Hoy voy a dedicar este artículo a
un zar que siempre fue muy enigmático. Todos sus contemporáneos lo vieron siempre como
una persona sin criterio propio. Tan pronto defendía una cosa, como la
contraria. Así que otros gobernantes nunca lo vieron como una persona muy
fiable.
Nació en 1777, en la antigua
capital de Rusia, San Petersburgo. Sus padres
fueron el futuro zar Pablo I y su
esposa, una princesa de origen alemán
Tuvo dos personas que le
influenciaron mucho. Por un lado, estaba su abuela, la famosa Catalina la
grande, y por otro, su padre, como ya he dicho, el futuro zar Pablo I.
Parece ser que su abuela y su
padre nunca se llevaron bien. Las discusiones eran continuas, mientras Alejandro
intentaba estar a bien con los dos, poniéndole buena cara a cada uno.
Se rumoreaba que Catalina
intentaba quitarle los derechos sucesorios a su hijo, para que reinara, directamente,
su nieto. Parece ser que era el favorito de su abuela.
Uno de los sueños de Catalina II
la grande, fue la restauración del antiguo Imperio Bizantino y pensaba que sus
nietos lo podrían lograr.
Incluso, se habla de que el
marido de la reina era estéril y no podía ser el padre de Pablo, lo cual
pondría en peligro su sucesión a la corona.

La verdad es que el zar Pablo I
no debía de estar muy bien de la cabeza, pues quiso rodearse, exclusivamente,
de gente de probada lealtad, con una idea de corte al estilo medieval.
Así que hizo una de mesa limpia y
echó de la corte a todos los nobles que no le cayeron en gracia. Aparte de
siete mariscales de campo y 333 generales.
Incluso, imbuido por ese espíritu
medieval, dio refugio a los Caballeros de la Orden de Malta, cuando Napoleón
les invadió y los echó de su isla.

Algunos dicen que lo hizo así,
porque les cogió estima a los Caballeros de Malta. En primer lugar, los
franceses se habían apoderado de Malta y, posteriormente, los británicos, le habían
arrebatado la isla a los franceses.
Otra de sus famosas ocurrencias
fue enviar unidades de cosacos a la India para luchar contra los británicos.
El zar, Pablo I, sospechaba que,
poco a poco, se iba fraguando un complot
contra él. Parece ser que la orden que había dado a los nobles para que mejoraran
el trato hacia sus sirvientes, no les gustó nada a los aristócratas.
.png/220px-Elizaveta_Alexeevna_by_Borovikovskiy_(1813,_Louvre).png)
Parece ser que el zar les había
oído y se escondió tras unas cortinas. Fue descubierto y, como se negó a firmar
su abdicación, fue golpeado y estrangulado allí mismo.
Lo triste del asunto es que su
hijo tenía alguna noticia del complot, pero no hizo nada para oponerse a él.
Incluso, uno de los asesinos de su padre, fue a decirle que era el nuevo zar.
Realmente, no se sabe si su hijo
estuvo implicado de algún modo en el asesinato de su padre. Al respecto, hay
teorías de todo tipo. Algunos dicen que dio su conformidad, pero, con la condición
de que no mataran a su padre. Sin embargo, por lo que se ve, no le hicieron
caso.

Alejandro I, con sólo 23 años fue
coronado, como el nuevo zar, en el Kremlin. Parece ser que los remordimientos
por su conducta hacia su padre le atormentaron toda su vida.
Cambió radicalmente la forma de
gobernar de su padre, intentando recuperar el espíritu ilustrado, que siempre
tuvo su abuela. Parece ser que quiso transformar el régimen en una especie de monarquía
constitucional. Una de sus frases fue que quería gobernar al pueblo ruso “según
las leyes y el corazón de mi sabia abuela”.

Para dejar claro que su reinado
no iba a ser igual que el de su padre, lo primero que hizo fue firmar la paz
con el Reino Unido, reconociendo su dominio sobre Malta.
También intentó europeizar su
país, acercándose a otras monarquías, como la de Prusia o el Imperio
Austro-Húngaro. A fin de acabar con el tradicional aislamiento de Rusia.
Aunque parezca mentira, se hizo
muy amigo de Napoleón e, incluso, intentó establecer un arbitraje en las
eternas disputas entre Francia y el Reino Unido, aunque no le diera buen
resultado. La verdad es que Napoleón decía de él, que le parecía “un bizantino
sospechoso”.

Sin embargo, años después, volvió
a visitar Francia y le mandó otro informe al zar, donde le aconsejaba lo
contrario.
Parece ser que otra de las cosas
que influyeron en su cambio de actitud hacia Napoleón fue la ejecución del
duque de Enghien, por parte de los franceses.
En esa batalla se perdió hasta la
propia Guardia Imperial, formada por soldados muy seleccionados que, a última
hora, entraron en combate para intentar cambiar el resultado de la
misma.
No obstante, el zar, no se
amilanó y, aunque los austriacos, firmaron la paz por separado con Napoleón,
los rusos, siguieron luchando contra los franceses.

Más tarde, los franceses, se
encontraron a los rusos en Polonia y les derrotaron en Eylau y Friedland, en
1806.
Así que no le quedó más remedio
que reunirse con Napoleón en Tilsit y firmar la paz, en 1807. Allí mantuvieron
una serie de contactos, de los cuales se derivaría una especie de reparto del
mundo. Al estilo de las conferencias de los aliados durante la II Guerra
Mundial.

