ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

jueves, 22 de septiembre de 2016

EL MISTERIO DEL ZAR ALEJANDRO I DE RUSIA



Hoy voy a dedicar este artículo a un zar que siempre fue muy enigmático. Todos sus contemporáneos lo vieron siempre como una persona sin criterio propio. Tan pronto defendía una cosa, como la contraria. Así que otros gobernantes nunca lo vieron como una persona muy fiable.
Nació en 1777, en la antigua capital de Rusia, San Petersburgo. Sus padres
fueron el futuro zar Pablo I y su esposa, una princesa de origen alemán
Tuvo dos personas que le influenciaron mucho. Por un lado, estaba su abuela, la famosa Catalina la grande, y por otro, su padre, como ya he dicho, el futuro zar Pablo I.
Parece ser que su abuela y su padre nunca se llevaron bien. Las discusiones eran continuas, mientras Alejandro intentaba estar a bien con los dos, poniéndole buena cara a cada uno.
Se rumoreaba que Catalina intentaba quitarle los derechos sucesorios a su hijo, para que reinara, directamente, su nieto. Parece ser que era el favorito de su abuela.
Uno de los sueños de Catalina II la grande, fue la restauración del antiguo Imperio Bizantino y pensaba que sus nietos lo podrían lograr.
Incluso, se habla de que el marido de la reina era estéril y no podía ser el padre de Pablo, lo cual pondría en peligro su sucesión a la corona.
Así, al morir la reina, Pablo, destruyó su testamento e instituyó las llamadas Leyes Paulinas, por las que el heredero de un Romanov siempre será su primogénito, sin posibilidad de modificarlo.
A fin de imponer sus gustos, revocó muchas de las leyes aperturistas e ilustradas de su madre. Impuso multas y mandó al exilio a los que vio vestidos al estilo occidental y a los que leyeran libros franceses.
La verdad es que el zar Pablo I no debía de estar muy bien de la cabeza, pues quiso rodearse, exclusivamente, de gente de probada lealtad, con una idea de corte al estilo medieval.
Así que hizo una de mesa limpia y echó de la corte a todos los nobles que no le cayeron en gracia. Aparte de siete mariscales de campo y 333 generales.
Incluso, imbuido por ese espíritu medieval, dio refugio a los Caballeros de la Orden de Malta, cuando Napoleón les invadió y los echó de su isla.
También fue muy dubitativo, por lo que se refiere a sus alianzas militares. En un principio, se apuntó a la Segunda Coalición contra Francia. Para ello, envió tropas a luchar contra los franceses en Suiza. También  envió a su Armada, para luchar al lado del Reino Unido.
Posteriormente, cambió de tercio y declaró una neutralidad armada contra sus antiguos aliados británicos.
Algunos dicen que lo hizo así, porque les cogió estima a los Caballeros de Malta. En primer lugar, los franceses se habían apoderado de Malta y, posteriormente, los británicos, le habían arrebatado la isla a los franceses.
Otra de sus famosas ocurrencias fue enviar unidades de cosacos a la India para luchar contra los británicos.
El zar, Pablo I, sospechaba que, poco a poco,  se iba fraguando un complot contra él. Parece ser que la orden que había dado a los nobles para que mejoraran el trato hacia sus sirvientes, no les gustó nada a los aristócratas.
Incluso, tenía premoniciones sobre su propia muerte y no le faltaba razón. La noche del 11/03/1801, unos conjurados entraron en su dormitorio, en el castillo de San Miguel, y le asesinaron.
Parece ser que el zar les había oído y se escondió tras unas cortinas. Fue descubierto y, como se negó a firmar su abdicación, fue golpeado y estrangulado allí mismo.
Lo triste del asunto es que su hijo tenía alguna noticia del complot, pero no hizo nada para oponerse a él. Incluso, uno de los asesinos de su padre, fue a decirle que era el nuevo zar.
Realmente, no se sabe si su hijo estuvo implicado de algún modo en el asesinato de su padre. Al respecto, hay teorías de todo tipo. Algunos dicen que dio su conformidad, pero, con la condición de que no mataran a su padre. Sin embargo, por lo que se ve, no le hicieron caso.
