ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

jueves, 29 de septiembre de 2016

ANTONIO DE MONTESINOS, UN DOMINICO VALIENTE



Seguro que casi todo el mundo habrá oído hablar de fray Bartolomé de las Casas y sus obras, en las que defendía apasionadamente a los indios. Cosa que me parece muy bien.
En cambio, casi nadie se acuerda de este fraile, que fue contemporáneo del anterior, pero que fue el iniciador de esa corriente de protección hacia los indios. De hecho, las Casas, confiesa que su mensaje le  influyó mucho.
Nuestro personaje de hoy se llamaba Antonio de Montesinos. Desgraciadamente, no se sabe mucho de sus
primeros años. Sólo se conoce que nació en España, alrededor de 1475.
Ingresó en la Orden de los Dominicos, en el convento de San Esteban, en Salamanca. Allí se formó como fraile.
En 1502, terminó su noviciado y ya se decidió por pronunciar los clásicos votos, que distinguen a los monjes.
En 1509, una vez que había sido ordenado sacerdote, fue destinado al convento de Santo Tomás, en Ávila. Fundado por Tomás de Torquemada.
Ese lugar fue fundamental en su vida. Allí coincidió con otros frailes, que tenían inquietudes semejantes a las suyas.
Me refiero a fray Pedro de Córdoba, fray Bernardo de Santo Domingo y fray Domingo de Villamayor.
Algunas fuentes dicen que fray Pedro y él ya se conocían, con anterioridad, por haber estudiado juntos en San Pablo, en Valladolid.
Estas inquietudes les llevaron a realizar una solicitud, para que les dejaran viajar a las Indias. Lo que hoy conocemos como América.
Hay que decir que nadie podía viajar a América sin el oportuno permiso de la Corte o, posteriormente,  la Casa de Contratación. Ni siquiera los miembros del clero, pues, desde un principio, los monarcas españoles, le dejaron muy claro al Papa, que allí mandaban solamente ellos.
De hecho, los monarcas, preferían enviar sacerdotes que miembros de congregaciones religiosas. Los primeros eran más manejables, ya que los segundos estaban a las órdenes de su vicario o del provincial. Es más, a los obispos, siempre los nombró el rey de España.
Posteriormente, en el caso de los jesuitas, se retrasó mucho la aprobación, para su traslado a América. Fue así, porque, como sabemos, éstos tienen un voto especial de obedecer ciegamente las órdenes del Papa y eso no le gustaba absolutamente nada a la Monarquía española.
Volviendo a nuestro personaje, en febrero de 1509, les llegó la aprobación de su viaje, en forma de Real Cédula, donde se les permitía viajar en un grupo de 15 religiosos y 3 laicos.
En 1510, se embarcaron en una nave llamada Espíndola. Al frente de la expedición de los dominicos estaba la gran figura de fray Pedro de Córdoba.
Antes de llegar a su destino, en Santo Domingo, la nave, hizo una escala en la isla de Puerto Rico, donde los frailes pudieron hacerse una idea de lo que ocurría en las tierras, recientemente, descubiertas por Colón.  
A finales de septiembre de 1510, llegó a su destino la nave donde se hallaba embarcado
nuestro personaje, junto con sus compañeros. Posteriormente, en otras naves, fueron llegando el resto de los frailes autorizados a viajar hasta las Indias.
El motivo de viajar hasta Santo Domingo es que allí se encontraba la Real Audiencia de los primeros territorios, que fueron pasando a la soberanía española en América.
No olvidemos que ni siquiera se había realizado la conquista de Cuba, que fue en 1511. En tanto que la expedición de Cortés hacia México tuvo lugar en 1518.
Incluso, el descubrimiento del Océano Pacífico, llevado a cabo por Núñez de Balboa, tuvo lugar en 1513.
Así que se puede decir que, cuando llegó esta expedición de frailes dominicos a América, estaba todo por hacer.
Los monjes, como estaba previsto, se dedicaron a la evangelización y educación de los indios. Sin embargo, tuvieron muchos problemas con los conquistadores y encomenderos.
De hecho, se sabe que formularon una serie de quejas ante las autoridades de la isla. Sin obtener ninguna respuesta.
El sábado 20/12/1511, se reunieron los quince miembros de esa congregación de dominicos, presididos por fray Pedro de Córdoba. Previamente, habían realizado ayuno y oración, para meditar sobre lo que iban a tratar.
Entre todos, redactaron un sermón, que sería leído al día siguiente. El encargado de leerlo fue Antonio de Montesinos, aunque se dejaba muy claro que lo hacía “bajo precepto formal y en virtud de la santa obediencia”. O sea, que lo leía él, pero hablaba en nombre de toda la comunidad dominica.
El 21/12/1511, cuarto domingo de Adviento, nuestro personaje se puso a leer un sermón, que levantó muchos sarpullidos entre los allí presentes.
Lo cierto es que hay que tener mucho valor para criticar en la cara a unos tipos, que iban siempre
con una espada en el cinto y que la desenvainan con presteza, matando, sin problemas de conciencia, al que se les pusiera por delante.
No obstante, pronunció las siguientes palabras: "Esta voz, dijo él, que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado [en] que estáis no os podéis más salvar que los infieles que carecen y no quieren la fe de Jesucristo".
Evidentemente, este sermón estaba muy justificado por el trato vergonzoso que daban los encomenderos a los indios. Tratándolos como verdaderos esclavos. Lo cual estaba en contra de las normas aprobadas por los Reyes Católicos.
Por aquel entonces, se hallaba Diego Colón, el hijo del famoso descubridor, como virrey de las Indias.
