordia y de Botticelli. Además de uno de sus dos bodegones de Zurbarán.
En el MNAC de Barcelona se pueden ver su legado correspondiente formado por  obras de Tiziano, Lucas Cranach el viejo, Tiépolo, Sebastiano del Piombo, etc.

En fin, toda una suerte que este mecenas se acordara de España a la hora de hacer testamento.

TODAS LAS IMÁGENES PROCEDEN DE WWW.GOOGLE.ES

sábado, 1 de marzo de 2014

UN FRAILE REPUBLICANO: SALVADOR DE HÍJAR

Como, a estas alturas, todo el mundo sabe que buscando en Internet te puedes encontrar las cosas más variopintas, esta vez me he encontrado con un personaje que iba absolutamente a contracorriente de la Historia. Nada menos que con un fraile que apoyó durante la guerra civil al bando republicano. No estoy de broma, fue rigurosamente cierto.

Por los pocos datos que he podido recabar, este personaje se llamó fray Salvador de Híjar, aunque su nombre real en la vida civil fue Manuel Cardona Íñigo.

Perteneció a la orden de los Capuchinos, igual que el padre Revilla, a quien dediqué anteriormente otra de mis entradas.

El inicio de la guerra civil le pilló en su convento situado en el barrio de Venecia, en la ciudad de Zaragoza.

Es sabido que el golpe triunfó en la capital aragonesa y, desde ese momento, abundaron allí las patrullas de falangistas y requetés, que se dedicaron a las consabidas tareas de represión.

Algunos autores han calculado que, en ciertos momentos de la guerra, falleció más gente delante de los pelotones de fusilamiento que en los frentes de batalla. Eso nos da una idea muy clara de lo que fue la guerra civil.

Dentro del convento también se sufrieron esos momentos con mucha angustia, pues no disponían de noticias fiables y solían oír todas las noches muchos disparos cerca de ellos.

Según dijo, en esos primeros momentos, se puso de acuerdo con otro fraile y todas las noches escuchaban en una radio las noticias que pudiera ofrecerles cualquier emisora.

Parece ser que las discusiones dentro del convento subieron de tono con motivo de un triste suceso.  

Las patrullas falangistas capturaron a un joven comunista, acusándole del reparto de panfletos de esa ideología. Cuando le iban a fusilar, pidió confesión y, como estaban a menos de 100 metros de su convento, pidieron que saliera un fraile a confesarle. Así lo hizo el superior del convento.

Al día siguiente, hubo una fuerte discusión en el comedor entre los frailes. Nuestro personaje protestó y pidió la colaboración de todos, pero como varios de los hermanos eran navarros y fervientes partidarios de los requetés, la dio por perdida.

Incluso, el superior le miró con dureza y le dijo: “No faltaría más que entre los frailes de esta casa hubiera uno partidario de los rojos”.

Después de aquello y, tras un sermón que pronunció en la Seo de Zaragoza, denunciando esos hechos, al volver al convento se encontró con que su superior le exigía que abandonara el edificio.

De este modo, fue trasladado a Pamplona a finales del 36. Allí le fue mucho peor, porque contempló las matanzas más de cerca y al protestar ante su superior lo enviaron a Tudela.

Allí aguantó hasta mediados del 37, lejos del contacto con la calle, pero no pudo más y se decidió por alistarse como capellán castrense. Idea que a su superior le pareció muy buena.

Lo mandaron como capellán a un batallón de Falange española, que estaba destinado en ese momento en un pequeño pueblo de Burgos.

En septiembre de ese año consiguió salir de esa zona y desplazarse, por vía marítima, hasta Algeciras, yendo desde allí a Gibraltar.

En cuanto pudo tomó un barco de bandera británica, con el que fue a Valencia, donde le esperaba su hermano. Parece ser que les pasó muchos informes al bando republicano.

