
Sir Arthur Conan Doyle nació en
1859, en Edimburgo (Escocia). Curiosamente, aunque en Escocia hay mayoría
protestante, él pertenecía a una familia católica, que había emigrado desde
Irlanda.
Su padre era un funcionario de
Obras Públicas, que había sido destinado a Edimburgo 10 años antes del nacimiento
de nuestro personaje. Por lo visto, era muy aficionado al dibujo, como otros
miembros de su familia, y fue el que ilustró la portada de la primera edición
de “Estudio en escarlata”. Su madre también era una católica de origen
irlandés.
Parece ser que el gran problema
de su padre es que se dio a la bebida y cada vez le fue peor. Su familia, que
ya tenía 7 hijos. tuvo cada vez más problemas y a él tuvieron que
hospitalizarlo en varias ocasiones.

No obstante, parece que allí
también descubrió su afición por los deportes, que luego practicaría con más
asiduidad durante su época universitaria y a lo largo de toda su vida.
En 1876, ingresó en la Facultad
de Medicina de la Universidad de Edimburgo. Allí conoció a un catedrático de
Cirugía, llamado Joseph Bell, en el que, según dijo, se inspiró para crear su
célebre personaje, Sherlock Holmes. Parece ser que fue el que le enseñó a
observar muy bien a los pacientes y deducir un montón de cosas sobre ellos.

En 1880, se le ocurrió conocer
mundo y, ya con su licenciatura en Medicina, se alistó como cirujano en un
barco ballenero, donde navegó durante 6 meses por el Océano Glacial Ártico.
Allí pudo conocer muy cerca la vida de los marineros.
Debió de gustarle, porque al año
siguiente, se volvió a embarcar, también como médico, en un barco mercante que
navegaba por las costas de África Occidental. Parece ser que le fue peor,
porque enfermó gravemente a causa de las fiebres tropicales.

En 1885, se casó con Louise
Hawkins. Se conocieron de una forma muy curiosa. Parece ser que un hermano de
ella padecía una meningitis y estaba en estado terminal. Como nuestro personaje
vio que su familia no estaba alojada muy cómodamente, ya que no eran de allí y
sólo habían ido a esa ciudad para que trataran al chico, les invitó a que se
quedaran en su casa. De todas formas, tal y como era previsible, el joven
falleció unos días después. No obstante, realizaron el funeral en su casa. De
esa manera, conoció a Louise, una de las hermanas del fallecido, y al poco tiempo se casaron. Por lo visto, fueron
de luna de miel a Dublín (Irlanda).
En 1887, terminó su primera
novela “Estudio en escarlata”, la cual fue, increíblemente, rechazada por
varias editoriales hasta que una la aceptó, pagándole un precio miserable.
Más tarde, se dedicó a escribir
novelas históricas, al estilo de Sir Walter Scott. Lo cierto es que es un
género que se le daba muy bien, pero tampoco tuvo mucho éxito.

En 1891, la pareja estuvo unos
meses residiendo en Viena, donde Arthur estuvo ampliando sus conocimientos de
Oftalmología.
A su vuelta, se fueron a vivir a Londres,
donde en junio de ese año, animado por su esposa, tomó una valiente decisión
que haría cambiar su vida. Dejaría de practicar la Medicina para dedicarse por
completo a la Literatura.

Parece ser que tuvo más suerte
con The Strand Magazine. Escribió a su editor y éste le publicó, a modo de
relatos breves, algunas de sus obras más famosas, como “Escándalo en Bohemia” y
“La liga de los pelirrojos”. No obstante, no tenía muy claro escribir más
novelas sobre Sherlock, pues quería dedicarse a otros temas más variados, tal y
como le dijo a su madre.
En 1894, su mujer, a la que
siempre llamó Touie, enfermó de tuberculosis. Como buen médico, la llevó a un
lugar con un clima frío, como es el de Davos, en Suiza. Aunque mejoró, parece
ser que no les gustó mucho ese sitio y decidieron mudarse a la zona de Surrey,
en Gran Bretaña, donde Arthur mandó que construyeran una casa.
Curiosamente, mientras tanto, él se entretuvo
practicando el esquí de fondo, un deporte que había conocido en Noruega y que
aún era desconocido en Suiza. ¡Quién lo hubiera pensado!

Más adelante, su esposa, ya no
pudo acompañarle en un viaje a USA, a causa de su mal estado de salud.
En 1899, estalló la Guerra de los
Boers, en la actual Sudáfrica. Pidió ser admitido como militar, pero no le
dejaron, porque ya era algo mayor. Sin embargo, consiguió que lo admitieran
como médico. Allí trabajó en un hospital de campaña, donde había más pacientes ingresados
a causa de las fiebres, que por las balas del enemigo.
Parece ser que escribió un par de
obras sobre ese conflicto. En una de ellas, desmintió que los británicos
hubieran tratado mal a los Boers, aunque se les acusaba de ello. Así que, en
agradecimiento, el rey, Eduardo VII, le dio el título de Sir.