Éste se dirigió, junto con otras personas,  al convento de los dominicos para intentar presionar a fray Pedro, que era el vicario de esa comunidad,  a fin de que expulsara de la isla a fray Antonio o, en su lugar, el domingo siguiente, leyera otro sermón con un tono mucho más suave, que agradara a los que mandaban en la isla.
Para su sorpresa, el domingo siguiente, los dominicos, también por boca de nuestro personaje, se atrevieron a darle más “leña” todavía al virrey y a su camarilla de encomenderos.
Esta vez le quisieron dejar muy claro que las leyes de Dios están por encima de las leyes humanas; no existen diferencias raciales a los ojos de Dios; la ilegalidad de la esclavitud y la servidumbre de los indios a los que se les deberían de devolver su libertad y sus bienes. De lo
contrario, irían todos al Infierno.
Como para los colonizadores, estos sermones, fueron muy difíciles de “digerir”, y conociendo las rivalidades tradicionales entre dominicos y franciscanos, se dirigieron al superior de esa Orden en la isla a fin de que fuera a quejarse al rey, en su nombre.
Mientras los franciscanos mandaron a un emisario para quejarse ante el rey de los sermones de los dominicos, éstos también enviaron a nuestro personaje, para rebatirle sus argumentos.
El problema es que el franciscano llegó antes y llegó a convencer al rey Fernando para que se quejara al provincial de los dominicos en España, pidiendo que los sancionara.
Mientras tanto, los dominicos, lo pasaron muy mal en la isla, pues les negaron todo tipo de sustento y les amenazaron con reembarcarlos rumbo a España.
El resultado de esta discusión fue la redacción de las famosas Leyes de Burgos, promulgadas a finales de diciembre de 1512.
No obstante, fray Pedro de Córdoba, consideró que no regulaban todos los aspectos relativos a la colonia. Así que se trasladó a España para intentar modificarlas. Eso lo consiguió, tras muchas discusiones,  a mediados de 1513.
Como no fueron aceptadas ni acatadas, por los encomenderos, posteriormente, se promulgaron, ese mismo año, las Leyes de Valladolid.
Este sermón tuvo mucha influencia en esa sociedad. Hasta el mismo Bartolomé de las Casas, que era un encomendero más, cambió su forma de tratar a los indios y, desde entonces, se dedicó a protegerlos.
Hay que aclarar que el sermón de los dominicos le sentó muy mal, especialmente, al virrey, porque en aquellos momentos, se encontraba metido en una lucha entre los llamados allí hidalgos, que eran los veteranos del descubrimiento y la conquista de esas tierras, a los que el virrey les había dado todo tipo de privilegios.
Por otro lado, estaban los llamados “realistas”, partidarios de una sociedad más igualitaria, donde todos los colonizadores tuvieran los mismos derechos y les dieran algunos a los indios, aunque los consideraran inferiores a ellos. Precisamente, se creó esa Real Audiencia para atender a las frecuentes discusiones y enfrentamientos entre esos dos bandos.
Cada vez se radicalizaron más las posturas entre estos dos bandos. El partido realista quedó liderado por el tesorero, Miguel de Pasamonte, y se dedicaron a enviar continuas quejas a los reyes, para que el virrey fuera cesado de su puesto.
Para colmo, Diego Colón, junto con sus partidarios, fueron montando una corte en la isla, dotada de todos los lujos posibles y que rivalizase con la de los monarcas. Por supuesto, esto ya  no le gustó nada a Fernando el Católico.
Así, en 1514, se le ordenó volver a España, para juzgar su forma de actuar en el virreinato.
Posteriormente, en 1520, se le reintegró en su puesto, pues así lo decían las Capitulaciones firmadas entre los Reyes Católicos y su padre, Cristóbal Colón.
Su regreso coincidió con la primera revuelta de los esclavos negros y el aumento de denuncias ante la Real Audiencia. Así que, en 1523, el emperador Carlos V, le ordenó que volviera y ya no regresó nunca más a esos territorios.
Volviendo a nuestro personaje, se puede decir que, junto a fray Pedro de Córdoba y fray Bartolomé de las Casas, siempre defendieron a los indios y practicaron una evangelización pacífica, tanto en la isla, como, después, en Venezuela.
En 1513, empezaron la evangelización del continente americano, tras desembarcar en el territorio de Cumaná, en la actual Venezuela.
Allí construyeron, con la colaboración de los indígenas, varias casas, dos iglesias y una escuela, donde enseñaban a 40 niños.
Desgraciadamente, la llegada, desde otra isla, de un esclavista blanco, les fastidió el asunto, porque capturó al cacique de Cumaná, que tan bien había atendido a los frailes, junto con su familia y unos cuantos indios más, y los vendió como esclavos en Santo Domingo.
Evidentemente, los indios tomaron represalias y mataron a unos cuantos frailes. No obstante, fray Pedro de Córdoba, consiguió rescatar a todos los indios de Cumaná y devolverlos a su tierra.
A finales de 1515 fundó la ciudad de Cumaná y también el primer monasterio del continente americano.
Incluso, publicaron un catecismo para enseñar el Cristianismo a los indios. Luego fue copiado por otros evangelizadores.
Fray Pedro fue nombrado, a mediados de 1519, el primer inquisidor de las Indias. Lo curioso es que la solicitud de fundar allí uno de estos tribunales procedió de fray Bartolomé de las Casas.
En mayo de 1521, falleció fray Pedro. El encargado de pronunciar la misa de difuntos fue su compañero, fray Antonio de Montesinos.
En 1985, durante una visita del fallecido Papa Juan Pablo II, reconoció que en Cumaná había tenido lugar la primera misa de América, por lo que creó allí una Archidiócesis.
