Normalmente, cuando se habla
sobre un modelo de enfermera, inmediatamente, todo el mundo piensa en la
británica Florence Nightingale, que se hizo famosa, en el siglo XIX, durante la
Guerra de Crimea.
Yo no dudo que esa mujer fuera
todo un ejemplo y seguramente, fue todo un modelo para nuestro personaje de
hoy. Ya que la Guerra de Crimea comenzó en 1853, mientras que la Guerra de
Secesión en USA se inició en 1861.
Sin más aclaraciones, vamos a
entrar en faena. Nuestro personaje se llamaba Juliet Opie Hopkins y nació en
mayo de 1818 en un pueblo situado en el actual Estado de Virginia Occidental.
Nació en el seno de una familia
bastante pudiente. Su padre tenía una plantación y se calcula que poseía unos
2.000 esclavos, nada menos.
Fue educada en su propia casa
hasta que sus padres la enviaron a una escuela privada en Richmond, también en
Virginia.
Desgraciadamente, su madre falleció
prematuramente, cuando ella sólo tenía 16 años. Así que su padre la llamó para
ejercer las labores de ama de casa, que antes había realizado su madre.
En 1837, se casó con Alexander
George Gordon, un capitán de la Armada USA. Un matrimonio que duró hasta el
fallecimiento del marido. Unos diez años después de la boda.
En 1854, casó por segunda vez. En
esta ocasión, el marido fue Arthur Francis Hopkins, el cual ya era viudo y le sacaba
nada menos que 20 años.
Arthur había estudiado Derecho. Tenía
su despacho como abogado en Alabama. Posteriormente, fue elegido senador y
miembro del Tribunal Supremo de Alabama.
Evidentemente, tras este matrimonio, ella cambió su apellido
de soltera por el de Hopkins, como se
suele hacer habitualmente en USA.
Además, Juliet, nunca tuvo hijos,
de ninguno de sus dos matrimonios. Sin embargo, adoptaron una sobrina.
En enero de 1861, dado que cada vez
existía más tirantez dentro de USA, se fundó la Confederación de Estados de
América. En mayo del mismo año, se acordó que la capital estaría en Richmond.
En noviembre, el gobernador del
Estado encargó a Arthur la supervisión de los hospitales de Alabama.
La pareja se dedicó en cuerpo y
alma a poner en orden los ya existentes
y fundar nuevos hospitales.
Incluso, llegaron a vender muchos
de sus bienes para que tuviera éxito la tarea que les habían encomendado, ya
que la Confederación no disponía de suficiente dinero para ello.
Parece ser que ella consiguió en
sólo cuatro meses, convertir tres fábricas de tabaco en hospitales, para
atender a los miles de heridos que
estaba provocando esa sangrienta guerra. Se calcula que cada uno de esos
hospitales podía albergar a unos 500 pacientes.
Además, llegó a preocuparse de
escribir las cartas de los soldados, que no podían hacerlo. Incluso, les
proporcionó libros para que se entretuvieran leyendo durante su período de
convalecencia.
Según parece, cuando uno de sus
pacientes moría, se preocupaba de escribirle a su familia y enviarles dentro del
sobre un mechón del cabello del fallecido. Algo muy de moda en esa época.
Se implicó tanto en este asunto
que llegó a visitar algunos de los frentes de batalla. Estando en la batalla de
los Siete Pinos, en 1862, fue herida dos veces en la cadera, cuando estaba
evacuando heridos hacia el hospital de campaña. Esta lesión le provocó una
cojera de por vida.
Como la gente había leído sobre
el trabajo realizado por Nightingale a ella la apodaron la “Florence Nightingale
del Sur”.
Hasta la máxima autoridad del
Ejército Confederado, el general Robert E. Lee, elogió el trabajo que estaba
realizando con los heridos. Incluso, le fue otorgada la Medalla de Honor de los
Estados Confederados.
Posteriormente, siguiendo la
orden dada por el presidente de los Estados Confederados, tuvieron que evacuar
a los heridos de los hospitales más pequeños y centralizarlos en otros más
grandes.
La guerra se fue convirtiendo en
una guerra total, donde no se respetaba la retaguardia. Por ello, el matrimonio,
hubo de huir hacia el vecino Estado de Georgia, para no caer en manos del
general federal Wilson, que estaba penetrando profundamente en el interior de
Alabama.
Al acabar la guerra, su familia
quedó en la ruina más absoluta. Incluso, su marido murió sólo siete meses
después de acabado el conflicto.
Juliet, todavía poseía una casa
en Nueva York, que no habían vendido cuando fundaron los hospitales. Allí se
trasladó, pero tuvo que vivir muy pobremente.
Posteriormente, se trasladó a la
casa de su hija adoptiva, también llamada Juliet, donde vivió hasta su fallecimiento,
en 1890, con 71 años.
Considerando la fama que había
tenido en los Estados del Sur, fue enterrada, con honores militares en el
famoso cementerio nacional de Arlington.
Su cuerpo reposa en una tumba, junto
a su yerno, yerno, el general Romeyn Beck Ayers, un militar del Ejército federal, que
murió un año antes que ella.
Parece ser que su ataúd fue
llevado a hombros por miembros del Congreso del Estado de Alabama.
En 1987, fue colocada una lápida
de mármol, indicando el lugar exacto donde se halla su tumba.
En 1999, su figura se incluyó
dentro del Salón de la fama de las mujeres del Estado de Alabama.
Como no había manera de parar las
infecciones, comúnmente, se procuraba amputar el miembro afectado, antes de que
contagiara el resto del cuerpo. Por ello, se vieron miles de mutilados, tras la
guerra.
También, como se solía utilizar
el cloroformo como anestesia y esta sustancia era escasa, debido al bloqueo
marítimo, los médicos confederados inventaron el inhalador, por el que se
conseguía el mismo fin, pero ahorrando una gran cantidad de ese producto.
Las heridas en el pecho solían acabar
con la muerte del paciente. Sin embargo, un médico militar inventó un
procedimiento por el que aplicaba unas vendas de hilo, sujetas por unas suturas
metálicas y todo ello empapado en colodión. Con ello, se formaba una especie de
capa que cerraba esa zona herméticamente.
Tampoco se olvidaron de los
soldados desfigurados en la guerra. Un cirujano de Nueva York probó a
reconstruir la carta de un soldado hospitalizado y logró un resultado bastante
aceptable. Más tarde, consiguieron restituir un aspecto más parecido al
original a otros 32 soldados con sus rostros desfigurados por la guerra.
Incluso, se consiguió organizar
un elemental sistema de evacuación de los heridos hacia los hospitales a través
de caravanas de ambulancias. Además, enviaban el material médico necesario a
través de la red ferroviaria. Algo que no se había realizado hasta esa fecha.
Espero que os haya gustado este
artículo, que, además, me ha salido bastante cortito.
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