Parece ser que, al año siguiente,
cambió de opinión al recibir una sustanciosa oferta de un editor USA para que
continuara publicando novelas de su famoso personaje.
En esa época, también se dedicó a
otra de sus actividades más conocidas, estudiar casos de crímenes publicados en
la prensa y resolverlos, aunque se encontrara a miles de kilómetros de
distancia.
Desgraciadamente, en 1906, y con
sólo 49 años, falleció Louise a causa de su enfermedad. El matrimonio había
tenido dos hijos. Una chica y un chico.
Por otra parte, cuando Arthur ya
estaba casado con Louise, conoció a una joven, llamada Jean Leckie, de la que
se enamoró, pero no quiso divorciarse de su mujer. Así que, hasta que enviudó,
fue una especie de amor platónico.
Ya en 1907, se casó con Jean
Leckie y de ese matrimonio nacieron otros tres hijos. También, en aquel año,
aprovechó para practicar otra de sus aficiones, el automovilismo.

Siempre fue muy patriota. Así
que, en 1914, tras el estallido de la I Guerra Mundial, dado que no lo
admitieron a causa de su edad, se puso a escribir una crónica diaria de ese
conflicto.
Desgraciadamente, esta guerra
destrozó a muchas familias y la suya no fue una excepción. En ella murieron su
hijo mayor; uno de sus hermanos, que era general, y dos sobrinos.

Durante varios años, se dedicó a
impartir charlas y conferencias por todo el mundo, para dar a conocer esos
temas. Incluso, él mismo presidió un congreso sobre espiritismo.
Todo eso fue mermando su salud,
ya muy delicada a causa de su avanzada edad. Así que en 1929 sufrió un ataque
al corazón, pero no quiso darse por vencido, aunque tuvo que pasar varias
semanas guardando reposo.
Siguió dando charlas y, a
mediados de 1930, al levantarse por la mañana, sufrió un ataque al corazón del cual
ya no se repuso. Muriendo allí mismo.

No quiero terminar este artículo
sin comentar un hecho muy curioso. Parece mentira que un escritor que definió
tan claramente la personalidad radicalmente metódica de Sherlock Holmes, fuera
una persona tan crédula.
En 1917, dos chicas británicas de
16 y 10 años, que eran primas, pasaron sus vacaciones estivales en una pequeña
localidad llamada Cottingley, en Yorkshire del oeste. Más o menos, en el centro
de Gran Bretaña.

Parece ser que se las enviaron a
algunos periódicos, los cuales, en principio, no se atrevieron a publicarlas.
Más tarde, escribieron a una
amiga suya, que residía en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), donde le comentaban que
habían hecho varias fotos a unas hadas y se habían hecho muy amigas de ellas.
Esta carta se publicó, unos años después, en un diario de esa zona de África.

Arthur, que, precisamente, se
hallaba escribiendo un artículo sobre el tema de las hadas, envió a uno de sus
colegas a cerciorarse de que las fotos eran auténticas. Éste le dijo que sí y,
de paso, les dejó a las chicas una cámara de mejor calidad para que intentaran
volver a fotografiarlas con mayor detalle.
En noviembre de 1920, se publicó
en The Strand el artículo “Hadas fotografiadas, un suceso memorable”, escrito
por Conan Doyle, y se montó un gran revuelo. Hubo opiniones de todo tipo. Ni
siquiera el padre de Elsie, la mayor de las chicas se podía creer esa historia.
En los años siguientes, Arthur,
escribió otros artículos sobre el tema de las hadas. Incluso, publicó un libro
titulado “La llegada de las hadas”.

En cambio, en los años 80, cuando
ambas eran ya muy ancianas, reconocieron, muy divertidas, que todo había sido
una broma y que ellas habían sido las primeras que habían quedado asombradas al
ver cómo engañaron con tanta facilidad a toda esa gente.
Incluso, decían que no estaban
arrepentidas, porque vieron que esa gente se lo creyó, porque necesitaban creer
en algo.

También Conan Doyle hizo una gran
amistad con el famoso mago Harry Houdini. Este último era un hombre muy
incrédulo y su pasatiempo era averiguar los trucos de todos los médiums.
En cierta ocasión, llevaron al
mago ante una médium, con el pretexto de que le iban a hacer contactar con el
espíritu de su difunta madre, con quien había estado siempre muy unido.
A pesar de su incredulidad,
Houdini, accedió a hablar con la médium. Sin embargo, cuando ésta empezó a
hacer como si hablara en nombre de su madre, se fue dando un sonoro portazo.
Parece ser que la presunta voz de su madre le decía: “Harry, hijo mío”. Resulta
que su madre nunca le había llamado así, sino por su verdadero nombre, Erik.
Creo que recibiré menos críticas
por este artículo, ya que me ha quedado más corto que el anterior. A ver si es
verdad y me decís si os ha gustado.
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