En España sabemos, desde hace
mucho, que a los británicos les gustan
las Baleares, pero no creíamos que les gustaran tanto hasta el punto de matar a
causa de perder una de esas islas. Más adelante, veréis por qué digo esto.
Nuestro personaje de hoy se
llamaba John Byng. Nació en 1704 en un pueblecito del condado de Bedfordshire,
en el Reino Unido.
Fue el quinto hijo de una amplia
familia. Siguió la carrera naval, pues su padre fue un famoso almirante
británico.
Parece ser que su padre también
se ganó un título nobiliario por apoyar a Guillermo de Orange, para hacerse con
la corona de Inglaterra, durante la célebre Revolución Gloriosa. Más tarde,
pasó a ser Guillermo III de Inglaterra.
Como era costumbre en esa época,
ingresó en la Armada con sólo 13 años. Algo que nos parece muy extraño hoy en
día, pero que era lo más habitual, por entonces.
Durante varios años, estuvo
agregado a la escuadra que solía navegar a través del Mediterráneo.
En 1723, fue nombrado teniente y
cuatro años más tarde, ya era capitán de un barco llamado HMS Gibraltar, dotado
con 20 cañones.
En 1745, su carrera prosiguió,
siendo nombrado contralmirante y, sólo dos años después, vicealmirante.
En 1751, fue elegido miembro del
Parlamento británico, ocupando un escaño por Rochester hasta su muerte.
En 1754, encargó la construcción
de una mansión al célebre arquitecto Palladio, en Hertfordshire.
Por otra parte, no sé si sabréis
que, durante la Guerra de Sucesión española, donde se dilucidaba si deberían
reinar los Austrias o los Borbones, en septiembre de 1708, la isla de Menorca,
fue ocupada por una escuadra anglo-holandesa, al mando del almirante Leake, con
el general James Stanhope, al mando de las fuerzas terrestres.
En teoría, los británicos, habían
conquistado la isla y, especialmente, Mahón, para entregarla a los Austrias o Habsburgo,
que era para quien estaban luchando.
No hay que olvidar que todo el
reino de Mallorca se decantó por la causa de los Austrias. Poco antes, el
gobernador enviado por los Borbones, había ejercido una feroz represión contra
todos los partidarios de la causa de los Austrias, en esa isla.
Así que, se puede decir que, para
muchos de ellos, la llegada de los británicos fue una liberación, porque el
gobernador había ejecutado a muchos isleños.
Sin embargo, parece ser que el
lugar les gustó tanto a los británicos, especialmente, a Stanhope, que se lo quedaron. Consecuentemente, tras la
firma del famoso Tratado de Utrecht, el 14/04/1713, pasó a ser, junto con el
Peñón de Gibraltar, un dominio más del Imperio Británico, a pesar de las
protestas de los delegados españoles.
Para ellos, siempre fue una base
muy estratégica, junto con Gibraltar, que servía para dar un apoyo efectivo a
su flota y les podría permitir, en un futuro,
su expansión por el Mediterráneo.
Según parece, el primer
gobernador británico de la isla, sir Richard Kane, encontró mucha oposición,
por parte de la población de la capital, Ciudadela. Así que se le ocurrió
trasladar la capital hasta Mahón, donde se le recibió mucho mejor. Aparte de
que su situación era mucho más estratégica que la de la anterior.
Durante este periodo, los
británicos, no se metieron para nada con las instituciones políticas de la
isla, las cuales dejaron seguir funcionando, salvo, en el caso de la
Inquisición, que fue abolida. Incluso, se dejó a los lugareños expresarse en
mallorquín y comerciar libremente.
En 1754, comenzó una guerra entre
Francia y el Reino Unido. En principio, sólo se refería a los dominios de ambos
países en el norte de América. Sin embargo, luego se amplió a sus dominios en
todo el mundo.
Así, el 18/04/1756, una
expedición compuesta por unos 12.000 soldados franceses, bajo el mando del
duque de Richelieu, desembarcó en
Ciudadela.
La pequeña guarnición inglesa,
con la que estaba dotada esa isla, se trasladó al castillo de San Felipe, en
Mahón.
Mientras tanto, nuestro
personaje, que estaba navegando por el Canal de la Mancha, se le ordenó,
apresuradamente, que preparara una flota para ayudar a la guarnición británica
de Menorca.
