Uno de los peligros de los
nacionalismos es que radicalizan a los habitantes de un país y les ciega los
ojos para ver la realidad. Por eso, el nacionalismo, ha originado muchas guerras
en Europa y, además, en algunos Estados, como Alemania, nunca han sabido cuál
era el momento de tirar la toalla, como se dice en el boxeo. Dicho de otro
modo, rendirse.
Nuestro personaje de hoy se
llamaba Matthias Erzberger. Nació en 1875 en un pueblo perteneciente al antiguo
reino de Würtemberg, un Estado situado al sur de la actual Alemania, que, en la
actualidad, se llama Baden-Würtemberg y cuya capital es Stuttgart.
Nació en el seno de una familia
muy modesta. Su padre era sastre y, a la vez, ejercía como cartero, en su
pueblo, mientras que su madre era ama de casa.
En un principio, se graduó como
maestro de enseñanza primaria. Más tarde, estudió Derecho y Economía en
Friburgo, Suiza.
Se afilió a un partido católico
alemán llamado Zentrum. También escribió durante un tiempo en la revista de su
partido.
En 1903, fue elegido, por vez primera,
diputado por su partido en el Parlamento alemán, Reichstag. Más tarde. Llegó a
ser el líder de su formación en esa cámara.
Gracias a sus conocimientos sobre
Economía, propuso una serie de reformas financieras, que se llevaron a cabo en 1909.
En 1912, también fue ponente en
asuntos presupuestarios para las colonias alemanas repartidas por todo el
mundo. También, ese mismo año, asumió la dirección de su partido.
Al llegar la I Guerra Mundial,
fue arrastrado por ese nacionalismo tan propio de los alemanes, normal en una
nación que no hacía muchos años que acababa de fundarse como tal.
Así que apoyó la guerra e,
incluso, escribió un informe, donde explicaba que sería bueno para Alemania anexionarse
Bélgica y Lorena.
En esa etapa fue ponente en el
Comité de Asuntos Militares de esa cámara. También participó en labores de
propaganda y realizó algunas misiones diplomáticas para intentar convencer al
Gobierno de Italia para que no entrara en la guerra del lado de los aliados o,
por lo menos, se mantuviera neutral. Desgraciadamente, no tuvo éxito en esa
misión.
A pesar de tener cierta amistad
con él, en 1917, contribuyó a la caída del presidente Bethmann-Hollweg, tras
haber presentado, nuestro personaje, una resolución de paz ante el Parlamento.
Es posible que ello ocurriera
tras algunas presiones del káiser, que no aguantaba al presidente y le echaba la culpa
de haber metido a Alemania en la guerra.
Esta vez, el Alto Mando alemán y,
más concretamente, Hindemburg y Ludendorf, hicieron una jugada maestra.
Buscaron a un político casi desconocido, llamado Georg Michaelis, y convencieron
al káiser para que lo nombrara nuevo presidente. Así, pudiendo manejar a este
político, impusieron una especie de dictadura sobre Alemania.
En 1917, nuestro personaje, se
dio cuenta que la guerra estaba perdida para Alemania. Por ello, con el permiso de su Gobierno, se reunió con
un delegado ruso en Estocolmo. A fin de negociar un tratado de paz.
Poco después, dio un famoso
discurso en el Parlamento, donde acusó al Gobierno de no querer negociar la paz y
también de engañar a la ciudadanía sobre la situación real de Alemania.
A pesar de que se votó su
resolución y fue aprobada por un amplio margen, el presidente se negó a
aceptarla y no quiso negociar la paz.
En el verano de ese año, durante
una reunión secreta en Frankfurt, mostró un informe enviado por el ministro de
Asuntos Exteriores del Imperio Austro-Húngaro a su nuevo emperador, Carlos I. Éste
era realmente pesimista con la situación de su país.
No se sabe cómo, pero este
informe llegó a manos de los aliados. Muchos de sus tradicionales enemigos, le echaron
la culpa de ello a nuestro personaje y le calificaron de traidor. Así aumentó
el número de sus enemigos, sobre todo entre los grupos más afines a la
ultra-derecha.
En 1918, pasó a formar parte del
nuevo Gobierno del príncipe Max von Baden, aunque como ministro sin cartera.
El 6 de noviembre de ese mismo
año, fue nombrado miembro de la
delegación alemana que negoció el armisticio con los aliados. Posteriormente,
pasó a dirigir esa comisión.
Parece ser que el príncipe lo envió
para encabezarla, porque le parecía que sería mejor aceptado, por los aliados,
que un típico general prusiano.
A pesar de ello, los franceses,
se veían como vencedores de esa contienda y no quisieron hacer ningún tipo de
concesión a los alemanes.
La delegación alemana contactó
con su Gobierno y el mismo día 10, el general Hindemburg, le contestó diciendo
que el armisticio tenía que firmarse como fuera.
Un poco más tarde, el nuevo
canciller, Friedrich Ebert, le telegrafió, autorizándole a firmar el documento
impuesto por los aliados.
Por fin, tras haberse aceptado los
términos del armisticio, los dos bandos firmaron el mismo en un vagón de tren
en Compiegne a las 5 de la mañana del 11/11/1918. Ese mismo día, a las 11 de la
mañana, entraría en vigor el armisticio que dio fin a la Primera Guerra
Mundial.