Es muy posible que esa misa la hubiera oficiado nuestro personaje, fray Antonio de Montesinos, que estuvo al mando de la expedición de frailes enviados hasta allí.
También hay que decir que, en 1520, estuvo en España, junto a fray Pedro, para gestionar la fundación de la primera provincia dominicana en América.
En 1521, Montesinos, estuvo en Puerto Rico, donde fundó un convento de su Orden, que luego, en 1532, pasaría a ser la Universidad de Puerto Rico.
En 1526, tomó parte en otra expedición, junto a las Casas, que se dirigía a colonizar la costa del actual Estado de Virginia, en USA.
La expedición estaba al mando de Lucas Vázquez de Ayllón y la formaban 600 personas y 100 caballos embarcados en tres naves.
Parece ser que desembarcaron cerca de la actual Georgetown, aunque no está muy claro, y allí fundaron San Miguel de Guadalupe. Primera colonia en tierras de la actual USA.
Se cree que también fue el padre Montesinos el primero que ofició una misa en el territorio de la actual USA.
Desgraciadamente, la colonia tuvo poco futuro, debido al mal tiempo, el hambre, las enfermedades y las malas relaciones con los indios. Aparte de que también se rebelaron los esclavos negros que, los colonizadores,  llevaban con ellos. La primera rebelión de ese tipo en América. Así que, los supervivientes, volvieron al año siguiente a Puerto Rico.
En 1529, el padre Montesinos, fue enviado de nuevo a Venezuela, como vicario de los dominicos ya asentados allí y como capellán de la expedición de los banqueros Welser, a quien el emperador Carlos V había cedido unos territorios, en pago de sus innumerables deudas.
No se sabe con certeza cuál fue la causa de su muerte. Lo cierto es que murió el 27/06/1540 y entre los archivos dominicos será recordado como mártir.
En 1982, se inauguró en Santo Domingo una estatua dedicada a este personaje. Allí se le puede ver en actitud de gritar su famoso sermón, para que le oyeran bien. La misma fue donada por México a la República Dominicana.

jueves, 22 de septiembre de 2016

EL MISTERIO DEL ZAR ALEJANDRO I DE RUSIA



Hoy voy a dedicar este artículo a un zar que siempre fue muy enigmático. Todos sus contemporáneos lo vieron siempre como una persona sin criterio propio. Tan pronto defendía una cosa, como la contraria. Así que otros gobernantes nunca lo vieron como una persona muy fiable.
Nació en 1777, en la antigua capital de Rusia, San Petersburgo. Sus padres
fueron el futuro zar Pablo I y su esposa, una princesa de origen alemán
Tuvo dos personas que le influenciaron mucho. Por un lado, estaba su abuela, la famosa Catalina la grande, y por otro, su padre, como ya he dicho, el futuro zar Pablo I.
Parece ser que su abuela y su padre nunca se llevaron bien. Las discusiones eran continuas, mientras Alejandro intentaba estar a bien con los dos, poniéndole buena cara a cada uno.
Se rumoreaba que Catalina intentaba quitarle los derechos sucesorios a su hijo, para que reinara, directamente, su nieto. Parece ser que era el favorito de su abuela.
Uno de los sueños de Catalina II la grande, fue la restauración del antiguo Imperio Bizantino y pensaba que sus nietos lo podrían lograr.
Incluso, se habla de que el marido de la reina era estéril y no podía ser el padre de Pablo, lo cual pondría en peligro su sucesión a la corona.
Así, al morir la reina, Pablo, destruyó su testamento e instituyó las llamadas Leyes Paulinas, por las que el heredero de un Romanov siempre será su primogénito, sin posibilidad de modificarlo.
A fin de imponer sus gustos, revocó muchas de las leyes aperturistas e ilustradas de su madre. Impuso multas y mandó al exilio a los que vio vestidos al estilo occidental y a los que leyeran libros franceses.
La verdad es que el zar Pablo I no debía de estar muy bien de la cabeza, pues quiso rodearse, exclusivamente, de gente de probada lealtad, con una idea de corte al estilo medieval.
Así que hizo una de mesa limpia y echó de la corte a todos los nobles que no le cayeron en gracia. Aparte de siete mariscales de campo y 333 generales.
Incluso, imbuido por ese espíritu medieval, dio refugio a los Caballeros de la Orden de Malta, cuando Napoleón les invadió y los echó de su isla.
También fue muy dubitativo, por lo que se refiere a sus alianzas militares. En un principio, se apuntó a la Segunda Coalición contra Francia. Para ello, envió tropas a luchar contra los franceses en Suiza. También  envió a su Armada, para luchar al lado del Reino Unido.
Posteriormente, cambió de tercio y declaró una neutralidad armada contra sus antiguos aliados británicos.
Algunos dicen que lo hizo así, porque les cogió estima a los Caballeros de Malta. En primer lugar, los franceses se habían apoderado de Malta y, posteriormente, los británicos, le habían arrebatado la isla a los franceses.
Otra de sus famosas ocurrencias fue enviar unidades de cosacos a la India para luchar contra los británicos.
El zar, Pablo I, sospechaba que, poco a poco,  se iba fraguando un complot contra él. Parece ser que la orden que había dado a los nobles para que mejoraran el trato hacia sus sirvientes, no les gustó nada a los aristócratas.
Incluso, tenía premoniciones sobre su propia muerte y no le faltaba razón. La noche del 11/03/1801, unos conjurados entraron en su dormitorio, en el castillo de San Miguel, y le asesinaron.
