Esta vez, me voy a meter con un asunto muy controvertido y la verdad es que va a ser un tema algo difícil de
explicar. Así que, si me lo permitís, me iré un poco hacia atrás, para que
tengáis una visión clara de los hechos.
Prácticamente, desde el siglo XV,
casi toda la Europa balcánica pertenecía al Imperio Turco o eran protectorados
con gobernadores impuestos por el sultán.
En 1859, precisamente, cuando
empezaban a surgir los nacionalismos en Europa, se produjo la rebelión de
Serbia. Esto hizo que las demás piezas del dominó fueran cayendo. La rebelión
siguió por Montenegro, Bosnia-Herzegovina y luego llegó a Bulgaria.

Supongo que Rusia tampoco sería
ajena a este tema, porque en 1877, se alió con Rumania para conseguir derrotar
a Turquía.
Este conflicto acabó con la Paz
de San Stefano, impuesto desde Moscú a Estambul. Por medio del cual, se
ampliaba mucho el territorio de Bulgaria, añadiéndole Macedonia. También se
reconocieron las independencias de Serbia, Montenegro y Rumania. Bosnia-Herzegovina
pasaba a ser una zona autónoma. Una especie de protectorado del Imperio
Austro-Húngaro.

Así que, sólo dos meses más
tarde, en junio de 1878, se reunieron en Berlín los representantes de las
principales potencias y le dieron un repaso al tema.
Realmente, el Imperio Otomano,
seguía existiendo por conveniencia de ciertas potencias europeas, a fin de
parar al gigante ruso.

La idea que prosperó en ese
tratado fue la de una independencia progresiva de los territorios y no inminente,
como proponían los rusos.

No obstante, como les habían
quitado el “caramelo” de la boca, este país luchó, incluso, durante la II
Guerra Mundial, por recuperar el territorio perdido.
De ese modo, Bismarck, el
organizador del evento, se puso la medalla de haber evitado otra guerra.
Mientras que los rusos se erigieron en defensores de los cristianos y los
británicos de los judíos, que habitaran dentro del territorio turco.
No hará falta decir que, por
entonces, el primer ministro del Reino Unido era el gran político Disraeli, de
origen judío.
A partir de entonces, Bulgaria,
Serbia y Montenegro fueron aliadas de Rusia, al tener muy claro que sólo Rusia
defendía plenamente sus intereses y no los países del Occidente europeo.

Volviendo a Serbia, el Compromiso
Austro-Húngaro de 1867, que había dividido de facto el Imperio, en dos mitades,
le dio mucho poder a los húngaros sobre zonas donde vivían los serbios y eso no
hizo ninguna gracia en Belgrado.
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A pesar de ello, los
nacionalistas serbios se quejaron de que no habían podido conseguir el
territorio de Bosnia-Herzegovina, que reivindicaban como antigua zona
perteneciente a la Gran Serbia medieval, Kosovo y el norte de Macedonia. Ese
fue otro motivo por el que siguieron odiando al Imperio Austro-Húngaro.
Por otra parte, el príncipe Milán
de Serbia, apoyado por algunos miembros del Partido Progresista, firmó un
acuerdo comercial con Viena, por el que les compraban casi todas las
exportaciones serbias, que se componían, principalmente, de cereales y ganado.

En 1882, Milan se convirtió en
rey de Serbia. Sin embargo, su alianza con Viena, su forma despótica de
gobernar y sus escándalos financieros, convenientemente aireados ante la
opinión pública, le granjearon la enemistad de sus súbditos.
La sociedad serbia se dividió entre
el Partido Progresista, que apoyaba la alianza con el Imperio Austro-Húngaro, y
el Partido Radical, que miraba hacia Rusia.
Para recuperar su popularidad,
intentó hacer lo que muchos otros dictadores, buscarse un enemigo y hacer creer
a la sociedad que hay que afrontar esa empresa en común. En su caso, intentó
conquistar la Rumelia Oriental, que le había sido arrebatada a Bulgaria.

De todas formas, fracasó
estrepitosamente y, gracias a la alianza con los austriacos consiguió no salir
muy malparado de este conflicto.
La situación iba cada vez peor para el monarca. Así que no se le
ocurrió otra cosa que convocar nuevas elecciones, donde ganó el Partido Radical,
que era más proclive a Moscú.
En 1889, viendo que las cosas
tenían ya muy poco arreglo, el soberano abdicó y cedió el trono a su hijo
Alejandro, que entonces tenía sólo 13 años. Así que se formó un consejo de regencia,
hasta la mayoría de edad del nuevo monarca.

Tras este monarca, se nombró un
gobierno provisional y se propuso al noble
Pedro Karadjeordjevic, que permanecía exiliado en Ginebra, como nuevo
rey.
Con ello, no sólo se cambiaba una
dinastía por otra, sino que Serbia, que, con la primera dinastía había basculado
hacia Viena, con la segunda lo haría hacia Moscú.
Realmente, los conspiradores no
tenían unas ideas muy claras. Sólo coincidían en que el país necesitaba una
verdadera monarquía constitucional y para ello, necesitaba el apoyo de Rusia.
Ciertamente, les hubiera gustado más instaurar una
república, pero sabían que eso no iba a gustar ni en Viena ni en Moscú. Así que
optaron por una monarquía constitucional.

Siempre fue muy popular entre sus
súbditos por su modestia y se le considera el fundador de Yugoslavia o unión de
todos los eslavos.
Debido a su mala salud, desde la
guerra de los Balcanes, fue dejando, poco a poco, los asuntos de Gobierno en
manos de su hijo y sucesor, Alejandro. El futuro Alejandro I de Yugoslavia, el
cual fue asesinado, en 1934, en Marsella,
a manos de un anarquista.
El nuevo régimen aportó una mayor
libertad política, pero también un auge del nacionalismo, que se tradujo en un
afán expansionista, que les llevó a enemistarse con los Estados vecinos.

No obstante, el primer ministro
serbio, Pasic, intentó estabilizar las relaciones con la corte vienesa y no dar
a entender que su país podría ser un peligro para el Imperio.
Sin embargo, en Viena, les
apretaron las clavijas con la llamada “guerra de los cerdos”. El origen del
conflicto venía dado por un tratado entre Serbia y Bulgaria, sin haber obtenido
el visto bueno de Viena.


En 1908, la anexión de
Bosnia-Herzegovina, por parte del Imperio Austro-Húngaro fue muy sentida en
Belgrado. Incluso, llegaron a movilizar a sus tropas. De hecho, el primer
ministro, Pasic, se desplazó a Rusia para ver si podrían contar con ellos, en
el caso de que estallase una guerra contra el Imperio, pero obtuvo una negativa por
respuesta.
Tampoco gustó nada en Belgrado el
golpe de Estado de los militares, dentro del movimiento de los Jóvenes Turcos.
Eso haría que Turquía tuviera un nuevo vigor y a partir de ahora, sería mucho
más difícil añadir nuevos territorios a Serbia.

En cambio, en Viena, contestaron
con otra campaña, donde realizaron medio centenar de detenciones y llevaron a
juicio, en Zagreb, a personas serbias y croatas
con unas pruebas que luego se demostraron que eran falsas.
También realizaron propaganda
contra el Imperio en Bosnia-Herzegovina. Allí, refundaron una organización
llamada Joven Bosnia, integrada por jóvenes serbo-bosnios de ideología izquierdista.
No sólo se dedicaron a actos de propaganda, sino también al sabotaje.
En 1910, un joven musulmán llegó
a asesinar al gobernador austriaco enviado desde Viena. Este joven fue calificado
de héroe por la prensa serbia.
En 1911, surgió en la zona serbia
de Bosnia-Herzegovina una organización secreta llamada Unidad o muerte, pero
que, más tarde, fue conocida con el siniestro nombre de la Mano Negra.
Esta organización se dedicó a
realizar verdaderos actos terroristas. Lo cual radicalizó aún más las ya tensas
relaciones entre Viena y Belgrado.
Es posible que Belgrado la utilizara para que el Imperio estuviera
entretenido reprimiendo las revueltas en los diversos territorios que lo
formaban y no dirigiera su vista hacia Serbia.
Ahora, os invito a leer la
segunda parte de esta historia, que la he dividido en dos, para no cansaros
mucho.
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