Parece ser que, Erzberger, tras
la firma del armisticio, dio un pequeño discurso protestando por la dureza de
los términos de ese documento y acabó diciendo que su país “no puede morir”.
Tras las elecciones de 1919,
volvería a formar parte de un nuevo Gobierno alemán, encabezado por Gustav
Bauer. Esta vez como ministro de Hacienda y vicecanciller, aunque,
anteriormente, había estado al frente del departamento que llevaba los asuntos
relacionados con el armisticio.
Siempre apoyó el Tratado de Versalles,
porque no vio otra alternativa para Alemania. Incluso, tras la puesta en vigor
de la famosa Constitución de Weimar, en agosto de 1919.
Desde su ministerio impulsó una
serie de medidas para que el nuevo gobierno federal tuviera una autonomía
financiera y para beneficiar, fiscalmente,
a las familias más necesitadas.
No tuvo mucha suerte en su cargo,
porque muchos grupos le acusaban de haber firmado un tratado que ponía en clara
desventaja a Alemania. Así que tuvo que dimitir en 1920.
Es posible que también se
enemistaran con él, porque puso en vigor el primer impuesto de sucesiones en
Alemania, así como un impuesto de emergencia, con carácter extraordinario, que
iba contra las clases más pudientes.
El vicecanciller, Karl
Helfferich, que antes le había apoyado en su campaña contra la guerra submarina
sin límites, ahora le insulta en un panfleto titulado “Fuera con Erzberger”.
Lógicamente, nuestro personaje,
le demanda por difamación. Aunque Helfferich pierde el juicio, Erzberger, queda
muy tocado por las fuertes alegaciones que se hacen contra él, acusándole de
corrupción.
Así que, como ya he dicho antes,
tuvo que dejar el Gobierno y el Parlamento. También, durante las sesiones del juicio, un día,
al salir de la sala, fue atacado por alguien que le dejó gravemente herido.
Afortunadamente, pudo reponerse en poco
tiempo.
En 1920, publicó un informe sobre
su actuación durante la guerra. Así como de los esfuerzos del Vaticano y,
concretamente, del futuro Papa Pio XII, por acabarla cuanto antes.
Parece ser que el electorado que
solía votar a nuestro personaje era el de los trabajadores católicos que vivían
en el sur de Alemania. Sin embargo, tuvo la oposición del clero católico, que
vivía en Baviera, por tener unos intereses contrarios a los que él defendía.
La campaña contra su persona acabó
el 26/08/1921, cuando fue asesinado, mientras se hallaba paseando por el jardín
de un balneario en Baden, en compañía de un colega de su partido, llamado Carl
Diez, que también fue herido.
El político Manfred Freiherr von
Killinger, cabecilla de una organización de ultraderecha y, posteriormente,
reconocido miembro del partido nazi, fue acusado de ordenar su muerte.
Los asesinos de Erzberger fueron
dos antiguos oficiales de la Marina alemana, llamados Heinrich Tillessen y
Heinrich Schulz. Ambos huyeron inmediatamente a Hungría, aunque luego volvieron
a Alemania, donde habían sido perdonados por el nuevo régimen nazi. También,
algunos dicen que el primero vivió durante una temporada en Madrid, antes de
volver a su país.
Parece ser que el segundo viajó
por diversos países e, incluso, durante unos años, tuvo una plantación en la
antigua Guinea española.
Sólo tras la Segunda Guerra
Mundial, fueron capturados y juzgados. Ambos reconocieron haber asesinado a
nuestro personaje.
El primero había formado parte
del personal del Almirantazgo alemán, mientras que el segundo se había afiliado
a las SS, llegando a tener un buen puesto en esa organización.
Curiosamente, en un principio, los
aliados, no pudieron condenarles, por estimar, en 1946, el tribunal, que todavía estaba vigente la Ley nazi, que
les había perdonado, la cual databa de 1933.
No obstante, en 1947, volvieron a
juzgarles. Esta vez, el primero de ellos fue condenado a 15 años de prisión y el segundo a 8 de trabajos
forzados.
En los años 50, su proceso fue
revisado y, tras la petición de clemencia de sus esposas y de la viuda del asesinado
Erzberger, ambos fueron puestos en libertad.
Por lo que se refiere a
Killinger, fue procesado y juzgado. Sin embargo, fue absuelto por un tribunal
en 1925. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue uno de los prohombres de la
Alemania nazi en Rumania y se suicidó, al final del conflicto, cuando vio que
le iban a capturar las tropas soviéticas.
Volviendo a nuestro personaje, todavía hoy en día, se le reconoce su legado,
gracias al cual, Alemania, tuvo una mejor fiscalidad y una mejor organización
del transporte ferroviario. Eso le permitió recuperarse antes de la crisis del
período de entreguerras.
Curiosamente, aunque, antes de la
firma del armisticio, fue presionado por los altos cargos militares para que
firmara cuanto antes. Luego, se le echó toda la culpa de la derrota. Como si
hubiera habido un complot civil para que los militares perdieran la guerra. Lo
que los nazis llamaron “la puñalada por
la espalda”. Algo a lo que Hitler le supo sacar mucha rentabilidad.
En la vida hay que saber ganar o
perder y nuestro personaje lo supo y, afortunadamente, consiguió que la sociedad
alemana estuviera de acuerdo con él. Algo que no ocurrió en 1945.
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