Parece ser que el zar les había oído y se escondió tras unas cortinas. Fue descubierto y, como se negó a firmar su abdicación, fue golpeado y estrangulado allí mismo.
Lo triste del asunto es que su hijo tenía alguna noticia del complot, pero no hizo nada para oponerse a él. Incluso, uno de los asesinos de su padre, fue a decirle que era el nuevo zar.
Realmente, no se sabe si su hijo estuvo implicado de algún modo en el asesinato de su padre. Al respecto, hay teorías de todo tipo. Algunos dicen que dio su conformidad, pero, con la condición de que no mataran a su padre. Sin embargo, por lo que se ve, no le hicieron caso.
Evidentemente, sus enemigos, intentaron siempre justificar el asesinato del zar, diciendo que estaba loco y que, si seguía en el trono, podría perjudicar a Rusia.
Alejandro I, con sólo 23 años fue coronado, como el nuevo zar, en el Kremlin. Parece ser que los remordimientos por su conducta hacia su padre le atormentaron toda su vida.
Cambió radicalmente la forma de gobernar de su padre, intentando recuperar el espíritu ilustrado, que siempre tuvo su abuela. Parece ser que quiso transformar el régimen en una especie de monarquía constitucional. Una de sus frases fue que quería gobernar al pueblo ruso “según las leyes y el corazón de mi sabia abuela”.
Incluso, su canciller, Speranski, llegó a fundar un Consejo de ministros y un Consejo de Estado, bajo la dirección del Senado.
Tres años más tarde, se fueron paralizando, poco a poco, sus reformas y comenzó a pensar de otra manera. Fue el período denominado “el de las esperanzas frustradas”.
Para dejar claro que su reinado no iba a ser igual que el de su padre, lo primero que hizo fue firmar la paz con el Reino Unido, reconociendo su dominio sobre Malta.
También intentó europeizar su país, acercándose a otras monarquías, como la de Prusia o el Imperio Austro-Húngaro. A fin de acabar con el tradicional aislamiento de Rusia.
Aunque parezca mentira, se hizo muy amigo de Napoleón e, incluso, intentó establecer un arbitraje en las eternas disputas entre Francia y el Reino Unido, aunque no le diera buen resultado. La verdad es que Napoleón decía de él, que le parecía “un bizantino sospechoso”.
Parece ser que su antiguo tutor, un suizo con ideas republicanas, influyó mucho en su forma de pensar. Él fue el que, en un principio, le aconsejó que estableciera buenas relaciones con Napoleón.
Sin embargo, años después, volvió a visitar Francia y le mandó otro informe al zar, donde le aconsejaba lo contrario.
Parece ser que otra de las cosas que influyeron en su cambio de actitud hacia Napoleón fue la ejecución del duque de Enghien, por parte de los franceses.
Así que, esta vez, se apuntó a la Tercera Coalición contra Francia. A pesar de que, sobre el papel, los ejércitos aliados eran muy superiores a los de Napoleón, sufrieron una terrible derrota en Austerlitz, en 1805.
En esa batalla se perdió hasta la propia Guardia Imperial, formada por soldados muy seleccionados que, a última hora, entraron en combate para intentar cambiar el resultado de la
misma.
No obstante, el zar, no se amilanó y, aunque los austriacos, firmaron la paz por separado con Napoleón, los rusos, siguieron luchando contra los franceses.
Esta vez, dentro de la Cuarta Coalición y con la ayuda de los prusianos, tampoco tuvieron  mucha suerte.
Parece ser que los dos aliados no se entendieron bien. Así que, por una parte, los prusianos, se enfrentaron en solitario a los franceses, siendo derrotados por Napoleón en Jena y Auerstadt.
Más tarde, los franceses, se encontraron a los rusos en Polonia y les derrotaron en Eylau y Friedland, en 1806.
Así que no le quedó más remedio que reunirse con Napoleón en Tilsit y firmar la paz, en 1807. Allí mantuvieron una serie de contactos, de los cuales se derivaría una especie de reparto del mundo. Al estilo de las conferencias de los aliados durante la II Guerra Mundial.
Napoleón consiguió que Rusia respetara el boicot que había establecido contra el Reino Unido y le dejara seguir su lucha en Europa Occidental.
Mientras tanto, el zar, consiguió que se le permitiera expansionar Rusia a costa de otros países vecinos, como Finlandia. También le arrebató Besarabia a los turcos y les impuso que le dieran una autonomía a los serbios.
Siguiendo la tradicional política rusa, que siempre ha tenido como objetivo conseguir una salida fácil al mar, a ser posible, el Mediterráneo, se apoderó de Georgia y Azerbadjan.
Al año siguiente, los dos mandatarios, se volvieron a reunir en Erfurt. Sin embargo, la relación entre ellos había cambiado. Al zar no le gustó nada que Napoleón pensara quedarse con Austria, porque estaría demasiado cerca de la  frontera con Rusia. Tampoco le gustó la idea de restaurar Polonia, que siempre había sido enemiga de Rusia.
De todas formas, el principal escollo era el bloqueo económico que Napoleón había decretado contra el Reino Unido y que había obligado también a Rusia a respetarlo.
Londres siempre había sido el principal mercado para los productos agropecuarios rusos y, como no podían seguir vendiéndoles, pues se estaban arruinando.
Así, la cosa llegó a un punto en que Rusia no pudo o no quiso respetar el boicot y se decidió por seguir comerciando con el Reino Unido.
En 1812, la respuesta francesa fue formar la llamada “Grande Armée”, un impresionante ejército de 600.000 hombres, con los que Napoleón tenía pensado invadir y derrotar a Rusia.