Evidentemente, sus enemigos, intentaron siempre justificar el asesinato del zar, diciendo que estaba loco y que, si seguía en el trono, podría perjudicar a Rusia.
Alejandro I, con sólo 23 años fue coronado, como el nuevo zar, en el Kremlin. Parece ser que los remordimientos por su conducta hacia su padre le atormentaron toda su vida.
Cambió radicalmente la forma de gobernar de su padre, intentando recuperar el espíritu ilustrado, que siempre tuvo su abuela. Parece ser que quiso transformar el régimen en una especie de monarquía constitucional. Una de sus frases fue que quería gobernar al pueblo ruso “según las leyes y el corazón de mi sabia abuela”.
Incluso, su canciller, Speranski, llegó a fundar un Consejo de ministros y un Consejo de Estado, bajo la dirección del Senado.
Tres años más tarde, se fueron paralizando, poco a poco, sus reformas y comenzó a pensar de otra manera. Fue el período denominado “el de las esperanzas frustradas”.
Para dejar claro que su reinado no iba a ser igual que el de su padre, lo primero que hizo fue firmar la paz con el Reino Unido, reconociendo su dominio sobre Malta.
También intentó europeizar su país, acercándose a otras monarquías, como la de Prusia o el Imperio Austro-Húngaro. A fin de acabar con el tradicional aislamiento de Rusia.
Aunque parezca mentira, se hizo muy amigo de Napoleón e, incluso, intentó establecer un arbitraje en las eternas disputas entre Francia y el Reino Unido, aunque no le diera buen resultado. La verdad es que Napoleón decía de él, que le parecía “un bizantino sospechoso”.
Parece ser que su antiguo tutor, un suizo con ideas republicanas, influyó mucho en su forma de pensar. Él fue el que, en un principio, le aconsejó que estableciera buenas relaciones con Napoleón.
Sin embargo, años después, volvió a visitar Francia y le mandó otro informe al zar, donde le aconsejaba lo contrario.
Parece ser que otra de las cosas que influyeron en su cambio de actitud hacia Napoleón fue la ejecución del duque de Enghien, por parte de los franceses.
Así que, esta vez, se apuntó a la Tercera Coalición contra Francia. A pesar de que, sobre el papel, los ejércitos aliados eran muy superiores a los de Napoleón, sufrieron una terrible derrota en Austerlitz, en 1805.
En esa batalla se perdió hasta la propia Guardia Imperial, formada por soldados muy seleccionados que, a última hora, entraron en combate para intentar cambiar el resultado de la
misma.
No obstante, el zar, no se amilanó y, aunque los austriacos, firmaron la paz por separado con Napoleón, los rusos, siguieron luchando contra los franceses.
Esta vez, dentro de la Cuarta Coalición y con la ayuda de los prusianos, tampoco tuvieron  mucha suerte.
Parece ser que los dos aliados no se entendieron bien. Así que, por una parte, los prusianos, se enfrentaron en solitario a los franceses, siendo derrotados por Napoleón en Jena y Auerstadt.
Más tarde, los franceses, se encontraron a los rusos en Polonia y les derrotaron en Eylau y Friedland, en 1806.
Así que no le quedó más remedio que reunirse con Napoleón en Tilsit y firmar la paz, en 1807. Allí mantuvieron una serie de contactos, de los cuales se derivaría una especie de reparto del mundo. Al estilo de las conferencias de los aliados durante la II Guerra Mundial.
Napoleón consiguió que Rusia respetara el boicot que había establecido contra el Reino Unido y le dejara seguir su lucha en Europa Occidental.
Mientras tanto, el zar, consiguió que se le permitiera expansionar Rusia a costa de otros países vecinos, como Finlandia. También le arrebató Besarabia a los turcos y les impuso que le dieran una autonomía a los serbios.
Siguiendo la tradicional política rusa, que siempre ha tenido como objetivo conseguir una salida fácil al mar, a ser posible, el Mediterráneo, se apoderó de Georgia y Azerbadjan.