En el Archivo Gomá se puede ver un escrito del P. Lázaro de Arbona al cardenal Gomá, fechado el 16/11/1937, donde denuncia el hecho de la huida del fraile y menciona que el acontecimiento también tuvo eco en Radio Valencia, en su boletín de noticias del 03/10/1937.

Posteriormente, en el mismo archivo antes citado, se puede ver un escrito del cardenal, de fecha 29/11/1937, donde acusa recibo del escrito anterior y reconoce que ya conocía este hecho, por haber sido informado previamente a través de la Secretaría General de Franco.

Sencillamente, yo creo que fue una especie de experimento republicano. Seguramente que lo tomaron como un juguete al servicio del Gobierno. De otra manera no puede explicarse que en uno de sus artículos en la prensa republicana escribiera el 05/11/1937: “…he rezado la oración de la fraternidad cristiana: el Padre Nuestro; y la han rezado también cuantos sinceramente han querido hacerlo; porque en la zona leal todo ciudadano es libre de su credo religioso”.

En otro parte del mismo artículo se puede leer: “Los sacerdotes, que bendijeron las banderas y las armas de la rebelión, y fueron cómplices sino causa, de muchos fusilamientos, celebraron misas “pro defunctis” y rezaron responsos. ¡Espeluznante sacrilegio profanador de lo más sagrado que existe sobre la tierra: el altar y el sepulcro!”

Incluso, he entresacado este otro párrafo: “religión farsante es la de cuantos matan o vitorean al matador, en nombre de su credo, y en ese mismo nombre ruegan por los asesinados.”

Francamente, yo no sé si este hombre, durante su estancia en la zona republicana no salió de casa para nada y se tapó los oídos para no escuchar ni los comentarios, ni los disparos, porque los republicanos tampoco se quedaron atrás en las tareas represivas en la retaguardia.

Además, es muy curioso, porque habla de los cadáveres de los fusilados y dice que algunos son sagrados, porque pertenecen a sacerdotes católicos, refiriéndose a los que estaba matando el bando nacional en el País Vasco. Es muy extraño que no se enterara que en la zona donde vivía él llegaron a matar a miles de religiosos.

El 21/06/1938 se puede leer en la hemeroteca de La Vanguardia un extracto del discurso que este fraile pronunció ante el Ateneo Profesional de Periodistas, de Barcelona. El mismo tuvo por título “La descomposición de la retaguardia facciosa”.

El periodista nos indica que la sala se llenó a rebosar, pues la gente tenía mucha curiosidad por saber lo que estaba ocurriendo en la zona nacional. Destaca que el sacerdote dijo: “…en la zona rebelde la Religión y la Patria han sido igualmente traicionadas”.

También comenta el fraile que muchos de sus datos se los ha aportado en Tudela un hijo del ayudante del general Franco.

Por otra parte indica que no ve unidad en el bando nacional, pues unos generales se alzaron con la bandera republicana, como Cabanellas en Zaragoza; otros, como en Navarra, con la rojigualda; por último, en Valladolid predominó la de Falange.

A la vez menciona los rumores sobre que los verdaderos dueños de la situación son los alemanes e italianos y que Franco no pintaba nada. Incluso, mencionó otros rumores sobre que el mismo podría estar implicado en la muerte de Mola, porque le hacía demasiada sombra.

Al final de la conferencia indicó que él opinaba que un día los españoles de la zona nacional se unirán a los de la republicana para echar a esos extranjeros que están poniendo en entredicho la independencia nacional.

Incluso, a finales de 1938, un periódico madrileño publicó un artículo suyo titulado “Franco no, Cristo sí”, donde afirmaba que “la santidad de las costumbres no se logra con la violencia de las armas, sino por el retorno de los corazones al Evangelio”.

A estas alturas de esta entrada, más de uno pensará que he bebido más de la cuenta o me he fumado algo raro, pero ni lo uno ni lo otro. Este personaje es una rara avis republicana.