A España le vino muy bien que Napoleón invadiera Rusia, porque, como no tenía suficientes fuerzas, tuvo que trasladar miles de soldados que estaban luchando en nuestro país. De
esa manera, empezó a cambiar de signo nuestra Guerra de la Independencia.
Desde el principio, se vio que Rusia no estaba preparada para enfrentarse a este enorme ejército. Sufrieron una derrota tras otra.
La única batalla que, hasta el final, estuvo muy indecisa, fue la de Borodino. Como siempre, los rusos fueron vencidos y los franceses llegaron hasta Moscú.
A partir de ahí, el zar, jamás quiso tener ninguna relación con Napoleón. Solía decir: “no podemos reinar juntos”.
Como suelen hacer los rusos, esperó a que llegara el invierno. También practicó una estrategia de tierra quemada y consiguió que los campesinos y el ejército se unieran en una lucha a muerte contra los invasores.
La retirada de los soldados napoleónicos fue realmente dramática. Muertos de frío y faltos de todo tipo de suministros, aparte del frecuente acoso de los rusos, fueron cayendo por docenas.
De los 600.000 soldados que penetraron en territorio ruso, sólo volvieron unos 18.000, lo cual da una idea del desastre sufrido.
Espoleado por un odio feroz a Napoleón, dio orden de perseguir a los franceses por toda Europa.
Así y todo, las fuerzas napoleónicas,. Consiguieron vencerle en Lützen y Bautzen. Sin embargo, la Coalición consiguió recuperarse y le derrotaron ampliamente en Leipzig, en 1813.
Tras esta gran victoria, persiguieron a los franceses hasta el mismo París, con los cosacos en la vanguardia, y entraron en esa ciudad en 1814.
El zar, pensó que había llegado el momento de crear una paz estable en toda Europa. A causa de sus ideas conservadoras, se le ocurrió que podría ser una buena idea formar la Santa Alianza. Una nueva sociedad formada por las grandes potencias militares de la época, cuyo objetivo sería impedir que triunfaran las ideas liberales en ningún país de Europa, pues le echaban la culpa de esas guerras al triunfo de las ideas revolucionarias liberales.
Parece ser que estuvo influido por las ideas de Bárbara von Krüdener, conocida mística, la cual decía que su labor era organizar el reino de Cristo en la Tierra.
Este pacto lo firmaron Rusia, Prusia y Austria. O sea, las potencias vencedoras que se reunieron en el Congreso de Viena. Posteriormente, se adhirieron Francia y el Reino Unido. Este último como observador.
En 1815, el zar, aparte de salir reforzado del Congreso, se convirtió oficialmente en rey de Polonia y Gran Duque de Finlandia.
A su regreso a Rusia, cambió radicalmente su forma de gobernar. Eliminó las reformas y convirtió su reinado en una autocracia. Utilizando, habitualmente, la violencia.
Se convirtió en un zar muy impopular. Por una parte, se buscó muchos enemigos entre los ilustrados. Por otra, la mayoría de la nobleza era tan conservadora, que le seguía viendo como a un liberal.
Incluso, se enemistó con la influyente Iglesia Ortodoxa, la cual creyó ver en él que estaba influido por el Papa.
En 1818, durante un encuentro con el famoso canciller austriaco, Metternich, sufrió un intento de secuestro, lo cual le hizo desconfiar aún más de su pueblo.
En 1825, realizó un viaje hacia el sur, para visitar a su Ejército, que estaba situado en la frontera, a punto de iniciar una guerra contra Turquía.
Fue a un lugar llamado Taganrog, junto al mar de Azov, en Crimea. También, lugar de nacimiento del célebre dramaturgo Anton Chejov.
Parece ser que se sintió mal y, en un principio, los médicos le diagnosticaron un simple resfriado.
Sin embargo, la cosa se complicó y se vio que era tifus, muriendo pocos días después de haber llegado. Concretamente, el 01/12/1825.
Su cadáver fue trasladado nada menos que hasta San Petersburgo, al otro extremo del país, donde fue enterrado.
No sé si su cadáver se habría descompuesto, pues tardarían bastante en llevarlo hasta San Petersburgo, lo cierto es que, al llegar allí, muchos de sus familiares no le reconocieron.
Desde ese momento, empezó a correr por el país el bulo de que el zar, realmente, no había muerto, sino que habían metido en su ataúd el cuerpo de un soldado con el que tenía cierto parecido. Se decía que el zar se había disfrazado de monje y se había retirado a meditar a un convento.
Lo cierto es que el zar había dado a conocer a algunos de sus más allegados que pretendía abdicar del trono al cumplir los 50 años de edad y dejárselo a su hermano, por falta de herederos directos.
Incluso, se cuenta que escribió al káiser Guillermo de Prusia, diciéndole que quería dejar el trono e irse a vivir como un simple ermitaño.
Los que lo conocían dijeron que el zar estaba padeciendo una depresión y se dedicaba continuamente a viajar por el país, para olvidar sus recuerdos.
Parece ser que algunos años después, un ermitaño, llamado Fiodor Kuzmich, que acababa de regresar de Tierra Santa, empezó a hacerse famoso.
Alguien dijo que se parecía mucho al zar Alejandro I y que se había convertido en ermitaño para aplacar su mala conciencia, por su complicidad en el asesinato de su padre.
Incluso, algunos dicen que el ermitaño, aparte de sus labores religiosas, llamaba la atención por sus finos modales y el conocimiento de la política y de una serie de datos, que no conocía casi nadie. Como ciertos detalles de la guerra contra Napoleón o anécdotas de la entrada del zar en París.