Al año siguiente, los dos mandatarios, se volvieron a reunir en Erfurt. Sin embargo, la relación entre ellos había cambiado. Al zar no le gustó nada que Napoleón pensara quedarse con Austria, porque estaría demasiado cerca de la  frontera con Rusia. Tampoco le gustó la idea de restaurar Polonia, que siempre había sido enemiga de Rusia.
De todas formas, el principal escollo era el bloqueo económico que Napoleón había decretado contra el Reino Unido y que había obligado también a Rusia a respetarlo.
Londres siempre había sido el principal mercado para los productos agropecuarios rusos y, como no podían seguir vendiéndoles, pues se estaban arruinando.
Así, la cosa llegó a un punto en que Rusia no pudo o no quiso respetar el boicot y se decidió por seguir comerciando con el Reino Unido.
En 1812, la respuesta francesa fue formar la llamada “Grande Armée”, un impresionante ejército de 600.000 hombres, con los que Napoleón tenía pensado invadir y derrotar a Rusia.
A España le vino muy bien que Napoleón invadiera Rusia, porque, como no tenía suficientes fuerzas, tuvo que trasladar miles de soldados que estaban luchando en nuestro país. De
esa manera, empezó a cambiar de signo nuestra Guerra de la Independencia.
Desde el principio, se vio que Rusia no estaba preparada para enfrentarse a este enorme ejército. Sufrieron una derrota tras otra.
La única batalla que, hasta el final, estuvo muy indecisa, fue la de Borodino. Como siempre, los rusos fueron vencidos y los franceses llegaron hasta Moscú.
A partir de ahí, el zar, jamás quiso tener ninguna relación con Napoleón. Solía decir: “no podemos reinar juntos”.
Como suelen hacer los rusos, esperó a que llegara el invierno. También practicó una estrategia de tierra quemada y consiguió que los campesinos y el ejército se unieran en una lucha a muerte contra los invasores.
La retirada de los soldados napoleónicos fue realmente dramática. Muertos de frío y faltos de todo tipo de suministros, aparte del frecuente acoso de los rusos, fueron cayendo por docenas.
De los 600.000 soldados que penetraron en territorio ruso, sólo volvieron unos 18.000, lo cual da una idea del desastre sufrido.
Espoleado por un odio feroz a Napoleón, dio orden de perseguir a los franceses por toda Europa.
Así y todo, las fuerzas napoleónicas,. Consiguieron vencerle en Lützen y Bautzen. Sin embargo, la Coalición consiguió recuperarse y le derrotaron ampliamente en Leipzig, en 1813.
Tras esta gran victoria, persiguieron a los franceses hasta el mismo París, con los cosacos en la vanguardia, y entraron en esa ciudad en 1814.
El zar, pensó que había llegado el momento de crear una paz estable en toda Europa. A causa de sus ideas conservadoras, se le ocurrió que podría ser una buena idea formar la Santa Alianza. Una nueva sociedad formada por las grandes potencias militares de la época, cuyo objetivo sería impedir que triunfaran las ideas liberales en ningún país de Europa, pues le echaban la culpa de esas guerras al triunfo de las ideas revolucionarias liberales.
Parece ser que estuvo influido por las ideas de Bárbara von Krüdener, conocida mística, la cual decía que su labor era organizar el reino de Cristo en la Tierra.
Este pacto lo firmaron Rusia, Prusia y Austria. O sea, las potencias vencedoras que se reunieron en el Congreso de Viena. Posteriormente, se adhirieron Francia y el Reino Unido. Este último como observador.
En 1815, el zar, aparte de salir reforzado del Congreso, se convirtió oficialmente en rey de Polonia y Gran Duque de Finlandia.
A su regreso a Rusia, cambió radicalmente su forma de gobernar. Eliminó las reformas y convirtió su reinado en una autocracia. Utilizando, habitualmente, la violencia.
Se convirtió en un zar muy impopular. Por una parte, se buscó muchos enemigos entre los ilustrados. Por otra, la mayoría de la nobleza era tan conservadora, que le seguía viendo como a un liberal.