La verdad es que esta historia es alucinante y eso mismo les debió de parecer a los servicios de información franquistas. En un informe de la Oficina de Información de la Secretaría general de Franco, fechado el 26/09/1937, y dirigido al cardenal Gomá, en uno de sus párrafos se dice literalmente: “Ha batido pues todos los records ya es el primero y único refugiado que para pasarse ha pedido protección y auxilio a esta Oficina. En vista de que no lo obtuvo se lo facilitó el Consulado rojo.”

Incluso, he estado comprobando que el pueblo de Híjar, donde había nacido este fraile fue beneficiario prioritario y “adoptado” por el Caudillo, dentro del plan de regiones devastadas por la guerra, según Decreto de 23/09/1939.

Sólo se sabe que en enero de 1939 abandonó España, cruzando la frontera francesa. Allí fue internado, como todos los exiliados españoles, por las “amables” autoridades republicanas francesas  en un campo de concentración.

En julio de 1939 consiguió largarse a México y a finales del mismo mes su barco, el Mexique,  lo dejó en el puerto de Veracruz. Allí consta en el registro de entrada de extranjeros a México como español, nacido en 1908 en Híjar (Teruel) y de 31 años de edad y con estado civil soltero. En el apartado de religión se indica “no consta”.

Allí acabó sus días, dedicado a la profesión de escritor, como se indicaba en su pasaporte, y a la enseñanza.