El ermitaño fue detenido, acusado de ser un impostor y azotado. Se le condenó, siguiendo las leyes contra los vagabundos,  al exilio en Siberia, donde trabajó en una mina de oro, y allí murió en 1864.
Sin embargo, siempre fue muy venerado por la familia imperial rusa y, además, fue canonizado,  en 1984, por la Iglesia Ortodoxa rusa. Según parece, también solía recibir, habitualmente, las visitas de los miembros de la familia imperial, incluido el propio zar, Nicolás I.
Además, en una ocasión, cuando un soldado ruso se cruzó con él, se arrodilló inmediatamente, reconociéndole como el zar. Sin embargo, él le dijo  que se levantara porque “yo sólo soy un vagabundo”.

Para colmo, cuando llegó al trono Alejandro III, en 1881, ordenó que se abriera el ataúd de su antecesor, que se guarda en la cripta de los Romanov, en la catedral de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo. La sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron que estaba vacío.  
Otras fuentes, dicen que  su tumba se volvió a abrir en 1921, cuando ya gobernaban los comunistas y el resultado fue el mismo.
Hasta el mismo León Tolstoi afirmó en su famosa obra “Guerra y Paz”, que ambos eran la misma persona.
Por esa época, también se publicaron, en el extranjero, las memorias del barón Nikolai Wrangel. En ellas, informaba que, en 1864, el mismo año de la muerte de Kuzmich, en la tumba del zar, que estaba vacía, enterraron un ataúd, donde había un anciano con una barba blanca muy larga.

martes, 20 de septiembre de 2016

EL GOLPE DE ESTADO DEL GENERAL MALET



Hoy os voy a contar un suceso ocurrido en Francia en 1812 y seguro que a más de uno le va a sonar a otro golpe de Estado del que se ha realizado una película, no hace muchos años.
Como siempre, para explicar algo sencillamente, creo que lo mejor es empezar por el principio.
Nuestro personaje de hoy fue un militar francés llamado Claude François de Malet. Nació en 1754 en la localidad francesa de Dole, que fue la antigua capital del Franco Condado. Una zona cercana a Suiza.
Al proceder de una familia noble, en su juventud, se alistó como mosquetero del rey. Un regimiento donde todos sus integrantes tenían la consideración de oficiales del Ejército.
Desgraciadamente, para él, Luis XVI, disolvió estas unidades a causa de problemas presupuestarios.
En 1790, tras la Revolución Francesa, a su padre no le gustó nada que la apoyara y, por tanto, le desheredó. No obstante, él fue nombrado comandante de la Guardia Nacional en su ciudad natal.
Al iniciarse las guerras, causadas por las múltiples coaliciones contra la República Francesa, se ofreció para servir en el Ejército como voluntario y fue destinado, con el grado de capitán, a un regimiento de Infantería.
Le licenciaron varias veces, por exceso de oficiales,  y otras tantas se volvió a reenganchar. En 1799, ya figuraba como Jefe del Estado Mayor del Ejército de los Alpes.
Allí su unidad consiguió varias victorias, por lo que varios oficiales fueron condecorados y, él en concreto, fue ascendido a general de brigada.
Posteriormente, luchó varios años en Suiza, hasta que se firmaron los tratados de paz de Luneville y Amiens.
En 1799, se produjo el famoso golpe de Estado llamado del 18 de Brumario, por el que Napoleón logró tomar el poder.
En el referéndum, que se hizo para confirmarle en el cargo, Malet, votó en contra, porque no le gustaban nada los dictadores y también, en 1804, se pronunció en contra de la creación del Imperio.
Napoleón tomó nota y a partir de ahí, su estrella se fue apagando y, desgraciadamente,  su carrera militar cayó en declive.
Por ello, lo fueron enviando a guarniciones dentro de Francia, donde no podría destacar nunca. Incluso, le dieron el cargo de comandante de la Legión de Honor.
Además, como seguía presumiendo de oponerse al emperador, en 1805, le dieron de baja en el Ejército.
Por otra parte, fracasó dos veces en su intento de ser elegido diputado por su región, el Jura.
Más tarde, fue designado gobernador de Pavía. El problema es que chocó con el hijastro de Napoleón, Eugene Beauharnais, que era el virrey de Italia y lo expulsó de ese territorio.
Éste le acusó de varios cargos, como el de  hacer propaganda a favor de los republicanos, por el que le tuvieron encerrado casi un año, hasta mayo de 1808, sin ni siquiera molestarse en llevarle ante los tribunales.
Al siguiente año, pasó de nuevo por la cárcel, por ser sospechoso de pertenecer a una Logia Masónica anti-bonapartista y republicana.
Parece ser que lo consideraron sospechoso de una conspiración republicana que, en 1808, durante la estancia de Napoleón en España, llenaron París con carteles proclamando la caída del régimen. No obstante, salió en libertad sin cargos.
Se comenta que, en 1809, estuvo diseñando otra operación parecida, durante la estancia de Napoleón en Viena.
Posteriormente, estuvo bajo arresto, en el sanatorio psiquiátrico del Dr. Dubuisson,  hasta que se fugó en octubre de 1812. Eso me recuerda a lo que hicieron con muchos opositores en la extinta URSS.
Algunos dicen que le fue posible contactar con conocidos monárquicos, como el abate Lafon, Polignac o Ferdinand Bertier, con los cuales pudo organizar su plan.
El 23/10/1812, puso en marcha un plan, que había ideado en sus largas estancias en la cárcel. Por aquel entonces,  el emperador, se hallaba, con el grueso del Ejército, haciendo la campaña de Rusia. Así que Malet y sus compinches dieron un golpe de Estado.