Siguiendo la tradicional política
rusa, que siempre ha tenido como objetivo conseguir una salida fácil al mar, a
ser posible, el Mediterráneo, se apoderó de Georgia y Azerbadjan.


Así, la cosa llegó a un punto en
que Rusia no pudo o no quiso respetar el boicot y se decidió por seguir
comerciando con el Reino Unido.

A España le vino muy bien que
Napoleón invadiera Rusia, porque, como no tenía suficientes fuerzas, tuvo que
trasladar miles de soldados que estaban luchando en nuestro país. De
esa
manera, empezó a cambiar de signo nuestra Guerra de la Independencia.
Desde el principio, se vio que
Rusia no estaba preparada para enfrentarse a este enorme ejército. Sufrieron
una derrota tras otra.
La única batalla que, hasta el
final, estuvo muy indecisa, fue la de Borodino. Como siempre, los rusos fueron
vencidos y los franceses llegaron hasta Moscú.
A partir de ahí, el zar, jamás
quiso tener ninguna relación con Napoleón. Solía decir: “no podemos reinar
juntos”.


Así y todo, las fuerzas napoleónicas,.
Consiguieron vencerle en Lützen y Bautzen. Sin embargo, la Coalición consiguió
recuperarse y le derrotaron ampliamente en Leipzig, en 1813.
Tras esta gran victoria,
persiguieron a los franceses hasta el mismo París, con los cosacos en la vanguardia,
y entraron en esa ciudad en 1814.

Parece ser que estuvo influido
por las ideas de Bárbara von Krüdener, conocida mística, la cual decía que su
labor era organizar el reino de Cristo en la Tierra.
Este pacto lo firmaron Rusia,
Prusia y Austria. O sea, las potencias vencedoras que se reunieron en el
Congreso de Viena. Posteriormente, se adhirieron Francia y el Reino Unido. Este
último como observador.
En 1815, el zar, aparte de salir
reforzado del Congreso, se convirtió oficialmente en rey de Polonia y Gran
Duque de Finlandia.
Se convirtió en un zar muy impopular.
Por una parte, se buscó muchos enemigos entre los ilustrados. Por otra, la
mayoría de la nobleza era tan conservadora, que le seguía viendo como a un
liberal.

En 1825, realizó un viaje hacia
el sur, para visitar a su Ejército, que estaba situado en la frontera, a punto
de iniciar una guerra contra Turquía.
Fue a un lugar llamado Taganrog,
junto al mar de Azov, en Crimea. También, lugar de nacimiento del célebre dramaturgo Anton
Chejov.
Sin embargo, la cosa se complicó
y se vio que era tifus, muriendo pocos días después de haber llegado. Concretamente,
el 01/12/1825.
Su cadáver fue trasladado nada
menos que hasta San Petersburgo, al otro extremo del país, donde fue enterrado.
No sé si su cadáver se habría
descompuesto, pues tardarían bastante en llevarlo hasta San Petersburgo, lo
cierto es que, al llegar allí, muchos de sus familiares no le reconocieron.

Lo cierto es que el zar había
dado a conocer a algunos de sus más allegados que pretendía abdicar del trono al
cumplir los 50 años de edad y dejárselo a su hermano, por falta de herederos
directos.
Incluso, se cuenta que escribió
al káiser Guillermo de Prusia, diciéndole que quería dejar el trono e irse a
vivir como un simple ermitaño.

Parece ser que algunos años
después, un ermitaño, llamado Fiodor Kuzmich, que acababa de regresar de Tierra
Santa, empezó a hacerse famoso.
Alguien dijo que se parecía mucho
al zar Alejandro I y que se había convertido en ermitaño para aplacar su mala conciencia,
por su complicidad en el asesinato de su padre.
Incluso, algunos dicen que el
ermitaño, aparte de sus labores religiosas, llamaba la atención por sus finos
modales y el conocimiento de la política y de una serie de datos, que no
conocía casi nadie. Como ciertos detalles de la
guerra contra Napoleón o anécdotas de la entrada del zar en París.
El ermitaño fue detenido, acusado
de ser un impostor y azotado. Se le condenó, siguiendo las leyes contra los
vagabundos, al exilio en Siberia, donde
trabajó en una mina de oro, y allí murió en 1864.
Además, en una ocasión, cuando
un soldado ruso se cruzó con él, se arrodilló inmediatamente, reconociéndole
como el zar. Sin embargo, él le dijo que se levantara porque “yo
sólo soy un vagabundo”.
Para colmo, cuando llegó al trono
Alejandro III, en 1881, ordenó que se abriera el ataúd de su antecesor, que se
guarda en la cripta de los Romanov, en la catedral de San Pedro y San Pablo, en
San Petersburgo. La sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron que estaba
vacío.
Otras fuentes, dicen que su tumba se volvió a abrir en 1921, cuando ya
gobernaban los comunistas y el resultado fue el mismo.
Hasta el mismo León Tolstoi
afirmó en su famosa obra “Guerra y Paz”, que ambos eran la misma persona.
Por esa época, también se
publicaron, en el extranjero, las memorias del barón Nikolai Wrangel. En ellas,
informaba que, en 1864, el mismo año de la muerte de Kuzmich, en la tumba del
zar, que estaba vacía, enterraron un ataúd, donde había un anciano con una
barba blanca muy larga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario