Ya se sabe que, en el caso de las
herencias, cuando hay pasta de por medio, la gente pierde completamente la
cabeza y es capaz de hacer cualquier barbaridad con tal de llevársela.
Es lo mismo que ocurre, habitualmente,
con las victorias, a las que siempre les salen muchos padres, mientras que las
derrotas suelen ser huérfanas.
Vamos a entrar en faena. El
27/07/1794, se puede decir que terminó el llamado Terror revolucionario, pues,
en esa fecha, fue guillotinado Robespierre, el mayor de los carniceros de la
Revolución.
Dicen que, ese mismo día, Paul
Barras, otro de los líderes revolucionarios y opositor a Robespierre, fue a la
prisión del Temple, para inspeccionar el estado en que se encontraban dos de
sus más importantes presos, los hijos de Luis XVI. Al ver el estado en que se
encontraban, le exigió al alcaide que les dieran un trato mucho mejor, que el
que habían recibido hasta el momento.
A principios de 1795, la
Convención votó a favor de mandar al niño al exilio. Desgraciadamente, fueron informados
que la mala salud del niño ya no le permitiría viajar a ninguna parte.
Efectivamente, el 28/06/1795, la
Convención, fue informada que el niño había muerto a causa de un tipo de tuberculosis,
que afecta al sistema linfático.
En ese período, tras la muerte
del niño llamado Luis XVII y sus tíos Luis XVIII y Carlos X, aparecieron unos cuarenta pretendientes, que afirmaron ser el hijo de
Luis XVI, encerrado en el Temple.
De hecho, siempre hubo muchos
rumores sobre si el niño habría podido escapar de la cárcel o habría sido
sustituido por otro chico, más o menos, de su edad.
En 1814, un historiador, que,
seguramente, era afecto a los intereses de los monárquicos, afirmó que el niño
había escapado y vivía aún, pero no quiso o no pudo dar más datos para su
localización. Posiblemente, se trataba de una campaña para que los franceses
volvieran a aceptar a los Borbones en el trono.
En 1846, se abrió la fosa común,
donde, presuntamente, se encontraban los restos del niño. Sólo se pudo
localizar el cuerpo de un chico, que había muerto de la misma enfermedad que
él, sin embargo, se observó que era unos años mayor que el que estaban
buscando.
Evidentemente, todo este misterio
dio pábulo a que se presentaran muchos pretendientes para ocupar el lugar del niño
desaparecido.
Entre ellos, se puede citar a un
naturalista y pintor USA, llamado John James Audubon, el cual afirmaba que
tenía muchas lagunas en sus recuerdos infantiles. Lo que estaba claro es que tenía cierto
parecido con los retratos conservados del niño.
Parece ser que Audubon nació en
la actual Haití. Era hijo ilegítimo de un marino francés. Tras la muerte de
su madre, su padre se lo llevó a Francia, donde fue educado por su esposa.
Posteriormente, su padre, que no debía de ser muy bonapartista, le dio un pasaporte
falso, con el que logró escapar a USA y así no tuvo que combatir en el Ejército
de Napoleón.
Ciertamente, hubo pretendientes
de todo tipo. Uno muy curioso fue Eleazer Williams. Se trataba de un clérigo y
misionero canadiense, descendiente de un británico y una india iroquesa.
Realizó las primeras traducciones de manuales religiosos a esa lengua de los
nativos.
En 1839, empezó a decir que él
era el niño perdido. Incluso, afirmó que el príncipe de Joinville, hijo del rey
Luis Felipe, se había reunido con él, para que le firmase un documento, donde
renunciaba a todos sus derechos al trono a cambio de cierta cantidad de dinero.
A lo que Williams, según decía, se había negado. Esta historia parece ser
falsa.
Otro de los pretendientes fue el
barón de Richemont. Decía ser el niño desaparecido, el cual había sido
sustituido por otro dentro de un caballo de cartón y la complicidad de la mujer
de Antoine Simon.
También mencionaba haber estado
en el Ejército bonapartista con un nombre falso y bajo la protección de los
generales Kleber y, posteriormente, Desaix, ambos ya muertos.
Siguiendo sus declaraciones, posteriormente,
había sido enviado a América por el ministro Fouché y allí vivió durante varios
años.