Aprovechándose de que en aquella época no estaban tan desarrolladas las comunicaciones, publicaron una gran cantidad de panfletos, donde se daba a conocer la muerte de Napoleón, durante su estancia en Rusia. Lógicamente, todo era falso.
De todas formas, los británicos, que eran aliados de los rusos, llevaban mucho tiempo publicando en sus periódicos las cuantiosas pérdidas humanas que estaba costando la campaña de Rusia. Así que no era de extrañar que también hubiera perecido el mismo emperador.
Evidentemente, los implicados en ese complot, trataron de convencer a la población de que había que formar, inmediatamente, un gobierno para que no se produjeran desórdenes en Francia a causa del vacío de poder.
El gobierno propuesto por ellos lo formaban las siguientes personas: el duque de Montmorency-Laval, Alexis de Noailles, el general Moreau, Lazare Carnot, el mariscal Augereau, el político Bigonnet, el conde Frochot, el diputado Florent Guiot, el filósofo Antoine Destutt de Tracy, el mismo general Malet, el vicealmirante Truguet, el senador Volney y el senador Garrat.
Contaron con el apoyo de las fuerzas de la Gendarmería de París y el grupo de la Guardia Nacional destinado en París.
Lo cierto es que esta gente no estaba al tanto de lo ocurrido y sólo pretendía obedecer las órdenes de sus superiores.
De hecho, el coronel Soulier, jefe de la Guardia Nacional en París, que dormía en su cuartel de Popincourt, fue despertado por su ayudante a las 4 de la mañana. Le comunicó que venía a verle un emisario con malas noticias sobre Napoleón.
Este emisario, que decía venir en nombre del Senado,  era nada menos que Malet, el cual se presentó como general Lamotte. Llevaba en su poder una serie de documentos falsos en los que se decía que Napoleón había muerto el 7 de octubre en Rusia, aunque la noticia había llegado a París el día 22.
En ese mensaje se decía que los senadores habían decidido nombrar un gobierno provisional, para que el vacío de poder no diera lugar a una guerra civil, con el fin de disputarse el trono.
Las órdenes para el coronel Soulier eran detener a una serie de personajes: el ministro de la Guerra, el ministro de la Policía, el primer ministro, el gobernador militar de París, el ayudante del mismo y el prefecto de la Policía de París. Del mismo modo,  le informaba que acababa de ser ascendido a general.

También le ordenaban poner en libertad a los generales Lahorie y Guidal para comandar sus tropas y proceder a esos arrestos.
Al mismo tiempo, ordenó que se tomara el Ayuntamiento de París para que se pudiera reunir allí, inmediatamente, el nuevo gobierno.
A pesar de que lograron la movilización de los 1.200 hombres de la Guardia Nacional, los planes no se cumplieron correctamente, porque los generales liberados no hicieron caso a Malet. Se dedicaron a buscar a los de la lista para encerrarlos, pero dejaron libres al primer ministro y al ministro de la Policía. Un gran error que les costaría muy caro.
No obstante, a las 08.30 de la mañana, ya habían encarcelado a los principales jefes de la Policía y Lahorie había tomado el cargo de ministro de la Policía.
Uno de los principales enemigos a batir en este golpe de Estado fue el general Pierre Hulin, gobernador militar de París. Malet fue a su casa para arrestarlo, pero éste le hizo muchas preguntas, que el otro no supo contestar, y se defendió. Hulin recibió un disparo en la cabeza y lo dejaron tirado en el suelo, pensando que estaba a punto de morir.
No obstante, se apoderaron del sello de la I División, para estamparlo en los documentos redactados por los implicados en ese complot.
El momento crucial fue cuando Malet fue a hablar con el coronel Doucet, ayudante de Hulin. Éste desconfió cuando le presentó los documentos, pues conocía a Malet y sabía que había estado encerrado en un manicomio.
Además, había podido leer un documento de Napoleón, fechado en el día posterior al que decían que había muerto. Así que le hizo pasar solo a su despacho.
Cuando se quedaron solos, Doucet, que había llamado a su ayudante Laborde,  derribaron a Malet y aprovecharon para atarlo y amordazarlo.
Acto seguido, Doucet, ordenó a la Guardia nacional que volviera a sus cuarteles y, en su lugar, movilizó los efectivos de la Guardia Imperial, que siempre fueron absolutamente leales al emperador, y con ellos recuperó el orden en la capital.
Se puede decir que a las 9 de la mañana, el golpe, había fracasado. Posteriormente, Doucet, fue a liberar a Savary, ministro de la Policía, y redactó un informe para el ministro de la Guerra.
Como siempre suele ocurrir en muchos casos, Clarke, el ministro de la Guerra, fue a ver a la emperatriz, para contarle lo sucedido, y se atribuyó todo el mérito de haber derrotado a los golpistas.
Luego, hubo una fuerte discusión entre los ministros de la Policía y de la Guerra, pues el segundo había declarado la ley marcial, argumentando que era una sublevación militar
y todo el poder habría de recaer en el gobierno militar.
En cambio, fue Savary, el ministro de la Policía, el que ordenó la detención de los generales Malet, Lahorie y Guidal, el mismo 23/10/1812.
El mismo ministro Clarke, que debería de ser un trepa de mucho cuidado, escribió al mismísimo Napoleón, informándole del golpe. Haciendo gala de su imaginación, le contó que se trataba de una gran confabulación contra el régimen y que, seguramente, la mayoría de los culpables aún no habrían sido capturados. Incluso, dejó traslucir que desconfiaba hasta del ministro de la Policía.
En ausencia de Napoleón, Clarke, hizo lo que le dio la gana e instauró, en la práctica,  un verdadero régimen dictatorial.