Parece ser que no se le dio el
tiempo ni el dinero necesario para preparar adecuadamente una flota para
enfrentarse al enemigo. Ni siquiera pudo encontrar los marineros suficientes para
tripular sus naves.
Parece ser que la Armada
británica tenía suficientes naves y marinos, pero estaban concentrados en la
vigilancia del Canal de la Mancha, en previsión de un intento de invasión, por parte
de Francia.
No obstante, el 6 de abril
consiguió hacerse a la mar, zarpando desde Portsmouth. Consiguiendo llegar a la
colonia de Gibraltar el 2 de mayo. Allí desembarcaron algunos de sus marineros
para hacer sitio a los soldados que pensaban desembarcar en la isla y también a
muchos oficiales de guarnición en Menorca a los que se les había dado el permiso
correspondiente para pasar sus vacaciones en Gibraltar.
Se supone que le habrían aportado
muy pocos soldados, pues le pidió algunos efectivos más al gobernador de
Gibraltar y éste se los negó.
Parece ser que ese gobernador
opinaba que el Reino Unido no podría conservar las dos colonias. Por lo que
habría que elegir una y le parecía más sencillo y más lógico defender Gibraltar
que Menorca.
Por todo ello, nuestro personaje
veía esta operación de una manera muy pesimista. Además, a los pocos días de
su estancia en la colonia, llegó hasta ese puerto una flotilla, procedente de
Menorca, la cual le informó sobre los efectivos que tenían allí los franceses.
Parece ser que nuestro personaje
había solicitado un batallón de Infantería, unos 600 soldados, al gobernador de Gibraltar,
teniente general Fowke. Sin embargo, éste sólo le cedió 240.
Sin embargo, el 8 de mayo, consiguió
zarpar de Gibraltar, llegando a Menorca el 19 del mismo mes. Parece ser que el
estado de las naves no era el más adecuado y él había protestado por ello.
Le sorprendió la escuadra
francesa, al mando del marqués de la Galissonière, antes de que pudiera
realizar el desembarco de los soldados que llevaba a bordo. Parece ser que esa
flota transportaba nada menos que 24 batallones de Infantería.
Poco después, se entabló un
combate naval, cerca del puerto de Mahón, entre las dos escuadras.
Aunque, sobre el papel, el número
de barcos de cada bando era muy parecido, no así la calidad de los navíos. Por
ello, la mitad de la escuadra británica quedó dañada, porque los franceses
solían disparar a los palos, para inmovilizar las naves enemigas.
Así, tras comprobar que la isla
ya había sido completamente invadida por las
tropas francesas, que eran muy
superiores en número a las suyas y que no podrían auxiliar a las tropas británicas,
que sufrían asedio en el castillo de San Felipe, se formó un consejo de guerra,
donde participaron los altos oficiales de la escuadra.
Entre todos, decidieron que no
podrían hacer nada más, pues las fuerzas francesas les quintuplicaban en
efectivos, y que, lo más prudente, sería
retirarse inmediatamente a Gibraltar. Cosa que hicieron.
Parece ser que la idea de estos
oficiales era regresar a Gibraltar para reparar los destrozos en las naves. Esperar
a que llegaran los refuerzos prometidos por Londres y zarpar de nuevo hacia
Menorca para intentar reconquistarla.
A lo mejor, para no tener problemas
de conciencia, el Almirantazgo, le envió algunos refuerzos a Byng y un ascenso
a almirante. Todo eso llegó demasiado tarde.
Por otra parte, las tropas
británicas, formadas por unos 2.500 soldados, que estaban asediadas en el
interior del castillo de San Felipe, capitularon el 29 de junio. Éstas se
encontraban al mando del anciano general Blakeney, que ya tenía 82 años y se hallaba muy enfermo.
En el Almirantazgo británico, quedaron
consternados, al conocer esta noticia. No obstante, a pesar de saber que la
escuadra que le habían entregado al almirante era muy deficiente, había que
buscar pronto un culpable y muchos, para salvar su culo, acusaron del fracaso de esta
expedición a John Byng.
En estos casos, se suele decir
que a las victorias siempre le salen muchos padres. Mientras que las derrotas
son huérfanas. Seguramente, por eso, nadie quiso saber nada de este tema y le
colgaron el muerto a este marino.
Incluso, algunos afirman que el
Gobierno británico, que en aquella época estaba presidido por el duque de
Newcastle, habría comprado a algunos testigos para conseguir que los jueces
culparan al marino de estos hechos.