Incluso, se enemistó con la influyente Iglesia Ortodoxa, la cual creyó ver en él que estaba influido por el Papa.
En 1818, durante un encuentro con el famoso canciller austriaco, Metternich, sufrió un intento de secuestro, lo cual le hizo desconfiar aún más de su pueblo.
En 1825, realizó un viaje hacia el sur, para visitar a su Ejército, que estaba situado en la frontera, a punto de iniciar una guerra contra Turquía.
Fue a un lugar llamado Taganrog, junto al mar de Azov, en Crimea. También, lugar de nacimiento del célebre dramaturgo Anton Chejov.
Parece ser que se sintió mal y, en un principio, los médicos le diagnosticaron un simple resfriado.
Sin embargo, la cosa se complicó y se vio que era tifus, muriendo pocos días después de haber llegado. Concretamente, el 01/12/1825.
Su cadáver fue trasladado nada menos que hasta San Petersburgo, al otro extremo del país, donde fue enterrado.
No sé si su cadáver se habría descompuesto, pues tardarían bastante en llevarlo hasta San Petersburgo, lo cierto es que, al llegar allí, muchos de sus familiares no le reconocieron.
Desde ese momento, empezó a correr por el país el bulo de que el zar, realmente, no había muerto, sino que habían metido en su ataúd el cuerpo de un soldado con el que tenía cierto parecido. Se decía que el zar se había disfrazado de monje y se había retirado a meditar a un convento.
Lo cierto es que el zar había dado a conocer a algunos de sus más allegados que pretendía abdicar del trono al cumplir los 50 años de edad y dejárselo a su hermano, por falta de herederos directos.
Incluso, se cuenta que escribió al káiser Guillermo de Prusia, diciéndole que quería dejar el trono e irse a vivir como un simple ermitaño.
Los que lo conocían dijeron que el zar estaba padeciendo una depresión y se dedicaba continuamente a viajar por el país, para olvidar sus recuerdos.
Parece ser que algunos años después, un ermitaño, llamado Fiodor Kuzmich, que acababa de regresar de Tierra Santa, empezó a hacerse famoso.
Alguien dijo que se parecía mucho al zar Alejandro I y que se había convertido en ermitaño para aplacar su mala conciencia, por su complicidad en el asesinato de su padre.
Incluso, algunos dicen que el ermitaño, aparte de sus labores religiosas, llamaba la atención por sus finos modales y el conocimiento de la política y de una serie de datos, que no conocía casi nadie. Como ciertos detalles de la guerra contra Napoleón o anécdotas de la entrada del zar en París.
El ermitaño fue detenido, acusado de ser un impostor y azotado. Se le condenó, siguiendo las leyes contra los vagabundos,  al exilio en Siberia, donde trabajó en una mina de oro, y allí murió en 1864.
Sin embargo, siempre fue muy venerado por la familia imperial rusa y, además, fue canonizado,  en 1984, por la Iglesia Ortodoxa rusa. Según parece, también solía recibir, habitualmente, las visitas de los miembros de la familia imperial, incluido el propio zar, Nicolás I.
Además, en una ocasión, cuando un soldado ruso se cruzó con él, se arrodilló inmediatamente, reconociéndole como el zar. Sin embargo, él le dijo  que se levantara porque “yo sólo soy un vagabundo”.

Para colmo, cuando llegó al trono Alejandro III, en 1881, ordenó que se abriera el ataúd de su antecesor, que se guarda en la cripta de los Romanov, en la catedral de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo. La sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron que estaba vacío.  
Otras fuentes, dicen que  su tumba se volvió a abrir en 1921, cuando ya gobernaban los comunistas y el resultado fue el mismo.
Hasta el mismo León Tolstoi afirmó en su famosa obra “Guerra y Paz”, que ambos eran la misma persona.
Por esa época, también se publicaron, en el extranjero, las memorias del barón Nikolai Wrangel. En ellas, informaba que, en 1864, el mismo año de la muerte de Kuzmich, en la tumba del zar, que estaba vacía, enterraron un ataúd, donde había un anciano con una barba blanca muy larga.

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