Organizó aprisa y corriendo un Consejo de guerra, presidido por su antecesor en el cargo, Dejean. Como fiscal impuso a Pierre Fanchot, uno de los funcionarios a su cargo.
Evidentemente, organizó este Consejo de guerra para obtener una excusa legal para fusilarlos. De hecho, parece ser que cuatro días antes de que empezara el mismo, ya había organizado los pelotones correspondientes.
El mismo día 31 ordenó el fusilamiento de 21 personas, en la llanura de Grenelle. Entre los que se encontraba una víctima del golpe, el coronel Soulier.
A pesar de que Savary había intentado que las responsabilidades recayeran exclusivamente en Malet, Lahorie y Guidal, sólo se salvaron de la pena capital el coronel Rabbe, jefe del regimiento de la Guardia, en París,  y un soldado de la Guardia Nacional.
Aunque un miembro del tribunal protestó por las acusaciones contra las autoridades militares, el
implacable Clarke, dio orden de investigar las actividades de todos los mandos militares asentados en los alrededores de París y arrestar a todos los que pudieran infundir, por su conducta, alguna sospecha.
A Napoleón, que se encontraba en Rusia, le llegaron, casi al mismo tiempo, los informes de Clarke y de Savary.
En cuanto al primero, ya sabemos lo que decía y las “medallas” que se intentaba ponerse a sí mismo. Incluso, que habían tenido que ser los militares los que habían defendido al Estado, porque la Policía no había estado a la altura de las circunstancias.
En cuanto al segundo, le había remitido un texto, donde detallaba muy claramente lo que había pasado y sólo le echaba la culpa a Malet. Incluso, sospechaba, que los generales Lahorie y Guidal habían sido engañados por el mismo Malet.
Napoleón pensó que un golpe tan temerario no podría ser obra de un único hombre. Así que le pareció más verosímil la versión de Clarke.
No obstante, emprendió, enseguida, el camino de vuelta a París, para enterarse de lo ocurrido e intentar que el tema no fuera conocido por la mayoría de la población. Supongo que para que nadie se diera cuenta de la debilidad del régimen y de la facilidad con que se podría derrocarlo. Concretamente, el 05/12, entregó a Murat el mando del Ejército en retirada, cuando ya estaban de regreso en Vilna.
Lo creyera o no, a Napoleón le interesaba decir que el intento había sido obra de un militar loco, para que la gente no pensara que el Ejército estaba lleno de golpistas, cuando ya se acercaban los aliados, para invadir Francia.   
Llegó a París la noche del 18/12. A la mañana siguiente, reunió a su Gobierno. Posteriormente, se reunió durante dos horas a solas con Savary.
Así se dio cuenta de que Clarke era un simple trepa y que era un hombre en quien no se podía confiar.
No obstante, Clarke, permaneció en su puesto, porque a Napoleón no le interesaba montar una crisis ministerial en esos delicados momentos, pero ya nunca más se fio de él.
Parece ser que Clarke siempre fue un tipo muy trabajador y muy buen administrador. Sin embargo, tenía en su contra ser un tipo demasiado ambicioso. Se podría decir que era
el típico cortesano adulador.
Aparte de otros temas, la función principal de Clarke fue alistar soldados para enviar bien hacia España o hacia Rusia.
Hasta se dedicó a recorrer los hospitales para ver si de allí podría sacar a algunos soldados con destino a Rusia. Es más, llegó a formar nuevas unidades de la Guardia Nacional a base de ancianos, enfermos y cojos. En total, le proporcionó a Napoleón unos 450.000 soldados para la campaña de Rusia.
Clarke, solía tener un contacto casi diario con Napoleón. Cuando éste se internó dentro de Rusia, los correos imperiales se espaciaron más y el ministro empezó a gobernar a su antojo.
Como las órdenes de Napoleón ya no llegaban de forma regular, el poder pasó a estar exclusivamente en manos de tres hombres: el primer ministro, Cambaceres; el ministro de la Policía, Savary y el ministro de la Guerra, Clarke.
Cambaceres era un viejo amigo de Napoleón y su principal cometido era ayudar a la emperatriz, para actuar como regente, en ausencia de Napoleón.
Savary era un veterano, que había luchado en Austerlitz, España y Friedland, aparte de un hombre con gran habilidad diplomática. También tuvo el acierto de mantener la excelente red de espías que había creado su antecesor, Fouché.
Clarke quería tener mayor autoridad que Savary y aprovechó la ocasión para intentar que el emperador picase en el anzuelo y  cesara al otro del cargo.

De hecho, Savary, se encontraba en una posición muy incómoda, pues no se había enterado del complot y había sido capturado en su propia casa por unos cuantos amotinados. Algo inapropiado para un ministro de la Policía.
Por otra parte, el emperador,  a su regreso, se dio una vuelta por París, para que la gente dejara de rumorear sobre su muerte en Rusia.   
Menos mal que no tomaron como rehenes ni a la emperatriz, ni al heredero, llamado rey de Roma. Precisamente, el diligente Clarke, había dado las órdenes precisas para que, en caso de emergencia, la Guardia Imperial, trasladase a la emperatriz y al heredero, fuertemente escoltados, hasta Saint Cloud.
Lo único que, en verdad consiguió el golpe de Malet fue dividir al Gobierno y hacer que los ministros se pelearan entre ellos, por ganarse el favor del emperador, olvidándose de ejercer las funciones administrativas que tenían encomendadas.
Después de todo lo que os he contado, ¿No os recuerda este golpe al que pretendió dar contra Hitler, el coronel von Stauffenberg?