Incluso, algunos dicen que cayó
en manos del Gobierno británico un informe redactado por el almirante francés
Galissoniere, donde decía, más o menos, que la flota británica había rehuido el
combate.
De esa forma, el Almirantazgo británico,
posiblemente, presionado por la opinión pública, que había llegado a conocer el
contenido del informe, le ordenó que regresara
a Londres, acompañado de algunos oficiales, que habían navegado con él.
Se le formó un Consejo de guerra
en Greenwich, donde esos oficiales declararon contra él y fue declarado culpable y condenado a la pena
de muerte.
Desde luego, lo tenían todo previsto en el Almirantazgo,
pues, tras recibir el informe del marino sobre lo ocurrido en la costa de
Menorca, lo publicaron en un periódico, para azuzar a la opinión pública.
Evidentemente, eliminaron de ese
artículo cualquier cosa que comprometiera al Gobierno o al Almirantazgo.
Parece ser que en ese informe, el
marino, se defendía alegando que no pudieron desembarcar las tropas, porque toda
la isla de Menorca se encontraba ya bajo el dominio francés y el único sitio disponible,
que era el castillo de San Felipe, ya estaba siendo asediado por las tropas
francesas.
Sin embargo, varios miembros del
tribunal quisieron interceder por él, ya que les parecía un disparate que su
compañero fuera ejecutado por algo de lo que no les parecía culpable, aunque lo dijera el Código Naval vigente en aquel momento.
A pesar de lo que dijera la Ley,
era la primera vez en toda la Historia de ese país, que se iba a condenar a muerte
a un almirante. Todo lo más, como en el caso de Thomas Mathews, había sido
expulsado de la Armada.
Desgraciadamente, nuestro
personaje, fue ejecutado el 14/03/1757, a bordo del barco HMS Monarch, que
había estado varios años a sus órdenes y se hallaba fondeado en el puerto de
Portsmouth.
Sus compañeros sólo consiguieron
que la ejecución tuviera lugar en un sitio no muy visible desde el resto de las
naves, que se hallaban fondeadas en ese puerto
En su célebre novela Candide, Voltaire,
hace referencia a este hecho, diciendo: “En este país, es prudente matar a un
almirante, de vez en cuando, para que los demás sean más valerosos”.
En 1763, mediante la Paz de
París, los franceses, devolvieron la isla a los británicos, que la recuperaron
sin disparar un solo tiro.
Posteriormente, en 1771, los británicos,
fundaron una nueva ciudad en Menorca a la que llamaron Georgetown, construida
al modo inglés. Hoy en día, se llama Villacarlos y es el municipio situado más
al este de España.
Parece ser que los menorquines no
estaban a disgusto con los británicos, pues, en 1778, a raíz de una nueva
guerra entre el Reino Unido, por una parte, y Francia y España, por el otro
lado, tomaron partido por los ingleses. Incluso, muchos de ellos participaron en
la guerra como corsarios, capturando naves francesas y españolas.
También se dice que, los británicos,
fueron muy efectivos en la defensa de la isla contra los continuos ataques de
los piratas berberiscos. Así, los lugareños, pudieron volver a poblar las
ciudades enclavadas en la costa.
En 1781, una escuadra combinada
franco-española, al mando del duque de Crillón, desembarcó en la isla, y, tras
un largo asedio, consiguieron que el castillo de San Felipe capitulara al año
siguiente. Precisamente, una de las primeras medidas tomadas por el Gobierno
español fue la destrucción de este estratégico castillo.
En 1798, tras la alianza entre
España y Francia, los británicos, al mando del general Charles Stuart,
conquistaron de nuevo esta isla. Incluso, el célebre almirante Nelson, estuvo
alojado durante un tiempo en la isla.
Sin embargo, en 1802, estas
potencias, firmaron el Tratado de Amiens, por el que España recuperó
definitivamente Menorca, dejando la isla de Trinidad en poder de los
británicos.
Volviendo a nuestro personaje de
hoy. Nada menos que en 2007, el ministerio de Defensa del Reino Unido se negó a
conceder el perdón al almirante Byng, por no haber defendido adecuadamente la
isla de la invasión francesa. Alegando que no querían crear un precedente.
No obstante, cada año, sus
descendientes, se reúnen junto a su tumba, situada en el pueblo donde nació,
para llevarle flores y escuchar 52 campanadas. El mismo número de años que
tenía cuando fue fusilado.
Muy buena semblanza y analisis histórico
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