A su regreso a Francia, en 1818,
había sido detenido por orden de Luis XVIII y enviado a una prisión de la
Italia, para que la gente no conociera la identidad del preso.
Posteriormente, tras su puesta en
libertad, fue de nuevo detenido en Milán, por policías austriacos, tras haberse
identificado como el niño perdido. Parece ser que este episodio es cierto,
porque así lo afirmaron unos poetas nacionalistas italianos, que coincidieron
en la misma cárcel con él.
Incluso, comenta que el asesinato
del fiscal Fualdes, en 1817, se había llevado a cabo, porque sabía demasiado
acerca de la fuga del niño del Temple y eso no le venía muy bien a su tío, que entonces
ocupaba el trono de Francia.
Parece ser que su verdadero
nombre era Henri Hébert y había trabajado en Ruan como comerciante y dueño de
un taller para fabricar vidrio. De esa ciudad huyó, en 1829, tras haberse
declarado su negocio en quiebra.
En París, poco a poco, se fue
buscando el apoyo de gente importante, para su reconocimiento como heredero al
trono.
No obstante, en 1833, fue
detenido por el cargo de insulto a la persona del rey. Esto provocó la publicación
de numerosos pasquines a favor y en contra de sus pretensiones.
Su juicio tuvo lugar a finales de
1834. En él, se pudieron escuchar interesantes declaraciones, como las de
Etienne Lasne, último carcelero del Delfín, que dijo que el niño había muerto
en sus brazos. Aparte de otros detalles de la vida en la cárcel. Sin embargo,
al confesar que las últimas palabras del chico fueron “Tengo algo que
decirte…”, sin poder acabar esa frase, hicieron correr la fantasía de más de
uno.
También testificó un médico, que
había atendido, durante sus últimos años, en un hospital, a la mujer de Antoine
Simon. Comentó que el chico se podría haber escapado en el cesto de la ropa
sucia, que tenía un doble fondo. No obstante, ya no era muy buena la salud
mental de la difunta. Aparte de que su marido dejó de ser el tutor del niño en
enero de 1794. Sin embargo, Hebert dijo haberse fugado del Temple en junio de
ese mismo año.
Hebert, el autodenominado barón
de Richemont, fue condenado a 12 años de cárcel por conspiración contra la
seguridad del Estado más una serie de delitos recogidos en la legislación
relativa a la prensa.
Consiguió escapar de la cárcel a
mediados de 1835 y se fue al extranjero. En 1838, regresó a Francia, coincidiendo
con una amnistía decretada por el Gobierno.
Intentó, en diversas ocasiones,
ser recibido por la duquesa de Angulema, la otra hija de Luis XVI, pero no lo
consiguió nunca.
La muerte de Naundorff, que era
su más serio competidor para el reconocimiento como Luis XVII, aceleró sus
intentos para ser reconocido como el niño perdido.
Durante la revolución de 1848
intentó ser reconocido por los sublevados y hasta se presentó a unas elecciones
celebradas ese año.
Incluso, más tarde, dijo haber
sido recibido por el Papa para intentar que mediara a fin de que lo reconociera la duquesa de Angulema y
así poder tener derecho a una supuesta herencia de Luis XVI.
En 1853, cuando se hallaba en el
castillo de la condesa de Apchier, murió a causa de una apoplejía. No obstante,
el médico indicó en su acta de defunción que se trataba de Luis Carlos de
Francia.
Lo mismo pusieron en su lápida,
hasta que, en 1859, las autoridades francesas, obligaron a retirar el epitafio,
donde se decía que era el hijo de Luis XVI.
A su muerte, parece ser que sus seguidores
habituales lo abandonaron. No obstante, aún hoy en día, existe algún
historiador que sigue afirmando que se trataba de Luis XVII.
Otros pretendientes conocidos
fueron Jean Marie Hervagault y Mathurin Bruneau, los cuales, según parece,
habían leído, durante sus estancias en la cárcel, el libro “El cementerio de la
Madeleine”, de Jean Joseph Regnault Warin, de donde habían sacado todos los
datos con los que rellenaron la encuesta de la duquesa de Angulema.
Creo que he dejado este artículo
al gusto de todo el mundo, porque luego algunos me dicen que son demasiado
largos.
En otro artículo hablaré sobre la
figura del pretendiente más famoso, Karl Wilhelm Naundorff.
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