UN CASO CURIOSO: EL PADRE HUIDOBRO

Siguiendo con esos casos extraños de sacerdotes durante la guerra civil, hoy traigo este personaje al blog.
Estamos acostumbrados a oír que, durante esa contienda, fueron asesinados miles de miembros del clero a manos de los republicanos. Eso es rotundamente cierto. Pero también lo es que la Iglesia sólo ha reivindicado, como mártires a sus clérigos asesinados por el bando republicano, sin embargo, de los asesinados por el bando nacional ni se mencionan.
 Es cierto que, en la zona republicana,  hubo una persecución religiosa muy importante, pero también lo es que, por ejemplo, en el País Vasco, como la II República les dio, ya en plena guerra civil, un estatuto de autonomía, los vascos lucharon por ella y se llevaron a sus capellanes al frente. Estos son los que aparecen en las fotos junto a Julián Besteiro, en la cárcel de Carmona.
También dicen algunos autores que las tropas requetés que invadieron el País Vasco, tenían órdenes expresas de sus mandos de matar a todos los clérigos vascos que atraparan y así lo hicieron en muchos casos.
Bueno, volviendo al tema que quería tratar hoy, a lo mejor muchos de los que vivimos en Madrid hemos pasado por la avenida del Padre Huidobro, así que vamos a ver quién fue esta persona. Es posible que muchos piensen que el caso de este sacerdote no tiene nada que ver con  el de los ejemplos anteriores, pero yo creo que como todos murieron en idénticas circunstancias, todos deberían de haber sido reconocidos de igual forma por la Iglesia.  
Fernando Huidobro Polanco nació en Santander en 1903, en el seno de una familia muy conservadora y muy católica. Debido a la profesión de su padre, ingeniero de Caminos, la familia, formada por el matrimonio y 9 hermanos,  tuvo que sufrir varios traslados.
En 1911 ya se asentaron definitivamente en Madrid, donde Fernando acabó el Bachillerato. A pesar de que había decidido ingresar en la Compañía de Jesús, estudió la carrera de Filosofía y Letras, para no contrariar a su madre.
Aunque ya, desde 1919,  pertenecía a los jesuitas, tuvo que acudir al examen de doctorado vestido de civil, pues, en 1931, corrían malos tiempos para los clérigos. Uno de los miembros del tribunal examinador era nada menos que Julián Besteiro, catedrático de la Universidad Central de Madrid y entonces secretario general del PSOE. Tras contestar en el examen oral sobre las teorías de Kant, fue calificado como sobresaliente y felicitado por el tribunal.
En 1932, el Gobierno de la II República, como habían hecho otros anteriormente en España, decretó la expulsión de los jesuitas.  A él le pilló destinado en el monasterio de Oña (Burgos) y allí se presentó nada menos que el gobernador civil de la provincia, acompañado por varios mientras de la Guardia Civil, obligándoles a entrar en un autobús, con el que atravesaron la frontera francesa.
Su destino fue Bélgica, donde residió varios años, y Holanda, donde, más adelante, fue nombrado diácono. A pesar de estar tan lejos de España, se interesa por los asuntos nacionales y está muy preocupado por la deriva de los acontecimientos en la época republicana.
El comienzo de la guerra civil le pilla en un pueblo de Francia y, desde allí, escribe al general de su orden, pidiendo que le permitan volver a España para ayudar, en lo posible, como capellán militar.
En agosto le otorgan el permiso y a finales del mismo mes se halla en Pamplona, desde donde se traslada a Cáceres, donde radicaba en ese momento el cuartel general de Franco. Ante él se presenta y es destinado a la IV Bandera de la Legión, que se hallaba por entonces en Talavera de la Reina (Toledo).
Dicen que, al llegar, no les produjo buena impresión a los curtidos legionarios, debido a su aspecto muy juvenil, prácticamente imberbe, con gruesas gafas y peque estatura, pero pronto fue muy querido por todos.
Siempre fue muy elogiado por su arrojo, especialmente cuando salía de las trincheras, en medio del fuego cruzado, para atender a un herido o dar la extremaunción a un moribundo.
Era muy popular entre los soldados, porque, a pesar de tener graduación de oficial, prefería estar entre ellos y comer el mismo rancho.
Enseguida se habituó a esa vida de combates y sufrimientos, pues, no olvidemos que los jesuitas son los llamados “soldados de Cristo”.
Muchos dicen que siempre les estaba animando, al mismo tiempo que sentía piedad por los que luchaban en el otro bando, a los que llamaba “sin Dios”.
En muchas ocasiones, animó al resto de los legionarios alzando su cruz y avanzando el primero hacia las líneas enemigas. Eso hacía que le siguieran  y le admiraran todos. Nunca aceptó llevar armas.
El 9 de septiembre tuvo su primera herida de guerra. Estando dentro de un puesto de socorro instalado en la Casa de Campo, como el tiroteo era incesante, las balas entraron dentro del recinto e hirieron a los que allí estaban atendiendo a los heridos. El padre fue alcanzado en una rodilla.
En principio, no aceptó ser evacuado, por tener que dar asistencia espiritual a los muchos moribundos que fueron ingresados allí, pero luego fue
trasladado a un centro de Griñón y de allí a un hospital de Talavera de la Reina.
Después de mucho implorar a los médicos le dieron el alta en diciembre, aunque quedó cojo. Así y todo, se reincorporó a su unidad, que ahora luchaba en el Hospital Clínico de Madrid.
Allí le pilló, sin consecuencias para él, la voladura de los cimientos de este hospital, realizada por los milicianos.
Después de múltiples combates en ese frente, el 11/04/1937 el padre resultó muerto en una contraofensiva republicana.
Hay mucha discusión sobre la causa de su muerte. La versión oficial ofrecida fue que su cuerpo fue alcanzado por un proyectil de artillería que explotó en un chalet, utilizado como puesto de socorro, justo a la entrada de Aravaca, en la famosa Cuesta de las Perdices, junto a la actual autovía A-6 (Madrid-La Coruña).
Su muerte fue muy sentida entre todos sus compañeros legionarios y se puede apreciar en las cartas que muchos de ellos enviaron, por entonces, a sus familias.
Otros dicen que algunos, aunque elogiaran su valor, no aceptaron nunca sus sermones moralizantes para apartarles de sus vicios, como el alcohol, el juego, la blasfemia, la prostitución, etc.
También se menciona que su actitud contraria hacia el asesinato de los prisioneros republicanos a manos de los legionarios, no fue bien recibida por muchos. Parece ser que más de una vez se tuvo que interponer entre unos y otros.
Parece ser que ya en octubre de 1936 se decidió a denunciar por carta estos hechos a las autoridades militares y al Cuerpo Jurídico Militar.
En algunos de sus párrafos mencionaba: “el rematar al que arroja armas o se rinde, es siempre un acto criminal”. O también: “el procedimiento que se sigue está deformando a España y haciendo que en lugar de ser un pueblo caballerosos y generoso, seamos un pueblo de verdugos y soplones”. “Nos va dando vergüenza de haber nacido en esta tierra de crueldad implacable y de odios sin fin”.
No se limitó a escribir al mando de su División, sino que difundió sus escritos entre la oficialidad y el resto de los capellanes militares, lo cual, seguro que no les hizo ninguna gracia.
Siguiendo a Paul Preston, en su libro “El Holocausto español”, nos dice que, más tarde,  envió un escrito nada menos que al propio Franco, donde, entre cosas manifestaba: “Así, se procede a fusilar sobre el campo de batalla todo prisionero de guerra…”, “… se fusila a los prisioneros por el mero hecho de ser milicianos, sin oírlos, ni preguntarles  nada. Así están cayendo sin duda muchos que no merecen pena tan grave y que podrían enmendarse y ese es el convencimiento de los mejores soldados”.
Evidentemente, el capellán demostró con estos escritos su ingenuidad, pues nunca se le ocurrió que esta forma de hacer la guerra venía respaldada por las órdenes directas del Alto Mando. Lógicamente, en el otro bando solían hacer lo mismo.
Fue enterrado en el cementerio de Boadilla del Monte, asistiendo a su entierro el general de su División, junto a todo su Estado Mayor, el conde de Argillo (que luego fue consuegro de Franco por ser padre, entre otros,  del marqués de Villaverde), varios compañeros jesuitas y un grupo de guardias civiles. Es curioso que no se cite en ese acto ninguna representación de la IV Bandera de la Legión.
Hoy en día se alza un sencillo monumento en el lugar donde se cree que murió este sacerdote, pero algunos dicen que no es el sitio correcto, porque el lugar real se halla dentro de la actual autovía de La Coruña (A-6).
Lo curioso de este asunto es que en 1947 la Compañía de Jesús se decidió a pedir la beatificación y canonización de este personaje. Evidentemente, se daban las mejores circunstancias por las que este proceso podría avanzar fácilmente y llevar muy pronto a este jesuita a los altares.
Lo cierto es que, como en el Vaticano se toman estas cosas con mucha seriedad, durante sus investigaciones se toparon con algo realmente sorprendente. Estas les llevaron a la conclusión de que el padre Huidobro no había muerto, como se dijo oficialmente, a causa de las heridas provocadas por un proyectil de artillería lanzado por el enemigo, sino por una bala que le impactó en la espalda y procedía, presuntamente y según el recorrido,
 de alguien de su propia unidad. Así que desde Roma se dieron las oportunas instrucciones para que el proceso se paralizara en seco y ahí sigue.
Evidentemente, no hay que presumir intencionalidad en disparar contra el capellán, porque, cuando se forma un tiroteo, aparecen balas por todas partes, pero es muy sospechoso que quisieran tapar la verdad de su muerte de esa forma tan burda. En la guerra han ocurrido muchas veces esas muertes accidentales y no hay que rasgarse las vestiduras por ello.

A primera vista, es un poco raro que se paralizara este proceso, pero luego, si tenemos en cuenta que estas canonizaciones de la guerra civil llevaban conjuntamente un componente pedagógico e ideológico, pues a lo mejor no interesaba a algunos que siguiera su proceso de canonización, por esos escritos que, seguramente, le levantaron ampollas a más de uno, y por su discutible muerte, que podría traer algún disgusto a otros. Así que es posible que, por eso mismo, decidieran dejarlo como estaba y no tocar más ese asunto.